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Un Turquino al límite (2022)

Miguel Alfonso Sandelis
27 junio 2025 | 0 |

¿Cómo saber cuándo una tropa está al límite en una excursión? El estado de ánimo y las condiciones físicas deben ser la clave, teniendo en cuenta lo que queda por hacer. En condiciones límites del grupo se debe valorar la posibilidad de hacer cambios en el recorrido, que disminuyan el rigor, o dar un tiempo de recuperación. Pero cuando se tiene un transporte para el regreso, fijado en una fecha, una hora y un lugar determinado, los cambios tienen que adecuarse de modo tal, que se pueda coger el transporte. Es decir, el tiempo de la excursión no puede variar. Entonces, el reto es mayor.

La aventura

La guerrilla de Los Desacatados puso la tropa al límite. Era uno de los Turquino CUJAE-UH que organizamos anualmente y en los que priorizamos a los dirigentes de la UJC y la FEU de ambas universidades, como contribución a su formación. El nombre de “Desacatados surgió después de la excursión”, cuando alguien propuso hacer una fiesta en una casa con piscina y bañarnos en cueros. La fiesta se hizo y no nos “desacatamos”, pero el nombre se quedó.

Volviendo a la excursión, entre los viajes de ida y vuelta en tren sobraba un día de guerrilla en el recorrido California-Alto del Cojo-Turquino-La Majagua-Las Cuevas. Entonces José Julián me propuso aprovechar ese día para ir al Hombrito. Para la partida en tren desde la terminal de trenes de La Coubre en La Habana nos juntamos 67 personas. José Julián no podría ir con la tropa, pues tenía un cálculo en los riñones, y su intención era unírsenos durante el trayecto.

La primera parte del recorrido transcurrió por cauces normales. A la subida al Hombrito le adicionamos un ascenso a los Altos de Conrado y en la misma jornada acampamos en el caserío de Santa Ana.

Después de una madrugada lluviosa, le di el de pie a la tropa a las seis de la mañana. Comenzó entonces el ajetreo en el campamento. Un grupo de cujaeños preparó el desayuno habitual y un poco después de las ocho comenzó a partir la gente. A las nueve de la mañana yo partí en la retaguardia con Ernestico el eléctrico y Nelson el geógrafo. El destino del día era el campamento del Alto del Cojo y para llegar allá tendríamos que caminar unos doce kilómetros. La mañana estaba despejada y un sol tibio ayudó a la pendiente a sacarle el sudor a la gente.

Massiel va al fango

Tras vencer la recia pendiente de la primera parte de la loma del Infierno, llegamos a una zona allanada convertida en un pantano por las fuertes lluvias caídas recientemente. Desde un inicio, el fango comenzó a cubrir nuestros calzados y más arriba. A varios del grupo en algún momento se le quedó un zapato atrapado en el fango y tuvo que sacarlo para volverlo a calzar. Una bifurcación nos llevó a algunos a coger la izquierda por una zona de piedras y fango. Justo en ese tramo Masiel se cayó de cara y su rostro enfangado mostró así las señales del accidente. Otros avanzaron por la derecha con mejor suerte. Bencomo llevaba puestos unos tenis de calidad y estos pasaron a “mejor vida”.

Terminado el pantano, comenzamos a ascender bajo la vegetación, pisando sobre un trillo amarillento y fangoso. Más arriba hicimos un alto en un entronque de dos trillos, para reagrupar a la tropa y hacer yo una exploración. Después de inspeccionar las dos rutas, decidí coger el trillo de la izquierda porque este seguía un faldeo que me recordaba a lo hecho en ocasiones anteriores en esa zona, mientras el otro seguía en dirección a la falda de la montaña.

El nuevo camino llegó a un punto donde el paso se hizo bastante difícil por la estrechez. Poco a poco logramos vencerlo hasta aparecernos en una zona cubierta de helechos. Más adelante el camino se fue perdiendo y comenzaron a aparecer algunos trillos que parecían formados por el paso del ganado, lo cual corroboraban los desechos que veíamos en el suelo.

Con el avance bastante complicado, decidí regresar al entronque de trillos, seguro ya de que me había decidido por la ruta incorrecta. Yo andaba en la punta de la exploración y preferí no volver atrás, sino cortar trecho a través del helecho para ir más directo al entronque. Pero para los que estaban más atrás era preferible virar por el mismo trillo y eso hicieron, con el inconveniente de tener que pasar otra vez por el paso difícil.

Toda esa situación hizo que en el grupito que regresó por sus pasos, se creara cierto estado de inquietud. Ana Paula estaba entre ellos y, algo alterada, trató de comunicarse conmigo a través del móvil, sin lograrlo. Por alante me alertaron del estado de ánimo de los de atrás. Por eso, cuando se nos unieron, decidí hablarles aún sin llegar la retaguardia.

Mi discurso iba en el sentido de aplacar cualquier ambiente negativo y levantar el ánimo, pues nos faltaba un tramo largo y difícil para llegar al Alto del Cojo. Les recordé lo que había dicho en las reuniones previas al viaje sobre los retos que enfrentaríamos al coger monte. Les dije que en las situaciones tensas lo más útil es ser ecuánimes y buscar una solución, más que alterarse. Finalmente les comenté lo difícil que fue la vida de los guerrilleros en la Sierra y que por una zona cercana a donde estábamos había caído en combate Ciro Redondo. Con los ánimos calmados, quedamos a la espera de la retaguardia, disfrutando de uno de los paisajes más bellos que he visto en mis tantos años de excursiones: el escenario que se abre entre las laderas de las lomas del Infierno y La Gloria, por donde corre en su seno el río Guayabo. Eran las 11:30.

En la loma del Infierno

Cuando la retaguardia llegó, reiniciamos la marcha para descender hasta el Guayabo bajo una profusa vegetación. A las 12:16 llegué al arroyo. Realmente en el lugar se unen dos arroyos y el camino los atraviesa antes de la confluencia. En el primero nos dimos un masivo, frío y extendido baño en una espléndida poceta, lo que nos hizo perder un tiempo apreciable. Linnet, una delgadita estudiante de bioquímica, llegó al arroyo retrasada y casi a punto de un desmayo, que evitó haciendo altos para tomar agua y comerse un caramelo.

Como me preocupaba la demora en el baño, comencé a presionar para seguir la marcha, pues nos quedaba un mundo por llegar al destino del día. Con cierta pereza, la gente fue saliendo del agua y vistiéndose afuera, hasta que por fin partimos. Cruzamos los dos arroyos y comenzamos a ascender, aún sin mucha pendiente.

A las 3:10 minutos, una hora sumamente tardía, los de la vanguardia llegamos al entronque con el camino de California, donde un césped ofrece un buen lecho para descansar. Allí tiroteamos el maní, que debió ser del mediodía. Arriba el sol brillaba, pero no por mucho tiempo.

Cuando la tropa entera descansó, continuamos la marcha. Después de andar un buen trecho con sombra, rebasamos en ascenso un tramo erosionado y comenzamos a ascender el final de la loma de La Gloria. La pendiente empezó a sacarnos el sudor y los altos breves para coger un aire se fueron sucediendo en la tropa. Volvimos a insertarnos en el monte bajo los árboles cuando el cielo comenzó a nublarse peligrosamente.

Un poco más, un respiro, algo de sudor, hasta que comenzamos a rebasar la cima de La Gloria. Pero fatalmente comenzó a lloviznar cuando ya habían pasado las cuatro de la tarde. Un frente frío anunciado comenzaba a derramar su agua en el momento más inoportuno. Salvo mi primer paso por aquel camino en el año 94 cuando colocamos el busto del Che, esta era la ocasión en la que pasábamos por allí a una hora más tardía.

Como la subida de La Gloria había estirado bastante a la tropa, comenzamos a recorrer por grupitos el largo trecho del firme de la Maestra que nos llevaría a las proximidades del Alto del Cojo. Presagiando lo complicadas que serían las próximas horas, Bencomo y yo decidimos esperar a los últimos para quedarnos de retaguardia. Quienes venían cumpliendo esa misión eran varios económicos, con el liderazgo del Lachy y con el Chema incluido a pesar de ser mecánico.

Las capas afuera, que empieza a llover en el firme de la Maestra

Ernestico y Pedro Julio llegaron al lugar retrasados e hicieron un breve alto para continuar de prisa la marcha, pues les tocaba cocinar esa noche. ¡Dura tarea tenían por delante!

El estado de ánimo del piquete final era bastante bueno, a pesar de la lluvia y el consiguiente fango acrecentado en el terreno. Al caminar, había que hacerlo con cuidado para no dar un patinazo al pisar las mojadas piedras del camino. La prioridad era avanzar, avanzar y avanzar para que la noche nos cogiera lo más cerca posible al Alto del Cojo.

En ese tramo, el firme de la Maestra muestra a ambos lados grandes declives, mientras el camino alterna subidas con bajadas, pero sin mostrar pendientes pronunciadas. Aunque rebasamos algunos claros, la mayor parte del tiempo íbamos bajo la vegetación. Los 67 guerrilleros conformábamos un largo reguero humano extendido por el firme de la Maestra. La lluvia y el fango eran recios ingredientes en nuestra esforzada marcha, pero lo “mejor” estaba por venir.

Acercándonos a la pendiente de la loma de La Isabela, comenzó a oscurecer. Ya a esa altura de la caminata, los económicos se nos habían adelantado, quedándonos en la retaguardia Rocío de MAT-COM, Linnet, Bencomo y yo. Al poco rato se nos unió Claudia Rivas, quien se había retrasado porque se sentía débil. Como suele ocurrir cuando las penumbras avanzan sigilosas, nos resistíamos a encender las luces artificiales, hasta que los tropezones nos dieron la voz de encendido.

Con la luz de un móvil llevado por Rocío en la delantera y de una linterna sostenida por Linnet, comenzamos a alumbrarnos los cinco del final. La luz de Linnet era potente. Yo andaba con una capa y se la ofrecí a Linnet con insistencia, pero ella se negó. En las duras condiciones por las que pasábamos Rocío nos demostró su valía. Su habitual lentitud al caminar nada tenía que ver con limitaciones físicas o psíquicas. Por el firme de la Maestra iba con mucha ecuanimidad, alumbrando a Claudia y dándole la mano cuando hacía falta. A veces Claudia reclamaba la luz de Rocío y esta se detenía con complacencia para alumbrarla. Linnet, la otra habitual retardada, también iba tranquila y no se quejaba por nada, como si hubiera visto aquella “película” en otras ocasiones. En más de una ocasión Claudia se sentó para coger un aire y los demás de la retaguardia nos detuvimos cada vez junto a ella.

Unos metros más adelante avanzaba un grupito liderado por Danihz. Desde la retaguardia escuchábamos al profe de Industrial anunciando los obstáculos del camino: “barranco por la derecha, piedra, fango, barranco por la izquierda…” En un momento, Danihz tuvo que calmar a Perdomo, quien sufrió una crisis de asma.

Escenas como estas se repetían a lo largo del tenebroso camino del firme de la Maestra. Solo imaginar a 67 personas pasando por aquel trance a lo largo del camino. Por ello, al escribir esta crónica, preferí preguntarles a varios de los protagonistas para enriquecer la narración de lo vivido en aquellas duras horas.

Así me lo contó Ernestico, “Hubo varias ocasiones en que, cuando pasábamos por el lado de la gente, nos pedían que los esperáramos, pero les decíamos que íbamos a cocinar.” También Ernesto contaba que “muchas personas iban caminando inseguras, al punto de que hubo un tramo donde había un barranco y, tratando de avanzar, resbalé y caí para el mismo”.

Alejandro Benítez, el arquitecto, me lo describió así: “Pasó de todo en ese momento. Cuando le pasé por al lado a las personas que me llevaban la casa de campaña donde yo dormía, tenían un problemón, se les había zafado. Una muchacha que no recuerdo su nombre estaba muy asustada, iba sollozando. Ellos estaban tratando de caminar y no tenían tiempo de recoger la casa de campaña. Entonces le pedí un segundo a alguien de los que tuviera luz, saqué un cordón de mi maleta, amarré la tienda y fui con ellos un tramo, pero iban muy lento y me reventaba. Cuando vi que iban a un paso que no se podía y que andaban juntos, les pedí continuar adelante con la casa de campaña, que pesaba mucho, porque era de lona, de las antiguas grandes. Comencé a pasarle a la gente. Dice Danihz que le salvé la vida, pero no recuerdo por qué. Con ellos fui también durante un tiempo. Danihz se cayó varias veces y lo ayudaba a levantarse. Me encontré con Ginet y con Cathi; las dos estaban muy asustadas y tuve que quedarme con ellas hasta el final; iban con un ritmo súper lento. A Ginet hubo que darle apoyo emocional, nos tomamos de las manos”.

Por Masiel supe que Alejandro y Tai se quedaron solos sin luz alguna. También me contó Masiel que Ana Paula, Andrés y otra muchacha de la CUJAE que no recuerda su nombre, los auxiliaron con luces, y que, al pasar los economistas por su lado, Lachy les dio agua.

Lorena me comentó lo siguiente: “Estaba yo entre los cinco primeros; recuerdo bien a Masiel, Karla, Bismario, y a Frank. Aquel día caminábamos y caminábamos y no encontrábamos el campamento, pero te juro que solo me preocupaban los que venían detrás. Yo solo estaba pensando en los que venían detrás, yo extrañamente estaba feliz porque era una prueba más, otro reto, y realmente me divierten esas cosas”.

Masiel me recordaba aquellos momentos como sigue: “Nosotros íbamos en un grupo bastante grande: Cristina, Belsis, Karla, Javier de Historia, yo y tal vez alguien más. Bismario iba algo detrás con un grupo de la CUJAE, porque nos gritábamos a ver si estaban bien. Ese día me marcó la capacidad que tiene un grupo de impulsar a alguien con su buen ánimo, que, si alguien se deprimía, el grupo lo halaría. Al principio estaba nublado, no había empezado a llover y todo el mundo pensaba que en dos horas estaríamos en la cabaña para comer y dormir. Y, por supuesto, no fue así. El camino se empezó a cerrar, empezó a caer la noche y empezó a llover. Yo tenía mucho miedo de mojarme, porque padezco de neumonía. Por suerte, a pesar de estar tanto tiempo mojada, nunca me pasó nada”.

Y Masiel seguía contándome: “Cuando empezó a llover, dijimos, qué remedio y estábamos tan cansados. Abrimos un caramelo abajo del agua, un caramelo para cada uno y nos tiramos una foto. Y ese primer momento en que empieza a llover y parecer que todo estaba saliendo mal, y decidimos tirarnos una foto, eso marcó el estado de ánimo del grupo. Seguimos caminando, la cosa se complica, hay que sacar linternas y teníamos muy pocas linternas. Cristina tenía una y creo que Karla o alguien más también. Cristina se pone delante y Karla por el medio. Había algunos como yo que no vemos nada sin espejuelos de noche”.

La mayoría de los integrantes de la tropa estaba pasando por uno de los momentos más retadores de sus vidas, o tal vez el más. Lluvia, barrancos, fango, frío, incertidumbre, oscuridad, todo mezclado, aportaban una alta cuota de vicisitudes para la mayoría novata en guerrillas de rigor. Los más cercanos a mí me preguntaban con frecuencia cuánto faltaba para llegar al Alto del Cojo. Mi respuesta andaba por: “Todavía falta”. Cuando pedían detalles, les decía que faltaba bajar la loma de La Isabela y después caminar un kilómetro más para llegar al ansiado destino. Desde la partida del descanso en el entronque de California alerté de un entronque que hay al bajar La Isabela, donde hay que coger a la izquierda.

En varios de los diversos grupitos conformados durante la caminata surgió la preocupación por estar perdidos e incluso se manejó la posibilidad de acampar en medio del camino. Por suerte, la incertidumbre no los detuvo y continuaron caminando casi como autómatas rumbo al esquivo campamento. Yo tenía la divisa de que los 67 teníamos que llegar al Alto del Cojo esa noche. Sabía muy bien lo que significaba pasar la madrugada a la intemperie, sometidos al fuerte rigor de aquel clima y sin comer comida caliente. Ya yo había pasado por una experiencia parecida justo en aquel tramo del firme de la Maestra en el año 94, cuando los malnombristas acampamos regados por el camino, aunque en aquella ocasión la lluvia nos mojó solo por la tarde. Pero aquella vez nunca habíamos estado en el Alto del Cojo, por lo que no teníamos la más mínima idea de cuánto nos faltaba.

Desesperados por acabar de vernos bajando La Isabela, nos embullábamos cuando llegábamos a un descenso, pero pronto desaparecía el entusiasmo cuando sobrevenía un nuevo ascenso, hasta que al fin el descenso se hizo prolongado y la certeza de que nos encontrábamos bajando la dichosa loma nos invadió. Pero la bajada no era un regalo debido al riesgo de las caídas, sobre todo en el último tramo, que estaba preñado de piedras.

Los que iban a la delantera, salieron a un claro al terminar el descenso y dejaron una flecha de madera sobre el terreno, la cual indicaba coger a la izquierda en el entronque. Pero lo más halagüeño en aquel punto era ver, a lo lejos pero nítidamente, una luz proveniente del campamento buscado. Aquella luz era como una señal divina, era la certidumbre de ir por el camino correcto y era, sobre todo, la certeza de la llegada a la meta. La luz aquella le daba un impulso al ánimo en los metros siguientes.

Tras el entronque, vino un tramo descampado con faldeo por la izquierda, hasta llegar a la boscosa cordillera contigua por donde comenzó un faldeo sinuoso, conformado así por los diferentes cañones que el agua fue labrando desde tiempos inmemoriales. Cada entrada y salida a un cañón parecía ser la final, pero la nueva entrada a la derecha desmentía la ilusión. Ya las fuerzas estaban en las últimas.

Pero volvamos a los comentarios de participantes, ahora para vivir sus impresiones de los momentos finales de la agónica caminata.

Masiel me lo narraba así: “Había partes muy graciosas, porque yo oía una señal de radio de lejos y decían que ya yo estaba nerviosa y oyendo cosas. Pensamos en que, si nos perdemos, acampamos allí mismo. Primero vi una mata de plátanos o una cerca a la vez, y eso nos dio mucho ánimo, y caminábamos y eran más cercas y más matas de plátanos. Entonces yo propongo: Vamos a quedarnos en silencio y vamos a gritar todos a la misma vez. No recuerdo qué gritamos, si “ayuda” o “cabaña”, lo que sí recuerdo que todos lo gritamos tres veces, pero nadie respondió y eso nos bajó un poco el ánimo. Se me ocurre decir, gente, vamos a gritar “ayuda” de nuevo, y entonces nos respondieron a la cuarta vez. Nos respondieron desde la cabaña. Nos mandamos a correr pensando que era más cerca, pero no, y en ese momento la lluvia apretó y había un desespero por llegar a la cabaña, y llegamos a un cuatro esquinas que no sabíamos por dónde coger. Siempre que pasábamos por un lugar con dos opciones, dejábamos una flecha, y yo recuerdo que en ese entronque no la dejamos y seguimos caminando, y cuando nos damos cuenta, Cristina y yo nos miramos y decimos, hay que virar para atrás a poner la flecha. Entonces Cristina viró conmigo y creo que Lorena, y no sé si Belsis”.

Ernestico me lo contó de esta manera: “Hubo un momento en que la casa no llegaba y se escuchaban las voces. Realmente pensábamos todo el tiempo en cómo la gente podía llegar al Cojo. Luego de dos horas y 40 minutos de haberte dejado a ti y a Bencomo en la retaguardia, alcanzamos la vanguardia, que estaba dividida en dos: un pequeño grupo de tres en que había uno (Jorge de Psicología, creo), que llegó desmayado y hubo que darle agua con azúcar; y otro donde venían Karla, Masiel, Laura de Informática, Javi, no recuerdo, había como cinco más, pero no me sé los nombres. Bueno, en fin, a este último grupo lo encontramos ya a 15 metros del campamento.”

Alejandro Benítez me describió así sus momentos finales: “Cuando estaba llegando al campamento, que las personas estaban regresando a rescatar a los demás, me pidieron llevarme algo y les dije, quítenme la tienda de campaña, pues ya tenía fatiga muscular en esa zona. Estuve como hora y media o dos horas cargándola, y se fue resbalando, mojando.”

A las 9:05 de la noche llegaron los primeros al Alto del Cojo bajo una llovizna inacabable. Dos trabajadores de Flora y Fauna, hermanos de sangre, esperaban al grupo, pues habían sido avisados de nuestra llegada. A los dos los conocía yo de mi último viaje por la zona en el 2019. Uno era dado a la conversación, pero el otro prácticamente no hablaba. Cada dos semanas se hacían las rotaciones por dúos de trabajadores en aquel campamento. ¡Dos semanas de estancia en aquel bello, pero solitario paraje! ¡Dos semanas de esforzadas labores y noches muy frías!

Si en otras acampadas en el lugar la tropa se dividió en quienes armaron las tiendas de campaña afuera y los que pernoctaron adentro de la casa del campamento, en esta ocasión no habría alternativas: todo el mundo iría para adentro. Todo se mantenía en aquella casa de madera sobre horcones: el portal la sala hacia la derecha, tres cuartos a la izquierda, la cocina detrás con una puerta trasera y un pequeño almacén a la izquierda de la cocina.

Pero volvamos a los comentarios de los participantes para matizar la llegada del resto de la tropa al Alto del Cojo y describir también lo que fue ocurriendo adentro del campamento.

Me decía Masiel: “Me marcó mucho la integridad que tuvo Cristina en toda la guerrilla. A ella nunca la movía llegar de primera, si había que esperar a alguien, pues se espera. Fue quien, al llegar a la cabaña, se puso a esperar a la gente que venía después. Ella y yo nos pusimos a esperar a la gente que llegaba, Yo recuerdo que me puse a dar un recorrido por toda la casa para irme reuniendo con la gente para ver cómo se sentían y en un momento los dejé porque hablar les sería complicado. Nosotros tratamos de que, aunque tuviéramos un buen ánimo, no reírnos de más, porque sería faltarle un poco el respeto a los que llegaban detrás; eso fue un acuerdo del grupo. Cuando llegue todo el mundo, no se habla de los caramelos ni de la foto. En la comida, Belsis me ayudó muchísimo a organizar las mochilas en el cuarto de atrás y a hacer la comida. La gente fue llegando y lo que más chocó fue el peso mental. Hay quien llegó muy mal y no supo controlar las emociones y dijo que ‘yo me voy mañana para La Habana’ y esas cosas. Después se fueron asentando un poquito más y la gente se fue recomponiendo. Otra cosa fue el tema de dormir. Nos dimos cuenta de que el lugar era chiquito, y los primeros dijimos que no íbamos a dormir en un cuarto. La idea era que todo el mundo durmiera en el piso y que, si había alguien que se sintiera muy mal, que durmiera en la cama.”

Lorena me lo describía así: “Cuando logramos encontrar el campamento, Frank, pese a que se veía bastante cansado, no dudó en regresar y buscar al resto. Luego se le unió el Chema. Karla Gutiérrez y yo preparamos agua con azúcar e íbamos recibiendo a todo el que llegaba, tratando de ordenar todas las mochilas, porque era un espacio bastante pequeño. Los que llegaron de últimos, entre ellos Rocío, ‘el terror de la retaguardia’, fueron los que más relajados llegaron.

“Mientras todo eso pasaba, los muchachos de la CUJAE iban preparando la comida, unos espaguetis que vinieron bastante bien, bueno, creo que eran espaguetis. Muchas personas llegaban desmayándose, tambaleándose. Esa noche sacó lo mejor y lo peor de las personas, sacó de cómo eres tú, de lo que estás dispuesto a hacer por el resto de las personas, de que estás dispuesto a pasar frío, a dar toda tu ropa sabiendo que a lo mejor se te podía perder o que ya no ibas a tener ropa tú para vestirte al día siguiente. Llegar cansada y olvidarte del cansancio por ayudar a todas las personas que iban llegando, de llevar todas las mochilas para un mismo cuarto, de preguntar cómo estás, de que no se demoren más, alumbren, ya no puedo más.”

Apretazón en la cocina del Alto del Cojo

El Chema me lo recordaba de esta manera: “La gente de Eko: Rocío (la otra), Daniel, Franco, Lachy, Sofía, Dany, Roberto y yo, 8 personas. Cuando llegamos, de los 8, dos llegaron en mal estado: Rocío y Roberto. Daniel se puso a ayudar a Rocío, al igual que Sofía, y el Lachy se quedó con Roberto ayudándolo. Yo viré con Frank y con el chino JJ de Artes y Letras a buscar a más gente. Esa noche se quedaron ayudando a los débiles Lorena y Karla, la de Turismo. Varias personas llegaron en pésimas condiciones”.

Así me lo narraba Ernestico: “Al llegar al campamento, la tensión se desató, la preocupación por los de atrás, la lluvia y cómo acampar. De hecho, ya estaban pensando en llamar a Rescate y Salvamento. En esos momentos, Pedro Julio y yo hablamos y les explicamos. Los trabajadores dijeron que nos podíamos quedar, por lo tanto, les explicamos lo que siempre dices: Mantengamos la calma. Fue entonces cuando me escucharon. Les expliqué lo que hacer. Hubo tres muchachos de la UH que dijeron que estaban en buenas condiciones y fueron los que viraron al entronque. Las mujeres que estaban en la cabaña no estaban mal, pero se sentían agotadas. En la cocina nos organizamos Pedro Julio, Laura de Informática., Karla, Bismario y yo.

“En esos primeros momentos hubo bastante algarabía y desorden, pero poco a poco se fue articulando, entre el módulo, la ropa mojada y los que iban a la cocina en busca de algo para picar. Al rato de estar cocinando, bueno, la historia del desmayo de Pedro Julio. Un momento tenso fue cuando, para preparar la tercera tanda de espaguetis, había que buscar agua y yo le explico a Rivas dónde puede ir. Al rato vira y lo veo sin agua. Me dice que no encontró la manguera y cogió un poquito que quedaba de algún lugar. En lo que se cocinaba esa tanda, llegaste tú con tu tanqueta. En ese momento volví a insistir en buscar agua, pues el trabajador me aseguró que sí había en la manguera. Articulamos tres personas para cargar bastante agua. Salen y al rato vuelven sin agua. El hombre da un recorrido y llega a la conclusión de que la manguera se soltó. Una señal mala para el otro día. En ese punto la comida se quedaba a la mitad. Pero fue tal el cansancio, que la gente se conformó con comer el poquito que le dimos. Desmayados no logré ver, pero sí muchos de los que llegaban, lloraban o entraban temblando. Sí recuerdo al menos a cuatro personas llegar bastante flojas”.

Los cinco de la retaguardia llegamos al campamento a las 11:17 minutos de la noche.


(Continúa la próxima semana).

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