Foto: Página de Facebook del Movimento dos Atingidos por Barragens – MAB
Por Iramis Alonso Porro
¡Pueblos del mundo, uníos! Con ese llamado, portador del espíritu de Flora Tristán y Carlos Marx, que recoge cuál es la única manera de transformar este tiempo de injusticias, guerras y consumismo insaciable que el imperialismo se sirve a la mesa para devorarnos a todos, cerró la Declaración final de la Cumbre de los Pueblos rumbo a la COP30, realizada del 12 al 16 de noviembre en Belém do Pará.
El documento resume el sentir de las más de 70 mil personas que participaron en la Marcha Global por el Clima, tanto en Belem, como en otras ciudades del mundo: “pueblos originarios y tradicionales, campesinos, indígenas, sindicalistas, personas sin hogar, mujeres, la comunidad LGBTQIAPN+, jóvenes, afrodescendientes, habitantes del bosque, del campo, de las periferias, de los mares, ríos, lagos y manglares…
“Nos hemos comprometido, explica la declaración, a construir un mundo justo y democrático, con bienestar para todos. Somos unidad en la diversidad. El auge de la extrema derecha, el fascismo y las guerras en todo el mundo exacerban la crisis climática y la explotación de la naturaleza y los pueblos. Los países del Norte global, las corporaciones transnacionales y las clases dominantes son los principales responsables de estas crisis”.
El texto se afilia claramente al internacionalismo popular, toma al feminismo como parte central de su proyecto político y se distancia de la dinámica económica que prioriza el lucro y la acumulación privada de la riqueza.
Luego de dos años de construcción colectiva para llegar a Belém, la Cumbre de los Pueblos apuesta en su declaración por la justicia climática y recuerda que, a pesar de la expansión de las fuentes renovables, no se ha producido una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Frente a tales desafíos, la Declaración final demanda que el aire, los bosques, el agua, la tierra, los minerales y las fuentes de energía no pueden seguir siendo propiedad privada ni ser apropiados, porque son bienes comunes del pueblo, para exigir a los gobiernos deforestación cero, la participación y el protagonismo de la ciudadanía en la construcción de soluciones climáticas y políticas estatales de restauración ecológica de las zonas degradadas.
Igualmente, el documento llama a la promoción de la agroecología para combatir la concentración de la tierra, a que los gobiernos desarrollen mecanismos que garanticen la no proliferación de los combustibles fósiles y a que la financiación climática internacional no se canalice a través de instituciones que profundizan la desigualdad entre el Norte y el Sur, como el FMI y el Banco Mundial.
“Creemos que es hora de unificar nuestras fuerzas y enfrentar al enemigo común. Si la organización es fuerte, la lucha es fuerte”.







