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Australia y la carrera lunar: de la araña robot a una nueva era de exploración

Raidel Sosa Armas
15 octubre 2025 | 0 |

La carrera espacial del siglo XXI ya no tiene como único objetivo llegar a la Luna, sino establecer una presencia permanente en ella. Esta ambición requiere de infraestructuras capaces de soportar las condiciones extremas del entorno lunar, y Australia ha decidido aportar una solución que combina robótica avanzada e impresión 3D de una manera única: una araña robot gigante llamada Charlotte.

Este desarrollo no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia nacional que recupera y moderniza la tradición espacial australiana, la cual se remonta a la era Apollo. Actualmente, como socia del programa Artemis de la NASA, Australia está canalizando su experiencia en minería robótica y operaciones remotas hacia la exploración lunar, posicionándose como un actor clave en la futura economía espacial.

¿Le interesa el tema? Pues síganos hasta el final, le prometo que no se arrepentirá.

Charlotte: el hexápodo constructor

Presentada en el 76° Congreso Internacional de Astronáutica en Sídney, Charlotte es una creación de las empresas australianas Crest Robotics y Earthbuilt Technology. Se trata de un robot hexápodo (de seis patas) que despliega sus extremidades para situarse a horcajadas sobre la estructura que está construyendo, actuando como una impresora 3D móvil y versátil.

A diferencia de las impresoras 3D de construcción tradicionales, que dependen de pórticos fijos y masivos, Charlotte puede caminar sobre el terreno mientras añade capas al edificio. Esto le confiere una agilidad y portabilidad muy superiores, cruciales para operar en un entorno impredecible como la Luna. Sus creadores afirman que es capaz de construir una casa de 200 metros cuadrados en tan solo 24 horas, un rendimiento que equiparan al trabajo de 100 albañiles trabajando simultáneamente.

Recreación artística en la que se muestra a Charlotte en pleno proceso de construcción sobre la superficie lunar./Cortesía de Crest Robotics

Aplicación en la Luna: El regolito como material de construcción

El verdadero potencial de Charlotte se revela al examinar su adaptación al entorno lunar. El robot ha sido diseñado con tres características esenciales para la fabricación extraterrestre: es ligera, sus patas son plegables para optimizar espacio en el lanzador, y está concebida para utilizar recursos disponibles in situ.

En la Luna, el plan es que Charlotte recoja el regolito lunar –el fino, abrasivo y omnipresente polvo que cubre la superficie– para utilizarlo como materia prima. El proceso consistiría en comprimir el regolito en un depósito flexible y luego ir depositando el material compactado para formar las capas de los muros, siguiendo una versión industrial y automatizada de la técnica de construcción con sacos de tierra.

El regolito, que fue una pesadilla para las misiones Apollo al adherirse a trajes y equipos, se convierte así en la solución para construir hábitats lunares, transformando un problema en un recurso.

Una herencia espacial renovada

El aporte de Australia a la exploración lunar no comienza con Charlotte. Durante la era Apollo, el país jugó un papel crucial al albergar estaciones de seguimiento que fueron vitales para el éxito de las misiones. La estación de Honeysuckle Creek, por ejemplo, fue la que recibió y transmitió al mundo las primeras imágenes de Neil Armstrong caminando sobre la Luna.

Además, investigadores australianos realizaron contribuciones científicas significativas, como el físico Dr. Brian O’Brien, quien diseñó un detector de polvo lunar del tamaño de una caja de cerillas que voló en las misiones Apollo 11, 12, 13, 14 y 15, advirtiendo tempranamente sobre los peligros de este material. El geólogo Profesor John Lovering descubrió un nuevo mineral, la tranquillityita, en las muestras de las misiones Apolo 11 y 12.

Estrategia actual

Hoy, la estrategia espacial australiana se materializa en proyectos concretos alineados con los Artemis Accords, que el país firmó en 2020.

  • Programa Trailblazer: La bandera de la iniciativa gubernamental Moon to Mars” es un rover lunar que Australia proporcionará para una misión de la NASA no antes de 2026. Este rover, de menos de 20 kg, tendrá la tarea de recoger regolito y depositarlo en un experimento de la NASA para extraer oxígeno, demostrando la Utilización de Recursos In Situ (ISRU). Como señaló Enrico Palermo, director de la Agencia Espacial Australiana, “Australia está a la vanguardia de la tecnología robótica y de los sistemas para operaciones remotas, que serán centrales para establecer una presencia sostenible en la Luna”.
  • Proyecto ALEPH: Liderado por la organización Lunaria One, este experimento pretende enviar semillas y plantas a la superficie lunar en 2026, con el objetivo de estudiar la germinación y el crecimiento de plantas en la Luna. La misión no solo allana el camino para las futuras colonias, sino que también busca beneficiar la agricultura en la Tierra frente a condiciones extremas.
Director de la Agencia Espacial Australiana, Enrico Palermo con un prototipo del explorador lunar Roo-ver. Cortesía de la Agencia Espacial Australiana
  • Desarrollo de regolito simulado: La empresa Interstellar Innovation se ha convertido en la primera en producir un regolito lunar simulado de alta fidelidad hecho en Australia. Este material, entregado a la Universidad de Nueva Gales del Sur para su uso en el banco de pruebas “Moonyard”, es fundamental para probar tecnologías espaciales en la Tierra antes de su despliegue lunar.

Un futuro moldeado por la colaboración y los desafíos legales

El compromiso de Australia con el programa Artemis a través de estos proyectos tecnológicos va acompañado de un desafío jurídico. Australia es uno de los apenas 18 países que ratificaron el Tratado de la Luna de 1979, que declara los recursos lunares “patrimonio común de la humanidad” y compromete a los signatarios a establecer un “régimen internacional de supervisión” cuando la explotación de recursos sea factible. Esto parece entrar en conflicto con los Artemis Accords, que apoyan explícitamente el uso público y privado de recursos espaciales.

La historia de por qué Australia firmó este tratado poco popular en 1986 está ligada a la política nuclear doméstica de la época y al deseo del gobierno de Hawke de proyectar una imagen de compromiso con el desarme, más que a una adhesión genuina a sus principios sobre recursos. Hoy, el gobierno australiano no se ha pronunciado públicamente sobre esta aparente contradicción, dejando que la Agencia Espacial Australiana y el Departamento de Asuntos Exteriores y Comercio manejen la situación, posiblemente enmarcando los Acuerdos de Artemis como un “acuerdo interagencial” para evitar un conflicto legal directo.

Más que una araña robot

Charlotte, la araña robot, es un símbolo potentísimo de la audaz apuesta australiana por la Luna. Sin embargo, es solo una pieza de un ecosistema mucho más amplio que incluye rovers, experimentos biológicos y una industria de soporte que crea materiales de prueba de alta fidelidad en la Tierra. Australia no está simplemente enviando un robot; está trasladando su experiencia técnica en minería, robótica y operaciones en entornos remotos y hostiles al nuevo dominio espacial.

El éxito de esta estrategia no solo podría ayudar a establecer la primera presencia humana sostenible en otro mundo, sino también catalizar el crecimiento de la economía espacial australiana, creando miles de empleos y posicionando al país como una potencia en la emergente economía espacial. La lección de la historia lunar australiana es clara: a veces, para dar el siguiente gran paso, hay que apoyarse en patas robóticas.

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