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Redacción JT
27 julio 2025 | 0 |

Por Eric Michel Villavicencio Reyes


—Tienes que dejarlo trabajar. Se encierra ahí dentro y hace su magia. Ya lo verás.

       Sí. Déjenme hacer lo mío. Cuánto incordio cuando algún novato se entromete en lo que no conoce. Lo bueno es que mis compañeros saben bien cómo funciona esto, y enseguida lo han puesto en su lugar.

       —Vale, vale. Yo solo decía que con más ojos podíamos revisar mejor, encontrar más pistas del asesinato. Esas cosas, ya sabe…

       —Lo obvio, ¿no? —le digo, mirándolo fijamente—. Sé que ibas a decirlo. Todos lo hacen, pero ellos no saben cómo hacemos las cosas aquí, y tú tampoco.

       —Lo siento. Ya lo he dicho. Esperaré fuera con el resto. Por favor, muéstrenos su magia.

       Lo dejo lidiando con su incredulidad y me adentro en la habitación. Ya empiezo a sentir el cosquilleo en la nariz; las ventajas de la alergia. También llevo toda la mañana aguantándome las ganas de ir al baño. Sí, a veces esto es un poco difícil, pero es el pequeño sacrificio que debo hacer para activar la habilidad.

       La paciencia es una gran virtud, ya lo decía mi abuelo cuando le mordisqueaba yo las pantorrillas. Y creo que he aprendido a ser muy paciente con estas cosas, a aguantar, y aguantar, y aguantar…

       Pero hasta eso tiene límites. Debo apresurarme.

       —A ver, vamos a empezar —digo en voz alta. Es como un mecanismo, algo psicosomático que activa el proceso.

       Tengo justo al frente el cadáver: una mujer bastante joven y sin duda preciosa, más allá de la cara desollada. Toda una pena. Parece un típico dilema de habitación sellada, pero siempre hay gato encerrado en esto. La experiencia no miente.

       No. No. Concéntrate, Julián de la Caridad y la Cruz. Concéntrate en el gas, eso, déjalo salir, lentamente. Ya siento que sale, así que me apresuro y saco el pañuelo del bolsillo derecho: un trozo de tela mohoso, lleno de suciedad y alguna que otra telaraña que recogí recientemente de las paredes. Es, sin duda alguna, el gatillo perfecto. En la otra mano sostengo la libreta en la que anotaré todo lo que se vislumbre en el futuro inmediato.

       Olisqueo el pañuelo apasionadamente y aprieto el abdomen, retraigo los glúteos, sostengo, firme, y siento que la nariz me cosquilleo de nuevo.

       —Aah…

       Me llega el recuerdo la primera vez que ocurrió, el momento en que supe que algo había cambiado ineludiblemente en el código de programación del mundo. Cuando vi lo que hay detrás de la vida tal como la conocemos.

       —Aaah…

       Me sentí una especie de hacker. Llegaba donde había problemas, hacía mi magia, y de algún modo lograba resolverlo todo. Desde encontrar objetos perdidos hasta averiguar pequeños detalles sobre un lugar o una persona. Todo está en los números, todo en los vectores.

       —Aaaah…

       Pero aquella primera vez fue sin duda alguna la más especial de todas. Se sintió algo tan diferente, tan impactante. Lo rememoro y me parece que fuese ayer y no hace más de diez años. Tengo cada una de las sensaciones de ese momento impresas en la memoria: la alergia rampante que me afectaba, los problemas estomacales y el dolor por haber extraviado algún juguete, que sí que ya olvidé. Entonces vino, vino como viene ahora, a punto de salir. Y lo supe de inmediato, vi las marcas brillantes en el suelo, las señales en las paredes; vi todo, como si hubiera desbloqueado algún tipo de habilidad especial.

       —Aaaachu.

       El estornudo se filtra, con un enorme espasmo de mi cuerpo, y ello provoca que se me aflojen las piernas, que se relajen mis glúteos y la ventosidad que había estado aguantando salga por fin al exterior casi al mismo tiempo.

       Es entonces cuando ocurre. El mundo se paraliza, toma un color azulón e inamovible. Solo yo puedo reaccionar, solo yo puedo ver lo que nadie más ve. Dentro de esta burbuja de tiempo azul, que enmarca toda la habitación, puedo saberlo todo. Es como una captura de pantalla al universo mismo, tal cual las hacen los móviles.

       Esto es eso, en una escala impresionantemente superior. He capturado el mundo visible y lo he guardado aquí, en el fondo de mi cabeza. El método al principio me pareció simplemente gracioso; era un niño, no podía interiorizar ese tipo de cosas. Después pasó de la gracia a la repulsión y, finalmente, a la aceptación. Es algo con lo que he aprendido a vivir. Es también algo que he aprendido a provocar. Siempre llevo el pañuelo sucio al trabajo, a dónde me haga falta, y me aseguro de comer frijoles y huevo de forma recurrente. Hay que mantener el metabolismo alto en este trabajo, y potenciar las desavenencias estomacales, por el bien de la necesidad.

       Anoto en la libreta todo lo que me señala el mundo. He llegado a la conclusión de que el cerebro reacciona de forma inconsciente y marca lo que sabe que estoy buscando. Por eso es directo. Es como un hack de la realidad. Como si se hubiera roto la matriz, y solo yo lo conozco.

       Por supuesto que no es tan fácil. Para poder pulir mi habilidad he requerido de un enorme entrenamiento. Cientos y cientos de novelas policiacas de toda índole han pasado por estas manos para que mi cabeza pueda procesar este tipo de situaciones como elementos comunes, es como si entrenara una inteligencia artificial que está siempre atenta a los indicios más claros de un crimen.

       Ha llevado tiempo (que he rebajado gracias a esta habilidad especial), sudor y una enorme pila de libros y ácaros en casa, pero ha valido la pena. Ahora soy una especie de máquina de resolver misterios.

       Solo tiene unas pequeñas desventajas, que debo soportar.

       Invito a todos a pasar y extiendo la libreta al oficial.

       —Toma, Pepe. Aquí está anotado lo principal de la zona. Cuidado con el suelo de esa esquina, que tiene huellas importantes, y revisen a profundidad las ventanas, pues algo me dice que ahí está la solución al dilema de esta habitación sellada, que no lo es tanto. Claramente fue un crimen pasional y, si se me permite decirlo, bastante apasionado por demás. Las señales están claras.

       —Coñó. Genial. ¿Ves, novato? Así es como se hacen las cosas aquí, y siempre, pero siempre da en el clavo. Este hombre es un oráculo —dice lleno de orgullo mi compañero.

       —Solo soy un simple hacker, amigo—Me mira raro por un momento, pero me he acostumbrado. Por supuesto, él también, así que lo deja pasar de inmediato—. Ahora, si me disculpas, tengo una urgencia que debe ser atendida. Una urgencia de primer orden, por más.

       —Sí. Sí. Claro —dice y me da permiso para retirarme. Estoy a punto de salir, con las piernas apretadas y el rostro todo sudoroso, cuando me señala—: Compadre, tienes que ir a verte eso de la incontinencia, que te está pasando factura.

       Siento que el extranjero me toca la puerta, está a punto de deslizarse pierna abajo, pero debo aguantar. Hay veces que esto ocurre, es una reacción natural del cuerpo después de ser forzado tanto. Podría decir que es el conflicto en mi vida. El sacrificio que tengo que estar dispuesto a hacer a cambio de todo. En parte por ello me he entrenado cada vez más y más, para acelerar el proceso de la investigación, debido a que mi esfínter ya no es lo que solía.

Lo peor es que aún me cosquillea la nariz. Si sufro un percance ahora no querré salir nunca de la burbuja, porque lo que pasaría allí fuera sería tan vergonzoso como inaceptable para mi posición.

       Así que aguanto, aguanto y corro al baño más cercano. Son gajes del oficio, pero precisamente hoy he olvidado los pañales y no quiero más desastres en la escena del crimen.

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