Primer día de navegación hasta la playa de la crecida. Segundo día sin susto en el hueco. Tercer día hasta Totenemos, y comienzan las lluvias. Cadenetas en las Cuchillas con acampada lluviosa y apretada. Lluvias en la tarde-noche y amanecer con crecida. Cruces en crecidas, con sustos. Acampada dolorosa y lluviosa en Mal Nombre. Navegación de prisa y quejidos en la loma de La Patata. Hambre y tensiones en el regreso.
Lo más sublime del trópico cubano explota en contrastes en el río Toa. La playa de arenas firmes y chinas pelonas, y la escarpada y espinosa orilla. La verde ribera tapizada de mariposas en flor y las lianas colgando de gigantescos árboles. La mata de plátanos fongos y el algarrobo. El rítmico cantar del tocororo y el eterno murmullo de la corriente. El mosquito y el tábano.
El sol que enciende las rocas y las nubes oscuras, veloces e inacabables. La tarde apacible y la noche de aguacero interminable. La quietud de las limpias aguas y la turbulencia del agua terrosa con troncos de la súbita crecida. El espumoso rápido sobre piedras y el rugiente salto entre gigantescos farallones grises. El arroyo que le llega al cauce en ruidosa cascada y el manantial que lo nutre sutil. La soledad de kilómetros y kilómetros y el aparecido guajiro que te ofrece su mano sin recelo.
A ese controvertido paraíso natural llegamos los del grupo de excursionismo Mal Nombre por octava vez, luego de trotar sobre rieles y camiones, para navegar las inquietas aguas del río más caudaloso de Cuba y reencontrarnos con los orígenes de nuestro nombre: un recóndito lugar del propio Toa. Pero esta vez el caudal es mayor, y las lluvias por venir, también.
Miércoles 3 de agosto del 2022
A las 6:45 de la mañana arribamos los malnombristas al poblado de Bernardo de Yateras. Entre una fina llovizna, formamos el “tiroteo” del desayuno habitual en guerrillas a base de refresco, galletas con dulce de guayaba y churrupias. Ya en el río, forramos las balsas, las inflamos y les amarramos las mochilas. A las 9:40 comenzamos la navegación 23 malnombristas, incluyendo tres niños y una novata absoluta en guerrillas: Yisel. Marlon y Fernando van en la retaguardia equipados con ponches fríos, bage y bomba de aire.
La tranquilidad del Toa en el primer tramo de la mañana permite irse adaptando a los navegantes novatos, pero pasando el mediodía, llega el primer salto y los primeros desbarates de los guerrilleros. Rebasado el puente de Vega del Toro, un buen rápido le pone adrenalina a la navegación y de inmediato aparece un salto intratable, con anteriores historias del grupo que no aconsejan bajarlo sobre la balsa. Se activa entonces el engranaje colectivo: los hombres a pasar las balsas en cadeneta y las mujeres a la poceta posterior a recogerlas y agruparlas para que no se las lleve la corriente.

La meta del día, la playa de la gran crecida del río en el 2003, la alcanzamos a las siete cuando ya el sol no alumbra como para secar las cosas mojadas. Algunas galletas mal envueltas terminan sus días convertidas en una pasta amorfa, sin ser probadas. Se levantan las tiendas de campaña. Arroz, carne en salsa y refresco conforman el anhelado manjar de esa noche, elaborado por el grupo Uno de cocina al mando de Raine.
Jueves 4 de agosto del 2022
Amanezco con la inquietud de encontrar El Hueco, ese misterioso sitio del río donde varios malnombristas han pasado sus sustos. En el lugar, la corriente se bifurca y un brazo de agua se sumerge en un hueco, para salir después a la intemperie.
Doy el “de pie” a la seis y comienza lentamente el ajetreo en el campamento. Antes de la recogida, redistribuimos los bultos de comida para repartir la carga lo más equitativa posible.
Las once menos diez es una hora bastante tardía para comenzar a navegar, lo que pone en riesgo el cumplimiento de la meta del día, el Cocotal de los Wilson. Los ponches en las balsas comienzan a aflorar y hay que remendar las “embarcaciones”. Día semi-nublado. Retaguardias: Adrián y Manuel Aurelio.
Si ayer la pequeña Lucía navegó sola por aguas más tranquilas, ahora lo hará con la más pequeña Mariana en un bote plástico amarillo comandando por el incansable Hainer, papá de Mariana. Ibis y Marice, las dos madres, irán al alcance con ojos alertas. Samuel, con sus diez años, pero vasta experiencia guerrillera, seguirá solo en su balsa, con mamá Yanieyis a la par. Los tres niños llevan puestos cascos y salvavidas.

Una curva a la izquierda y otra a la derecha, nos ponen frente a una recta del río matizada por trances riesgosos: tres rápidos en forma de chorros de agua. En el primero algunos nos tiramos con buena suerte. Seguidamente busco infructuosamente el Hueco. En el segundo tiramos las balsas porque el chorro no aconseja otra cosa, no solo por nosotros, sino también por la integridad de las balsas. En el tercero nos lanzamos todos con favorable suerte, menos Daniela, quien se da un golpe en la cabeza y suelta unas lágrimas, pero no hay consecuencias. Llueve un rato, lo cual nos causa frío.
Viene el imponente salto del Jíbaro, un despeñadero de chorros sobre rocas, que termina en una amplia poceta custodiada por grandes farallones. Si en la navegación del año 96 yo no hubiera recibido un fuerte impacto en la espalda y si a Hery no se le hubiese reventado ruidosamente la balsa, tal vez algunos nos hubiéramos arriesgado a tirarnos. Pero las experiencias son para tenerlas en cuenta, y decidimos formar la cadeneta. Ya del otro lado, en una breve playa, el maní del mediodía. Después, un tramo “tranquilo”, con la tarde avanzando peligrosamente y la flotilla estirada a lo largo del río.
A las siete menos diez decidimos parar a las puertas del peligroso salto de Hatuey, uno de los dos sitios donde más peligro ha corrido mi vida. Del otro lado del Salto, el Cocotal de los Wilson. En fin, que la meta del día ha sido casi alcanzada. Un bello arroyo en salto nos adorna la vista desde la otra orilla.
Noche tranquila con tiroteo de espaguetis y carne en salsa en el menú, hechos por el grupo Dos que comanda David. Unos cuantos ponches cogidos, para no desacostumbrar.
Viernes 5 de agosto del 2022
La meta del día está en el secadero de café de Totenemos, llamado así por ser un antiguo palenque de cimarrones. Recogida más rápida. Partimos a las diez menos diez, aunque Osmany G., el del Zoológico de 26, se retrasa cogiendo un ponche. Algunos tiramos las balsas por el salto de Hatuey, mientras que el otro Osmany y Claudia, cargan balsas y mochilas hasta una playita posterior. Gran parte del grupo sigue a la pareja.
Tramo tranquilo, hasta que llega el salto donde Barbón se dio un golpe en la quijada en el año 96. Hacemos cadeneta con las balsas y después tiroteamos el maní del mediodía. En el cielo las nubes se alternan con el sol.

Luego llega el segundo mayor salto del Toa, el de Los Calderones, donde el agua se despeña en una cascada de seis metros por un lado y en un chorro entre farallones por otro. Las mujeres van al fondo del majestuoso lugar para agrupar las balsas en una playa. Probamos a tirar una balsa con mochila y esta llega abajo “con vida”. Tiramos las demás. Poceta abajo, luego canal entre rocas y poceta final.
Sobreviene un tramo tranquilo, alargado, de dar muchas brazadas, hasta que aparece el arroyo de Totenemos para los que vamos en la vanguardia, cuando los relojes marcan las 5:30.
Poco a poco llegan los demás. Subimos al secadero y hacemos amistad con una familia campesina que vive en Puriales de Caujerí. De ellos recibimos la mano solidaria de la gente sencilla. Daniela se amarga porque se le mojó toda la ropa durante la navegación por no cerrar bien la tanqueta donde la guardaba.
Comienza a llover y a complicarle las cosas al grupo Tres de cocina, el que conduce Hainer. Llueve y escampa, llueve y escampa. Formamos el tiroteo pasadas las diez de la noche: arroz, carne en salsa, plátanos hervidos y refresco.
Sábado 6 de agosto del 2022
De madrugada sigue lloviendo a ratos. El de pie vuelvo a darlo a las seis, pero la recogida es lenta por la mojazón. Toca el día más accidentado de la guerrilla, el de las Cuchillas del Toa en todo su esplendor, el del Gran Salto del Toa como meta final, o mejor dicho, como anhelo, la posterior playa con la espectacular cascada al frente. Desayuno, despedida de nuestros amigos y descenso al río.
Parto a navegar a las diez y 25 para compulsar a la tropa, que aún no está del todo lista. David y el Grini son la retaguardia.
Primero, rápidos suaves; después, un salto con chorro donde algunos nos tiramos. Viene otro salto en un tramo de farallones donde soltamos las balsas, pero algunas se traban y tengo que lanzarme sobre una de ellas para sacarlas del embrollo. Más adelante hay un sitio accidentado, con poca agua en cada chorro, por lo que pasamos las balsas para que no se ponchen. Al final de este, tiroteo del maní.

Llegan los tramos más fuertes de las Cuchillas. Los hombres al principio y las mujeres al final de la primera secuencia de estruendosos rápidos. Osmany G. hace maravillas para destrabar balsas en el cauce. La bajada a la poza para agrupar las balsas es por gateo sobre una pared rocosa.
Llega un salto de dos metros, que se bordea a pie, pero al lanzar las balsas, se traba el bote de Hainer. Marlon pierde la mayor parte de su buena cuerda tratando de pescar el bote desde la otra orilla, pues se traba en el fondo. Falta que nos hará después. Hainer y Osmany G. logran destrabar el bote.
Escalada por la orilla derecha, con mucho cuidado sobre los niños. Luego cargamos balsas con mochilas para tirarnos en un rápido final de la primera secuencia. Canal con fuerte corriente entre gigantescos farallones.
Viene el cruento rápido de “Mochila Rivers”, anécdota del año 91, donde Barbón tuvo que cortar la soga que ataba a la mochila de la balsa de Whitney para rescatar a ambas. Como el final del rápido es en forma “de Ele”, se forma un torbellino que traba las balsas. Por eso evito el trance montando una cadeneta de hombres por la orilla opuesta. Al final, Grini y Rovic cargan las balsas con las mochilas y se las dan a las mujeres, que las reciben del otro lado.
Terminan las Cuchillas con el salto mayor, uno de cinco metros, con poceta y canal final entre farallones, con mucha corriente. El descenso a la poceta es tirándonos al agua por la derecha. Lanzamos las balsas por el salto y entre Adrián, Osmany G. y yo las “cazamos” en la poceta para llevarle una a cada navegante. Ha habido poco sol en el día y hace frío en el agua.
A punto de oscurecer, avanzamos cautelosos por el canal ante la cercanía del Gran Salto del Toa. Viene un rápido fuerte y evito bajarlo en la inminente oscuridad, al decidir acampar en una playa anterior que está a la derecha. Mientras se alzan las tiendas de campaña, comienza a llover. Los del grupo Uno hacemos puré de papas previsto para una ocasión lluviosa. El tiroteo del puré, la carne en salsa y el refresco está listo a las 10:15, casi sin sal.
Domingo 7 de agosto del 2022
Del de pie a las seis de la mañana, a la preparación y el tiroteo del desayuno, a la recogida, a la partida a las 8:40. Otro día semi-nublado. Dos rápidos fuertes y ya estamos ante el Gran Salto entre farallones, donde el caudal se abalanza en una poceta desde unos 14 metros de altura.
Marlon y Osmany G. tratan de abrir camino por la derecha, como en años anteriores, pero no hayan paso. Decidimos bajar por la ladera de la izquierda y hacemos cadeneta de balsas con mochilas y gateo de la gente hasta la gran poza que le sigue al Salto. Luego atravesamos la poceta.
Un buen chorro tienta al Grini, quien pierde su invicto sobre su balsa, cuando ya cantaba “victoria”. Otros más se tiran con mejor suerte. Seguimos hasta detenernos en el rápido de los cuatro nombres, dado su apelativo por los desbarates de cuatro malnombristas en años diferentes. Segunda caída del Grini, aunque esta vez cuando en su balsa lleva también la mochila de Rovic, quien anda ponchado. Pero lo más intenso ocurre con Anita, quien casi sin saber nadar, decide tirarse, pero mi mala interpretación de su intención la presiona para que se baje de la balsa de prisa. Al verse sin balsa en el agua, suelta Anita un grito de “Auxilio” y unos instantes después siente un agarrón mío por un brazo. Pasado el susto, viene el maní.
Sigue la navegación por aguas más tranquilas. Mal Nombre (el lugar) es el destino del día para Mal Nombre (el grupo). Pero la distancia es larga y la tarde avanza. Tras un reagrupe en una playa donde hicimos una acampada en el 2009, seguimos navegando hasta pasadas las siete, cuando finalmente paramos en una playa a la izquierda.
Vienen entonces aguaceros y más aguaceros en el lugar de acampada, y una estoica cocina de arroz ‒con gran protagonismo de David‒ y de incluso plátanos fritos, aunque todo con carencia de sal. Pero la carne en salsa y el hambre ayudan al paladar.
Lunes 8 de agosto del 2022
Con la presión de tener los pasajes de regreso en tren el día diez en Santiago de Cuba, decido ponerle fin a la navegación esa mañana y hacer a pie la caminata hasta la base de la loma de La Patata, para no perder tiempo en armar y desarmar las balsas. Confío yo en andar ágiles por las orillas del Toa, cuando el nivel del río comienza a subir ante nuestros expectantes ojos. La crecida sobrepasa los 15 centímetros del nivel anterior y el agua se torna turbia. Desayunamos, recogemos y comenzamos a andar.
Bien pronto la senda seguida nos lleva a la orilla del río, incitándonos a cruzar la peligrosa corriente. Primero cruza Adrián y después yo. Tensamos una soga de orilla a orilla y comienza a pasar la gente. Todo va bien hasta que los pies de Daniela ceden. Entre Osmany G. y Marlon, la muchacha es agarrada y sacada del tenso trance. Yanieyis también pierde el equilibrio, pero se puede recuperar sola. Las niñas son cargadas. Con las demás muchachas y con Samuel usamos un arnés.

Con la tropa entera en la orilla derecha, avanzamos un tramo, hasta que nos vemos abocados a un nuevo cruce, pero este menos peligroso que el anterior, y lo realizamos sin sustos. El andar por la orilla izquierda nos lleva hasta la desembocadura del arroyo Mal Nombre que, en su inusitada furia, es todo un río. Con cautela y con la ayuda de mi muleta, logro cruzarlo, pero regreso a la orilla anterior al comprender el riesgo que correría el grupo allí. Entonces Grini vuelve atrás por el Toa y atraviesa la corriente por un sitio menos peligroso. Por allí pasamos todos y se reparte el maní mientras Carlos David y yo abrimos un espacio entre rocas y maleza buscando la continuidad de nuestro avance.
Por el trecho abierto llegamos a una playa para acampar a la vista del “arroyo” Mal Nombre y para darnos cuenta del lamentable estado de los pies de la mayoría de los integrantes del grupo. Ha vuelto a suceder algo ya ocurrido en las húmedas guerrillas de verano de los años 2003, 2009 y 2017. Con el paso de los días, se produce un enrojecimiento en los pies, que provoca un intenso dolor al caminar. Los cinco días de navegación y las lluvias de las dos últimas jornadas, que han impedido mantener los pies secos en las acampadas, se han confabulado con la caminata del día para causar el daño.
Ante tal situación, la decisión es de equipo. Los averiados, a secarse los pies, curarse y reposar. Los que estamos bien, a armarles las tiendas de campaña, cocinar y llevarles las comidas a las tiendas. Marice unta desitín en cada pie dañado. El plan es que, si la crecida baja en la noche, al día siguiente navegamos hasta la base de la loma de La Patata, para entonces echar el resto en la inevitable caminata final.
Con el oscurecer, vuelve la lluvia y se hace más difícil el trabajo de la cocina. A las 9:45 logramos el tiroteo de unos espaguetis sin sal, que son saborizados gracias a la carne en salsa.
Martes 9 de agosto del 2022
En la madrugada escampa, permitiendo que termine la crecida. El de pie es a las cinco, con el consentimiento de todos. Tenemos clara conciencia de que en la jornada nos jugamos la posibilidad de coger el tren en Santiago. Desayunamos, recogemos y redistribuimos la poca carga de comida que queda.
La arrancada la hacemos a las 8:41, con un río más bajo y limpio, pero aun así con una corriente inusual. Los seis kilómetros de navegación se van en dos horas, salvo para los ponchados Manuel y Rovic, y el retaguardia Grini. Por ellos tenemos que esperar antes de comenzar la caminata.
A las 12:35 partimos loma arriba. Bien pronto la recia pendiente se nos muestra, y el fango también. Las pisadas se hunden en el terreno y los zapatos suelen quedarse atrapados cuando levantamos los pies. Los averiados, aunque con menos dolor que en la tarde anterior, tienen que hacer un gran esfuerzo. La llegada arriba es extenuante. La bajada, peor.
En un entronque de caminos logramos comunicarnos con malnombristas que quedaron en La Habana. Nos enteramos del camión que nos tiene coordinado desde el día anterior Claudia Rafaela para recogernos en Quibiján, del mensaje de prensa de su mamá baracoesa a los habitantes de la zona sobre un grupo que anda perdido por el Toa, y conocemos también del terrible accidente ocurrido en la base de súper tanqueros de Matanzas.
En el descenso de La Patata vuelven los terribles dolores en los pies, aparece la hipoglicemia en algunos y nos llega la noche, por suerte, con luna llena, ante nuestra carencia de luces. La retaguardia del Grini es vital en aquel duro trance. El descenso hasta el río Barbudo es épico, matizado por los quejidos de los más adoloridos. Allí nos quitamos el churre y recibimos el apoyo de dos jóvenes campesinos, que ponen a nuestra disposición un buey para cargar mochilas y un mulo para llevar a tres de los más averiados: Lucía, Anita y Adrián. Una dura cuesta final nos pone sobre la Vía Mulata, adonde llega el camión gestionado por Claudia Rafaela.
Miércoles 10 de agosto del 2022
Sobre la una de la madrugada desembarcamos en el portal interior de la antigua terminal de Baracoa. Allí preparamos un tiroteo frío con lo poco que nos queda y nos tiramos a pasar las horas que median hasta el amanecer.
A las 8:20 de la mañana arrancamos en una guagua que nos lleva directo hasta la terminal de trenes de Santiago de Cuba en un larguísimo recorrido de seis horas. A las 4:40 de la tarde partimos en tren rumbo a La Habana, a donde llegamos 23 horas después.
Termina así la octava guerrilla del grupo Mal Nombre por el Toa. La más lluviosa y con mayor caudal del río. La de los pies más dañados. La más dura. Quedan atrás los momentos tensos que se viven ante el sonido de un rápido inminente, la mojazón en toda la ropa, el cansancio que se lleva, el hambre que se aguanta, las comidas sin sal, los tremendos dolores en los pies…
Quedan también en nosotros las vivencias increíbles de un recorrido único, porque el Toa no tiene par en Cuba. Su escandalosa vegetación, sus inmensos farallones entre los que surca la corriente, sus sonidos, sus colores, su soledad, su mezcla de lo apacible con lo furioso de la naturaleza, todo ello se vive allí, en nuestro río más caudaloso, donde el Caribe tiene su biodiversidad mayor.
Y queda el compartir en un grupo que hace de la amistad su fuerza mayor, y también su regocijo. Queda el trabajo en equipo: las cadenetas, los grupos de cocina, las retaguardias, las bromas, los más mínimos detalles que te hacen sentir en cada momento que eres capaz de enfrentarlo todo porque no estás solo, porque no hay furia de la naturaleza que pueda quebrarte cuando un equipo de amigos te rodea.
Mal Nombre, el grupo, no es más que el ímpetu que se multiplica en los habitantes de esta isla para enfrentar los avatares de la vida y salir adelante. Este fue el último Toa. ¿El próximo? Ya se verá.
