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Navegando en balsas por el Toa (1)

Miguel Alfonso Sandelis
20 septiembre 2025 | 0 |

El río Toa debe su nombre a un vocablo aborigen que significa “rana”. Es el más caudaloso de Cuba y el segundo de mayor extensión, con 130 kilómetros de largo desde que nace en Yateras hasta que desemboca al noroeste de la ciudad de Baracoa. Entre los 71 afluentes que le entregan sus aguas, los ríos Jaguaní, Quibiján y Naranjo, y el arroyo Mal Nombre, son los más connotados.

Tres municipios guantanameros acogen al Toa: Yateras, San Antonio del Sur y Baracoa, aunque su mayor afluente, el Jaguaní, nace en el holguinero municipio de Moa. En su amplia cuenca de 1060 kilómetros cuadrados se halla la más rica biodiversidad de todas las Antillas y llueve como en ningún otro lugar de nuestro archipiélago, llegando a alcanzar en algunos puntos los 4000 milímetros anuales. En su entorno pueden encontrarse los parajes más selváticos de Cuba, con gigantescos árboles y abundancia de plantas espinosas y urticantes.

El cauce del río Toa es bastante accidentado. La mayor caída de agua es el Gran Salto del Toa, con 14 metros de altura, siendo también connotados los saltos de Los Calderones, El Jíbaro y Hatuey. El tramo más accidentado comienza en el lugar llamado “Totenemos” (debe su nombre a que en el lugar radicó un palenque donde los cimarrones tenían de “to”) y concluye en el Gran Salto, aunque los últimos tres saltos mencionados se encuentran antes de este tramo. Pasando el Gran Salto, disminuye la fuerza de los saltos y rápidos, hasta su desembocadura.

De Bernardo de Yateras a arroyo Mal Nombre, el ancho medio del río ronda entre los 8 y 15 metros. Desde este sitio hasta Boca del Jaguaní suele alcanzar los 20 metros y a partir del encuentro con su mayor afluente rebasa los 30 metros y más.

En su cauce es notable la existencia de grandes rocas grises de origen volcánico y en las arenas de sus playas se pueden encontrar piedras de variados colores. La vegetación que lo circunda es notablemente exuberante, exótica y con mucho endemismo, abundando los árboles maderables de gran tamaño. Se distinguen las pomarrosas, las yagrumas y los copeyes. En algunos lugares resaltan los jobos, las palmas reales, las cañas bravas, los plátanos y los cocoteros, siendo estos últimos más abundantes en los últimos kilómetros del río antes de la desembocadura. Sus paisajes son embellecidos por las lianas de diferentes tipos y por la flor de la mariposa. En zonas altas se pueden apreciar los helechos arborescentes.

Entre los peces que habitan sus aguas ya han sido vistos ejemplares de clarias. También pueden verse langostinos y peces de pequeño tamaño. Los tábanos y los mosquitos acosan en algunas zonas más que en otras, pero solo de día.

En las zonas altas del río existen poblados dispersos, resaltando Bernardo de Yateras y, cerca de este, Tribilín. Posteriormente se hallan algunas casas dispersas en Vega del Toro, donde se levanta un gran puente, y en el Cocotal de los Wilson.

Siguiendo el cauce en descenso, se llega a Totenemos, donde se encuentran los restos de un secadero de café con una abandonada despulpadora. A partir de ese lugar, las zonas aledañas al cauce del río están deshabitadas hasta Boca del Jaguaní. A partir de allí se hace más frecuente la presencia de asentamientos humanos.

El mes más lluvioso del año es noviembre, por lo que no se aconseja realizar excursiones en ese período. Las intensas lluvias que caen en su amplia cuenca suelen provocar grandes y súbitas crecidas, llevando el peligro a quienes se hallan en su cauce. Por su extensión, puede llover fuertemente en sus cabezadas sin que sea notado en zonas más abajo, y en esos casos, suelen producirse crecidas sorpresivas aguas abajo.

En su desembocadura el Toa forma una duna de varios cientos de metros, llamada tibaracón, la cual está interrumpida en su extremo occidental por un estrecho y corto canal que facilita la salida al mar del agua del río.

El cauce del río Toa se puede recorrer a pie o navegando. Al recorrerlo a pie, es preferible hacerlo por los caminos que existen paralelos al cauce. Pero es importante llevar medios para orientarse, pues algunos caminos se alejan del río. La navegación se puede realizar con balsas playeras, preferiblemente protegidas por forros, para reducir las posibilidades de ponches.

El río Toa surca la serranía conocida como las “Cuchillas del Toa”, que debe su nombre a las inclinadas laderas que muestran las elevaciones que conforman esta zona montañosa. Las Cuchillas, a su vez, forman parte del macizo montañoso Nipe-Sagua-Baracoa, el segundo más importante del país.

Para llegar al Toa existen varias vías. Desde la llamada Rotonda del Pedagógico en la ciudad de Guantánamo parte una carretera que pasa por los poblados de Felicidad de Yateras y Palenque, y termina entroncando con la Vía Mulata, a la entrada del poblado de Bernardo de Yateras, justo donde hay un puente sobre el río.

Otra vía para acceder desde el sur es a través del poblado de San Antonio del Sur. Allí nace una carretera que llega hasta el pueblo de Puriales de Caujerí y desde este sigue otra vía que entronca con la Vía Mulata, la que se debe coger a la izquierda hasta el puente de Vega del Toro.

Por el norte, se debe buscar la carretera Moa-Baracoa. A seis kilómetros de Baracoa, muy cerca del puente sobre el Toa, parte un terraplén que se extiende paralelo al río. Al Toa también se puede acceder a través del río Jaguaní, después de recorrer el cauce de este último desde el moense poblado de La Melba.

La idea de ir al Toa

Unos pocos meses después de que Mal Nombre –aún sin nombre- se constituyera el primero de enero de 1988, con su primera actividad en la cueva de La Pluma, tuve una conversación con Roberto, un estudiante de quinto año de la facultad de Civil en la CUJAE, quien me habló de una navegación que había hecho en balsas por el Toa, el río más caudaloso de Cuba.

Aquello me pareció una aventura excitante y le pedí que me diera pormenores. Alexis y yo acabábamos de venir del Pico Turquino con gente de nuestra graduación y ya pensábamos en organizar una excursión en las vacaciones, con la gente que fue a cueva de La Pluma e incluíamos el Turquino en la excursión. Se me ocurrió sumar al Toa en la guerrilla, después de bajar de la Sierra.

Un libro que me prestó Manssur, me permitió conocer más del Toa. Este fue escrito por un sueco, y describía una expedición que hizo aquel hombre por el río, en compañía de varios cubanos, trasladándose todos en unas grandes balsas inflables.

La casa de la puerca

Sábado 6 de agosto de 1988

Luego de un viaje de unas tres horas en guarandinga, 11 malnombristas llegamos por primera vez al poblado montañoso de Bernardo de Yateras, un Macondo cubano. Días atrás, en un grupo mayor (29) habíamos subido el Turquino y hecho una estancia en la ciudad de Santiago de Cuba. Estábamos en la primera guerrilla de verano de Mal Nombre.

Un tramo de caminata por la Vía Mulata y otro por caminos de monte, nos llevaron hasta la misma orilla del Toa en busca de Totenemos, rodeados de una jungla que jamás habían visto nuestros ojos. Bordeando ya la orilla, entre unas cañitas, vimos un trillo que moría en el río, pero tenía continuidad en la orilla opuesta. Como no hallábamos claro el camino que continuaba por la orilla en la que estábamos, Moné insistió en cruzar la corriente. Yo no estaba muy conforme con la idea de cruzar, pero al ser tan claro el camino del otro lado, cedí a la presión de Moné.

Cruzamos sin problemas y continuamos del otro lado, avanzando en la dirección de la corriente. A unas pocas decenas de metros del cruce, nos topamos con un bohío, pero no había nadie por los alrededores que nos confirmara la ruta, solo una enorme puerca, que no podría sacarme de la duda que tenía sobre si era acertada o no la decisión de cruzar el río.

El camino continuaba más allá del bohío y lo seguimos. Comenzamos a subir y a subir, mientras el trillo se estrechaba. Ya a una buena altura, el camino se acabó y comprendimos entonces que nos habíamos desviado del camino verdadero. Con la tarde muriendo, iniciamos el descenso en retroceso para vovler a “la casa de la puerca”, con la decisión de acampar allí esa noche.

Ya oscureciendo, sacamos algunas provisiones enlatadas, preparamos la comida y logramos matar el hambre de la jornada. Con la noche avanzando, inflamos las balsas y nos tiramos a dormir.

Domingo 7 de agosto de 1988

De madrugada, la enorme puerca demostró que aquella era su casa y nosotros unos intrusos, dándole una mordida al Chardo en una oreja. Este pegó un buen susto y espantó a la puerca de los alrededores para seguir durmiendo.

Al amanecer, me levanté y fui al río. Crucé la fría corriente, y, ya del otro lado, rastreando entre las cañitas, hallé el camino que continuaba bordeando el cauce. Seguro ya de la ruta a seguir por la tropa para llegar a Totenemos, regresé a “la casa de la puerca”. Desayunamos, recogimos y partimos, dejando en su casa a nuestra porcina anfitriona.

El primer rápido

Un rápido con fuerza media había frente a nosotros en Totenemos, que serviría de entrenamiento. Inflé mi balsa, la puse en el agua, me subí sobre ella y me acerqué al rápido. Todas las miradas se me posaron con preocupación, pues ninguno del grupo sabía qué rayos pasaba cuando uno se tiraba sobre una balsa por un rápido. Demoré unos segundos braceando contra la corriente para mantenerme en el lugar, hasta que al fin me acosté en la balsa y me dejé llevar, presintiendo cierta tensión en el ambiente.

Al llegar al borde del rápido, agarré fuerte la balsa y entonces descendí sobre ella sin la más mínima dificultad, constituyendo el acto la primera ocasión en toda la historia de Mal Nombre en que un miembro del grupo se lanzaba por un rápido. ¡Qué íbamos a imaginar que aquel rápido era un enano comparado con los que veríamos al día siguiente!

La yagruma no se “funde”

Mi hermano y el Chocky tenían la idea de hacer balsas rústicas con madera de la zona. Un guajiro, que supo de sus intenciones, les dijo que la mejor madera para hacer balsas era la yagruma, pues su tronco no se “funde”. Después de un rato intentando descifrar lo que les quiso decir el hombre, ambos cayeron en cuenta que para el guajiro “fundir” quería decir “hundir”. Pero el hombre estaba equivocado. El Chocky y mi hermano encontraron un tronco de yagruma, lo tiraron al agua y este se “fundió” a una velocidad que no dejaba margen a la duda.

La primera jornada de navegación

Lunes 8 de agosto de 1988

El amanecer en Totenemos traía un alba histórica para el grupo. Era la primera jornada de navegación y nada más y nada menos que sería el tramo más accidentado del Toa, el que hemos dado en llamar “Las Cuchillas”, a partir del nombre que tiene toda esa zona del río.

En las posteriores navegaciones del Toa hemos aprendido cuáles rápidos pueden ser pasados y cuáles no, a partir de las diferentes vivencias tenidas. Pero aquel día estábamos en blanco; solo teníamos la noción de que el tramo era complicado y que este tendría como colofón el Gran Salto del Toa, de unos 14 metros de altura. Las vivencias comenzaríamos a acumularlas a partir de ese día.

Desayunamos y bajamos al río: Inflamos las balsas y amarramos por primera vez las mochilas a ellas. Con todo listo, a eso de las nueve de la mañana, en un día despejado de nubes, iniciamos la navegación. Yo iba adelante, dispuesto a servir de carne de cañón para lo que vendría.

Bien pronto el río nos mostró su rigor en unos rápidos que superaban ampliamente a aquel de Totenemos. Comenzaron entonces los éxitos y las caídas al bajar por los chorreros. Pronto la novia de Héctor Luis mostró sus cualidades histriónicas, pues sus gritos al bajar los rápidos atormentaban a cualquiera. Las otras dos féminas, Déborah y Massiel, no lucían para nada alarmadas. Yo comencé a habituarme a bajar los rápidos sentado como a caballo, con la mochila amarrada delante, mientras que el Chocky apelaba a pasarlos acostado, con la mochila detrás. Mi hermano alternaba los tipos de navegación. El resto tendía más al estilo del Chocky, pero con la mochila delante.

Rayando el mediodía, llegamos al tramo más complicado, lo que ahora le llamamos “Las Cuchillas”. El primer chorrero, bastante largo, por cierto, lo bajé con la ingenuidad de quien no conoce, y llegué ni sé cómo. Los demás se aconsejaron y prefirieron tirar las balsas. Tras pasar una gran “Ele” formada por farallones, todos volvimos a las balsas, pero solo por unos metros, pues un salto de unos dos metros de caída nos impidió continuar navegando. Tiramos las balsas y las recogimos más abajo.

Al mirar a los lados, el paisaje nos sobrecogía. Enormes farallones se alzaban en las dos orillas, con un tono gris intenso, nada común a los ojos de unos principiantes llegados de la ciudad. Por encima de las rocas, la exuberante vegetación teñía de un verde radiante el paisaje, colmándolo de curiosas lianas. Especímenes de copeyes, jagüeyes, yagrumas y otras variedades tropicales se apretujaban buscando su espacio vital. Atrapados entre saltos de agua, sentíamos sus rugidos que casi no nos permitían comunicarnos entre nosotros.

Sobrevino entonces una especie de canal, con un enorme farallón por la izquierda y otro algo menor, pero también pronunciado, a la diestra. Después el río giró a la izquierda y sentimos un fuerte chorro que descendía por la siniestra. Bernal y yo nos abalanzamos por allí y descendimos un intrépido chorrero hasta chocar contra una pequeña “Ele” de farallones, donde un remolino complicaba la salida por la derecha. Tras varios empujones y agarres, salimos de aquel rollo.

Más adelante, un salto de unos cuatro metros de altura nos obligó a coger la orilla de la derecha para sobrepasarlo. Llegando a ese lugar, Héctor Luis, cansado de los gritos de su novia, le quitó la mochila y la amarró a su balsa, llevando a partir de ese momento dos mochilas en su inflada embarcación.

Tiramos las balsas por el salto y las recogimos en una poceta que había al final. Seguimos la navegación por un canal custodiado por grandes farallones, con rápida corriente, y sobrevino un tramo de aguas tranquilas, pero teniéndose la tensión de la cercanía del Gran Salto del Toa. Una larga recta terminó en una curva a la derecha. Bajamos unos rápidos ligeros y seguimos a la expectativa. Bernal se me adelantó y sintió un fuerte ruido. Me alcé sobre la balsa y noté cómo el horizonte del río se me perdía. Hacia el frente, solo podía ver la nutrida vegetación y encima el cielo, pero nada de la superficie del río.

Nos arrimamos a la derecha y anclamos las balsas en un pequeño fanguizal. Caminando sobre las piedras, nos asomamos al borde de un abismo. Allí estaba el Gran Salto. El agua algo mansa, al llegar allí, confluía y se dividía en una “Y”, para luego volver a unirse en un gran chorro y caer con gran estruendo en una poceta. Inmensos farallones bordeaban al agua en su salida a otra poceta mayor.

Nos deleitamos un rato admirando aquella explosión de encanto natural. No era la altura solamente, pues saltos mayores ya habíamos visto. Era el gran caudal del Toa, que se estrechaba de súbito para abalanzarse ruidosamente, ante un mágico escenario de escandalosa flora. Eran las finas gotas surgidas del estruendo, formando arcos iris. Era la ruidosa soledad de aquel lugar tan bello.

Tras el éxtasis, desinflamos las balsas. Héctor Luis, su novia y Bernal cruzaron al otro lado del río antes del salto y comenzaron a descender por las piedras, mientras que los que nos quedamos en la orilla derecha hallamos un trillo algo perdido, sumergido en el monte. Los hombres que estábamos a la derecha aclaramos el trillo a machete, y, tras pasar el salto, descendimos por unas piedras hasta el río. El trío de la otra orilla se nos unió e inflamos las balsas.

Comenzó entonces a caer una lluvia fina. Preocupados por una crecida, subimos por las rocas. Habíamos oído hablar de las súbitas y peligrosas crecidas del Toa, por lo que decidimos esperar a que escampara. Desconocíamos entonces que el río no crece por una fina llovizna que a uno le caiga encima, sino porque llueva fuerte hacia la zona superior de la cuenca.

Al rato escampó. Inflamos las balsas, amarramos las mochilas y seguimos navegando. Pero el día seguía nublado y, tras avanzar unos cientos de metros, decidimos acampar en la orilla derecha, en un pequeño arenazo que había a cierta altura, entre unas piedras. Aunque eran menos de las tres de la tare, ya habíamos pasado el Gran Salto, que era la meta de la navegación para el día. El lugar no era muy amplio, pero como solo éramos once, cabíamos ajustados. Habíamos terminado nuestro primer día de navegación por el Toa.

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