La furia de las Cuchillas del Toa.
El amanecer post crecida
Jueves 7 de agosto del 2003
Comenzó a amanecer en el río Toa. Después de la súbita y feroz crecida, de la tarde anterior, el agua descendió a un nivel prácticamente igual que antes, pero su suciedad se mantenía. En la playita cercana al Salto de los Calderones, los malnombristas se mostraron remolones. El Chocky estimó en un metro y 20 centímetros la altura del nivel del agua con la crecida. Desayunaron y se les hizo lenta la recogida. Al mediodía comenzaron la navegación.
Más atrás me desperté con el alba dentro de la tienda de campaña, después de pasar una noche bastante incómoda por la apretazón. Salí de la tienda, bajé a la orilla, comprobé que el nivel del agua había bajado y crucé el río sin problemas, a la vista de los que despertaban en la playa. En la tienda de campaña los demás la desarmaron y cruzaron el río, para unirnos nuevamente los 15 malnombristas.
Un primer reencuentro
En la delantera, el septeto navegaba con mayor destreza y las tres muchachas que lo integraban mostraban morados a granel. A las 2:30, durante un alto para comer unos dulces, vieron a los lejos la silueta de un hombre que les hacía señas. De inmediato, le gritaron a coro la unión de varias malas palabras, que es una frase típica de Mal Nombre. Acto seguido el hombre les respondió con las siglas de la frase: LRM-LRP. Ya no había dudas, aquel era un malnombrista.
Cuando se acercó más, distinguieron a Frank con una facha que dejaba mucho que desear. Vistiendo casi harapos y con una barba rala y erizada, parecía llegado desde otro mundo. Vinieron los besos y los abrazos, y el recuento de Frank de lo vivido por nosotros y por él mismo. Con Frank en compañía, el septeto siguió avanzando y a las cuatro de la tarde llegaron los ocho a Totenemos. Allí terminarían la navegación del día y comenzarían una nueva espera de aquel grupo retrasado que no acaba de dar con ellos.

Una decisión importante, dos que parten de regreso y una niña poeta
Navegando en la tarde, vimos a dos hombres y a unos niños en la orilla derecha del río junto a una aguada. Saludamos a los hombres y Adrián le dio un poco de alcohol a uno que se mostraba muy hablador. Aprovechamos para armar un tiroteo de maní y tomar agua de la aguada.
El hablador nos dijo que desde allí seguía un camino bordeando el río hasta el Cocotal de los Wilson. Le propuse entonces a la tropa desinflar las balsas, guardarlas y seguir caminando para tratar de alcanzar a los otros malnombristas, porque por la información de un guajiro, ya tenía indicios de que el otro grupo navegaba más ágil. El otro hombre se prestó para servirnos de guía. Exprimimos un poco de ropa para que nos pesaran menos las mochilas y partimos a pie por la derecha del río.
Poco a poco se fueron creando dos grupitos. En el de atrás iba Natacha cojeando por un trastazo recibido en un rápido, y otros la acompañaban. Los de alante, ya sin guía, nos detuvimos también para reagruparnos. Al llegar Natacha, Adrián la cargó hasta detenerse frente al cocal. Entonces la volvió a cargar para cruzarla. Del otro lado del río saludamos a un hombre de edad avanzada.
Natacha, preocupada por el dolor, ya no quería seguir en el Toa; su mayor deseo era partir directo para La Habana. Su primo Joel se prestó para acompañarla. En la ladera de la montaña había unos bohíos y también por la ladera subía el camino que entronca con la Vía Mulata en Paulino. Adrián cargó un tramo a Natacha ladera arriba, después yo lo relevé, y terminó Natacha sobre Joel, hasta llevarla a una de las casas.
Allí hablé con una mujer; le expliqué lo que le había pasado a Natacha, su deseo de no seguir en la excursión, le pedí que dejaran quedarse en la casa a ella y a Joel y que al día siguiente llevaran a Natacha en mulo hasta Bernardo. En plena conversación, llegó el marido de la mujer, quien accedió a mi pedido.
Nos llamó la atención una adolescente que estaba escribiendo poesías sobre una mesa. En aquel lugar tan apartado del poblado más cercano, una muchachita escribía poesías, amparada en toda la educación recibida gracias a la Revolución.
Antes de irnos, pregunté si habían visto pasar a Frank por allí, dando una descripción física suya. Pero no lo habían visto, lo cual era motivo de preocupación nuestra. ¿Hacia dónde habría ido? ¿Le habría pasado algo? Con tales dudas nos despedimos de aquella hospitalaria gente. La despedida de Joel y de Natacha fue sentida. Llevábamos más de una semana compartiendo juntos y nos separábamos ya por aquel imponderable.
Odisea nocturna
Quedábamos 13 en el grupo, eran las 7:15 y pronto comenzaría a oscurecer andando por un camino de monte, bajo una alta vegetación, con laderas bastante inclinadas y solo teníamos una linternita, que apenas alumbraba. De todo eso yo estaba consciente, y del gran reto que ello significaba. Pero no veía otra alternativa para encontrarnos con el otro grupo. Me abocaba a una de las ocasiones en la historia de Mal Nombre en que ponía al grupo en una situación difícil para lograr un objetivo. Pero la suerte estaba echada.
Comenzamos a andar por el camino, bordeando el río. Una senda ancha me confundió y subimos un trecho, pero al llegar a un sembrado, comprendimos que habíamos dejado atrás la vía correcta. Bajamos hasta volver al camino. Seguimos por un tramo llano, hasta que el camino comenzó a subir y la noche a invadirlo todo.
Unos cientos de metros más adelante ya estábamos casi a ciegas. Aunque había buena luna, el cielo estaba nublado y la elevada y tupida vegetación apenas nos dejaba llegar su resplandor. El camino comenzó a faldear, quedándonos a la derecha violentos descensos. Me dieron la linternita para que la llevara delante, pero la apagué porque solo alumbraba mis pasos. Los tropezones con las piedras del camino eran frecuentas. Avanzábamos con tensión, preocupados por no caernos por la derecha.
A cada rato se dividía la tropa, quedándose un grupito retrasado, y entonces los de alante lo esperábamos. En aquellas condiciones, el paso era muy lento. Para colmar las agravantes, teníamos un hambre endemoniada, pues en el día habíamos navegado, caminado, cargado y no habíamos comido. A pesar de aquellas severas circunstancias y de que el final de la jornada era bastante incierto, la moral del grupo se mantenía firme y ni siquiera las dos niñas se quejaban.
La Estrella malnombrista
Cuando un grupo malnombrista está esperando un transporte, alguien suele decir una frase que ya se ha vuelto una tradición: “Ahorita aparece La Estrella”. Con el tiempo y las excursiones, La Estrella malnombrista ha ampliado sus funciones para “tirarnos un cabo” en otras situaciones complicadas que se nos presentan en las guerrillas. Volvamos entonces a la historia que nos compete
Cuando eran cerca de las diez de la noche llegamos a un entronque del camino y, casi sin ver, seguí erróneamente el trillo de la izquierda, que ascendía. Ese ha sido uno de los mejores errores que he cometido en Mal Nombre. Avanzando unas decenas de metros más, se produjo lo que un religioso diría con certeza que fue un milagro, y los malnombristas, que fue La Estrella del grupo. Ante nuestra vista se apareció un bohío; ¡sí, un mismísimo bohío en aquel lugar fantasmal!, con sus paredes de tablas, su techo de guano y un resplandor tan sencillo como prodigioso para los 13 malnombristas.
Al escuchar nuestros pasos, un guajiro se asomó. Me le acerqué y le pedí en el tono más humilde, que nos dejara pasar la noche allí. Pero como era lógico en aquellas circunstancias, el hombre se mostró receloso, como con dudas. ¡Cómo no estarlo, si en aquella hora de la noche, en tan intrincado monte y a tan respetable altura, se le vino a aparecer un grupo de gentes llegados de no se sabía dónde ni con qué intenciones, con una facha que daba mucho que hablar!
Comprendiendo al hombre, me empleé a fondo para quitarle cualquier tipo de preocupación. Le dije quiénes éramos, de dónde veníamos, a donde íbamos y le detallé que en el grupo había dos niñas, además de algunas muchachas. De inmediato la expresión del guajiro cambió y se nos “hizo la luz” en todo sentido. Toda la hospitalidad que es capaz de brindar un guajiro cubano, se derramó sobre nosotros.
El bohío tenía tres cuartos con piso de tierra. A la derecha estaba la cocina, y después de esta, un corral de puercos techado. De un caño rústico bajaba un chorrito de agua que caía sobre un tanque ubicado al lado de la cocina. El hombre se llamaba Pablo Monje; su mujer salió también a recibirnos. Por esos días tenían de visita en la casa a dos nietecitos: una hembra y un varón, además de un anciano amigo.

Les pregunté por Frank y me dijeron que lo habían visto pasar rumbo a Totenemos, con una apariencia nada halagüeña. El guajiro también vio al otro grupo navegando. Les pregunté si los habían visto navegar el día anterior y me aclararon que habían pasado ese mismo día. Como conclusión sacamos que, si bien navegaron ágiles el primer día, en las otras dos jornadas se retrasaron bastante. Es decir, debían estar acampados en Totenemos y la variante para alcanzarlos era partir bien temprano al día siguiente.
Un café puro de las montañas, ofrecido por nuestros anfitriones, fue recibido con un gran embullo y nos supo a gloria. La mujer se dispuso a cocinarnos arroz en un gran caldero que tenía. Le dimos el arroz crudo y también un pomito de aceite, que vertió completo en el caldero. Con mi ayuda y la de Adrián, quien después se fue a darle “papaterapia” a Patricia, aquella mujer hizo el arroz más rico de nuestras vidas, ayudado por sus grandes dotes de cocinera, el extra que le puso el aceite y la tremenda hambre que teníamos.

El niño me llevó hasta una mata de naranjas agrias, me trepé en ella y tumbé unas cuantas con las que hicimos un refresco. La niña ayudó también en la cocina. El “manjar” se completó con carne en salsa. Tiroteamos todo y al final nos quedamos Yaser, Alejandro, Rabih y yo tragando arroz hasta repletarnos.
Con el hambre liquidada, nos dispusimos a dormir. Patry, Cecilia y Katy cayeron en una cama que gentilmente nos ofrecieron. El resto nos tiramos por el suelo en dos de los cuartos, no sin antes tender alguna ropa por las paredes. Así terminaba una noche que empezó con muy malos augurios y acabó de la mejor manera posible, gracias a la suerte y a la hospitalidad de aquella humilde gente.
Al fin un solo grupo
Viernes 8 de agosto del 2003
En Totenemos, el Chocky pasó una noche intranquila. Dos veces nos habían robado en aquel lugar y el flaco desconfiaba. Varios ratones traviesos y algún que otro ruido contribuyeron a su desvelo. Para colmo, en plena madrugada le cayó algo en la cabeza y, aunque prendió su linterna, no logró saber qué era.
A menos de dos kilómetros de distancia, los otros 13 malnombristas pasamos la noche con algún frío, sobre todo los que dormimos en el suelo. Al amanecer nos despertamos, recogimos, nos tomamos un rico café hecho por la mujer de la casa, nos tiramos una foto con nuestros anfitriones y le tiramos otra a Pablo Monje echándole palmiche a los puercos.
A las 7:10 partimos loma abajo con la compañía del guajiro, quien nos servía de guía. Pablo Monje nos llevó cortando camino hasta llegar a un entronque aledaño al río. Con cuidado cruzamos la corriente, que estaba sucia y fría. Del otro lado continuaba un camino bastante ancho, que, más adelante se estrechó en una subida por la derecha. Ascendimos hasta el tope y, al bajar, caímos en la despulpadora de café de Totenemos.
Dando unos pasos más, llegamos frente a la nave y allí se produjo el encuentro tan anhelado desde nuestra llegada al Toa. Los llegados parecíamos unos andrajosos; los que allí durmieron vestían ropas más presentables. Los besos y abrazos fueron el colofón de una alegría que se desbordó en el mismo momento de vernos. A partir de allí seríamos un solo grupo, unido, como siempre lo ha sido Mal Nombre. Saludé también a los habaneros que había conocido en Bernardo. Luego vinieron los cuentos de cada grupo malnombrista.
Eduardo es atacado
En medio de las Cuchillas del Toa, después de una trabazón de las balsas de Adrián y mía, varios cargaron las suyas con las mochilas amarradas y comenzaron a avanzar sobre los grandes farallones que colmaban la orilla derecha del río. Eduardo se adelantó y se arrimó más al monte en la altura, sin prever que un peligro le acechaba. Sin darse cuenta, se encimó a un avispero y este se alborotó, atacándolo con furia. Al recibir las primeras picadas, salió Eduardo disparado, pero no pudo evitar las 34 picadas que le recetaron las avispas entre un brazo y la espalda. Al poco rato ya tenía el brazo hinchado.
Yaser está serio
A la salida del canal de farallones, Eduardo agrupaba tranquilamente un grupo de balsas, cuando el viento cambió de repente su dirección. Sus dos brazos no pudieron abarcarlas a todas y se le fueron la de Cecilia y las camaritas de Yaser y mía, todas con las mochilas amarradas.
El grueso del piquete continuó su trayecto por la ladera, descendimos al río y tiramos al agua las balsas que estaban en nuestro poder. Algunos se montaron en las balsas, otros se agarraron de ellas y otros partimos a nado. Cruzamos el canal y llegamos a la playita donde Eduardo había agrupado las balsas que se habían ido a la delantera.
Cuando la mayoría llegó al lugar, Yaser, Adrián y Frank estaban adelantados buscando la balsa y las dos cámaras que se habían ido por la corriente. Teniendo en contra el rugido del rápido de la operación “Mochila Rivers del año 91, que sonaba fuerte algo adelante, por la izquierda, le grité a Frank para decidir qué hacer, si seguir avanzando o hacer la acampada en la playita donde estábamos parados.
Finalmente decidimos acampar allí mismo, entre las dos grandes secuencias de saltos y rápidos de las Cuchillas del Toa, en uno de los lugares más intrincados de la geografía cubana. Ya pasaban la seis de la tarde y para llegar al Gran Salto del Toa nos quedaba primeramente el salto mayor de las secuencias. Regresó el trío de adelantados. Yaser llegó con mi camarita y mi mochila bien atadas, pero no encontró ni su mochila ni la de Cecilia y se le vía bastante serio.
En aquel estrecho lugar la gente comenzó a buscar un lugar para dormir. Siete plantaron en un lugar con buena altura, por si bajaba otra crecida. Yaser se subió a una enorme piedra, algo plana en su superficie, y decidió acampar allí solo y acongojado por su pérdida; como no tenía sus pertenencias, le prestaron una sábana y un short para pasar la noche. Eduardo se tomó una tableta de benadrilina, pues tenía el brazo hinchado y algo adormecido, debido a las picadas de las avispas. A pesar de su problema, no se quejaba y su labor agrupando las balsas fue encomiable.
En aquellas circunstancias extremas había que cocinar, pues el hambre también era extrema. Haríamos espaguetis y Adrián sería el cocinero. Para levantar la candela, el Chocky y yo entablamos una competencia, él con una cocinita y yo con leña; la leña la buscamos los hombres por los alrededores. Finalmente fue mi candela la que permitió cocinar los espaguetis; el Chocky se defendió diciendo que su cocinita no tenía una gran candela, pero era conveniente cuando la leña estaba mojada. No obstante, el flaco no se pudo librar del buen “cuero” que le di.
Sobre unas piedras grandes colocamos los calderos y los espaguetis estuvieron cocinados con prontitud, a pesar de las condiciones en las que estábamos. De la mano de Adrián, los espaguetis quedaron sabrosos; él también preparó una fogata para la noche, que ya se nos venía encima. Tras la voz de “tiroteo”, la pandilla recogió su cuota y tragó, aunque la cantidad no dio para que nos repletáramos. Con la llegada de la noche, prendió Adrián la fogata. No obstante, la gente no duró mucho tiempo despierta, pues el cansancio de la jornada era el mayo somnífero que podíamos tener.
De este modo, 21 malnombristas quedamos rendidos en el corazón mismo de las Cuchillas del Toa, a escasos metros de los rugidos de intrépidos saltos. Las laderas colmadas de farallones contribuían con creces a exaltar la majestuosidad de tan insólito escenario para una acampada.
Yaser está contento
Sábado 9 de agosto del 2003
Una lluvia asustadora cayó de madrugada y logró elevar tensiones en algunos. Pero no duró mucho. Al amanecer, Yaser salió a buscar su cámara con la mochila. Mientras, preparamos el desayuno a base de leche con chocolate, tostadas y C-4 (así le decíamos al dulce de guayaba, por su textura parecida al explosivo). Repartimos el desayuno y yo guardé el de Yaser.
Partimos por la orilla derecha del río, sin inflar las balsas, pues bien cerca estaba el salto mayor de las secuencias de las Cuchillas. Dejamos por la otra orilla el salto de Mochila Rivers y llegamos al salto final. Bajamos por los farallones hasta cerca del agua, sonándonos a nuestra derecha el rugido del salto de unos cinco metros de altura. Inflamos las balsas, aunque algunos prefirieron irse cogiendo “botella” en otras balsas, pues algo cerca estaba el Gran Salto, el cual pasaríamos con las balsas desinfladas.

Tiramos las balsas al agua y nos tiramos después para comenzar la navegación del día. El tramo que seguía era tranquilo y algo recto. Me fui delante y, al doblar una curva, vi a Yaser con una cara feliz, pues había encontrado la cámara con la mochila. Le di su desayuno y su felicidad se incrementó.
El rápido del Chardo, es decir, de Yara
Llegué en la delantera al “rápido del Chardo”, donde el río baja en un chorrero y luego gira bruscamente a la izquierda, teniendo una pared de farallones a la derecha. Me lancé y perdí la balsa en la curva, pero nadie me vio y de inmediato me aposté sobre unas piedras en una playa de la izquierda para coger buena “platea”. Liudmila llegó detrás, se lanzó y se las vio “feas”, al rodar por el rápido. Detrás Yaneli bajó sin ningún problema. Luego el Chocky se revolcó con su balsa y un remo que llevaba, y se quedó conmigo a coger platea. Bajó Lorenzo con su balsa Princesa y se aferró a ella sin soltarla en ningún momento.
Con la platea colmada, se acercó Yara al rápido. Se lanzó Yaramis y bajó bien el primer tramo, pero en la curva una piedra la revolcó y continuó bajando el rápido debajo de su balsa, reconociendo su espalda las piedras del rápido en el resto del trayecto. Terminó Yara el rápido sin haber sufrido ningún golpe serio, tras pasar algunos segundos debajo del agua. Como conclusión, el lugar fue rebautizado con el nombre de “Rápido de Yara”.
Domingo 10 de agosto del 2003
La madruga estuvo movida por la cantidad de gente “parando el camión” (así le llamábamos al acto de “dar del cuerpo”, por una experiencia que tuve encima de un camión al inicio de la guerrilla). Al parecer, la exuberancia de la comida hizo sus estragos. Al amanecer, los alrededores de la playa eran “campo minado”.
Después del desayuno di un tiempo para que la ropa se secara. La idea que tenía era caminar bordeando el río hasta hallar un camino que nos adelantara hasta Mal Nombre, para luego seguir en busca de la loma de La Patata. Es decir, la navegación había terminado. Como había que caminar, era mejor cargar la ropa seca para que pesara menos. Pensé que encontrando el camino podíamos subir La Patata en el día. Pero pensé mal.
El Mal del Toa
A las diez di la arrancada y comenzamos a andar por la orilla del río. Katy iba caminando con “la vida” por un dolor que sentía en las plantas de los pies; la expresión contrariada de su rostro era más que elocuente. En un cruce, la adolorida dio un traspiés y se cayó de bruces, dándose un golpe en la cabeza que le provocó un chichón.
Era la primera vez que aparecía en Mal Nombre un mal que después aquejó en otras navegaciones a buena parte del grupo. El problema surgía cuando, después de varios días de humedad, se empezaba a caminar sobre las piedras del río. La planta de los pies se enrojecía y el dolor se hacía insufrible. Para los malnombristas, era “el Mal del Toa”.
Muerde hasta el dedo
Poco después de rebasar un cocal conocido por los veteranos navegantes del Toa, hicimos un alto para tirotear el maní que nos quedaba. Las barras de maní en grano olían mal, por lo que decidimos comer solo el maní molido, del que quedaba muy poco.
Para que alcanzara para todos, experimenté una nueva forma de repartir: “muerde hasta el dedo”. La innovación consistía en coger la barra de maní con una mano y mostrar el trozo a comer por delante de mis dedos índice y pulgar, para que el malnombrista de turno mordiera el trozo saliente, quedando mi mano como límite de la mordida. Por supuesto, siempre hubo su gracioso que me mordió los dedos. Pero lo más importante es que el maní alcanzó para todos, haciendo valer la frase malnombrista: “En Mal Nombre todo alcanza y nada sobra”.
La guerrilla más estoica
Lunes 11 de agosto del 2003
Con el inicio de la subida de la loma de La Patata, dejábamos atrás al Toa, para concluir una navegación estoica, con crecida incluida. Faltaban aún la extensión del dolor de Katy en sus pies, subiendo y bajando la recia loma, el viaje en camión desde Quibiján hasta Baracoa y el tortuoso regreso en botella hasta La Habana, para concluir así la guerrilla más larga (19 días y medio) y esforzada en toda la historia de Mal Nombre.
