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Aventuras, venturas y desventuras en el Pico Turquino

Miguel Alfonso Sandelis
31 mayo 2025 | 5 |
Pico Turquino visto desde la loma de La Gloria

El Pico Turquino visto desde la Loma de la Gloria


Lector de esta sección “Monte adentro”, si alguna vez se le ocurriera ir al Pico Turquino, le propongo hacer un experimento. Trate de llegar entre los primeros a la cima y, ya en ella, siéntese en la base del monumento a Martí y mire para la boca del camino por donde usted acaba de salir, para que compruebe algo que se repite tantas veces.

Cada vez que aparezca alguien nuevo en la salida del camino, le va a notar dos rostros: el primero, de cansancio, esfuerzo, desgaste; pero inmediatamente, al interiorizar a donde ha llegado, ocurre una metamorfosis que trasforma el rostro en uno iluminado, asombrado, bendecido, olvidado en un instante de todo el esfuerzo que lo llevó hasta allí. Esa es la magia del Turquino, el saberse en lo más alto, el estar junto a Martí.

La cima del Turquino es un anhelo que debería tener cada cubano; es una satisfacción para muchos y un sueño para otros. Es una confluencia de sentimientos y sensaciones, que tributan todos a la más profunda cubanía. Es el gran reto, es Martí, Celia, Fidel, pureza del aire, tocororo, sabina endémica, olores, nubes, frialdad, cielo, lluvia, amistad, PATRIA, como si el caimán todo cupiera allí.

El tramo final, ya sea el camino de Granma o el de Santiago, depara una larga pendiente, que parece no terminar y en la que se escucha tantas veces el consabido “¿Cuánto falta?” Pero el mayor rigor no suele estar en la conquista como tal, sino en el final de la jornada, en la búsqueda de un campamento, ya sea el Joaquín, el Alto del Cojo o La Majagua, porque el más cercano del Pico Cuba, ya no existe, o más duro aun, cuando no se llega. Es en esos momentos en los que se acumula toda la dureza de un día inolvidable: sed, hambre, cansancio, incertidumbre…

La alta motivación de subir al Turquino ha llevado a que se multipliquen las aventuras en torno suyo. Por ello no alcanzará un artículo para narrar nuestras más interesantes vivencias.

Pero pasemos ya a presentarles al tan afamado Pico Turquino.

Mapa del Pico Turquino

Son sus 1974 metros de altura sobre el nivel del mar, los que les permiten ser la mayor elevación del país. En su cumbre se levanta un monumento erigido a la memoria de José Martí, que lo culmina un busto del Héroe Nacional, realizado por la escultura Gilma Madeira.

En la cima del Turquino se abre un espacio sin vegetación, de unos 20 y tantos metros de diámetro, que posee un suelo pedregoso, con algo de hierba, en el que sobresalen piedras diseminadas por toda el área. La vegetación que rodea a la cima está colmada de arbustos y algunos árboles no muy altos como el barril y la endémica sabina. Entre los arbustos resaltan los helechos arborescentes.

En la fauna que rodea al Turquino se destacan aves como el tocororo, la cartacuba y el zunzún. También pueden apreciarse gavilanes sobrevolando la cordillera sobre la que se asienta.

La cima del Turquino suele estar rodeada de nubes. De día la temperatura oscila entre los 20 y los 25 grados, y de noche suele bajar de los 15. Normalmente la humedad es elevada en la cumbre.

El Pico Turquino forma parte de la Sierra Maestra, que es el mayor sistema montañoso del país. El firme sobre el que se levanta entronca unos 3 kilómetros al norte con el de la Maestra. Por el sur el firme desciende hasta la costa del municipio Guamá en el lugar conocido como “Las Cuevas”. Este estribo sur tiene a un kilómetro de distancia aproximadamente al Pico Cuba, la segunda mayor cumbre del país, y entre ambas, al Paso de las Angustias, un impresionante desfiladero de poco más de un metro de ancho, con impresionantes vistas a cada lado, aunque la nubosidad suele copar este notable estrechamiento del firme.

Uno de los estribos del Turquino se extiende al este y sobre él se alza el Pico Suecia, la tercera mayor elevación del país.

Para acceder al Pico Turquino existen dos vías habituales. Una es desde Las Cuevas, en la carretera sur del municipio Guamá, adonde se puede llegar desde la ciudad de Santiago de Cuba o desde el municipio Pilón, en el sur de la provincia Granma.

El ascenso por esta vía es de 11 kilómetros de recorrido y se puede hacer en una sola jornada de ida y vuelta, sin llevar gran carga. No obstante, a 3,5 kilómetros de Las Cuevas existe un campamento de Flora y Fauna llamado “La Majagua”, que puede servir de campamento.

Un poco más arriba, a unos seis kilómetros de Las Cuevas, se alza el Pico Caldero, donde existe un espacio para el descanso en la caminata. Faltando poco más de un kilómetro para llegar al Turquino se halla el lugar donde radicó el campamento del Pico Cuba, del que solo quedan ruinas; en este lugar se levanta un gigantesco busto de Frank País.

La otra ruta habitual es desde el municipio Bartolomé Masó en la provincia Granma. Para ello se debe llegar al homónimo poblado cabecera de este municipio y tomar la carretera de montaña que pasa por los poblados de Providencia y Santo Domingo, y culmina en el Alto del Naranjo.

El tramo desde Santo Domingo al Alto del Naranjo es el más impresionante de todas las carreteras de montaña cubanas, por las elevadas pendientes que posee, las bruscas curvas de su trayecto y los profundos barrancos que se abren a su alrededor. En el Alto del Naranjo nace un camino que recorre el firme de la Maestra. Este camino, a un kilómetro del Alto del Naranjo, tiene a su derecha la comunidad La Platica, y a 9 kilómetros, el campamento de la Aguada del Joaquín. El camino sigue por el firme hasta el Pico Joaquín, distante de la Aguada a poco menos de un kilómetro de empinadísima pendiente, donde se debe tomar a la derecha, hacia el sur, para llegar unos 3 kilómetros después a la cumbre codiciada.

Otra ruta para llegar al Pico Turquino –menos frecuentada– nace del poblado granmense de Buey Arriba. Desde allí se toma un terraplén que culmina en el caserío de California. De California parte un camino que entronca con otro en la loma de La Gloria, donde se debe seguir por la derecha, para terminar de subir La Gloria, seguir por el firme de la Maestra, rebasar la loma de La Isabela y tomar en la base de esta última loma, un camino a la izquierda que lleva hasta el campamento de Flora y Fauna llamado “Alto del Cojo”. Desde allí sube un camino a reencontrase con el firme de la Maestra, y por este se llega al Pico Joaquín, para entonces tomar a la izquierda el estribo del Turquino.

Camapamento Alto del Cojo, en el camino al Pico Turquino
Campamento Alto del Cojo

Otras rutas que llegan al firme de la Maestra parten del poblado de Santo Domingo, siguiendo el río Yara aguas arriba. A unos 7 kilómetros de Santo Domingo, pasando el caserío La Jeringa, luego de cruzar un arroyo que desemboca en el río por la derecha, el camino se bifurca. En el entronque, la diestra sube hasta el firme de la Maestra, un poco antes del campamento de la Aguada del Joaquín. Por la izquierda se asciende hasta la base de la loma de La Isabela, y en la bifurcación que hay allí, se toma a la derecha hasta llegar al Alto del Cojo.

También es posible acceder al firme de la Maestra desde la desembocadura del río Palma Mocha, en la costa sur santiaguera, ubicada dos kilómetros después de Las Cuevas, siguiendo la carretera hacia el oeste. Ya arriba, se toma a la derecha la dirección que lleva al campamento de la Aguada del Joaquín, para desde allí seguir rumbo al Turquino.

La primera aventura en pos del Pico Turquino (1ra. parte)

Al cierre de 1994 ya Mal Nombre había ascendido el Turquino en tres ocasiones. En junio de 1995 se nos ocurrió hacer una guerrilla conjunta con el Polo Científico para colocar unas tarjas históricas y unas señalizaciones en la zona del Hombrito, como homenaje al Che en los días cercanos al aniversario de su caída en combate.

El año anterior los malnombristas habíamos colocado un busto del Che en la cima del Hombrito, pero esa será historia para otro artículo de “Monte adentro”. En la nueva ocasión hubo problemas con las tarjas y, aunque el recorrido por el Hombrito se mantuvo, a la excursión se le adicionó un ascenso al Pico Turquino desde tan alejado lugar.

De los 36 excursionistas que formábamos el grupo, solo nueve éramos malnombristas. El resto eran jóvenes trabajadores del Polo Científico, además de una chilena y un español.

El sábado 7 de octubre, después de la subida a la loma del Hombrito, siendo las 9:30 AM, se inició nuestro largo trayecto en busca del Pico Turquino. El plan para ese día era llegar al campamento del Alto del Cojo, distante a 16 kilómetros del Hombrito.

Después del descenso de la loma, comenzó a molestarnos una ligera llovizna (la lluvia había sido una compañera perenne en los días iniciales de la excursión). Arrancamos por el terraplén que faldea por la ladera del Hombrito y, luego de rebasar unas aguadas que hay en el tramo, se desató un feroz aguacero en toda la serranía. Así llegamos al filón de firme que precede a la loma del Infierno.

El momento realmente era preocupante. Lo que bajaba por el camino del Infierno eran arroyos. Mi mayor preocupación eran los dos arroyos que cruzan entre el Infierno y la Gloria, sobre todo el segundo. Con el agua caída, la crecida de las corrientes era segura. A esa hora, algunos adelantados subían ya el Infierno. A todo aquel panorama se le agregaba la inexperiencia de gran parte de la tropa. Es decir, cualquier decisión no podía tardar mucho.

El caserío de Santa Ana, rumbo al Pico Turquino
El caserío de Santa Ana

Como bien cerca estaba el caserío de Santa Ana, descendí hasta allí para cerciorarme de la factibilidad de hallar protección de la lluvia, y regresé al firme, Le dije entonces al grupo que bajara hasta el caserío, mientras Frank y yo nos íbamos a verificar la situación de los arroyos que corren entre las lomas del Infierno y la Gloria.

En el encharcado ascenso del Infierno, detuvimos a algunos adelantados y los reorientamos hacia Santa Ana. Rebasamos la loma y la descendimos hasta el final. En el primer arroyo, el agua nos daba por la cintura y pudimos cruzar con cuidado. Pero el segundo era intransitable. Una masa de agua descendía vertiginosa a una altura suficiente como para taparnos, al menos hasta el pecho. Esta, a solo unos metros, se lanzaba después en un estruendoso salto de agua. Valía la pena haber llegado allí para ver aquel espectáculo. Lo contemplamos unos minutos y partimos de regreso.

En Santa Ana un grupo se había ubicado en una casa vacía y otro en la escuelita del lugar. Una cascada en una ladera aledaña al caserío, rugía, y el aguacero aún no cedía. Un arroyo crecido teníamos también delante de las dos casas. La gente se quitó la ropa mojada para ponerse otra seca.

Pasando el mediodía, la lluvia comenzó a ceder, pero ya era tarde para emprenderla hasta el Alto del Cojo, además de que los arroyos debían seguir crecidos. Por ello la mejor opción era acampar allí el resto de la jornada, y eso hicimos.

En la tarde, los malnombristas asumieron el protagonismo en la cocina, haciendo unos chícharos que vinieron muy oportunos, pues no comíamos “caliente” desde nuestra salida de La Habana. El menú se completó con arroz, carne de latas y refresco.

Con la llegada de la noche, el frío se hizo sentir. A esa hora, una incertidumbre reinaba en buena parte de la tropa: ¿qué haríamos al día siguiente? Muy cerca llegaba el terraplén que lleva directo hasta Buey Arriba. Tomarlo sería desistir de la subida al Pico Turquino. Teníamos la presión de tener que estar el martes 10 en Providencia, donde nos recogería una guagua para llevarnos hasta Bayamo y tomar allí el tren de regreso. Pero ya yo había sacado las cuentas, y estas, aunque apretadas, me daban para ir al Turquino. Poco a poco el silencio fue apoderándose del caserío y, a pesar de la humedad y el frío reinante, la tropa pudo descansar para una nueva e incierta jornada.

Con la claridad de la mañana, nos despertamos el domingo 8 de octubre, que vino aparejado de la incertidumbre de nuestra ruta a seguir. En la primera casa se inició una “conspiración” para convencerme de regresar a Buey Arriba; en la intriga participaron integrantes de varios centros. Para ello, hablaron con Vizcaíno, un integrante de Mal Nombre, con la intención de que me convenciera. El resto de los malnombristas estaba ajeno a lo que se tramaba.

En medio de la conspiradera, entré en la casa y, al Vizcaíno hacer el intento de tocarme el tema y al comprender yo lo que se tramaba, les dije sin dar margen a apelación alguna: “Recojan, que nos vamos para el Turquino.” Algunas tímidas sonrisas les siguieron a mis palabras y luego la gente comenzó a recoger.

Los años de guerrillas con Mal Nombre me han enseñado que un mismo reto puede verse con dos rostros: el del empeño por vencerlo y el del desgano en pos de huirle. Una guerrilla es una fragua formadora de valores, siempre que prime el primer rostro, y habíamos llegado desde La Habana para homenajear al Che, mucho más siendo 8 de octubre.

Después del desayuno, recogimos y partimos. De la cascada que teníamos delante en Santa Ana, solo quedaba una llovizna de agua. Llegamos al camino del firme de la Maestra y comenzamos el ascenso al Infierno.

Arroyo entre el Infierno y la Gloria

Bien rápido se evaporó la frialdad en nuestros cuerpos. Pasamos la mayor altura del Infierno e hicimos el descenso. Cruzamos sin problemas el primer arroyo y en el segundo, la corriente, sin la fuerza del día anterior, aún estaba por encima de su nivel habitual. Por eso nos quitamos las mochilas y las cargamos sobre nuestros hombros. Al atravesarse, a la mayoría el agua le daba por la cintura. Eduardo intentó el cruce con la mochila a la espalda y la corriente lo arrastró unos metros, llevándose un buen susto, pues estuvo cerca de caer por el salto.

Comenzó entonces la subida de la loma Gloria poco antes del mediodía. Hicimos un alto en el entronque con el camino que va a California por la derecha, por los tres motivos habituales de esos casos: descansar, reagrupar y evitar una pérdida. Subiendo la primera gran pendiente de la Gloria, la tropa se fue dispersando y cuatro malnombristas (Gerardo, El Chocky, Barbón y el Oso) asumieron la misión de la retaguardia para ayudar a dos muchachas que trabajaban en la planta de Formas Terminadas, llamadas Sussel y Yaquelín. A Yaquelín la habían apodado “Bata de casa”, pues cada noche de la guerrilla se ponía una bata de casa para dormir.

La loma del Infierno, y la de la Gloria al fondo

Densas nubes tenían copado el largo firme de la Gloria, de modo que la visibilidad era de solo unos metros. La gente iba caminando en pequeños grupitos. Sin lluvia y con nubes, el trayecto se hacía mucho más llevadero que en otras ocasiones. El hambre era la mayor tortura; el peso también afectaba, aunque no como en los inicios de las largas guerrillas.

Poco a poco la gente fue saliendo al claro entre las dos cordilleras para luego recorrer el largo tramo restante hasta el Alto del Cojo. En el Alto estaban acampados 9 trabajadores del hotel Sierra Maestra de Bayamo, con los que habíamos coincidido en la guagua que nos llevó desde Bayamo hasta Buey Arriba. Ellos habían llegado directo por el camino de California y su meta era también el Pico Turquino.

Como aún eran las cinco de la tarde, tomé una decisión que después trajo sus contratiempos: seguir hasta el campamento del Joaquín. La ganancia que le veía a aquella decisión era que al día siguiente partiríamos rumbo al Turquino dejando las mochilas allí. El gran esfuerzo lo haríamos ahora. Para no dar margen a la incertidumbre, alenté a la gente a partir. Los de atrás, a medida que llegaban al Alto del Cojo, descansaban un rato y luego la emprendían por la recia pendiente que lleva hasta el firme de la Maestra, llamada “La Cabrona”. Yo permanecía en El Cojo para alentar a los que llegaban y, de paso, esperar a la retaguardia.

Sobre las 5:30 aparecieron finalmente los cuatro malnombristas con las dos muchachas de Formas Terminadas y con Miladys, quien había hecho buena liga con los de Mal Nombre. Pablo, del CEADEN, también llegó con el último grupo. Cuando les dije que había que partir ya para el campamento del Joaquín, Barbón me puso freno diciéndome que no se podía mover de allí sin tomarse, al menos, un té, pues estaba muerto de hambre. Le dije que nos iba a coger la noche en la subida, pero el Barba al momento se puso a calentar agua para preparar su té.

La delantera de la tropa pudo llegar a la cima del Joaquín con suficiente claridad, y comenzó la bajada. Detrás le seguía un reguero de gente en la subida, haciendo altos a cada rato debido al rigor de la endiablada pendiente, mezclado con el hambre.

Los primeros llegaron al campamento del Joaquín y allí se tropezaron con un buen grupo del Instituto de Investigaciones de la Industria Alimenticia (IIIA), que estaba también de excursión al mando de Treto, el secretario de la UJC del centro. Los del IIIA habían copado para dormir los mejores lugares en las dos casas del campamento, por lo que los recién llegados tuvieron que buscar los rincones vacíos que quedaban. A medida que iba llegando más gente, la apretazón era mayor.

Demasiado tranquilo había sido el día hasta ese momento, pero ya era hora de que las circunstancias se pusieran adversas. La noche comenzó a caer y con ella llegó también una fría llovizna, con viento incluido. Encima de la loma, unos cuantos de la tropa se hallaban aún desperdigados; por el Alto del Cojo, Barbón estaba terminando de hacer su té. A las agravantes se le sumaba la falta de luz de los desperdigados, y también de los últimos.

Vizcaíno, quien había llegado al campamento del Joaquín, partió de regreso con una linterna en busca de los atrasados. Cada vez que se topaba con alguien, le daba aliento, le preguntaba si quedaba gente detrás y, al recibir respuesta afirmativa, continuaba. En ese esfuerzo, seguía el flaco subiendo rumbo a la cima del Joaquín. Pedrito (también malnombrista) iba con otra linterna, alumbrando en la bajada del Joaquín a un grupito de muchachas.

Antes de la retaguardia, el último era País, quien se había quedado detrás sin linterna. Con las llegadas de la noche y la lluvia, continuó País avanzando a tientas, hasta llegar a la cima del Joaquín, pero ya allí, ante los dos caminos que se abrían y con el temor de caerse por una ladera, se detuvo y comenzó a preparar las condiciones para acampar. Como veterano malnombrista, sabía bien lo que significaba pasar la noche en aquellas condiciones (a más de 1600 metros de altura sobre el nivel del mar), pero no veía otra alternativa que prepararse para la funesta noche. En medio de los preparativos, vio una luz avanzando en la oscuridad; era Vizcaíno, ¡su salvador! Los años han pasado, pero al recordar aquel momento, a País todavía le brillan los ojos.

Al verlo Vizcaíno tan retrasado y comentarle País que detrás solo quedaban los malnombristas, partió el Vizca de vuelta al campamento del Joaquín, alumbrándole el camino al rescatado. En el regreso, iba recogiendo a los que se habían detenido a falta de luz. De este modo, excepto la retaguardia, la tropa pudo reunirse en el campamento. Allí contaron con la solidaridad de los del IIIA, quienes les brindaron de sus alimentos y pudieron así comer “caliente”.

Los últimos, al concluir Barbón la cocinadera de su té y repartirlo entre los que allí estaban, comenzamos la subida, justo cuando la noche empezó a hacer aparición.

Por el firme de la Maestra

Con la oscuridad que crecía a cada minuto, la lluvia molestando y la enfangazon del camino aumentando, el ascenso se fue haciendo cada vez más tortuoso. Llegó un momento en que no veíamos nada y, para evitar los deslizamientos, tanteábamos el aire con las manos buscando los troncos de los árboles para agarrarnos.

Aquello era demasiado para Yaquelín y Sussel. La primera se quejaba a cada momento y Sussel soltaba de vez en cuando unos sollozos. Barbón, el Oso, el Chocky y Gerardo constantemente les daban “cuero” para minimizarles la crudeza de la situación, a la par que se rotaban sus mochilas. Comentaban también acerca de la presencia en alto grado del “Factor Maceo” (frase malnombrista destinada a los momentos de más rigor en las guerrillas). La actitud de Miladys era diferente; esta, sin quejarse de nada, mantenía un buen ánimo. Pablo iba silencioso, ayudando con las mochilas.

Delante iba yo, molesto desde un principio porque andábamos de noche a causa de la demora de Barbón en hacer su té. Colgando en la parte de atrás de la mochila llevaba una parrilla hecha por el Chocky para cocinar, y esta me arañaba a cada rato las piernas, hasta que la zafé y la dejé a un lado del camino. Al comenzar la lluvia, mi hermano me prestó una capa, que bien pronto se empezó a enredar con los gajos y a rajarse, hasta dejar algunos pedazos enganchados en las ramas. En aquellas condiciones, mi “berro” iba subiendo de tono a cada paso.

Una media hora nos llevó avanzar solo unos cien metros; el tramo total a recorrer era de alrededor dos kilómetros. Evidentemente, con aquel paso, jamás llegaríamos. Por eso decidí regresar al Alto del Cojo. Pero dos grandes preocupaciones tenía en mi mente. Una era el hecho de dormir separado del otro grupo, pero no era la mayor. Lo que más me torturaba era que alguien se tuviera que quedar a pasar la noche en medio de la loma, bajo aquella llovizna pertinaz; mucho más conociendo que la mayoría de los que iban delante eran novatos en guerrillas. Pero sin una luz que alumbrara, a esa hora nada podíamos hacer. Cada cual giró en su lugar y comenzamos a descender.

El regreso al Alto del Cojo fue casi un deslizamiento. Hechos unas bolas de churre, sentimos por fin el techo sobre nuestras cabezas. Primeramente, vaciamos algunas latas, porque el hambre era inmensa. Los de Granma y los trabajadores de Flora y Fauna tenían copadas las pocas camas que había en la casa mayor, pero logramos que se ajustaran para que en una de ellas durmieran Yaquelín y Sussel. Miladys quiso correr la misma suerte de los hombres, quienes nos tiramos sobre el suelo de la casa donde estaba la cocina. Finalmente quedó el campamento en silencio, aunque mi sueño tardó en llegar, pensando en que alguien tuviera que pasar la noche sobre la loma. El frío ocupó su lugar, acompañado por los rugidos del viento.

(Continúa el próximo sábado).

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Comentarios

    Liudy 01/06/2025

    Subir El Turquino yo diría que es un sueño de todo cubano patriota y contarlo por el San es casi vivir la experiencia aunque sea virtual. Gracias por las emociones contadas, las sugerencias y los malos pasos también para no repetirlos. Ahora tengo el sueño de subirlo con Malnombre 😍.

    Alejandro Figueroa 01/06/2025

    Es muy buena estas narrativa de las diferentes actividades y es muy bueno tratar de que los novatos, sean los que escriban sus anécdotas y reflexiones es muy provechoso para todos y para los que dirigimos algún grupo de excursionismo.

    Ibis Juanes Caballero 01/06/2025

    Waooo qué grande es MN!!! San, la guerrilla Hombrito -Turquino se ha repetido, es dura, he vuelto a recorrerla leyendo este artículo, gracias. Que conste que la Gloria no es tan gloria ni el Infierno tan feo jajajaja.

    Noelia 01/06/2025

    Hace rato no leía una narración que me atrapara así. No pude desprender los ojos del texto. Es como si hubiese estado en esa guerrilla al leer: Sentí los riachuelos crecidos, el frío de la llovizna, el terror de los que se quedaron sin luz en la noche y cómo les regresó el alma al cuerpo al ver a sus compañeros aparecer a rescatarlos con linternas, agradecí el té caliente, me molestó la frustración de los contratiempos, sentí orgullo al reflexionar que los monumentos y homenajes no se hacen solos, sino que los logran personas que aún en mil cosas como el resto de nosotros dedican tiempo y enfrentan dificultades para manifestar su amor por nuestra historia y naturaleza….
    Me encantó el equilibrio en la narración: extraordinariamente útiles las referencias geográficas para subir por distintas rutas, acertada la inclusión de anécdotas personalizadas para trasladar lo que se vive en la conquista de esos retos, preciosas las imágenes seleccionadas.
    Con este relato siento que estoy subiendo el Turquino otra vez. Esperaré con ansias la continuación del relato el próximo fin de semana.

    Susana Borroto 31/05/2025

    Ese Turquino es famoso en Mal Nombre. He oído esos cuentos. Espero ansiosa la segunda parte. Gracias San!