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Un error y un milagro buscando el Pico San Juan (2022)

Miguel Alfonso Sandelis
12 septiembre 2025 | 0 |

En el Pico San Juan con el milagro a punto


Sábado 19 de febrero del 2022

Como a las tres de la madrugada se oyó un “¡De pie!” en todo el campamento. Era el pinareño Fernando, para joder. Un poco antes de las cinco los que empezaron a joder fueron los gallos. A las 5:30 le di el de pie “oficial” a la tropa.

Éramos 63 integrantes del Movimiento Cubano de Excursionismo, que partíamos desde la casa de nuestro amigo Chávez, que antes fuera de Sarmientos, otro buen amigo. En el día debíamos rebasar la zona de las ruinas para acampar en un punto más cercano al Pico San Juan. El día siguiente, a las 2 de la tarde, nos debía recoger una guarandinga en el entronque con la vía que lleva al San Juan, para llevarnos a Cumanayagua, donde la guagua que nos transportó desde La Habana debía estar a las 4 de la tarde para llevarnos de regreso. Es decir, teníamos el tiempo ajustado para encontrar a la mayor altura del Escambray.

Amanecer en los predios de Chávez

En la composición de la tropa se incluían 5 villaclareños, 2 cienfuegueros y el pinareño Fernando. Los demás éramos habaneros. Formaban parte del piquete 4 niños. La excursionista número 64 era “Luna”, la perrita pekinesa de Dailen y Ángel.

Hicimos sin problemas el recorrido hasta la loma enyerbada desde donde se puede divisar al sur el Pico San Juan. Allí el firme gira brusco a la izquierda para mostrarnos tres lomas en serie. Rebasando la mitad de la tercera debíamos bajar a la izquierda para llegar a las ruinas, vaya, como “coser y cantar”. Les cuento ahora la realidad.

Subiendo a la loma enyerbada, con el San Juan al fondo

Abriéndonos paso entre el monte, superamos las dos primeras lomas y a las 11:40 hicimos un alto justo en el entronque entre la segunda y la tercera loma, en un cañón no muy definido. Mientras el grupo se iba reagrupando, Rovic y yo hicimos una exploración infructuosa y regresamos al grupo para decirles a los de la CUJAE, el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) y el Centro de Inmunología Molecular (CIM) que prepararan el “maní del mediodía” en lo que los dos seguíamos faldeando por otra dirección. Con un tramo avanzado, viramos a avisarle al grupo para que nos siguieran y, de paso, comernos nuestros trozos de maní.

El descanso entre la segunda y la tercera loma

Mientras yo tragaba mi “almuerzo”, un curujey se desprendió de un árbol y me cayó en la cabeza, con su cuota de agua incluida. La gente comenzó a especular que aquello era una sanción del destino por habernos perdido. Al poco rato recibí el trastazo de un tronco mal pisado, como si hubiera malos augurios rondándome. Yo no creo en nada, pero lo que vino después era como para dudar.

Terminado el “almuerzo”, nos fuimos todos por la dirección del faldeo que habíamos seguido Rovic y yo. Un paso donde había que saltar demoró a la tropa. Ya adelante, Rovic, Osniel y Alexis empezaron a bajar, pero era muy riesgoso y decidimos regresar al sitio donde descansamos. Esas vueltas atrás de todo el grupo en una guerrilla tienen siempre un sabor amargo, el de la pérdida de tiempo, el de la incertidumbre de los novatos y el de la desorientación de la tropa. Y ese regreso fue mi mayor error en la guerrilla, por no tener presente que debíamos bajar por el tramo final de la tercera loma y no entre la segunda y la tercera.

De vuelta al lugar del descanso, comenzamos a descender por el viejo trillo. En un momento del avance comenzó una subida y aquello era para preocupar, porque en todas las anteriores excursiones al San Juan por la zona, la llegada a las ruinas había sido en bajada todo el tiempo. Tras comparar el GPS de Odel con un pequeño mapa impreso que yo llevaba, me di cuenta de que habíamos bajado antes de lo correcto, lo que nos forzaba a dar un largo rodeo para llegar a las ruinas, porque una larga franja de farallones se nos interponía por la derecha.

Del error al enredo en el monte

Pero ya no había más remedio que seguir hacia adelante, porque volver atrás implicaría una pérdida mayor de tiempo, además del nefasto efecto psicológico que provocaría en la tropa otra vuelta más atrás. Hundidos en un paraje abundante en farallones, en gigantescos árboles y con una elevada humedad en el ambiente, comenzamos a avanzar yendo de cañón en cañón.

Una subida nos llevó hasta el frente de un recio farallón, dejándonos dos opciones para esquivarlo. Osniel bajó por la izquierda, mientras que Odel, Roger y yo lo hicimos por la derecha hasta llegar a una estrecha hendidura formada por dos farallones, como único paso para seguir adelante. Por allí cogeríamos todos al día siguiente, porque la noche se nos venía encima.

Cuando los tres regresamos, le dije a la gente que acamparíamos donde estábamos. Aunque el lugar era bastante irregular, no veía nada mejor por los alrededores. Mi orientación fue tomada con bastante incredulidad, pero sin repliques, y cada cual comenzó a acondicionar el sitio que escogió para acampar.

En eso llegó Osniel para decirme que por donde él bajó había más espacio para acampar. Algunos comenzaron a bajar con él, pero otros empezaron a protestar porque ya habían hecho trabajos de acondicionamiento. Ante lo que era en el momento más complicado de la guerrilla, les hablé a todos en voz alta. Les dije que me había equivocado por dejar que algunos comenzaran a bajar por la ruta de Osniel, que al día siguiente nos iríamos por el otro lado en busca de las ruinas, que debíamos acampar todos juntos arriba y que ya algunos estaban armando el campamento. No sin soltar algunas protestas, los que bajaban dieron marcha atrás.

Poco a poco los 63 y Luna nos fuimos acomodando como podíamos en el estrecho espacio que nos dejaba el farallón de un lado y un declive por el otro. Sin poderse armar las tiendas de campaña, algunos las amarraron a los árboles y otros optaron por taparse con ellas.

El momento era difícil por varias razones. Estábamos perdidos en el monte, sin tener claro cuándo llegaríamos a las ruinas, que tan solo eran un lugar intermedio del trayecto. No teníamos agua para reabastecernos, lo que implicaba que tendríamos que preparar una comida fría. Por lecho para dormir contábamos con un terreno bastante irregular y con poco espacio para todos. Quien no se protegiera bien del frío, lo iba a sufrir. Estos factores provocaron comentarios de incertidumbre, alejados de mis oídos, sobre todo en los de menos experiencia en guerrillas.

A pesar de haber varios novatos, existía un núcleo fuerte con experiencia, pues 26 eran malnombristas, la mayoría con vivencias en situaciones parecidas. Un plus era el hecho de que entre los de Mal Nombre estaban los cuatro niños: Sofía con 15 años, Samuel con 9, Lucía con 8 y Ernestico con 4, y ninguno se quejaba. Del grupo La Espina eran 9 los participantes, casi todos con buen aval guerrillero.

En tales circunstancias es muy importante lo que trasmite quien dirige el grupo. Esa noche le correspondía preparar la comida a La Espina, pero le di un “golpe de estado”. Por una parte, era clave preparar la comida lo más rápido posible; por otra, la gente debía verme activo y seguro. Me senté en un sitio central del lugar de acampada y le pedí a la gente que me trajera la comida. Cogí el caldero grande y saqué el mediano de mi mochila. El plato fuerte del menú sería galletas escachadas, mezcladas con toda la proteína, salvo el pescado para evitar una intoxicación. El refresco lo daríamos en polvo, con azúcar, para que cada cual se lo preparara, garantizando así un mayor ahorro de agua, pues cada cual tiraría contra su reserva.

Melissa y yo preparamos el mejunje de galletas y carne. Alejandro Cáceres y David Lee abrieron las latas y los sobres de refresco. Janett y Yordanis repartirían el refresco. Al principio Melissa y yo adicionamos puré de tomate al mejunje, pero después hubo criterios en contra: que si le quitaba el sabor a la carne, que si el puré podía estar malo, y dejamos de mezclar el puré. La preparación del mejunje se convirtió en un show que le dio un toque de jodedera a la complicada noche. El posterior tiroteo del original menú demostró que contra el hambre no pueden ni los escrúpulos ni los paladares melindrosos. El bulto de gente encima de mí en busca del doble, el triple y más, fue la mejor prueba de ello.

El tiroteo nocturno entre farallones

El punto más crítico de la noche lo puso Lucía. La niña vomitó varias veces y el decaimiento que se le vio contrastaba con su habitual hiperactividad. Pero ninguna queja salía de la boca de la “Lú”. La preocupación de Ibis era evidente, así como su ecuanimidad para atender a su hija en aquellas circunstancias.

Antes de las 10 de la noche el silencio fue ganando espacio en el insólito campamento. Una gran disyuntiva nos esperaba en la próxima jornada cuando llegáramos a las ruinas: seguir en busca del San Juan o regresar a casa de Chávez.

Domingo 20 de febrero del 2022

A las 5 de la mañana le di el de pie a la tropa. Loipa y yo preparamos las galletas con dulce de guayaba y Janett volvió a repartir el polvo de refresco. Lucía se sentía mejor e Ibis la empezó a alimentar con cautela. A las 6:50 ya estábamos en marcha.

Atravesando la hendidura estrecha entre farallones

Tomamos la ruta explorada la tarde anterior por Roger, Odel y yo, bajamos al hueco entre farallones y pasamos la hendidura estrecha, unos por arriba, algunos flacos por el medio y otros arrastrándose. Luego descendimos hasta un enmarañado vallecito, subimos sobre piedras, bajamos otro cañón y tuvimos que organizar una rotación de chapea entre los hombres. Por suerte, a las 7:40 apareció la primera de las ruinas. Era una base de piedras ubicada a la derecha de nuestra ruta.

La decisión que tomara allí sería trascendental para la guerrilla. O regresábamos a casa de Chávez, o nos lanzábamos a buscar al escurridizo pico en una carrera contra el tiempo. Pero en ese momento no medité: el San Juan sería nuestra opción.

De inmediato, indiqué girar a la izquierda, porque no era necesario llegar al centro de las ruinas para ubicarme; nuestra próxima meta, una ancha vereda, estaba hacia esa mano. Le partimos directo a una gran loma y, al acercárnosle, comenzamos a faldearla por la izquierda.

Con los hombres abriendo camino a la delantera, subimos más de la cuenta y después tuvimos que bajar muy cerca de donde habían llegado las mujeres, abriendo así un tramo por gusto, y recibiendo entonces las burlitas de las féminas.

Para continuar, yo sabía que debíamos seguir bordeando la gran loma, pero un cañón inclinado me hizo dudar y, mirando hacia la izquierda, solté una frase que quedó para la posteridad: “Ese farallón no debía estar ahí”. Ante la insistencia de Osniel, subimos por el cañón y, al bajarlo del otro lado, caímos en la vereda ancha cuando mi reloj marcaba las 8:41 minutos de la mañana.

Comenzamos a caminar por el ancho espacio entre inclinadas laderas y, al llegar a una segunda entrada por la derecha, la tomamos. Salvo un hueco complicado, avanzamos bien hasta una bifurcación de cañones y seguimos por el de la izquierda. Primero ascendimos y después bajamos hasta un llanito sombreado por grandes árboles. Allí hallamos una base de piedras construida por el hombre, la cual nunca yo había visto antes. En una nueva disyuntiva de dos cañones para decidir, nos fuimos por el de la derecha. Al bajarlo del otro lado, hicimos un alto para tirotear el maní del mediodía. Después tomamos un cañón por la izquierda.

Al llegar al tope del cañón, nos vimos ante una nueva decisión a tomar: descender del otro lado o virar atrás y coger un cañoncito que había visto Odel, que subía bastante inclinado en la dirección del pico. Decidimos irnos por la ruta de Odel.

En el trabajoso ascenso, Odel, Osmani y Alexis se fueron delante. La trepada nos llevó hasta el frente de un infranqueable farallón y nos fuimos por la izquierda para andar un peligroso tramo donde abundaban las piedras sueltas y donde un resbalón podía hacernos deslizar varios metros loma abajo.

Al terminar de bordear el largo farallón, bajamos por la izquierda hasta un cañón y comenzamos a andar por él. El cañón desembocó en una gran abertura y recordé un escenario similar cuando en el año 2018 cogimos el camino donde se asentaban los restos de una grúa, que cayó por accidente desde la altura del San Juan más de 20 años atrás. Después de ladear la abertura, aparecieron dos zanjas y tomamos la del frente. Más adelante seguimos otro cañón que subía y ese no podía ser otro que el camino de la grúa (y hacía falta que no fuera otro, porque nuestro tiempo para coger los transportes de regreso no daba para más).

Al poco rato de andar en ascenso por el cañón, escuché a Odel gritar “La grúa” y también me llegó el sonido de los golpes que él daba en el metal del accidentado equipo. Ya no había pérdida posible, solo quedaba de nuestra parte apurarnos.

Al fin, la grúa

Subiendo un poco más por el cañón, que ya era un claro camino, mi móvil sonó en señal de que había cobertura. Llamé de inmediato a Nereida, una trabajadora de la terminal de Cumanayagua con quien había coordinado la guarandinga, y le pedí que contactara con el chofer que debía recogernos al inicio de la carretera de subida al Pico San Juan, para que le dijera que nos esperara. Ella me dijo que lo intentaría, pero que en la zona donde él estaba no había cobertura.

Terminando de hablar con Nereida, me entró una llamada del chofer de la guagua que nos debía recoger para llevarnos para La Habana, quien estaba preocupado porque no sabía nada de nosotros. Él ya nos esperaba en la terminal de Cumanayagua. Como yo no sabía si la guarandinga nos estaba esperando o se había ido, le empecé a decir al chofer de la guagua que existía la posibilidad de que él tuviera que ir a buscarnos a San Blas, un pobladito hasta donde último podía llegar una guagua como la suya, antes de que las grandes pendientes de la carretera le impidieran subir. Por suerte, el chofer no escuchó o no entendió esa parte de la conversación.

En un desenfreno por llegar a la cima, fuimos girando a la derecha, según nos llevaba el camino. Al fin el bosque se abrió y salimos a un claro donde se alzaba una antena. Algo más atrás se mostraba el edificio de la estación meteorológica del Pico San Juan, con la gran esfera blanca encima. Eran las 3:36 de la tarde. La difícil meta había sido alcanzada.

En el edificio había dos trabajadores de Meteorología que nos acogieron bien, aunque nos alertaron de no coger mucha agua, porque no tenían en abundancia. Pero a un grupo de 63 personas que llevaba un montón de horas sin reabastecerse, es difícil ponerle límite. Solo les alerté de no coger para tirársela por arriba y enjuagarse.

Matada la sed, la gente disfrutó de la que tal vez sea la vista más hermosa que se puede tener desde una cima en Cuba por ofrecer una amplitud de 360 grados sobre todo el Escambray, y más allá. El despejado cielo de la tarde ayudaba a nuestro disfrute. A la par, vinieron las fotos, ya fueran individuales, por grupitos o de todo el grupo. Tras las fotos colectivas, insté a la gente a que fuera saliendo carretera abajo para coger la guarandinga.

Yo partí casi al final y, cuando iba llegando al edificio en ruinas que antes fuera una unidad militar, escuché el pitazo de un carro. ¡No podía ser otra que la guarandinga! Y efectivamente, el chofer, al ver que no aparecíamos en la carretera de abajo, empezó a subir y, en el ascenso, fue recogiendo gente. La pelea del transporte también estaba ganada. Se había dado un milagro.

De ahí en adelante, todo anduvo bien sobre ruedas, en la guarandinga a Cumanayagua y en la guagua a La Habana, quedándose por el camino los villaclareños y los cienfuegueros.

A las 11 menos 10 de la noche la guagua se detuvo en un costado de la terminal de ómnibus de La Habana. Vinieron entonces las despedidas y la partida de cada uno por su rumbo para llegar a la casa, quitarnos el churre, matarnos el hambre y entregarnos al sueño. Una intensa guerrilla concluía.

Detrás quedaban 32 horas de andar vagando por uno de los montes más intrincados de Cuba, desde que salimos de la casa de Chávez hasta que llegamos a la cima del San Juan; quedaba la noche perdidos a la intemperie entre farallones; quedaba la recia trepada y el peligroso bordeo de un farallón; y quedaban las inesperadas vivencias para los novatos. Tras la pandemia, el Movimiento Cubano de Excursionismo volvía a los montes, ¡y qué montes!

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