Por Gabriela Jiménez, vicepresidenta del comité de Bioética de la Unesco
La IA ya sobrepasó el umbral de la promesa y está cambiando la práctica médica, elevando la precisión y la eficiencia en áreas como el diagnóstico temprano del cáncer y las enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, este avance disruptivo exige un nuevo pacto fundamentado en la ética para garantizar que la tecnología nos beneficie a todos.
A escala global, el mercado de IA en salud está en auge y se estima que alcanzará cerca de 36 mil 950 millones de dólares en 2025, para proyectarse hasta 613 810 millones en 2034, con una tasa compuesta anual del 36,8 por ciento, según la consultora mundial Procedence Research.
Dentro de ese escenario, sostiene la consultora, el segmento específico de diagnóstico con IA es especialmente dinámico: pasó de 1610 millones de dólares en 2024 a 1940 millones en 2025, con previsiones de superar los 10280 millones de dólares para 2034.
Al mismo tiempo, la visión por computadora en salud —esto es la parte de la IA que permite a las computadoras ‘ver’ e interpretar imágenes y videos simulando la visión humana— crece desde 2600 millones de dólares en 2024 hasta una proyección de 53010 millones para 2034, a una velocidad potenciada por la demanda de tratamientos personalizados.
No es casualidad que gran parte del crecimiento esté en aplicaciones visuales: desde la detección de tumores hasta el análisis de resonancias magnéticas, las herramientas de IA no solo refuerzan la precisión, sino también la eficiencia del flujo de trabajo clínico. Este auge refuerza el papel estratégico del software médico en el futuro del diagnóstico.
Las poderosas implicaciones de estas tecnologías despiertan también una pregunta fundamental: ¿podemos avanzar sin que la ética guíe el camino? La Organización Mundial de la Salud (OMS) propone que el uso de IA en medicina debe poner la ética y los derechos humanos en el centro del diseño, la implementación y el uso clínico. Esta postura se resume en una suerte de “Juramento Hipocrático para IA”, que reclama el principio primordial de “no hacer daño” .
Expertos exigen ética y humanidad
Una de las voces que se han escuchado al respecto proviene de la ONU. La presidente del Comité de Bioética de la Unesco, la bióloga Gabriela Jiménez, ha hecho un enfático llamado al respecto.
“No podemos permitir que la tecnología perpetúe desigualdades; debemos asegurarnos de que todos puedan beneficiarse de sus avances y convertirla en motor para el desarrollo”, dijo Jiménez.
Por su parte, Margaret Chan, ex directora de la OMS, advirtió que “no sirve obtener diagnósticos tempranos si los países no pueden brindar tratamiento o si la asistencia médica es inaccesible”, y recordó que “la compasión humana no puede ser reemplazada por una máquina”.
Un extenso análisis académico, publicado en PubMed Central, concluye que ignorar principios éticos puede erosionar la confianza de los pacientes, socavar los resultados terapéuticos e incluso generar rechazo por parte de los médicos.
Precisamente, organismos como la OMS y centros académicos como The Hastings Center impulsan el debate sobre gobernanza ética, con directrices que incluyen transparencia, rendición de cuentas, justicia y protección de datos. En paralelo, empresas de investigación de IA como DeepMind crearon unidades dedicadas a explorar los impactos sociales de la IA en seis dimensiones clave: privacidad, equidad, gobernanza, responsabilidad, riesgos y valores.
“Los Estados están reconociendo el potencial de la IA en el diagnóstico y están implementando políticas para fomentar su desarrollo, no obstante, hay que tomar en cuenta los términos éticos de su uso (…). Se recomienda que los encargados en desarrollar estas herramientas cumplan leyes contra la discriminación y que el registro médico electrónico sea más abierto, recordando que, con la IA, es fundamental que las personas tengan derecho a controlar el uso y destino de su información personal”, agregó Jiménez.
La IA ya está revolucionando el diagnóstico médico: es más rápida, precisa y prepara el camino hacia una atención más personalizada. Sin embargo, abandonar la ética en este momento sería irresponsable. La verdadera revolución sanitaria será aquella impulsada tanto por algoritmos como por principios sólidos de justicia, transparencia y humanidad. Solo así podremos garantizar que la inteligencia artificial sea una herramienta transformadora para todos, no solo para unos pocos.