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El Pico Tuerto: su conquista y la odisea después

Miguel Alfonso Sandelis
16 mayo 2025 | 1 |

Aunque cuando se habla de elevaciones altas de la provincia de Villa Clara, el Pico Blanco sea tal vez el más famoso y también el más asediado, la mayor altura villaclareña es otra y responde al enigmático nombre de “Pico Tuerto”.

Con 919 metros de altura sobre el nivel del mar, el Tuerto se muestra como un vigía de la hermosa presa Hanabanilla pues, partiendo en navegación desde el poblado del Salto del Hanabanilla, luego de girar a la izquierda y adentrarse en la larga recta de la presa, se puede divisar su penacho culminando las estribaciones que se erigen sobre la orilla derecha.

Del escondido Pico Tuerto, y también de una casi irreal aventura vivida después de conquistar su cumbre, trata esta nueva edición de la sección“Monte adentro”.

Enclavado en el macizo montañoso Guamuhaya, popularmente conocido como Escambray, y ocupando un área del municipio Manicaragua, el Pico Tuerto forma parte de una serranía que se asienta entre dos ríos y la presa. Varios picos conforman este macizo, que tiene en el extremo oriental un imponente farallón, y junto a él se halla otra cumbre algo menor.

La vegetación en su cima es esencialmente de arbustos y el terreno está cubierto de hierba. Marcando su máxima altura, se halla una placa del Instituto de Geodesia y Cartografía empotrada en el suelo, aunque la hierba suele cubrirla. En sus laderas la vegetación es exuberante.

Esta elevación está ubicada entre los ríos Trinitario (al oeste), Guanayara (al este) y la presa Hanabanilla (al norte). La población más cercana al pico es Jibacoa, situada al oriente de este, mientras que en el extremo norte de la presa se encuentra el poblado El Salto del Hanabanilla. Algo alejado hacia el sur se halla Topes de Collantes. También distante, pero al oeste, se eleva el Pico San Juan, mayor altura de Guamuhaya.

Dos rutas se pueden tomar para llegar al Pico Tuerto. La primera vía es por el norte. Desde los poblados de Cumanayagua o Manicaragua se puede acceder a la carretera que lleva hasta el pueblo El Salto del Hanabanilla, donde se toma una lancha que recorre gran parte de la presa. La navegación debe terminar en Río Negro y allí seguir el camino que bordea al río Trinitario, el cual desemboca en el Negro, muy cerca de donde este último le entrega sus aguas a la presa.

En ascenso por el río Trinitario, tras realizar varios cruces del pequeño río, se debe comenzar a subir por la ladera izquierda, sin camino. Esa ruta lleva hasta un sendero que sigue un firme, el cual se debe tomar hacia la izquierda. A partir de ahí, la altura de la vegetación disminuye y las espinas aumentan, con la uña de gato y el aroma llevando la iniciativa, asomándose de vez en cuando algún que otro tibisí.

Algo adelante, el trillo se arrima a la derecha de la cresta para ofrecer un paisaje de admirar. Custodiado entre lomas, el río Guanayara zigzaguea allá en lo bajo. Siguiendo entre hierbas, espinas y arbustos, se suceden subidas y bajadas, hasta llegar a un sitio algo allanado en medio del firme.

Allí el camino se convierte en un hierbazal, teniendo al Pico Tuerto al frente, al norte, justo detrás de un pico que le antecede. Se debe vencer el primero, descender y volver a ascender hasta llegar a la cima del Tuerto, todo ello abriendo monte. Ya arriba, se debe buscar en el suelo la placa del Instituto de Geodesia y Cartografía, donde la palabra “Tuerto” aparece inconfundible.

La otra ruta para llegar al Pico Tuerto es a través del poblado de Jibacoa, al que se puede acceder por Manicaragua, por Topes de Collantes o incluso por Cuatro Vientos. Ya en Jibacoa, se coge el camino que lleva hasta la presa Hanabanilla. Al llegar al dique, se sigue el camino que bordea por la derecha en ascenso al río Guanayara, el cual llega hasta un caserío llamado “Manantiales”. En un punto de este recorrido, hay que cruzar el ancho río en alguna embarcación de la zona y ascender por un camino que lleva hasta el llanito que tiene de frente al Tuerto y al pico que le antecede.

El gran dilema de este trayecto es encontrar el punto exacto donde hay que cruzar el Guanayara, para lo cual es preciso averiguar los detalles con los habitantes de Manantiales.

La aventura

El 1ro. de abril del año 2011 los malnombristas nos lanzamos a conquistar el Tuerto, por esa intrépida manía de vencer las mayores alturas provinciales. En botella desde La Habana hasta el poblado El Salto del Hanabanilla, lancha por la presa, entrada por Río Negro y caminata bordeando el Trinitario, hasta un secadero de café entre casas, donde vivía el campesino Juan con su familia.

Después de hacer migas y de la explicación de Juan, nos fuimos con un sobrino suyo de guía, pero este, en vez de hacernos cruzar el río en la zona conocida como“El Caney”, nos hizo seguir de largo, a pesar de mi recelo.

Como conclusión, le cambiamos de nombre a la guerrilla, pues lo que subimos fue el Pico Jutía, apodado así por nosotros, por tener enganchada en una rama de un árbol una enorme jutía conga. Como el tiempo no daba para más en un solo fin de semana, pues al día siguiente teníamos que coger la lancha de regreso, partimos de vuelta con la espina del Tuerto clavada en nuestro deseo.

Pero no pasaron dos meses y ya estábamos nuevamente en busca de la“presa” (y no precisamente de la Hanabanilla, aunque tuviéramos que volver a navegar por ella). Ese viernes 27 de mayo llegamos hasta el secadero de Juan y dejamos allí las mochilas, confiados en nuestro pronto, seguro y exitoso regreso, para coger la lancha hacia atrás al otro día, a las 8:30 de la mañana del domingo. Éramos 32 humanos (incluidos cinco niños) y una perra casera llamada“Muter”.

Y esa vez cruzamos el río en El Caney, comenzamos a trepar por un trillo de la ladera, pasamos junto a las matas de plátanos más grandes que habíamos visto en nuestras vidas, y llegamos a un entronque a la altura del firme. Allí hicimos un descanso, nos comimos el maní del mediodía y tomamos el firme por la izquierda.

Avanzando y avanzando, despejamos el trillo de espinas, casi se nos cae Muter por un barranco y dejamos atrás por la derecha un imponente peñón.

Así llegamos al llanito que antecede al Tuerto. Hainer le partió para arriba al primer pico, pero yo lo esquivé por la derecha y le fui directo al Tuerto. Antes de las 2 de la tarde ya estábamos en la altura buscando la placa por el suelo, hasta que un pie de Martica tropezó con ella. Felicidad por la conquista, foto de grupo y regreso hasta el llanito. Justo entonces comenzó la odisea.

Sobre el suelo carbonizado por algún incendio reciente, ante la mirada incrédula de los malnombristas, dibujé un mapa para convencerlos de que no había que virar por donde llegamos, sino coger un camino a la izquierda del Tuerto, para descender directo al Trinitario. Pero mi gran error fue desechar una cordillera que se presentó ante mis ojos más a la izquierda del camino elegido por mí, de modo que, en vez de bajar al Trinitario, lo haríamos hacia la presa.

Partimos por aquel trillo que pronto se esfumó, para seguir descendiendo por una ladera a monte traviesa. Una gran mata de mamey nos ilusionó porque nuestro amigo Juan nos había hablado de una. Más adelante llegamos a un claro y lo descendimos hasta un bohío y una casucha, pero no había un alma por los alrededores, además de nosotros.

Pensando siempre en tirar a la izquierda para llegar al Trinitario, embullé a la gente a trepar una ladera para caer del otro lado de un firmecito. Pero casi arriba, se destapó un aguacero con truenos y, al mirar para atrás, andaba yo solo, y el resto protegidos entre la casucha y el portal del bohío.

Con la tarde avanzada, sin mochilas y perdidos en aquel desconocido paraje, la complicación era grande. El riesgo de pasar la noche sin ropa seca para protegernos y sin comer, y de perder la lancha del día siguiente en la mañana, crecía por minuto. A mí se me agravaba por el hecho de que debía estar el lunes temprano en mi trabajo de todas, todas.

En un momento le dije a Miladys que podíamos perder la lancha y ella me respondió que esa no era una opción. Sus palabras fueron como un corrientazo. Salí disparado a buscar un camino que nos llevara, al menos, a la presa, y lo encontré. Bajé por él unos metros, Leyva me siguió y cuando estuve seguro de la dirección, le dije que fuera a buscar a los demás. Pero al demorar, subí y me dijo que la gente no quería salir de la casucha. Fue entonces cuando les dije en un tono bastante insultado, una frase que quedó para la historia:

“Yo no sé lo que ustedes van a hacer, pero yo tengo que estar el lunes en mi trabajo para recibir un parte de los 15 municipios” Y con la misma salí disparado por el trillo. Milagrosamente, todo el mundo salió de la casucha y me siguió.

Al poco rato del descenso, nos aparecimos en una pequeña playa de la presa Hanabanilla. Hacia la derecha, un gran farallón cortaba la playa; al frente, la gran masa de agua de la presa; en la orilla, un bote sin remos; hacia la izquierda, unas decenas de metros de playa cortadas por unas rocas. Cogí a la izquierda hasta el final, me trepé en las rocas y pude ver un tramo de más de 300 metros de una orilla inclinada, cubierta por unas lajas de piedras. Pasar por allí a la tropa, con niños incluidos, era bastante riesgoso, teniendo en cuenta además que teníamos la noche encima. El bote sin remos era la opción.

Seis hombres nos montamos en el bote y tratamos de remar con unos palos. Pero aquello iba para donde le daba su real gana, y las burlas de las muchachas se cebaron en nosotros. Unos minutos después logramos darle alguna dirección a aquel bote y tomamos el rumbo de la orilla de lajas. Rebasado ese tramo, entramos en una ensenada y nos orillamos al ver a un hombre con su hijo adolescente y dos botes con remos. ¡La bendición!

Un bote era de ellos y el otro de otro hombre que vivía cerca. Wilfredo y yo partimos por un trillo para la casa del otro y en el trayecto nos cogió la noche. El hombre, que se estaba bañando a la intemperie como vino al mundo, accedió a prestarnos el bote. Al llegar de vuelta a la ensenada, el padre y su hijo habían ido en los botes con remos a buscar al resto de la tropa, y al poco rato regresaban con la gran carga humana. Ya juntos, los tres botes soportaron la avalancha de 34 personas más una perra.

En aquella oscuridad impenetrable, lo que siguió después no sé si daba para filmar un thriller o una comedia. En el primer bote iba remando el padre del muchacho, en el segundo el muchacho con el Tin y algún que otro que se rotaba, y en el tercero no iba remando nadie; ¿con qué remos? Ese era mi bote e iba amarrado al segundo.

El primer bote se adelantó en la oscuridad de la presa, pero el segundo daba tumbos de un lado para otro, cargando el lastre del bote sin remos. Yo traté de levantarme en dos ocasiones para pasarme para el segundo bote a remar, pero al tambaleo de mi bote le seguían los gritos de Mary y Ana para que me sentara, porque el bote se podía virar. A todas estas, solo llevábamos cuatro míseras luces.

Con mucho trabajo, los botes dos y tres se fueron acercando a la entrada de Río Negro, mientras el primero ya había atracado, dejado su carga humana y virado a ayudar a los de atrás, avalado por la pericia del remero.

A las 10 de la noche llegamos los últimos a la orilla y pusimos pie en tierra. Después de agradecerles no sé ni cómo a aquel padre y a su hijo, comenzó entonces la última parte de la odisea. Los 32 malnombristas con la perra teníamos que vencer casi un kilómetro y medio de camino con varios cruces de río, con solo cuatro lucecitas y mucho bosque sobre nuestras cabezas.

Lo primero fue organizarnos. Yo cogí la punta con una linterna, Miladys se quedó de última con otra, y las otras dos luces las llevaban en posiciones intermedias de la gran fila que formamos. El avance por el camino en aquellas condiciones era muy lento. Pero más lento aún eran los cruces del río. Como un eco en la noche, se repetían las palabras “piedra” y “hueco”, para alertar a los que venían detrás. Metro a metro, cruce a cruce, fuimos venciendo el complicado tramo, hasta que justo a las 12 de la noche nos aparecimos en el secadero de café entre las casas de la familia de Juan.

A esa hora, armar las tiendas de campaña y preparar una comida fría, era lo que tocaba. Y dormir, que mi“de pie” a las 5 no se lo quitaría la tropa de encima, a pesar del sueño, el cansancio y el hambre.

Con el amanecer, ya estábamos recogiendo el campamento y partiendo por el camino del río. Antes de las 8:30 llegamos al atracadero para esperar la lancha. Aprovechamos entonces para posar para una alegre foto colectiva, como si lo vivido en la tarde-noche anterior solo hubiese sido un sueño. Cuando nos montamos en la lancha, el milagro se había dado tras mi gran error post conquista del Pico Tuerto (y yo podría recibir el parte de los 15 municipios).

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Comentarios

    Lorenzo 18/05/2025

    Sin el error del San hubiese sido el ascenso a un Pico sin
    “sazon”, ese error le puso sabrosura y adrenalina a esa corta guerrilla.