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Un homenaje al Che en el Hombrito (1994, segunda parte)

Miguel Alfonso Sandelis
19 diciembre 2025 | 0 |

Sonsón, un pichón de hatiano. La llegada a la cima y la construcción del encofrado. La heroicidad de los areneros. El traslado del campamento y la fundición del pedestal. Buscando mangos y pasando pena. Una fría madrugada. La colocación del busto y la frase. Emociones en la cima tras la colocación del busto y la frase. La partida hacia lo incógnito.

Domingo 24 de julio de 1994

Parado frente a aquel bohío cercano a la loma del Hombrito, donde preveíamos colocar un busto del Che, y al no ver a nadie en aquel lugar adonde pensaba trasladar el campamento por estar más cerca y a mayor altura que el que nos cobijó la noche anterior, me di la vuelta para regresar a la loma, donde otros malnombristas se encontraban abriendo un camino para llegar a la cima.

Cuando había rebasado la segunda aguada, escuché un grito. Miré hacia el bohío y vi a un hombre de pequeña estatura; negro, típico campesino, calzando un sombrero de yarey. Regresé al bohío y fui a su encuentro. El hombre pasaba de los 60 años de edad, era delgado, pero fibroso, como suelen ser los campesinos de las montañas. Estaba algo recostado con la mano izquierda sobre la altura de tierra y noté que, en la mano, disimuladamente, sostenía un machete.

Realmente, mi facha daba que pensar. Mi elevada estatura, la gorra, la camisa de miliciano, el pitusa, mis pies descalzos y la muleta formaban un conjunto nada habitual para ojos algunos. Comenzamos a hablar, que es el invento más eficaz para que dos hombres se entiendan. Le expliqué la idea de poner el busto, la cantidad de éramos, que también había mujeres; y el hombre se fue relajando.

Le decían Sonsón y era un “pichón de haitiano”, como les suelen decir a los descendientes de esa tierra caribeña. Hace unos años se aparecieron unos bandidos por su bohío. Iban haciendo destrozos por los lugares por los que pasaban, matando los animales. Él se encerró en el bohío, pero lo hirieron en una pierna. Finalmente los capturaron, pero a Sonsón le quedó aquella desconfianza ante la gente extraña que se aparecía por allí.

Una amistad nació de aquel encuentro. Le expliqué a Sonsón mi intención de trasladar el campamento a un lugar más cercano a la cumbre, y le dije que los alrededores de su bohío me parecían una buena opción. No puso objeción alguna, al contrario, se alegró. Después le pregunté si vivía allí cuando la lucha en la Sierra. No solo vivía ya allí en aquella etapa, sino que vio al Che en más de una ocasión y escuchó los disparos del combate del Hombrito.

Me despedí de Sonsón y partí de regreso a la loma. Al llegar, la trocha abierta avanzaba ya en plena ladera. El trabajo realizado era encomiable. El Chocky, Leopoldo y Eduardo abrían fino adelante, y los de atrás ensanchaban la trocha para que el resto de la tropa pudiera pasar sin problemas. Mientras, Andrés, Lorenzo y el Gaby, cargaban el busto y Sibia tiraba alguna foto de vez en cuando.

En un corto tramo de ascenso casi vertical, donde el agarre con las manos era imprescindible, el busto se dio un golpe con un tronco, partiéndose un pequeño pedazo del pelo por detrás de la cabeza. En ese momento lo cargaban el Gaby y Lorenzo y, al ver a Andrés, le minimizaron el hecho, diciéndole que era un trozo pequeño. Pero para Andrés aquel “pequeño pedacito” era parte de su obra y le dio mucha más importancia que lo que inicialmente imaginaron el Gaby y el Loro. Casi les reclamó que tuvieran muchísimo cuidado en lo que restaba de subida, que no le podía pasar nada más al busto.

Sin machete en la mano, tomé la avanzada de la exploración. Un giro a la izquierda me hizo pasar junto a una gran piedra, y luego continué ascendiendo. El final de la ladera fue entre unos arbustos que formaban una compleja maraña. Finalmente, llegué a la cima del Hombrito. Esta era algo estrecha, con algunos arbustos ocupando parte de la cima. No obstante, hacia el oeste, la cumbre se despejaba, permitiendo una hermosa vista de la Sierra Maestra. Una gran piedra hacía de suelo en esa dirección, y después se abría un abismo. La presencia de la piedra impedía crecer la vegetación, facilitando la contemplación del bello panorama.

En la dirección de la piedra se apreciaba, primeramente, la otra cumbre del Hombrito, algo pedregosa y un poquito más alta. Detrás, al horizonte, se divisaba la cordillera del Turquino, en la que se distinguía claramente la cima más alta de Cuba, cuando las nubes lo permitían. Hacia el sur, una gran cordillera cortaba la visión, teniendo en su cumbre mayor a Los Altos de Conrado. Desde esa altura, el 24 de febrero de 1958 se realizó la primera transmisión de Radio Rebelde por iniciativa del Che.

Poco a poco fue llegando la gente a la cima y a las tres de la tarde ya estábamos reunidos 11 malnombristas a 1185 metros de altura sobre el nivel del mar. Sibia aprovechó para demostrar la importancia de su desobediencia y, con unas fotos, captó algunos momentos de nuestra conquista. Una brisa riquísima batía a aquella altura, que se prestaba para el relax en plena contemplación.

Pero había que poner manos a la obra. Lo primero fue determinar dónde colocaríamos el monumento. Un primer intento fue infructuoso, pues, al abrir un hueco en el suelo, apareció pronto la superficie de la gran piedra que llegaba hasta el borde occidental de la cima. Según Andrés, la base requería una profundidad de 40 centímetros, para asegurar el monumento, que iba a alcanzar una altura máxima de 2,30 metros. Alejándonos más del borde de la piedra, se comenzó a excavar nuevamente. El sitio ahora tenía suficiente tierra de profundidad y comenzó entonces la tarea de preparar la armazón de cabillas y el encofrado para fundir la base y el pedestal.

Mientras la mañana y parte de la tarde se nos iban en esas labores, el grupo de los areneros, conformado por Adrián, Giovanni, el Puro, Aniel y Gerardo, había partido temprano desde el campamento del Hombrito. Cada cual llevaba una mochila fuerte para cargar sobre sus espaldas la arena necesaria en la fundición del monumento. Caminaron de regreso parte del trayecto recorrido el día anterior, hasta dar con el campamento del EJT.

Allí les orientaron cómo llegar al arroyo más próximo, donde podían cargar arena. Ya en el arroyo, repletaron las mochilas. Como la arena estaba mojada, las mochilas pesaban “un mundo” y el camino de vuelta era casi todo el tiempo en subida. Llegaron al campamento del Hombrito y, tras un breve alto, continuaron loma arriba. Lograron ver el trillo que habíamos abierto a partir del terraplén y siguieron la trocha entre el monte, para aparecerse, ya por la tarde, en la cima del Hombrito, con unos rostros de extenuados que hablaban por sí solos, pero con la importante misión cumplida. Realmente, se habían probado como guerrilleros, y los cinco habían dado la talla. Sin dudas, de las tres misiones asignadas en la mañana, esa había sido la más dura.

No obstante, en el campamento la tarea no fue fácil. El mayor problema fue cocinar los chícharos, pues toda la leña estaba mojada desde el aguacero del día anterior. El Oso, con buena experiencia en levantar candela, tuvo que hacer maravillas para lograrlo esa vez. Abelito, Pepe, Maikel, Mayito y Vizcaíno se “batieron” con él.

En las casas que había por los alrededores les dieron bastantes plátanos verdes. Las mujeres prepararon todos los ingredientes y atendieron la cocina. También organizaron un poco el reguero que había dentro del albergue. Finalmente, el menú se conformó con arroz, chícharos, plátanos hervidos, un tin de carne y el consabido refresco de limón. Joel ya se sentía mejor; había pasado todo el día en el campamento y la fiebre le había bajado. Pero ahora el Ranger era quien más mal se sentía. Había pasado el día con fiebre y flojera de estómago, y no “disparó un chícharo” con los chícharos.

Andrés terminando el enconfrado del pedestal.

En la cima, los “constructores” terminaron de preparar el encofrado del pedestal y colocaron la vara larga, todo bajo la conducción y la mano de obra protagónica de Andrés. Leopoldo y Alfredo ayudaron bastante, cada cual con sus conocimientos, el primero de ingeniería civil y el segundo de arquitectura. Quedando todo listo para fundir el pedestal al día siguiente, partimos de la cima. Pasamos por la casa de Sonsón, quien conoció así a nuevos integrantes de la tropa. Dejamos allí el cemento y luego regresamos al campamento.

En la aguada cercana donde un muro represaba el agua, la mayoría nos bañamos, aunque el agua estaba bastante fría. Luego se “armó el tiroteo” y pudimos llenarnos. La noche no demoró en caer, y nos acostamos luego de una jornada fructífera, en la que alcanzamos la cima del Hombrito, conseguimos la arena y dejamos el pedestal del monumento listo para fundir, lo cual no era poco. Tres días estaban previstos para terminar el monumento, y el primero no podía ser mejor.

Lunes 25 de julio de 1994

Di el de pie a las seis de la mañana, cuando aún la luz solar no calentaba, de modo que el frío le puso trabas a la gente para levantarse. Alrededor de las siete se disparó el desayuno, típico de Período Especial, con el refresco y la tostada. Luego partimos loma arriba, por el pedregoso terraplén entre pinos. Al vencer la primera altura, hicimos un alto frente a la tumba de Hermes Leyva y luego fuimos todos hasta la casa de Sonsón.

Aquello fue una invasión habanera, pero Sonsón no estaba. En cambio, hallamos a su mujer y a sus niños, quienes ya conocían de nuestra intención de acampar allí. Para no molestar, hicimos la acampada junto al vara en tierra que estaba a unos 30 metros de distancia del bohío. Al frente de la campada se quedarían el Leo y el Chocky, con Sibia, que estaba de “penitencia” por “insubordinarse” el día anterior con el argumento de tirar fotos, y fue “obediente” esa vez. También el Ranger allí quedaría, pues seguía con su indisposición, que ya daba que pensar. El Oso aprovechó para burlarse del Chocky y el Leo, pues ahora les tocaba a ellos asumir de cocineros.

Hacia la cima partimos algunos hombres y las otras 11 mujeres. Los hombres nos distribuimos las jabitas con cemento. Al llegar al terraplén, las mujeres, que llevaban sus mochilas con algunos pomos de agua para hacer la mezcla, las rellenaron con piedras, que servirían como gravilla.

Subimos sin problemas por el camino hecho el día anterior y comenzó la labor de fundir el pedestal del monumento. Andrés dirigía las operaciones, mientras Maikel y Valeri, ambos estudiantes de ingeniería civil, lo ayudaban. Pronto Andrés notó que las piedras no alcanzaban, y el Oso, Pedrito y yo descendimos por el camino hasta la gran piedra que se hallaba en un lateral. Allí recogimos un poco de piedras pequeñas y subimos nuevamente. Pero estas tampoco alcanzaron y entonces se sumaron más en descender, cargar y volver a subir.

Por fin la mezcla estuvo lista y se comenzó a verter dentro del encofrado. A medida que se vertía, Andrés la iba apisonando con una mandarria que había llevado. Poco a poco se fue llenando desde la base hasta el pedestal sobre el que se colocaría el busto. En la parte trasera del pedestal, sobre el cemento aun blando, Andrés grabó su firma, y Maikel escribió MALNOMBRE en la parte posterior de la base. Al final quedó todo listo para colocar en la jornada siguiente el busto y la frase “Hasta la Victoria Siempre.”

A media mañana, Leopoldo, el Chocky y Sibia comenzaron a trabajar en el campamento para tener temprano lista la comida. Leopoldo tenía el estómago “flojo”, no obstante se esforzó en la búsqueda de la leña y en levantar la candela para cocinar los chícharos. El Ranger no trabajaba, pues su malestar seguía. La mujer de la casa les prestó unos calderos y también la cocina del bohío, con los tizones que allí había. Como remate, donó unos plátanos, que allí les llaman “cuicos”.

La casa de Sonsón se hallaba levantada sobre un pequeño firme, que concluía en unas inclinadas laderas. Parte de las laderas estaban sembradas de yuca; allí trabajaba Sonsón diariamente. Aquel hombre debía tener unas piernas de “hierro” para poder trabajar la tierra con tal inclinación.

Por la tarde llegaron primero las mujeres de regreso de la cima y comenzaron a ayudar en la cocina. Luego llegamos los hombres, que nos quedamos hasta que se concluyó el pedestal. Finalmente, se apareció Sonsón y pudo conocer así al grupo completo, estableciéndose una gran empatía entre los malnombristas y aquel humilde campesino. El Puro, muy dado a las relaciones con los lugareños de los sitios por los que pasamos, conversó largo rato con la familia campesina dentro del bohío.

Sonsón comentó que había un mangal cerca, y hacia allá partieron el Chocky, Ibis, Tania y Vizcaíno, acompañados por los muchachos de la casa. Como siempre sucede con los campesinos, Sonsón dijo que el mangal estaba cerca, pero nada de eso, tuvieron que subir y bajar unas cuantas pendientes. Las matas eran de las llamadas “mangas blancas” y estaban repletas de frutas amarillitas. Lo primero que hizo el cuarteto de malnombristas fue rellenarse comiendo mangos. Luego llenaron unas jabas. Una muchacha que iba con ellos, llenó un saco entero. El flaco de Vizcaíno, al verla, hizo el intento de cargar el saco, pero este casi no se movió. Entonces la muchacha lo cargó con una facilidad que le apabulló el orgullo al Vizca.

Comelata de mangos con Vizcaíno de protagonista

Cuando ya iban a partir todos de regreso, Vizcaíno y el Chocky, algo acomplejados, le pidieron el saco a la muchacha y comenzaron a cargarlo entre los dos. La muchacha y los dos niños que iban en la partida comenzaron a reírse del trabajo que estaban pasando los dos flacos. Ella, por su parte, llenó otro saco y empezó a cargarlo. Por el camino los dos malnombristas ya no podían más y, aprovechando un momento en que no los miraban, vaciaron el saco. Entonces apretaron el paso hasta llegar al campamento. Todo lo supimos porque la muchacha, para vergüenza de los dos flacos, contó la historia al llegar.

En el campamento, la gente aprovechó el agua de las dos aguadas para darse un baño. El frío del agua “metía miedo.” Yo, en lo personal, me bañé para evitar las críticas de Yudimí. Alfredo llamaba la atención, pues desde nuestra salida de La Habana aún no había “jugado agua”.

Con la tarde cayendo y el frío levantando, se armó el tiroteo. En la ocasión el “cuicu” había sido preparado en forma de fufú. El resto del menú era idéntico al del día anterior. Nuevamente pudimos llenarnos, y hasta sobró fufú.

Luego, en una pequeña explanada de tierra que había junto al bohío, organicé una redistribución de los bultos de comida que quedaban. Revisé los bultos por si quedaba alguna jabita con cemento, para que no fuera a ser cargada, pues el necesario para terminar el monumento ya estaba separado. Para la siguiente jornada se presagiaba un día difícil porque, después de colocar el busto, partiríamos rumbo al Turquino por una ruta poco frecuentada y completamente desconocida para nosotros.

Cuando cada cual recogió su bulto y Pedrito descubrió en el suyo unas piedras colocadas por algún jodedor. Ante aquel “chiste”, me molesté, pues no entendía cómo a alguien se le podía ocurrir aquello, con la caminata que nos esperaba. Abelito se me convirtió en el principal sospechoso, por su historial de jodedor, tal vez con alguna complicidad de Leopoldo. Pero por supuesto que negó toda implicación; ¡qué va, si él era un “santo”!

Para la caminata que nos esperaba el día siguiente, el Ranger era una preocupación. Su malestar seguía, y hasta un vómito había tenido. Bety, que estudiaba medicina, le dijo que tenía una inyección que era lo mejor que había para su malestar. Después de hacerle toda la propaganda que pudo, se la aplicó en una nalga. Al poco rato el Ranger ya le comentaba que se sentía mejor, que la inyección había sido muy efectiva. Pero Bety le había inyectado solamente agua de inyección. Ya ella sospechaba que el Ranger exageraba, y el efecto placebo se lo confirmó.

Cuando la noche empezó a caer, ya cada cual tenía listo su sitio para dormir. Sonsón había dado un espacio dentro de la casa y hacia allí fueron algunos. Otros se acotejaron bajo el portal del bohío y un grupito –entre los que estábamos Yudimí y yo – nos acomodamos en el vara en tierra. Pronto el frío se hizo sentir, acompañado por una notable humedad. Nos dormimos sin hacer tertulia nocturna, pues la noche no estaba para eso.

Martes 26 de julio de 1994

La madrugada fue sumamente fría. Estábamos acampados sobre un firme despojado de árboles, donde el viento batía a sus anchas, a casi mil metros de altura sobre el nivel del mar, con una humedad excesiva. Debíamos levantarnos con el amanecer, porque la jornada sería larga, pero la tarea era bien dura. Era 26 de julio, digna fecha para homenajear al Che y a los moncadistas.

Con Sonsón en sus predios

Comenzamos a levantarnos poco a poco, hasta que sobre las siete de la mañana toda la tropa ya estaba en pie. Al desayuno habitual de refresco y tostadas se le sumó parte del fufú hecho el día anterior –aprovechado por los más comilones, entre los que me encontraba – y un poco de mermelada de mango. Al Ranger, después de la “efectiva” inyección, se le veía con ánimo para enfrentar la jornada.

Partimos todos con las mochilas, pues ya no regresaríamos a casa de Sonsón; él iría algo después a la cima. Llegamos al terraplén, subimos por el trillito y dejamos los bultos en el claro donde había quedado la parihuela en la que cargamos el busto. Seguimos loma arriba por la senda abierta por el grupo. Era nuestra última subida. Vencimos la altura sin dificultades y, ya arriba, varios contribuyeron a retirar las tablas del encofrado, hasta mostrarse el pedestal con las marcas de las ramas colocadas por Andrés y otras irregularidades que este le hizo para lograr una buena inserción del monumento en el entorno.

La subida final

Mientras tanto, algunos nos sentamos al borde de la piedra y comenzamos a cantar temas que nos recordaban al guerrillero heroico. “Fusil contra fusil”, “La era está pariendo un corazón”, “Hasta siempre, Comandante” y “Son los sueños todavía”, se escucharon a la altura del Hombrito. El clímax patriótico subió de tono cuando tocó el momento de colocar el busto. Sonsón ya había llegado a esa hora, con toda su familia.

Primeramente, se introdujo un papel con el listado de los 35 malnombristas, en un extremo de la vara, que se asomaba en la parte superior del pedestal. Después Andrés echó cemento en una ranura preparada en la parte delantera del pedestal y colocó allí la frase “Hasta la victoria siempre.” Luego nuestro escultor colocó cemento sobre la superficie, tapando el agujero de la vara. Finalmente, se alzaron varias manos para levantar el busto, hasta que este quedó colocado con el rostro mirando hacia el este, por donde sale el sol cada mañana. Eran las once de la mañana.

Con la obra terminada, les hablé a todos los presentes del Che, de los moncadistas, de nuestro sueño cumplido, y le pedí a Sonsón cuidar el monumento y divulgar su existencia en la zona, para que se le rindiera homenaje al Che subiendo hasta allí. Cantamos el Himno Nacional y Leopoldo pidió un minuto de silencio por el Che y los moncadistas caídos. Vinieron entonces las fotos, con el grupo junto al monumento.

A las 11:08 minutos partimos de la cima del Hombrito. Aunque presagiábamos una jornada dura, no imaginamos hasta qué punto lo sería.

(Continúa la próxima semana)

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