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Un homenaje al Che en el Hombrito (1994, primera parte)

Miguel Alfonso Sandelis
12 diciembre 2025 | 0 |

El Hombrito visto durante el viaje en el camión


El Hombrito es una loma bicúspide que se levanta en la Sierra Maestra, en territorio del municipio Buey Arriba. Esta elevación tiene su cumbre mayor al oeste, la cual alcanza los 1227 metros de altura sobre el nivel del mar, y la menor al este, que posee una altura de 1185 metros. Ambas crestas son bastante inclinadas, culminando en picos agudos, los cuales pueden distinguirse desde los llanos de la provincia Granma.

Grandes rocas se insertan en su geografía. Una de ellas está empotrada en el extremo oeste de la cima más pequeña, y, al no crecer sobre ella la vegetación, facilita una amplia vista de la Sierra Maestra, que muestra primeramente al pico occidental del Hombrito y, cerrando el horizonte, a la cordillera en la que se asienta el Pico Turquino, siempre que las nubes lo posibilitan. Bellos pinares pueblan los alrededores del Hombrito y en sus laderas se distinguen profusamente frondosos helechos arborescentes.

En las inmediaciones de la loma del Hombrito, el 29 de agosto de 1957 se desarrolló el combate de igual nombre, en el que tropas de la columna del Che emboscaron a una columna del ejército batistiano. En dicho combate cayó el soldado del Ejército Rebelde Hermes Leyva; sus restos descansan junto al terraplén que recorre la base del Hombrito por el sur.

A la cumbre oriental del Hombrito se le denomina “Alto de la Bandera”, porque a finales de 1957 el Che le encomendó a Lidia Doce la misión de elaborar una bandera gigante del Veintiséis de Julio y colocarla en esta cima. Se comenta que la bandera pudo ser divisada desde el lejano llano.

El Hombrito forma parte del firme de la Maestra, el cual divide a la Sierra en norte y sur. Al sur de esta cumbre bicúspide se elevan Los Altos de Conrado, cercano a su base oriental se asienta un campamento de Flora y Fauna, y al oeste se ubica el caserío de Santa Ana.

La idea inicial de colocar un busto en una cumbre de la Sierra Maestra, la dio Alfredo. Luego, al tomar forma en el grupo, se decidió hacerle el homenaje al Che. Con el busto, también se acordó dejar grabada en una placa la frase “Hasta la victoria siempre.” A su vez, el Pico Suecia quedó como lugar de destino.

Pero una visita mía a la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado cambió la decisión de la cumbre. Allí, Otto Hernández Garcini, de profesión cartógrafo y amplio conocedor de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, me propuso la loma del Hombrito, por su vinculación con el Che, pues en la zona donde esta se halla enclavada, transcurrió una parte importante de la etapa guerrillera del Che en la Sierra. La elevación como tal es una bicúspide y el pico sugerido por Otto era el ubicado más al este, por ser la cumbre donde se colocó la bandera del Veintiséis de Julio.

Con el héroe y el lugar definidos, faltaba el escultor. Una averiguación hecha a través de la secretaria general de la UJC en aquel entonces, del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, me llevó a la búsqueda de un escultor que vivía en Buena Vista. Al llegar a la casa, el hombre estaba haciendo unos arreglos en el techo y allí conversamos.

“Pocos se arriesgan a hacer un busto del Che”, me dijo el escultor, y dos razones alegaba. Primeramente, el hecho de que aún vivía mucha gente que lo conoció, lo cual era un gran reto en cuanto a la calidad que debía tener la obra. Por otra parte, lograr captar la fuerte expresión del rostro del Che, era un desafío no menor que el anterior. Me sugirió entonces ir al Consejo Asesor de la Escultura Monumentaria (CODEMA), dirigido en aquel tiempo por la excepcional escultora Rita Longa.

Hacia la esquina de 14 y 15 en el Vedado dirigí entonces mis pasos (y La Estrella, conmigo). A la primera persona con la que me tropecé en CODEMA le solté la idea a quemarropa. Era un hombre de unos treinta y tantos años de edad, de mediana estatura, que mostraba una seriedad poco habitual. A medida que le hablaba del Che, del busto, el Hombrito, la Sierra y el grupo que lo colocaría, aquel hombre iba asintiendo sin decir una palabra. Cuando terminé, me dijo que él había hecho la tesis en la antigua Unión Soviética en un monumento al Che, que él haría el busto y se iría con nosotros a colocarlo en la Sierra, que solo tenía que hablar con Rita Longa para que lo autorizara, que ella estaba en el piso superior del edificio, y me señaló la escalera para subir.

Sin darme tiempo a razonar todo aquello, subí los escalones y hallé a aquella paradigmática mujer, ya entrada en años, delgada y con una estatura que resaltaba a la vista. Con una sencillez que aumentaba mi admiración por ella, me recibió y accedió sin un pero a mi petición. “Ponte de acuerdo con Andrés”, fueron sus palabras finales.

Ya abajo, le conté a Andrés y le pregunté por los materiales que le hacían falta. Él asumiría casi todo, solo necesitaba un saco de cemento blanco; la arena la conseguiríamos en algún arroyo de la Sierra. Salí de CODEMA con el embullo que mi madre siempre le achacó a mi personalidad, pero esta vez era más que justificado. Parece que La Estrella había me acompañaba con unos cuantos luceros, porque tanta suerte junta daba que pensar.

Con rapidez, conseguí el cemento blanco a través de la UJC, en la obra de construcción del hotel Cohíba. Cuando se lo llevé a Andrés, este comenzó de inmediato a conformar el molde del busto. En los días siguientes pasé varias veces por CODEMA para ver cómo marchaba la obra y darle aliento al dispuesto escultor. Pero luego me perdí unos días, atareado en mi trabajo y en otros aseguramientos de la guerrilla.

Cuando a la semana volví por CODEMA, noté que Andrés había detenido el trabajo, evidentemente dudoso de mi palabra. Le ofrecí seguridad de que pondríamos el busto y lo invité a una reunión del grupo el domingo siguiente en mi casa. La asistencia de Andrés a la reunión le renovó la confianza y terminó en pocos días el molde. Faltaba ahora la frase, y él quería esculpirla con la caligrafía del Che. Busqué por mi parte alguna copia de la frase escrita de puño y letra por el Che y no la hallé. La solución la tuvo Andrés andando en bicicleta un día por el Malecón. En el parque Maceo, en el muro superior de la grada que allí había en aquella época, la frase estaba pintada con la caligrafía, y Andrés la dibujó.

Un tema decisivo, pero sumamente complicado en medio del Periodo Especial, era el transporte. Hice gestiones a través de la UJC para conseguir una guagua, pues la caja en la que iría el busto con los materiales sería demasiado ancha para andar en tren y en otros transportes ocasionales necesarios para movernos desde Bayamo hasta Buey Arriba, que es el municipio granmense donde se halla ubicado el Hombrito.

Al resultar infructuosa la primera gestión, Abelito no perdió tiempo y consiguió un uniforme de “Amarillo”, pues en última instancia nos iríamos en botella. Pero la idea de colocar un busto del Che en la Sierra Maestra tenía la carga suficiente para sensibilizar personas, y la guagua al fin apareció: el Partido Provincial dio el impulso necesario y la Dirección Provincial de Transporte asumió.

Otro tema bastante complicado en medio de la dura crisis económica que vivíamos los cubanos en aquel año 94, era la alimentación. Una reservación de un fin de semana en la base de campismo La Chorrera, nos permitió guardar las pocas latas de carne que nos dieron a los cuatro malnombristas que allí estuvimos (el Chocky, Vizcaíno, Yudimí y yo).

Por otra parte, las relaciones hechas con la dirección de la base de campismo Celimarina, luego de dos acampadas y un trabajo voluntario realizado en la base por Mal Nombre, nos permitieron comprar allí un saco de refresco instantáneo de limón para los desayunos; Gerardo, en bicicleta, fue a buscarlo. Para asegurar llenarnos, incluimos dos latas de chícharos por persona en el módulo individual a llevar, a pesar de que cocinar potajes en guerrillas es bien complicado. Los que trabajaban en el Polo Científico consiguieron polvo de dextrosa, que serviría para recuperar energías en las largas caminatas.

Al fin todo estaba listo y solo faltaba partir. El día de la salida fui por la mañana a buscar el busto y otros materiales y lo llevé todo a la Juventud Provincial, desde donde partiríamos esa noche. Andrés había fundido el busto el día anterior. Era impresionante; la expresión del Che la había logrado muy bien con sus diestras manos. La mirada, la barba, la boina, todo el conjunto logrado en la obra, eran un digno homenaje a aquel hombre que significa tanto para los cubanos y para los revolucionarios de todo el mundo.

El busto –protegido con polly-espuma – iba dentro de una caja cuadrada, de algo más de un metro por cada lado. Dentro de la caja también había varias cabillas y unas tablas con ramas de árboles clavadas a los lados, para lograr cierto efecto al fundir el pedestal. Una vara de acero inoxidable, de más de dos metros de largo, le daría consistencia a todo el monumento.

La guerrilla

Sábado 23 de julio de 1994

Pasadas 14 horas de la partida en guagua desde el Comité Provincial de la UJC en La Habana, llegamos 35 malnombirstas (12 de ellos mujeres) al pueblo de Buey Arriba, ubicado justamente al pie de la serranía. Allí nos esperaba Ramiro, el Presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular. Tras el saludo inicial y su confirmación de que estaba garantizado el camión que nos llevaría al campamento del Hombrito, le pedí un local para hacer la distribución del cemento y del refresco que llevábamos en bolsitas de nylon.

Accediendo a nuestra petición, Ramiro nos hizo conducir hasta un local amplio, donde colocamos todas las bolsitas e hicimos la distribución. Por fin nos montamos en el camión y, pasado el mediodía, partimos de Buey Arriba para adentrarnos en la Sierra Maestra.

La carretera pronto se convirtió en un terraplén y, saliendo del poblado, cruzamos el Río Buey para luego comenzar a ascender por la izquierda de una cordillera. Íbamos algo apretados sobre la cama del camión, y su traqueteo al rodar por un terreno tan irregular ponía a prueba nuestros riñones. Al rato andábamos sobre el firme de la cordillera bajo un cielo despejado. Desde la altura comenzamos a ver a la derecha, hacia el sur, la loma del Hombrito. Esta resaltaba en el paisaje por sus dos picos pronunciados unidos por un firme.

Una zanja abierta en el terraplén por lluvias recientes, requirió poner a prueba la destreza del chofer para continuar avanzando. Pero más adelante, una zanja mayor hizo detener la marcha. Esta dañaba gran parte del terraplén. A la derecha cerraba el paso una ladera y a la izquierda se abría un respetable barranco. Aunque presionamos al chofer, intentar el cruce era demasiado arriesgado, y allí mismo terminó el viaje sobre ruedas. Aquello no estaba previsto para el primer día. Nos faltaban unos seis kilómetros para llegar a la zona del Hombrito y la carga que llevábamos era una barbaridad.

Hasta ahí llegó el camión

Pero no había remedio y, tras despedirnos del chofer –quien hizo girar cuidadosamente el camión – y después comernos unos mangos maduritos de una mata que había en el lugar, comenzamos a caminar. La caja con el busto tenía a cada lado una larga vara de madera, clavada, para poder llevar el conjunto como una parihuela. Se organizó entonces una rotación de los hombres para cargar la caja por dúos durante cinco minutos.

El sol pronto se hizo sentir, y con él, la sed. Una arboleda nos propició el primer descanso. Alberto, un novato invitado por Leopoldo, que andaba vestido con ropa de camuflaje y alegaba haber estado en Angola, dijo que lo mejor era caminar de noche y descansar de día. Aquello no merecía hacerle caso, y eso fue lo que hice. De aquel absurdo planteamiento y del camuflaje que vestía, Alberto se llevó el apodo de “El Ranger”.

Un bohío cercano, anclado en el extremo de un saliente del firme por la derecha, me motivó ir hasta él para asegurarme de la certeza de la ruta que llevábamos, mientras el grupo descansaba. Además de confirmarme que íbamos bien, me sugirieron cortar camino por un trillo que más adelante abandonaba el terraplén por la derecha en bajada. Seguir el terraplén implicaba llegar hasta Pinar Quemado, un caserío ubicado en un hoyo de la serranía, lo cual alargaría la tirada en unos dos kilómetros.

Partimos de la arboleda y, avanzando unos cientos de metros, vimos el trillo y lo tomamos. Al comenzar la bajada, divisamos en la profundidad y más alejado que el Hombrito, el Pico Botella, con su peculiar penacho levantado sobre la loma que le sirve de base.

Al rato estábamos a la entrada de un campamento del Ejército Juvenil del Trabajo, conformado por unas naves con techos de fibrocemento, y en un caney paramos para cogernos un descanso. Comenzábamos la excursión y las asas de mi mochila ya se habían zafado. El Chocky y Leopoldo se enfrascaron en buscarle una solución al alarmante problema de la mochila mientras yo me dirigía a la entrada del campamento para hablar con el oficial que estaba al frente.

El jefe tenía formado justo en ese momento a los jóvenes reclutas y, tras saludarme, me pidió que les hablara. De la importancia de la defensa de la patria, del trabajo que ellos hacían y de nuestra idea de hacerle aquel homenaje al Che, les comenté, y terminé confiando en que ellos subirían al Hombrito para ver el monumento.

Al regresar al caney, comprobé que el Leo y el Chocky habían hecho una “obra maestra”, aunque ya mi mochila no existía. Le habían quitado las asas y se las habían cosido a un saco, inventando así la “sacochila”. Ahora me cabía de todo y el invento era más fuerte que cualquier mochila.

Al continuar la marcha, una recia pendiente por un estrecho trillo entre el monte nos sorprendió. El Puro cogió la delantera, acompañado de un grupito entre los estaban los que llevaban la caja con el busto. Aquel ascenso fue bastante incómodo. Yo llevaba una de las tablas para el encofrado y esta constantemente se me enganchaba en los troncos de los árboles. Los del busto pasaron un serio trabajo, pues la caja casi no cabía por el trillo.

Cargando el busto en la parihuela

Por fin salimos al terraplén que habíamos dejado a un lado, y continuamos por él bajo las sombras de un bello pinar. En el tramo hice un turno de cinco minutos cargando la caja, a pesar de que los demás –con mi hermano llevando “la voz cantante” – habían tratado de evitar que yo la cogiera. El año anterior había padecido mi primer Gillain Barré y, junto con las secuelas de las radiaciones recibidas a causa del tumor, tenía aún una cojera notable y andaba con muletas en la excursión, aunque físicamente me sentía muy bien.

Descendiendo ligeramente por el terraplén, llegamos al campamento del Hombrito, perteneciente a la empresa forestal de la zona, que se hallaba al pie de la buscada loma. Justo en ese momento se desató un aguacero que nos hizo entrar rápidamente bajo el techo del maltrecho campamento. A unos metros de allí divisábamos unas casas de campesinos. Dos lugareños, con un buen nivel de alcohol en la sangre, pasaron la lluvia junto al grupo.

Estando ya en la base del Hombrito, con la tarde avanzando y con aquella lluvia, la mejor opción era acampar allí. Como la leña estaba mojada, decidimos preparar comida fría. No obstante, los dos borrachos, con buen enredo en sus lenguas, trataron de convencernos de que cocináramos con leña.

Después que escampó, los hombres siguieron allí con su insistencia de que cocináramos. Entonces, el Chocky, Alfredo y yo nos volvimos más impertinentes que ellos, repitiéndoles un montón de veces por qué no íbamos a cocinar, hasta que los tipos se fueron.

Con la tarde muriendo, comenzamos los preparativos de la comida. Refresco instantáneo de limón –que había para aburrirse –, panes y algo de comida cocinada que algunos aún conservaban desde La Habana, conformaron el improvisado tiroteo. Después de comer, cada cual buscó su lugar para dormir sobre el duro suelo de concreto. Con la gente ya ubicada, Abelito y Leopoldo comenzaron a hacer chistes, y de las risas fuimos pasando al sueño, en un ambiente que cada vez se tornaba más frío. Durante todo el día Joel había tenido fiebre y aún se mantenía con la temperatura alta, pero sin quejarse.

Domingo 24 de julio de 1994

Con el alba, la tropa se fue despertando, y con trabajo por el frío, levantándose también. Refresco –de limón, por supuesto – y boronilla de pan, conformaron el “suculento” menú del desayuno.

Al salir de la nave en la que estábamos, la loma del Hombrito, con sus dos penachos, “nos dio los buenos días”, pues nos hallábamos justo “a sus pies”. Un guajiro nos aconsejó poner el busto allí mismo, frente al campamento, pues hacía años que nadie subía hasta la cima del Hombrito y aquello debía estar bien enmarañado. Pero no habíamos llegado desde La Habana para tal complacencia, y le aseveré al hombre que el busto iba para arriba. Ahora, ¿en cuál de los dos picos lo pondríamos?

Una mujer entrada en años, que vivía ya allí cuando la lucha guerrillera, nos despejó la duda. Según ella, el pico más cercano a donde nos encontrábamos era el de “La Bandera”, haciendo alusión a la gran bandera del Veintiséis de Julio colocada en su altura, es decir, el ubicado al este, tal y como me lo había dicho Otto en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

Después de tener claro dónde colocaríamos el busto, llamé a reunión para distribuir las misiones del día. Un grupo de hombres subiría a abrir el camino hasta la cima del Hombrito. Otros hombres buscarían la arena en algún arroyo cercano. En el campamento, preparando la comida, se quedaría un jefe, con algunos hombres y todas las mujeres. Ese día se cocinarían chícharos y ello llevaba tiempo. Propuse al Oso, el Chocky o Leopoldo para que uno de ellos se quedara al frente del campamento. De inmediato, el Leo y el Chocky se confabularon y su “gran propuesta por reunir todas las condiciones” fue el Oso. Para buscar la arena se dispusieron Adrián, Giovanni, el Puro, Aniel y Gerardo.

Como todo el mundo ya tenía clara su misión, no había más que hablar. En el grupo que buscaría la cima no fuimos Andrés y yo. Partimos por un ancho camino, completamente empedrado en su inicio, que ascendía con rapidez entre una alta vegetación en la que resaltaban algunas poblaciones de pinos. En varios envases llevábamos agua para preparar la mezcla; también cargábamos machetes y unas cuantas jabitas con cemento. Sibia se nos sumó indisciplinadamente, alegando que ella tenía una cámara fotográfica con la que tomaría varias imágenes de las labores del día. Le dije que debía regresar al campamento, pero sin insistir. Aunque no me gustaba aquella insubordinación, realmente no venían mal las fotos para el futuro.

Tras caminar unas decenas de metros, nos topamos con una aguada que tenía junto al terraplén un muro pequeño para represarla. Llené la tanqueta en el lugar y, apoyado en una muleta, continué la marcha. A los pocos metros, la tapa de la tanqueta se abrió y se me cayó el recipiente, botando casi todo el contenido. Regresé a la aguada soltando algunas “palabritas” indecentes. Volví a llenarla y, a los pocos pasos, la tanqueta volvió a hacer la misma “gracia”, pues la rosca no aguantaba tanto peso. Pero esta vez quedó con agua hasta la mitad, y continué así mismo.

El ascenso era exigente. Ya a más altura, el pino lo cubría casi todo por los alrededores. El terraplén fue girando hacia la derecha, hasta que la pendiente disminuyó cuando nos detuvimos frente a la tumba del combatiente del Ejército Rebelde Hermes Leyva. Una cerca agarrada en pequeñas columnas de concreto, protegía a la tumba. Varias rosas adornaban la morada del combatiente.

Leopoldo y Maikel junto a la tumba del combatiente Hermes Leyva

Justo frente a la tumba, por la izquierda del terraplén, descendía un camino de tierra rojiza. Pensé que aquel trillo debía seguir hasta algún bohío, por lo que luego lo exploraría en función de trasladar el campamento hacia un lugar más alto, pues nos quedaba más de una jornada en la zona y nuestro campamento actual se hallaba bastante abajo.

Continuamos por el terraplén y más adelante nos topamos con un guajiro a caballo y un niño que andaba descalzo como por su casa. El guajiro nos señaló una entrada por la derecha, en ascenso, para subir al Hombrito, que desde allí veíamos bien claro. Pero nos alertó que no había camino hasta la cima.

Comenzamos a ascender, agarrados con las manos de las hierbas y de algún que otro tronco. Luego llegamos hasta un claro, donde dejamos la parihuela del busto con los polly-espuma que habían servido de protección a la escultura. Seguimos por un firme que enfilaba rumbo a la cumbre. El busto lo cargaban de dos en dos, amarrado a la larga vara, rotándose Andrés, el Gaby y Lorenzo. Detrás, machetes en mano, iban Leopoldo, el Chocky y Eduardo. Después, rotándose otro machete, les seguían Alfredo, Pedrito y Valeri. Yo iba de “electrón libre”, sin machete, junto a los punteros, señalando la dirección a seguir.

Buscando el sitio para subir al Hombrito

En el inicio del avance por el firme nos topamos con un campo de helechos, por lo que fue fácil abrirnos camino. Pero después la maleza se complicó por la presencia de unos arbustos espinosos difíciles de cortar. En ocasiones, el machete rebotaba al chocar con uno de aquellos tronquitos. Después el terreno aumentó la pendiente y la vegetación se hizo más alta.

Como aquello era subir y subir por el firme, sin pérdida, bajé en busca del supuesto bohío que nos permitiera tener un campamento más cercano a la cima. Regresé al terraplén y por él llegué hasta la entrada del camino que se hallaba frente a la tumba. Al iniciar la bajada, divisé más abajo el bohío imaginado. El trillo me hizo girar a la derecha, cruzar una aguada rodeada de flores de mariposa, faldear una loma, rebasar otra aguada y llegar finalmente a la casa.

Era un típico bohío cubano con piso de tierra. Tenía un pequeño portal ante la puerta y otra puerta por un lateral. A su lado, una pared de tierra de aproximadamente un metro de altura, levantaba el terreno. A unos 30 metros de distancia había un vara en tierra. Matas de guayaba y toronja crecían por los alrededores. Otro camino llegaba por la parte de atrás del bohío. Una puerca fue el único ser vivo que hallé. Llamé varias veces, pero nadie respondió.

(Continúa la próxima semana)

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