A punto de iniciar la navegación
Mi infección en el pie y mis dudas. El salto de Frank. Clarias en el Toa, El Hueco y la ingenuidad de Bety. Reunión en Totenemos. Aventuras en Las Cuchillas, una botellera en el Toa y el final de la navegación.
El preludio
Después de 7 intensos días en la Sierra Maestra, nos aparecimos 41 malnombristas en la ciudad de Santiago de Cuba, en una tarde calurosa de agosto. Nuestra estancia en la Ciudad Héroe estaba prevista para solo un día, pues una anhelada navegación por el Toa nos esperaba detrás a varios del grupo. Pero una severa infección en mi pie izquierdo, con gran hinchazón incluida producto de una herida sufrida por jugar fútbol rugby descalzo con una toronja en Manguito, me hizo pedirle al grupo unas horas más antes de partir a Guantánamo.
Mientras los malnombristas recorrían Santiago, yo pasaba las horas tirado sobre una balsa, en un salón del primer piso del Palacio Provincial de Pioneros. En la cura que me hicieron en un hospital no vieron nada extraño; solo me limpiaron y me recetaron antibióticos, pero la hinchazón continuaba, el dolor era grande cada vez que me ponía de pie y la temperatura de mi cuerpo oscilaba entre los 37 y los 38 grados.
Así me fui con el grupo para Guantánamo y así caímos 24 malnombristas en Bernardo de Yateras en una tarde, para plantar campamento en un bosque conocido, junto al Toa.
Lunes 11 de agosto del 2014
Necesidades, dolores y alivio
De madrugada me entraron ganas de vaciar la vejiga y, al levantarme y fluir la sangre hacia el pie, sentí un fuerte dolor que se empezó a repetir en latidos. Luego de matar la necesidad a unos metros de la balsa, regresé adolorido a mi posición y me volví a acostar. Pero más tarde me entraron ganas de hacer el “Dos”. ¡Ya aquello era el colmo de la inoportunidad! Pero yo no estaba para volver a aguantar el dolor, por lo que me moví arrodillado más de 10 metros hasta una mata, “efectué” y regresé a mi lugar de la misma forma, mientras el viento soplaba a su gusto en la oscura noche.
Después del amanecer, la gente se fue levantando poco a poco. El grupo Dos comenzó a preparar el desayuno, que estaría conformado por leche con chocolate, galletas con dulce de guayaba y algunos plátanos maduros sobrantes de la noche anterior. Después de estar listo, se formó el tiroteo.
Luego de rondarme muchas ideas por la cabeza en la adolorida noche, llegué a una conclusión sobre mi pie. Aunque era el pie de la pierna que recibió radiaciones por un tumor, yo no tenía ningún problema circulatorio ni nada parecido. Lo que yo tenía era tremenda infección, porque no había sido curado como lo requería la situación. Llamé a Alejandro (estudiante de 5to. año de medicina) y le dije que me apretara sin compasión, como nadie lo había hecho hasta ese momento. Ale se acomodó y me hizo caso. De inmediato de la planta del pie salió disparado un chorrito de humor que le embarró la cara. Después de limpiarse del purulento líquido, volvió a apretar hasta dejarme casi seca de humor toda la zona afectada, mientras yo aguantaba todo el dolor que me provocaba.
De repente sentí alivio y dije: “La pelea está ganada”. Por supuesto que el pie seguía con problemas, pero lo más malo ya había pasado. Seguiría tomando antibióticos y las curas vendrían al terminar cada jornada de navegación. Por suerte, no tendría que caminar, sino navegar. Alejandro me puso una venda en el pie y lo introduje dentro de una jabita de nylon, haciéndole un amarre a la jabita para que no se zafara.
Recogimos el campamento y llevamos para el agua las mochilas, las balsas y sus forros protectores. Al sentarme sobre mi balsa, me sentí dueño de la situación; el pie no sería un estorbo. Solo tendría que apoyarlo en algunos momentos, pero mi experiencia en navegar por el Toa y mi entrenamiento en natación serían claves para sortear los diversos obstáculos que tendría por delante. Finalmente, partimos cuando los relojes macaban las 9:21.
El salto de Frank
Pasando el mediodía y acercándonos a una ladera rocosa, escuchamos el rugido del primer salto. En el lugar, la corriente se divide en dos, siendo el chorro de la derecha el más fuerte, estando emparedado a esa mano por una mole de roca gris. El navegante, al acercarse, siente el rugido del chorro, pero no lo puede ver hasta que lo tiene encima, ya sin tiempo de retractarse de bajarlo.
Yaser se fue delante, pero al intentar bajar, se le escapó la balsa. Detrás bajó el Rafa y se revolcó en el chorro. Yo le seguí y, al descender, una piedra sumergida me trabó la balsa, por lo que me deslicé hacia adelante, pasando mi pecho sobre la piedra lisa. Luego de pasar por una poceta posterior, los tres salimos del agua y nos paramos sobre piedras. Mirando al salto, le dije a los otros dos que lo mejor era que la gente no se tirara. Pero el Rafa y Yaser querían coger un buen puesto en “platea” para ver el show de los atrás. Yo me subí en la roca del borde del salto para orientar a la gente, Yaser se ubicó al inicio y el Rafa se quedó al final, sobre las piedras de la orilla, con su cámara lista para captar las imágenes.

Llegó Laura al borde, bajó bien, pero al final se revolcó. Lo de Janett fue brutal; se dio tres golpes en las caderas, que le dejaron igual cantidad de morados en la piel. María Libia salió del chorro con una pequeña herida en un labio. El Gaby se fue por la izquierda y bajó bien. A María Karla la detuve para que no se tirara. Héctor perdió la balsa y se quedó al borde del chorro para evitar que se tirara su hermana Eledys. Alberta dio una vuelta complicada y salió de espaldas del chorrero. Al acercare el Griny, le di aliento, pero al llegar al borde, me soltó: “¡Oye, loco!”, y se revolcó al bajar. Edgardo y Alejandro se viraron aparatosamente. El último fue Frank, que, al estar al borde y ver lo que venía, con un tono de resignación, mencionó el órgano sexual masculino. Frank “le puso la tapa al pomo”; salió con un labio partido, un chichón en la frente y cierto terror al río, que no se le quitaría en el resto de la navegación. En resumen, salvo el Gaby, que se fue por la izquierda, y Eledys y María Karla, que no se tiraron, nadie quedó a salvo de aquel salto inicial.
El turbulento estreno fue determinante para algunos, que salieron de allí con temor al río. A partir de entonces, la adrenalina subiría en la tropa navegante cada vez que se escuchara el sonido del agua cayendo abrupta por un rápido o salto.
Clarias en el Toa
En la parte trasera de la playa de la crecida del 2003, donde estábamos acampados, cerca de una gran pared rocosa, había un charco y Frank vio dentro de él una claria. ¡Hasta el Toa había llegado aquella especie invasora! El ejemplar visto por Frank medía alrededor de un metro. El guerrillero trató de cazarla con una vara, pero la agilidad de la claria y lo turbia que se puso el agua del charco, se lo impidieron.
Martes 12 de agosto del 2014
De madrugada mi estómago, como un reloj, volvió a sonar. Me levanté y el dolor me vino de súbito al pie. Caminé apoyado en la muleta, sacié el deseo y fui al río a higienizarse, pero al agacharme, una claria asustada dio un fuerte coletazo a mi lado. Volví a mi balsa en una noche de luna llena. Más tarde lloviznó un poquito, pero nada más.

La cura mañanera
Después de repartido el desayuno, le tocó el turno a mi cura, y Jorgito, también estudiante de medicina, pero de 3er. año, sería el ejecutante. Al inicio de la limpieza, todo parecía sano, pero al apretarme, salió un chorro de humor que le dio en el cuello a Jorgito. El Rafa, con más previsión, se colocó opuesto a la dirección del pie, apretó y volvió a salir un chorrito de humor que se mantuvo activo unos segundos, hasta agotarse el líquido amarillento. Evacuado el humor, se me volvió a aliviar el pie. Jorgito me lo vendó, lo metió dentro de la jabita de nylon y así quedó listo para la segunda jornada de navegación. El termómetro en la mañana me había marcado los 37 grados.
Otra vez El Hueco
Después de navegar una curva a la izquierda, doblamos a la derecha para abocarnos a un tramo recto y bastante accidentado del río. Un rápido fuerte era el inicio del tramo. Me lancé en la delantera y logré salir airoso. Detrás se tiró el Gaby y también salió con éxito. Pero el rugido del chorro hizo que Yaser desalentara al resto a tirarse. Las balsas fueron lanzadas y recogidas al finalizar el rápido.
Le siguió un rápido ligero por el que bajé sin problemas, pero sin darme cuenta que allí estaba “El Hueco”. En el lugar, la corriente principal avanza por el centro, pero un brazo tira con fuerza a la derecha sin que la gente se percate. Ese brazo de corriente se sumerge bajo una roca para salir a la intemperie al pasarla. Por allí se fueron Bethsy, Yanieyis y Ana en el 2009. A cada una, primero se le hundió la balsa y luego se fueron ellas, pero lograron salir ilesas del otro lado, luego de pasar un gran susto.
En esta nueva incursión el susto lo pasaron María Libia y Lorenzo, a quienes se les hundieron las balsas por El Hueco y salieron por el otro, como si hubieran “halado la candela de un baño”, al decir de la gente. Detrás Pedrito y Edgardo estuvieron a punto de irse y, tras un fuerte forcejeo con la corriente, lograron librar del atolladero. Yo me enteré después de lo sucedido y grabé la ubicación del lugar para otra hipotética navegación por el Toa.
La ingenuidad de Bety en el Salto de Los Calderones
Miércoles 13 de agosto del 2014
A las 10:10 se produjo la partida y no pasó mucho tiempo de navegación para que escucháramos un sonido ensordecedor. Era el salto de Los Calderones. Desechando un chorro entre paredones, nos fuimos acercando al borde de una cascada, hasta ubicarnos en su extremo derecho. Alfredito y Frank bajaron por la roca hasta la base de la cascada, Raine se quedó un poco más arriba y yo en el borde más alto. Llamamos a las muchachas para que comenzaran a bajar y las fuimos ayudando en el descenso. Ya abajo, había que cruzar a nado la poceta sin titubeos, pues de lo contrario la corriente podía tirar para el canal. Janett fue la primera en cruzar, con su exquisito nado. Las demás le siguieron sin problemas. María Libia bajó por la ladera derecha por su cuenta y cruzó también la poceta. Alberta siguió por encima de la ladera derecha y se ubicó en un buen lugar para tomar imágenes del espectáculo. Al llegar a la otra orilla, las chicas trepaban una muralla de piedras y salían a una poceta más grande, para luego llegar hasta una playa a esperar las balsas.
Arriba el Rafa empezó a alcanzarme las balsas. Yo se las daba a Raine, este a Frank, y Alfredito finalmente las soltaba al agua. Luego de pasar la poceta, algunas balsas se trabaron en el canal y hasta allí fue Yaser a destrabarlas, pero en la operación estuvo a punto de irse, pues casi no tenía agarre.

Pero la historia de Bety fue diferente. Con una mezcla de ingenuidad y arresto, la muchacha se subió en su balsa en la poceta y se dejó llevar por el canal. Al verla, varios le gritaron, pero ya ella pasaba sin problemas por la primera parte. Después se tensó un poco, la cabeza se le sumergió en el agua y salió a la poceta mayor, llevándose un susto al final.
Finalmente, nos juntamos todos en la playita. Janett y el Gaby estaban ponchados y comenzó la labor de remendar sus balsas. Mientras tanto, unos cuantos nos subimos a un farallón y comenzamos a tirarnos al agua desde más de tres metros de altura.
Reunión en Totenemos
Después de una fuerte lluvia, que hizo crecer el arroyo que desembocaba en la orilla opuesta a Totenemos, con el campamento plantado y el tiroteo a punto de efectuarse, nos agrupamos todos en una placa aledaña a la cocina, para hacer una reunión.
El motivo del encuentro era analizar qué hacer, ante la situación apretada que teníamos con el tiempo que nos quedaba de excursión. Inicié la reunión dando dos opciones para seguir y terminar en Baracoa, donde nos recogería la guagua para el regreso a La Habana. La primera era regresar a Bernardo de Yateras a pie por el camino usado en las guerrillas de verano de los años 88 y 89. La segunda consistía en seguir navegando el río hasta la base de la loma de La Patata, subir la elevación, llegar a Quibiján y por esa vía seguir hasta Baracoa. Les comenté que el próximo tramo a navegar era el más accidentado de todos.
Al terminar de hablar, le di la palabra a la gente para que opinara. Los primeros en pronunciarse fueron Eledys, Alfredo, el Griny y Héctor; los cuatro optaron por dejar la navegación y coger el camino a Bernardo. En unos se mezclaba el temor al río y en otros el mal estado de sus balsas, o ambas cosas incluidas. Terminando el cuarteto y con la balanza inclinada a no navegar más, habló Janett. Ella dijo no entender dejar el río, cuando ya habían llegado hasta Totenemos. Le siguió el Gaby, quien tampoco entendía por qué no seguir navegando. Luego continuamos por orden Bety, el Rafa, Alberta, Yaser y yo, quienes defendimos también la navegación. Llegó entonces el momento de la votación. Dije primero que levantaran las manos los que querían seguir navegando y, al llegar la cuenta a 16, paramos el debate. Éramos 24 y la mayoría había decidido.
Decidido ese asunto, volví a tomar la palabra. Por mi responsabilidad al frente del grupo, tenía que poner mis condiciones en aquellas circunstancias, para lograr la meta de llegar a tiempo a coger la guagua en Baracoa. La primera condición era que en los días que quedaban, el de pie sería a las cinco de la mañana. La segunda, que presionaría a la tropa sistemáticamente para no perder tiempo en vano.
Sin que nadie pusiera objeción a mis condiciones, terminó la reunión. Ya era de noche y había escampado completamente. Alejandro aprovechó para curarme. Aunque apretó fuerte, de mi pie no salió humor. No obstante seguirme doliendo al pisar y continuar hinchado, las cosas iban mejorando. Ya llevaba un día sin fiebre.
Poco después de las nueve comenzó el tiroteo. El menú que se repartía tenía sus sorpresas. A los espaguetis, la carne en salsa y el refresco habituales, se les unieron unos plátanos hervidos con mojito, y unos tostones. Como complemento, también había plátanos maduros. ¡Vaya manjar para un día en el Toa!
Cadeneta con aventuras en la primera secuencia de las Cuchillas del Toa
Jueves 14 de agosto del 2014
Después de bajar un chorro entre dos piedras, que nos dejó sin balsas a varios, sobrevino un rápido inquieto por el que algunos pasamos airosos y otros no. Al seguir el avance, comenzamos a escuchar un fuerte ruido hacia adelante. Detuve a la flotilla, atraqué mi balsa en la orilla derecha y me asomé a ver, para comprobar que habíamos llegado a las Cuchillas del Toa, el tramo más accidentado del extenso y caudaloso río.
Avancé un poco más y me trepé en la cúspide de un gigantesco peñón, para dirigir desde arriba el paso por el primer tramo de las Cuchillas. Desde mi altura podía ver hacia atrás a Yaser parado sobre una especie de islote rocoso. Ante mí, en lo bajo, tenía a un largo rápido en secuencia, donde el agua descendía tumultuosa entre peñascos, a lo largo de más de 50 metros, para caer en un canal de farallones, chocar contra una “Ele” de rocas y doblar brusco a la derecha.

Para preparar el paso, reclamé a un hombre con machete. Raine se dispuso y pedí a agritos que todas las mujeres avanzaran con él. La misión de Raine era despejar de malezas el avance de las muchachas por la orilla derecha. Estas comenzaron a treparse en los farallones, con Raine a la delantera. Como en otras ocasiones, la misión de ellas era agrupar las balsas al final. Las chicas pasaron cerca de mí y descendieron una última faralla. Janett se lanzó al agua de primera y otras le siguieron detrás. María Libia se quedó sobre la cima de un peñasco más adelantado que el mío. De este modo, desde mi punto de observación tenía a Yaser por la izquierda y a María Libia por la derecha, para entre los tres coordinar las acciones del grupo. Atrás los hombres formaron una cadeneta para pasar las balsas. Yaser y el Rafa se ubicaron en un punto clave del inicio de la secuencia de rápidos.
Con cada uno en su puesto, se lanzó la primera balsa, con tal suerte, que se trabó al inicio. El Rafa se acercó riesgosamente a la balsa, Yaser le lanzó una soga y se agarró de esta. Después de destrabarla, continuaron lanzándose las balsas; algunas se enredaron por donde estaba el Rafa y otras siguieron rumbo a la Ele. Janett empezó a recibirlas en la Ele y a dirigirlas a donde estaban las demás muchachas, las que las agruparon en una esquina del río. En lo que seguían bajando las balsas, Héctor se acercó al Rafa y lo sostuvo con la soga desde más cerca.
Tres balsas que siguieron más allá del Rafa, se colaron en un hueco que tenía la gran pared rocosa de la izquierda. Las balsas giraban como queriendo salir, pero finalmente volvían al hueco en un interminable giro. Como solas no iban a salir, había que sacarlas de allí. Ya el resto de las balsas estaba a buen recaudo de las muchachas, al final de la Ele.
Comencé a bajar desde mi promontorio, mientras Yaser cruzaba la corriente por atrás y empezaba a avanzar sobre la pared rocosa de la orilla opuesta. Crucé el río por la entrada de la Ele, por donde estaba Janett. Nadé intenso, pues la corriente era fuerte y me empujaba hacia la Ele. Alcancé la otra orilla rocosa, avancé por la ladera agarrándome de lo que podía y llegué por fin al hueco. Cuando destrabé las dos primeras balsas, se apareció Yaser por arriba. Agarré la tercera, me subí en ella y me lancé por el último rápido tumultuoso de la secuencia, saliendo airoso del lance y uniéndome a Janett en la curva brusca, donde el río formaba un gran espumarajo.
La Ele de la segunda secuencia de Las Cuchillas
Al llegar las balsas a la segunda Ele de Las Cuchillas, se formó una gran trabazón. Un tronco atravesado facilitaba el enredo. Aquello era un gran remolino de agua y balsas. Al ver lo que pasaba, avancé por donde lo hicieron las muchachas y, a una distancia de unos 20 metros del chorrero, me lancé al agua en larga tirada y atravesé la corriente nadando fuerte. Ya del otro lado, fui avanzando por los farallones, agarrándome del más mínimo saliente o hueco que encontraba. Pero el Rafa se tiró más cerca del chorrero y logró llegar primero que yo a la pared rocosa que cerraba la Ele. Cuando llegué, hallé al Rafa tratando sin éxito de destrabar las balsas. Al ver que no lograba sacar ninguna balsa, se subió a caballitos en el tronco. Desde la piedra enorme del frente, Héctor le lanzó una soga y el Rafa la amarró al tronco para agarrarse de ella. Comenzó el Rafa a obrar en aquellas difíciles condiciones. Yo me subí también en el tronco y entre los dos fuimos empujando las balsas, hasta lograr sacar a todas del atolladero, ante la vista atenta del resto de la tropa. Después avanzamos los dos sobre las piedras, nos tiramos al agua y atravesamos la corriente a nado, para así unirnos a los demás.
Una botellera en el Toa
Viernes 15 de agosto del 2014
Pasado el rápido de los cuatro nombres, vino un tramo tranquilo. El trecho más accidentado del Toa había pasado. Como por aguas quietas hay que nadar más, en el tramo Alejandro se estaba quedando detrás con su gran balsón y comencé a empujarlo, hasta que vi a María Karla ponchada. Esa fue mi perdición.
Cargué a la muchacha encima de mí y seguí navegando con un peso mucho mayor sobre mi balsa. Antes Edgardo le había dado “botella” a ella. Pasamos bien los primeros rápidos, pero en uno más fuerte, nos revolcamos. Luego vino otro intenso y, en medio del chorrero, sentí cómo nos desinflábamos. Extendí mi brazo derecho hacia atrás y mi mano logró penetrar por una gran abertura que una piedra puntiaguda le había hecho a mi balsa. Terminamos bajando el rápido sobe la tela de la balsa. Al final, empecé a soltar improperios al aire por mi desafortunada situación. Menos mal que era el último día de navegar y solo faltaba la mitad de la jornada. Aquella balsa me la había prestado Ana, quien la usó en la navegación del Toa del año 2009.
María Karla fue hasta la orilla y, al ver a Edgardo venir, se volvió a montar en su balsa, dejándome a mí con el insulto por mi desventura. Varios del grupo se me ofrecieron para llevarme la mochila, pero yo estaba resuelto a seguir navegando con la mochila. Entonces se me ocurrió un “invento”. Saqué una soga, amarré la mochila por una punta y con la otra hice un lazo. Metí mi pie derecho dentro del lazo y comencé a nadar, arrastrando la mochila por la corriente. Algo parecido ya había hecho en 1999, pero halando una cámara con la mochila. Por supuesto, la mochila sola tenía mucho menos flotabilidad y estaba completamente expuesta a los golpes con las piedras.
Pero yo no iba a dar mi brazo a torcer. Al llegar a un rápido, soltaba la mochila delante y después lo bajaba a pie, sosteniendo la mochila con la soga tensa. Por suerte, ya mi pie izquierdo estaba mucho mejor, aunque aún me dolía un poco.
Fin de la navegación
A las 4:30 de la tarde vimos una buena playa a la izquierda y decidimos acampar allí, ya en Mal Nombre (la zona que le dio nombre al grupo). Poco a poco fue llegando la gente al lugar y la “bomba atómica” se fue extendiendo con el reguero de ropa tendida sobre las piedras de la playa. En la otra orilla, junto a una aguada que saltaba, Edgardo y Janett tendieron sus ropas. La retaguardia llegó pasadas las cinco.

Concluía así la séptima navegación de Mal Nombre por el Toa. Varios novatos dieron la talla. A otros, la adrenalina les hizo caminar, más que navegar. Y mi pie, entre los antibióticos, el agua limpia del río y los apretones de las curas, ya iba por buen camino.
