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Belém do Pará: “con una inmensa begonia en la solapa”

Iramis Alonso Porro
07 noviembre 2025 | 0 |

Si la muerte no hubiera ido a encontrarle hace unos pocos años a la también amazónica Manaos, seguramente hoy Thiago de Mello caminaría por las calles de Belém do Pará, la puerta del entrada a su Amazonas, a su “patria del agua”.

Mezclado entre las variopintas tonalidades y lenguas que desde hace unos días se arraciman en Belém, probablemente se sentaría, con su vocación de abrazo, al lado de un joven indígena o una activista por los derechos a la tierra y recordaría un fragmento de sus Estatutos del Hombre para hablarnos de ese mundo imaginado, socialmente más humano, en comunión con la naturaleza.

Puede decirse lo que se quiera de la logística, puede echarse trigo al debate de por qué se escogió esta ciudad “poco metropolitana” para celebrar la trigésima cumbre del clima, pero nadie puede desconocer que Belém es un símbolo. Hacer la COP30 allí es poner el foco donde nos duele: en la deforestación, en la pérdida de biodiversidad, el drama histórico del extractivismo, que no ha cesado.

En este rincón del mundo caluroso y húmedo, un poco parecido al nuestro, vale la pena perderse. Ahí están sus 47 islas, entre el latir de la selva acosada y la vigilia del mar. En este rincón del mundo, que es también “un espacio en disputa entre lo ancestral, lo ecológico, lo social y lo global”, se puede intentar la honestidad, saltar el ejercicio técnico y burocrático de infinitas negociaciones y entender que el mundo se nos acaba, que anda demasiado roto.

Una reunión no es nada, pero 30 reuniones después deberían bastar para detener la barbarie climática e intentar que en unos años podamos seguir llamando hogar a este planeta solitario. De lo que pase en Belém dependerá en buena parte que en el futuro cercano podamos sentir el placer de salir a caminar, con Thiago de Melo en la memoria y su “inmensa begonia en la solapa”.

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