En las recias jornadas por la Sierra Maestra, el día que se sube al Turquino tiene como momento más crítico la llegada al lugar de acampada en la tarde, noche o hasta en la madrugada. Es en esos momentos cuando mejor debe funcionar el trabajo en equipo: los que cocinan para el resto de la tropa, los que regresan a alentar a los que no han llegado y los de la retaguardia que vienen ayudando a los más explotados. La siguiente crónica tiene de todo eso.
La guerrilla de verano de Mal Nombre para el año 2014 comprendía un largo recorrido por la Sierra Maestra, y el “desayuno” era una subida al Turquino por el sur santiaguero para después acampar en el Alto del Cojo, en territorio granmense. El rollo mayor estribaba en la carga, pues como era el inicio de una guerrilla de una semana, la trepada al Turquino sería con las mochilas bien pesadas, sobre todo por los alimentos.
Salimos en guagua desde La Habana en la tarde del 31 de julio, madrugamos entre la Autopista Nacional y la Carretera Central, sobre las diez de la mañana del siguiente día llegamos a la ciudad de Santiago de Cuba y fuimos directo para el Palacio Provincial de Pioneros, donde dejamos la carga alimenticia de la segunda semana de guerrilla –una navegación por el río Toa– para no tener que cargarla en la Sierra. Luego visitamos el cementerio de Santa Ifigenia y de allí partimos a tomar la carretera que recorre la costa sur del municipio Guamá, al borde de la Sierra Maestra.
En el largo tramo de carretera que hay de Santiago a Las Cuevas tuvimos que dejar la guagua en un puente en mal estado, seguir en un camión hasta Uvero, y luego tomar otro camión hasta el final. Después vino el estreno guerrillero de la tropa en la caminata en ascenso de 3.5 kilómetros, con llovizna intercalada, para llegar al campamento de Flora y Fauna “La Majagua”, en plena subida al Turquino.
Como en Mal Nombre acostumbramos a dividir la tropa en grupos de cocina, al Uno le tocó preparar el arroz, la carne en salsa y el refresco, con Yaser al mando del pequeño piquete. Con el anochecer, terminó el baño y la comida estuvo lista. Varios de los novatos escucharon por primera vez la palabra más ansiada en Mal Nombre, la que llama a la repartición de comida: “Tiroteo”. Se repartió una primera tanda y alcanzó para el doble de todo. Luego, cada cual fue a su lugar y el sueño hizo su aparición en La Majagua sobre las diez de la noche.
La tranquilidad de la madrugara fue rota bruscamente alrededor de las dos, cuando un severo aguacero se desparramó sobre La Majagua. Pronto casi todo quedó enchumbado, pues se filtraron las paredes de casi todas las tiendas de campaña y los techos de guano del campamento se convirtieron en coladores.
En plena tranquilidad,
de madrugada en la Sierra,
un aguacero se aferra
en soltarse sin piedad.
Las tiendas, con brevedad,
se enchumban del aguacero
y el albergue es un reguero
de ropa y gente mojada;
en fin, que la malnombrada
tiene el “bautizo” primero.
Con el sueño destrozado en unos cuantos, las horas fueron pasando demasiado lentas, hasta que por fin comenzó a aclarar. Habíamos pasado el primer “bautizo guerrillero”, pero no sería el único. Raine, con su grupo Dos de cocina, preparó el desayuno, a la par de que se iba recogiendo la acampada.
Sobre las nueve de la mañana, después de desayunar y despedirnos de los trabajadores de Flora y Fauna que nos habían acogido en el campamento, partimos loma arriba. Cinco del grupo no continuarían el viaje por la Sierra después de la subida al Turquino, por lo que dejaron casi toda su carga en La Majagua, pues allí regresarían para acampar en la jornada. El resto teníamos por meta de la jornada el Alto del Cojo, otro campamento de Flora y Fauna conocido por Mal Nombre y ubicado en la base del Pico Joaquín, en su vertiente este.
El primer tramo tenía una severa pendiente conocida como “Saca lengua” y, por supuesto, le hizo honor a su nombre. La tropa se fue estirando y los descansos se sucedían por grupitos con no poca frecuencia. Más adelante la vegetación se hizo más alta, sombreándonos casi todo el tiempo. Así llegamos al Alto del Caldero, donde unos banquitos a la intemperie, bajo una frondosa vegetación, llamaba a gritos a un descanso.
Siguiendo la marcha, llegamos al Paso del Cadete, con su profundo barranco por la derecha, y continuamos, notando un cambio en la vegetación, pues los helechos bajos comenzaban a dominar el paisaje. El camino se hizo más arisco y la pendiente seguía en sus “trece”.

Más arriba la pendiente fue cediendo, hasta que llegamos al llanito donde se erige el gran monumento en homenaje a Frank País, protegido por la sombra de unos extraños pinos vietnamitas. Unos metros más, y el campamento del Pico Cuba nos dio la bienvenida. Una canal que bajaba desde el techo del campamento, vertía el agua de lluvia sobre un tanque y de este nos reabastecimos de agua. No había nadie de Flora y Fauna por los alrededores y la gente fue tirándose donde quiso para hacer un descanso. Algunos bancos de madera se prestaron para el relax y sobre una mesa, también de madera, puesta a la intemperie, piqué las barras de maní que servirían de almuerzo-merienda. Luego regresé para ayudar a los últimos.
La retaguardia del día la conformaban Edgardo, Frank y Jorgito. En lo que avanzábamos los tres de la retaguardia y yo, vino a nuestro encuentro Ramón Frontera, un puertorriqueño muy solidario con la causa de los Cinco, que había subido el Turquino por la vertiente norte con otra gente. Él y yo habíamos hablado antes del viaje, pero por complicaciones suyas, no pudo subir al Turquino con nosotros. Al pasar por el campamento del Cuba, nos dejó unas barras de energéticos, muy oportunas para la dura jornada que llevábamos. Nos abrazamos en medio del camino, conversamos un rato y cada cual siguió su rumbo.

Continuamos los malnombristas en busca del Pico Real del Turquino. El ascenso al Cuba, que le antecedía al Turquino, puso las “bombas” a trabajar con fuerza. Vino entonces el descenso empedrado hasta el Paso de Las Angustias, donde los barrancos por cada lado les sacaron la adrenalina a unos cuantos. En la subida final del Turquino, la rara y húmeda vegetación de la zona, en la que priman los helechos arborescentes y las endémicas sabinas, nos absorbió de modo tal que casi negó la visión del cielo. El suelo en ese tramo se siente acolchonado, debido a la espesa capa vegetal que lo cubre.
Sobre las dos de la tarde comenzaron a aparecer malnombristas en la mayor altura de Cuba. A medida que iba llegando la gente, el sudor y el cansancio se confundían con una sonrisa de satisfacción. En los primerizos en el Turquino esto era más notable; el ancho redondel con el monumento a Martí casi en su centro, tantas veces visto en fotos, se convertía en realidad para ellos. Las mochilas fueron al suelo y el monumento muy pronto se vio rodeado de fatigados pero alegres malnombristas. Vinieron las fotos de todos tipos y luego repartí el energético donado por nuestro amigo puertorriqueño. Aquello sabía riquísimo, pues tenía bastante chocolate. Algunos buches de agua también amenizaron el tiempo en la cima.

Al fin llegan los primeros
a la cima del Turquino;
Martí, al final del camino,
recibe a los guerrilleros.
Soplando vientos cimeros
sobre el ancho redondel,
se siente el júbilo aquel
que da una buena conquista
y la tropa malnombrista
siente alegría a granel.
Al rato de descansar, los cinco que regresarían a La Majagua se despidieron del resto y partieron loma abajo. Un poco después, a eso de las tres de la tarde, comenzó a salir la gente rumbo al Alto del Cojo. El descenso de la larga pendiente que llega al Turquino desde el norte, se hizo en grupitos. En El Mirador, donde el paisaje recrea hacia el este una gran parte de la Sierra Maestra, se juntaron algunos.

Tras rebasar Loma Redonda, el camino faldeó por la izquierda y luego nos sobrevino el complicado Paso de Los Monos, con su ascenso pedregoso casi vertical. Este Paso llevó al límite de las energías a unos cuantos. Después la pendiente cedió ostensiblemente hasta llegar a la cima del Pico Regino y, tras un leve descenso y ascenso, se aparecieron los primeros en la cima del Pico Joaquín, para aprovechar en un descanso los bancos de madera que allí hay.

Tony y el Griny partieron de primeros desde del Pico Joaquín, cogiendo a la derecha, rumbo al Alto del Cojo, mientras a la izquierda desechaban el gran descenso que va hasta el campamento del Joaquín. Mary y Yaser les seguían de cerca. Después caminaban Alexis, Daniela y el Cadete, y detrás un grupito de ocho, en el que me encontraba.
Mientras esto sucedía al norte del Turquino, los cinco que buscaban La Majagua habían descendido hasta el campamento del Pico Cuba para hacer un alto allí. Luego continuaron e hicieron un nuevo descanso en el Pico Caldero. Del Caldero salió Abraham en la vanguardia y Abelito después le siguió. Ambos llevaban un buen paso, con el objetivo de crear condiciones en el campamento de La Majagua, para cuando llegaran los demás.
Pero la historia de los otros tres se complicó, ¡y de qué manera! Tras salir del Caldero, con la noche en expansión, Fidelito sintió hipoglicemia. Con 53 años en las costillas y ningún entrenamiento, la voluntad no basta para hacer tanto esfuerzo físico. El estado del Fide era tal, que se tiró en el camino y comenzó a ver “luces”. En cierto estado de desvarío, se imaginó su crónica funeraria, en su segunda subida al Turquino. ¡Qué honor para él que sucumbiera en tan magno empeño! Pero Ana Beatriz y José Julián estaban bien claros y debían hacer algo. Partió a toda prisa José Julián, loma abajo, con su mochila y una linterna, mientras Anita se quedaba junto a su extenuado esposo.
Con la noche echando suerte,
el Fide unas luces vio
y entonces se imaginó
la crónica de su muerte.
Comentó sobre la suerte
de morir en el camino,
en su segundo Turquino,
¡vaya excelsa poesía!
Jose, al verlo así, partía
con los pies en desatino.
Ya de noche y con la preocupación por el padre, le pareció a José Julián más largo el trayecto que en la subida. Al llegar a La Majagua, les contó de prisa a Abelito y a Abraham, lo sucedido. Entre un grupito de jóvenes santiagueros que estaba acampado en el lugar para subir el día siguiente al Turquino, cuatro se dispusieron a brindarle ayuda al desvanecido. Con linternas y cargando caramelos, azúcar y agua, partió el cuarteto de prisa, mientras Abelito, bastante cansado, arrancó después con mucho menos ritmo.
Llegó el cuarteto al auxilio de Fidelito, le dieron de comer los energéticos, tomó agua suficiente, el hombre fue recobrando las fuerzas y finalmente se paró y echó a andar, “malográndose” así la escritura de una posible crónica funeraria. Abelito llegó al rato al lugar del auxilio y luego partieron todos rumbos a La Majagua, a donde se aparecieron más tarde sin ningún un otro contratiempo.
Por allá por el Pico Joaquín comenzaba también lo más duro de la jornada. La delantera de la tropa dejó una flecha en el suelo indicando la dirección del Alto del Cojo. Aún de día, Griny y Tony siguieron con buen paso, por el firme que continuaba; detrás de ellos iban Yaser y Mary. Luego de recorrer un buen techo de firme, doblaron a la derecha y comenzaron a descender una notable pendiente (la loma de La Cabrona) sin perder el camino. Llegó el dúo delantero al Alto del Cojo con suficiente claridad solar. En el lugar hallaron a tres trabajadores de Flora y Fauna.

Al costado izquierdo del campamento había un original sistema para subir el agua desde una aguada. Girando una rueda de bicicleta, se lograba que el agua subiera por una manguera. Hasta allí fueron Tony y el Griny y se dieron un reconfortante baño.
A los pocos minutos de la llegada del dúo delantero, se apareció Yaser en el campamento, dejó allí su mochila y regresó a la ladera para ayudar a Mary en la bajada final. Al ratico, cuando Mary y Yaser llegaron al campamento, de inmediato se dispusieron a preparar los espaguetis que tocaban para la comida del grupo, aunque a ellos no les correspondía cocinar en la jornada.
Un instante después partió Yaser ladera arriba, para ayudar a la gente en la bajada, mientras Mary se quedaba cocinando. Mary le dijo entonces al Griny y a Tony que la llegada del resto de la tropa sería bien complicada, pues poco faltaba para que oscureciera, por lo que era importante subir a ayudar a la gente. Entonces el dúo recién bañado, comprendiendo la situación a la que el grupo se avenía, dejó la pulcritud a un lado y partió también a trepar la ladera.
Por allá arriba por el firme, tras dejar detrás el Pico Joaquín, iba yo en la delantera de mi grupito de caminata, algo preocupado porque el camino por el firme era más largo de lo que yo recordaba. Andaba con esos pensamientos cuando vi acercarse a Daniela, algo llorosa, caminando en retroceso. Al verme, me dijo que su papá no podía caminar porque tenía algún problema en los músculos. Apuramos el paso y tuvimos entonces una visión de Alexis algo “espectral”. El veterano malnombrista estaba sentado en el firme sobre el camino, con una sábana tirada por encima, que le cubría casi todo el cuerpo. A este guerrillero, con una importante historia deportiva en sus tiempos en la CUJAE, jamás lo había visto en aquel estado. Pero lo que tenía no era más que un “tronco” de hipoglicemia. Esa mañana casi no desayunó, dándole de lo suyo a Daniela.
Mientras tanto, en el remonte,
o en el firme, más preciso,
Alexis está en el piso,
ha perdido el horizonte.
Ya no escucha en aquel monte,
ni siquiera al tocororo;
la hipoglicemia que, a coro,
le ha caído, lo ha sentado
y una sábana se ha echado
por encima, con “decoro”.
Le dimos agua a Alexis y la vomitó al momento. Traté de cargar su mochila delante, mientras la mía seguía en mi espalda, pero unos tubos que tenía la mochila de él, chocaban con mis piernas al intentar caminar. Roté las mochilas: la mía adelante y la de él detrás. Pero entonces la altura de mi mochila no me dejaba ver hacia adelante. Sin más solución por el momento que dar tiempo a que Alexis se recuperara, seguí adelante sin mochila, preocupado porque nos hubiéramos pasado del camino de bajada. Pero unos pocos metros adelante, apareció por fin el camino que descendía por la ladera.
Regresé, cogí una linterna que me dio Freeman, donada por Ramón Frontera y, aún sin mochila, la emprendí ladera abajo, con la compañía del Cadete, quien me siguió de cerca. Comencé a bajar casi a la carrera, mientras la claridad diurna se iba apagando. El camino era fangoso –de tierra negra–, por lo que tenía que agarrarme constantemente de los troncos de los árboles que minaban aquel monte, para no caer. Algunos troncos colocados transversales sobre el camino ayudaban en el descenso, pero no bastaban.
Tras haber bajado algunos cientos de metros, comencé a gritar hacia abajo y el Griny me respondió. Le pregunté si ya habían llegado al campamento y si allí había trabajadores. Al recibir dos respuestas afirmativas, volví sobre mis pasos en busca del grupito que había dejado en el firme. Andando ya en penumbras, encendí la linternita, pero esta comenzó a fallar y tuve que desecharla. El Cadete seguía conmigo en aquella carrera contra la oscuridad.

Alexis se volvió a sentir débil y le prepararon un pomo de agua con azúcar, pero nada más hizo tomárselo y lo vomitó. Entonces Yaser, que llegaba en ayuda, le quitó la mochila y lo cogió de la mano, comenzando a bajar con él. Lorenzo, que había llegado hasta el campamento, subió y se llevó la mochila de Alexis.
Llegamos arriba y vimos a Alexis en mejor estado, al menos momentáneamente, por lo que pudo cargar su mochila. Comenzamos el descenso en grupo y más gente se fue sumando. Lorenzo se fue adelante con María Emilia, Amelie y Abiel, mientras Freeman, con una linterna, nos alumbraba a Irmita, a Janett y a mí.
La bajada con poca luz era bastante complicada, pues los tropezones estaban a la orden del día. Entonces Janett, Irmita y yo apelamos a la forma menos complicada y más divertida de bajar: “nalgueando”. Íbamos pendiente abajo como si estuviéramos en la sala de nuestras casas y las risotadas se sucedían una tras otras. Para mí era incómodo llevar la mochila en la espalda y a la vez nalguear, al punto que en un trance el bulto se me trabó y di una vuelta aparatosa. Entonces me quité la mochila y la comencé a lanzar por tramos.
Luego se apareció el Griny y le preguntamos cuánto faltaba. Nos dijo que unos 700 metros. Le dije que eso era exagerado, pero de todos modos, debía faltar un buen tramo. Entonces les dije a Irmita y a Janett que nos íbamos a quedar sin nalgas si seguíamos así. Nos paramos los tres y continuamos caminando loma abajo.
Poco a poco fuimos llegando al campamento en un estado crítico de la tropa. Yaser llevó a Alexis hasta un cuarto, le infló una balsa que Alexis había llevado y lo hizo acostarse sobre ella. Alfredo también andaba con hipoglicemia, por lo que el Griny le cargó la mochila un tramo y, al llegar al campamento, Alfredito aterrizó en una cama que le facilitó la gente de Flora y Fauna. Héctor tenía una rodilla en candela.
Yaser subió por tercera vez y cargó en la espalda a María Karla, quien tenía una pierna adolorida. Tony también cargó mochilas en el descenso. El Griny subió nuevamente y ayudó a Raine a bajar, quien andaba explotado. Melyssa y María Teresa, al llegar al campamento, soltaron unas lagrimitas de las tensiones vividas en la ladera. Elizabeth se puso a cocinar, pero un mareo la sacó de paso y estuvo a punto de vomitar. Alejandro, que ya estaba en quinto año de medicina, inyectó a Alexis y a Alfredo, pero ellos ni cuenta se dieron.
En explote se le vio
a Alfredito en la bajada
y su mochila, cargada
por el Griny, al fin llegó.
Más de una lágrima echó
Meli con María Teresa,
y a Elizabeth, tal empresa
casi le causa un desmayo
o un vómito de soslayo
en aquella noche espesa.
Pero Yaser no paró,
otra vez volvió a la altura
y de su nueva aventura
a María Karla cargó.
Ella un pie se resintió,
o un tobillo, mejor dicho,
y a Héctor, no sé qué “bicho”,
un buen dolor le ha causado,
que llega abajo doblado
y necesita un buen nicho.
Varios nos sumamos a la cocinadera y a eso de las diez de la noche la comida estuvo lista. Formamos el tiroteo y, con la comelata de espaguetis, la tropa se vio en mejor estado. Estando parado, me dieron unos escalofríos y María Teresa y Elizabeth me tiraron el saco de dormir por encima.
Se acabó la tragadera y la gente se fue tirando por el suelo, mientras el frío iba subiendo con el avance de la noche. Al poco rato los 36 ya estábamos durmiendo, después de una jornada en la que habíamos subido a lo más alto de Cuba y en la que terminábamos con sobrado explote y sin haber “jugado” agua.