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Goblin: las maravillas de un guion bien escrito (y corto)

M.J. Chávez
14 noviembre 2025 | 0 |

Foto: Prime Video


Hoy es segundo viernes y nos toca revisitar algún clásico de lujo. Por eso, hablaremos de Goblin, la serie coreana que conquistó incluso a los que no consumimos este tipo de contenido. Hablaremos de algunos aspectos cruciales en este excelente drama: la base mitológica, la filosofía y la exactitud histórica, que tiene mucha y muy sutil. 

Ya sé que estarán pensando “¿cómo va a ser un clásico si tiene apenas diez años?”. La clasificación, para mí, no depende de la antigüedad, sino de que marque un hito dentro del género. Goblin tiene esa cualidad: miles de personas declaran que abrieron sus puertas a la ola de consumos culturales surcoreanos gracias a esta serie.

Fue una historia que barrió nuestras defensas y suspicacias, así de sencillo. Me advirtieron que era “un dramón”, y sí: advertencia de montaña rusa emocional. Transmite todo lo que quiere, hace reír y llorar con la misma maestría, pero también te mantiene al borde del asiento en muchas escenas y, para mi asombro, logró sorprenderme con todos sus giros. La dosificación de la información es precisa y profesional.

Destaca la fotografía, con su estética del otoño e invierno y sus colores, indicando tristeza, nostalgia y esperanza. Desde lo puramente visual, la serie es un canto a lo bello. Además, la otra belleza: el sabor que deja la poesía y profundidad de muchos diálogos, así como las reflexiones en off del protagonista: íntimas, maduras y conmovedoras. También sobresalen la exactitud histórica y mitológica: detalles que delatan cuidado y buen guion.

Los protagonistas indiscutibles de esta serie son el Dokkaebi (Gong Yoo) y la Parca o Ángel de la Muerte (Lee Dong Wook). Ambos tienen unas raíces mitológicas que muestran una excelente combinación de lo auténtico con lo global. El dokkaebi, por ejemplo, puede traducirse como duende o goblin. Si bien tiene algunas de las características que atribuimos a lo que en Occidente llamaríamos así, al mismo tiempo no se parece.

La forma en que el protagonista se convierte en este ser sobrenatural es en sí misma algo que solo veríamos en la narrativa oriental de honor, karma y renacimiento. La serie maneja las características tradicionales de esta entidad, pero logra modernizarlo y llevarlo a todo público relacionándolo, justamente, con su equivalente occidental.

Pero algunos detalles, que para ellos serían naturales, a nosotros nos llaman la atención. ¿Por qué el goblin escribía en chino tradicional en vez de coreano? ¿Cómo es posible que un poderosísimo ser mágico de mil años, que hasta la Muerte le tiene miedo, se emborrache con dos cervezas? ¿Por qué está obsesionado con la carne de res? ¿Qué abuso del guion explica que un guerrero que ya en vida era considerado invencible le tenga tanto miedo a la sangre? La respuesta es: porque la guionista (Kim Eun-sook) es brillante.

El protagonista lleva un diario y un templo familiar, cosas extremadamente personales. En ambos sitios, escribe en chino tradicional, nunca en coreano. Psicológicamente, uno escribe sus cosas más privadas en el lenguaje con el que más cómodo se siente, que suele ser aquel con el que te enseñaron a leer y escribir.

Y hace mil años, cuando al niño Kim Shin le enseñaron a leer, sería en chino. Escribe en el lenguaje del poder, pues pertenece a la clase más alta de la nobleza. El alfabeto coreano (hangul) no se inventaría hasta 1443 y todavía años después encontraría resistencia entre las clases altas. Poner al personaje escribiendo sus cosas más privadas, las que solo leerá él, en un idioma más joven que él mismo, es incongruente.

Las bebidas alcohólicas en la Corea premoderna eran básicamente fermentaciones de arroz y destilaciones de granos. La “debilidad” de Kim Shin hacia las cervezas modernas es totalmente coherente. Su cuerpo, aunque inmortal, está condicionado por la experiencia química de su época. Es una licencia creativa con base histórica y fisiológica.

La obsesión con la carne de res es otro guiño histórico mucho más sutil. En su época, comer carne era un lujo extremo y un tabú en muchos periodos, reservado para rituales religiosos y el consumo de la realeza. Él pertenecía al reducido grupo social que sí podía acceder a esto, pero lo vería como muestra de estatus y buenos tiempos. Su obsesión moderna no es un gusto: es un reflejo históricamente preciso de su nostalgia por un pasado de élite, algo asociado a su rango perdido.

Y hablando de folclore, ¿qué pasa con la sangre? Tradicionalmente, el dokkaebi tiene una debilidad conocida y usada por los humanos: el miedo o aversión a la sangre. Este en específico ve su inmortalidad como una condena precisamente porque derramó más sangre ajena que verdugo medieval, por tanto no debería temerle. Pero en la serie dejan claro que el dokkaebi no es el hombre y se rige por las leyes de su figura sobrenatural. Es como renacer siendo vampiro: da igual que en vida fueras adicto a broncearte, si sales al sol ahora no vas a sobrevivir. Este cuidado del detalle es otro punto magistral en un guión ya de por sí complejo.

Porque esta serie tiene una profundidad filosófica apabullante. Es un canto a la vida, a pesar de que la muerte es literalmente uno de los protagonistas. Al perdón, aunque los personajes tienen todo el derecho a su rencor y resentimiento. Al optimismo, a pesar de que todos tienen una vida difícil que podría haberlos llevado por otro rumbo. Hay un hilo conductor a lo largo de la serie y es el libre albedrío, la causa y efecto. Cualquiera puede encontrarse con un “milagro”: alguien que con un pequeño detalle, tan simple como regalarte un pan cuando estás desesperado, puede cambiar el destino de muchos. Mirar atentamente, pues cualquiera, incluyendo una simple mariposa, puede ser ese milagro que necesitas.

Va más allá de perdonar al que te hizo daño, sino entender y hacer las paces con todo el contexto que lo provocó: la sociedad, la vida, uno mismo. El dokkaebi renace con unos poderes extraordinarios que podría usar para la venganza y el control, pero decide ayudar a personas específicas con estos pequeños detalles que les cambian la vida.

Representa el amor como rebeldía cuando lo que toca es el odio. Su personaje sufrió una injusticia, pero se mantiene coherente con la narrativa de que quien fue genuinamente bueno, va a seguir siéndolo. Pero, ¿qué sucede con el que cometió el daño? La serie declara abiertamente que la culpa es lo más horrendo que se puede vivir. Hay errores con los que tenemos que cargar hasta el fin de nuestros días y más allá, hay traiciones y pecados imperdonables pero, al final, todos se resumen en uno: traicionar al que nos dio amor. Y no siempre vas a tener una oportunidad para arreglarlo o redimirte.

Luego está toda la filosofía alrededor de la muerte. Mis escenas favoritas eran las de la Parca recibiendo gente en su despacho. Eran en su mayoría jóvenes, pues la muerte puede llegar en cualquier momento. Estas breves escenas trataron males sociales mucho más complejos. La delincuencia, la cultura de trabajo tóxica, el suicidio, incluso el conflicto político. La Parca no distingue entre clases. El olvido puede ser un acto misericordioso. La mezcla de creencias (la reencarnación oriental convive con el cielo y el infierno occidentales). La línea brutal que lo resume todo: “el destino es solo una pregunta que se les lanza, las respuestas son las decisiones que toman ustedes”.  

Esta serie tiene muchas otras virtudes, pero ya he hecho demasiado spoiler. Búsquenla y véanla. De verdad, desde alguien que no habla desde el fanatismo al k-drama (si digo que he visto 10 series coreanas estoy exagerando): esta serie vale la pena. Y si ya la viste, regresa a la luz de esta reseña y dime en los comentarios si te das cuenta de nuevos detalles.

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