Desde su privilegiada perspectiva en la Estación Espacial Internacional (ISS), los astronautas que han repetido misión en los últimos 15 años han sido testigos de un cambio radical en el aspecto de nuestro planeta por la noche. Las ciudades, que antes se veían como tenues manchas de color ámbar, ahora brillan con una intensa luz blanca azulada.
Este no es un cambio meramente estético, sino la huella visible de una de las transformaciones de infraestructura más rápidas y masivas de la historia reciente: el reemplazo global del alumbrado público de vapor de sodio por tecnología LED. ¿Le interesa el tema? Acompáñenos pues, en este recorrido por el mundo de la iluminación nocturna y sus consecuencias para la vida en la Tierra.
La tecnología detrás del cambio
El motivo de este cambio radical reside en la propia naturaleza de las tecnologías de iluminación.
- – Las viejas lámparas de vapor de sodio: especialmente las de baja presión, eran inherentemente monocromáticas. Emitían luz en una banda muy estrecha del espectro, lo que resultaba en ese característico y omnipresente tono amarillo-anaranjado que teñía nuestras calles durante décadas.
- – La revolución del LED blanco: el punto de inflexión lo supuso la invención del LED azul de alta eficiencia, un logro por el que Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura recibieron el Premio Nobel de Física en 2014. Al combinar este LED azul con un recubrimiento de fósforo, se pudo generar por fin una luz blanca brillante y asequible. Este diodo no solo es mucho más eficiente (hasta 200 lúmenes por vatio, frente a los 17 de una bombilla incandescente tradicional), sino que también ofrece un espectro de luz mucho más amplio, de ahí el cambio de color que percibimos.
Ejemplos de la transición
Este cambio no se ha limitado a unas pocas ciudades; es un fenómeno que ha redibujado el mapa nocturno de todo el planeta. La transición, impulsada por las regulaciones en favor de la eficiencia energética, ha sido extraordinariamente veloz.
A continuación, se muestra algunos ejemplos destacados de esta transformación a nivel global:
- – Los Ángeles (EE. UU.) Ciudad pionera; ordenó la sustitución de 140 mil farolas en 2009.
- – Milán (Italia) culminó su transición al LED en 2015, documentada por la ESA con fotos de astronautas.

- – Buenos Aires (Argentina) Modernizó su alumbrado con farolas LED inteligentes entre 2013 y 2016.
- – Nueva York (EE. UU.) Terminó de sustituir 500.000 bombillas en 2023.
- – India Lleva a cabo la sustitución más grande del mundo, con más de 13 millones de farolas LED instaladas.
- – Barcelona (España) Planea la telegestión total del alumbrado público para 2028.
El lado oscuro de la luz blanca: el problema de la contaminación lumínica
Como toda revolución tecnológica, la transición al LED tiene su lado malo. El hecho de que la luz sea más barata y eficiente ha tenido un efecto paradójico: en muchos lugares, no solo se han reemplazado las farolas antiguas, sino que se ha aumentado el número de puntos de luz o su intensidad. El resultado es que nuestro planeta es ahora más brillante por la noche, y es más difícil que nunca escapar de la contaminación lumínica.
El problema se ve agravado por la forma en que medimos este fenómeno. Los satélites que monitorizan la contaminación lumínica son parcialmente ciegos a la luz azul, lo que significa que el aumento real, especialmente el percibido por los seres humanos y la vida silvestre, es mucho mayor de lo que indican las cifras oficiales.
Para colmo, la luz azul es la que más interfiere con nuestro reloj biológico, pudiendo afectar a la calidad del sueño, y también desorienta a especies como las aves migratorias y las polillas.
El uso ineficiente y excesivo de la luz artificial durante la noche, actúa como un “velo luminoso” que se interpone entre nuestros ojos (y telescopios) y el cosmos. Sus efectos sobre la observación astronómica son profundos y multidimensionales, degradando uno de los patrimonios comunes más antiguos de la humanidad: el cielo estrellado.
El principal impacto es el “brillo del cielo” o skyglow. La luz artificial, especialmente la de espectro azul proveniente de las lámparas LED, es dispersada por las moléculas y partículas en la atmósfera (un fenómeno conocido como dispersión de Rayleigh). Esto crea un fondo luminoso permanente que:
- – Reduce drásticamente el contraste: Los objetos celestes más tenues, como nebulosas, galaxias lejanas y cúmulos estelares, se funden con el cielo brillante, volviéndose invisibles. Es como intentar observar las estrellas tenues durante el crepúsculo.
- – Limita la magnitud estelar límite observable: En una noche verdaderamente oscura, el ojo humano puede ver estrellas de hasta magnitud 6 o 7. En una ciudad con alta contaminación lumínica, este límite puede caer a la magnitud 3 o 4, reduciendo el número de estrellas visibles de varios miles a apenas unos cientos.
- – Inutiliza los observatorios profesionales: Los grandes observatorios astronómicos, que se construyeron en lugares remotos y elevados precisamente para evitar este problema, ven cómo el “skyglow” de ciudades en crecimiento a cientos de kilómetros de distancia degrada la calidad de sus datos y acorta la vida útil de sus instrumentos.
- – Astronomía de cielo profundo: La observación de galaxias lejanas, que son cruciales para entender la expansión del universo y la materia oscura, se ve seriamente comprometida. La luz que ha viajado millones de años luz es ahogada por la luz mal dirigida de una farola a unos metros de distancia.
- – La desaparición de la Vía Láctea: Para un tercio de la humanidad y el 80 por ciento de los norteamericanos y europeos, la Vía Láctea es invisible desde sus hogares debido al “skyglow”. Este espectáculo celestial, que inspiró mitologías, calendarios y avances científicos, se ha convertido en un recuerdo para la mayoría de los habitantes urbanos.
La escala de Bortle: Cuantificando la pérdida
El impacto se puede cuantificar con la Escala de Bortle, un sistema de nueve niveles que clasifica la oscuridad del cielo nocturno:
- – Clase 1 (Cielo excelentemente oscuro): La Vía Láctea proyecta sombras visibles. Se pueden observar galaxias a simple vista.
- – Clase 9 (Cielo de centro urbano): Solo las estrellas más brillantes y la Luna son visibles. El cielo tiene un tono blanquecino o anaranjado.

El paso de un cielo Clase 3 a un cielo Clase 6, algo común debido a la expansión urbana, representa la pérdida de la capacidad de ver la mayor parte del cielo profundo con telescopios de aficionado.
En Cuba, pese a la crisis energética imperante, el cielo está fuertemente contaminado. Las personas colocan sus lámparas LED apuntando hacia adelante, e incluso hacia arriba, con la equivocada idea de que así logran una mayor área iluminada. Incluso en las noches de apagón no se puede observar cielos oscuros, dado el número cada vez mayor de grupos electrógenos portátiles adquiridos por los ciudadanos y las malas prácticas en la iluminación de los exteriores de las viviendas.

El futuro debe inteligente y regulable
La solución no es volver al sodio, cuya eficiencia es muy inferior. El futuro pasa por una iluminación inteligente y responsable. Se estima que para 2030, en el primer mundo, casi una de cada cuatro farolas será “inteligente”. Estas farolas, al estar conectadas, pueden regular su intensidad según la hora, la presencia de peatones o el tráfico, detectar fallos en tiempo real y recopilar datos ambientales.
Esta telegestión permitirá aplicar una de las nuevas máximas de la iluminación: usar solo la luz necesaria, cuando y donde se necesita. En paralelo, se exploran soluciones para proteger la biodiversidad, como las farolas con luz roja que se están probando en ciudades nórdicas para no molestar a los murciélagos, o incluso la idea de utilizar bioluminiscencia como una forma orgánica de generar luz con un impacto ambiental mínimo.
Esta revolución de la luz, visible desde el espacio, es un poderoso recordatorio de cómo las decisiones humanas sobre tecnología e infraestructura alteran literalmente la faz de nuestro planeta, con una mezcla de beneficios tangibles y nuevos desafíos que debemos abordar con inteligencia.