Inicio / Monte Adentro / Un Turquino masivo con un final sediento (2017)

Un Turquino masivo con un final sediento (2017)

Miguel Alfonso Sandelis
21 junio 2025 | 0 |

Partida temprano hacia el Turquino desde el campamento de California


La experiencia de organizar varias excursiones masivas en el Movimiento Cubano de Excursionismo, habla de los aciertos en las medidas organizativas tomadas. Una acción esencial es la realización de la “reunión del miedo”. Este es un encuentro previo a la partida, al que se convocan a todos los participantes. En él se les explica con crudeza a lo que se van a enfrentar en la excursión, es decir, se les “echa miedo”. Un objetivo obvio de esta explicación es que la gente esté bien informada sobre la excursión, pero hay dos objetivos implícitos: el que no esté en condiciones, que desista; y el que se mantenga y después se queje en la excursión, apelar al “te lo dije”.

Otra acción fundamental –antes de que “rompan las acciones”– es distribuir las misiones a cumplimentar durante la excursión: grupos de cocina, vanguardias, retaguardias y en algunas excursiones los “entronqueros”, que son los que se ubican en determinados entronques de camino donde se corre el riesgo de pérdidas. Esa distribución de tareas generalmente se anuncia durante el viaje de ida. Cuando se termina de hacer, el organizador siente un gran alivio porque, en lo general, la guerrilla ya está organizada. Queda entonces velar porque cada cual haga lo que le toca, aunque, por supuesto, queda un amplio margen para los imponderables que surjan.

También previo al inicio de la excursión se hacen las coordinaciones para el transporte, se elabora el itinerario, se define el módulo de comida y se prevén aseguramientos colectivos como calderos, machetes, encendedores, combustible y utensilios para la cocina.

Ya en medio de la excursión, una acción muy importante es explicarle cada mañana al grupo, antes de iniciar el recorrido de la jornada, a lo que se va a enfrentar en el día: características del trayecto, kilómetros a recorrer, entronques de caminos con riesgos de pérdidas, abastecimiento de agua, descansos previstos y condiciones del lugar de acampada. Para evitar pérdidas, además de los entronqueros, durante el recorrido se colocan en el suelo flechas confeccionadas con madera del lugar, en los sitios donde puede haber confusión sobre la ruta a seguir. En los descansos y en el lugar final, se promueve el regreso de los que estén en buenas condiciones físicas, para ayudar y alentar a los que vienen más retrasados.

Pero una excursión al monte es una “cajita de sorpresas”, porque vas a convivir en la naturaleza, en zonas prácticamente deshabitadas, bien alejadas de nuestra zona de confort. Por eso una guerrilla masiva es una gran aventura.

La aventura

La idea de ir al Turquino como Movimiento Cubano de Excursionismo implicaba una convocatoria abierta y octubre del 2016 sería el mes para realizarlo, pero el huracán Matthew aplazó la fecha.

Finalmente, en febrero del 2017 se “alinearon todos los astros”, y el día 24 partimos de noche, sentados en dos coches de un tren –con más de cuatro horas de retraso– desde la Estación Central de Ferrocarriles de La Habana.

La composición del enorme grupo era heterogénea. Mal Nombre y el CIGB eran los grupos más masivos. La Universidad de La Habana y la Cujae (con Geografía y Mecánica como respectivas facultades más representadas), les seguían. Además de otras procedencias, se incluían seis alemanes del proyecto Tamara Bunke y una mexicana llamada Lupita, que vino a Cuba solo para ir al Turquino con el Movimiento.

Un nuevo retraso del tren en Camagüey motivó que llegáramos a Cacocum pasadas las cinco de la tarde del día 25, y a Buey Arriba de noche en dos camiones, donde se sumó una pareja de malnombristas a la expedición. Otros dos camiones, pero estos de montaña y asegurados por el Partido Municipal, nos volvieron a poner sobre ruedas, para vencer un accidentado y nocturno trayecto, que nos llevó hasta el campamento del EJT ubicado en la zona de California, en plena Sierra Maestra.

La noche en el campamento tuvo dos tropiezos: el esguince de Claudia Flores por un traspiés al llegar, y un padecimiento repentino de Patricia, la esposa del veterano Alejo. Claudia seguiría en la excursión; Alejo y Patricia, no. La noche también tuvo mucho frío.

En el menú de esa noche lo más complicado de hacer era el arroz, por lo cuantioso. Durante el viaje, al notar el retraso que llevábamos, llamé al jefe del campamento y le pedí que nos cocinaran arroz del de ellos. Ya en el campamento, se lo reintegré con el que llevábamos. De este modo, la comida preparada por el grupo llamado “Team UH”, estuvo lista sin mucha demora, pues la preparación de la carne en salsa y el refresco no tardó.

La primera jornada de caminata implicaba hacer un recorrido de alrededor de 14 kilómetros para llegar y hacer acampada en el campamento del Alto del Cojo. A pesar de lo cuantiosa de la tropa, todo funcionó a la perfección, salvo el caso de dos entronqueros del Team UH, que no cumplieron su misión y a quienes les solté la crítica correspondiente.

Camino a la loma de La Gloria rumbo al Turquino
Camino a la loma de La Gloria

Los geógrafos prepararon el desayuno antes del amanecer, la partida del campamento la hicimos poco después de las 7, a las 11 de la mañana salimos del entronque con el camino que va a Santa Ana, a la 1 partimos de la cima de la loma de La Gloria luego de que los de Camping Cuba repartieran el “maní del mediodía”, y a las 4:15 llegaron los últimos al Alto del Cojo.

Los regresos de la vanguardia para ayudar a los retrasados se produjeron en cada alto, y las retaguardias, alternadas por tramos, cumplieron bien su tarea. Una misión sui géneris la cumplieron varios malnombristas, al cargar por tramos a Samuel, quien solo tenía cinco años de edad, aunque el niño también caminó buena parte del trayecto.

En el Alto del Cojo nos recibieron hospitalariamente tres trabajadores de Flora y Fauna. En poco tiempo, se levantó un reguero de tiendas de campaña en la delantera de la casa del campamento, aunque algunos acamparían adentro. Varios malnombristas, con Yaser al mando, se fueron temprano para la cocina, pues nos tocaba esa tarea. Lo más cuantioso del menú serían unos espaguetis.

En el campamento Alto del Cojo antes de llegar al Turquino
En el campamento Alto del Cojo

Aunque el módulo de comida no era muy grande, algunos se quejaban del peso en sus mochilas. Por ello Yaser me propuso hacer una redistribución de los bultos, al estilo de Mal Nombre. Inicialmente no me gustó la idea por el reguero de bultos que tendríamos que hacer. Después Melyssa me volvió con la misma propuesta de Yaser. Finalmente accedí a los dos, no solo por equiparar la carga, sino para mostrar el método a los integrantes de los demás grupos.

Para la operación, fui pasando la voz por el campamento, de que cada uno sacara toda la comida que llevaba. Abajo, a la entrada del camino, empezamos a agruparla. Luego de sacar cuentas, descontando a los niños, decidimos organizar 72 bultos para hombres y 53 para mujeres. Tres malnombristas: Melyssa, el Guille y yo, iniciamos la redistribución y pronto se nos sumaron Jandro y Ernesto el geógrafo. Luego se nos unieron otros en la labor. Finalmente, fueron redistribuidos 125 bultos, de modo que la carga quedó mucho más equiparada que como estaba.

Antes del oscurecer, la comida estuvo lista y se formó el “tiroteo”. A esa hora, un buen piquete de aseados ya se había bañado con el agua “congelada” de la aguada que corre a un costado del campamento. Con la tropa llena y la noche entrando, cada cual fue buscando su lugar, mientras el frío iba subiendo de tono.

Con un frío “de pelar”, se levantaron los mecánicos a las 5:20 a preparar el desayuno. A las 5:45 le di el de pie a la tropa, aún de noche. El amanecer ayudó a quitarle la pereza a la gente, y mis insistentes “de pie” también. Poco después de las siete formamos el tiroteo y antes de las ocho ya estaban partiendo los primeros.

La jornada de caminata sería dura, con unos 13 kilómetros de recorrido. Primeramente, tendríamos que vencer una fortísima ladera (la llamada “Cabrona”) hasta el firme de la Maestra. Después enfilaríamos hacia el Turquino. Por la tarde nos esperaba la larga bajada hasta el campamento de La Majagua.

Yo partí del Alto del Cojo a las 8:29 de la mañana. Trepando la ladera me encontré a algunos grupitos que iban haciendo descansos sistemáticos. Del frío ya nadie se acordaba.

A las nueve llegué al firme. A cuatro cuarentonas de Mal Nombre las fui rebasando mientras avanzaba rumbo al Pico Joaquín. Ellas eran Lizet, Yuslenis, Miladys y Oxana. A pesar de no ser unas jovencitas, no iban en la retaguardia y mostraban gran fuerza de voluntad, sacando a relucir sus dotes de guerrilleras. Yanieyis también pasaba de los 40, pero sus condiciones físicas eran óptimas.

A las 9:49 llegué a la cima del Joaquín. Luego de coger un aire, viré con Yaser y Ale a ayudar a los de atrás. Los últimos llegaron a la cumbre a las 10:43.

Señalizaciones en la cima del Joaquín

La tirada desde el Alto del Cojo hasta el Joaquín le “sacó el jugo” a la gente. Pero poco a poco la cima se fue convirtiendo en un jolgorio, en la medida en que se recuperaban. Bajo la arboleda del lugar y junto a los carteles que anuncian las direcciones hacia donde se dirigen los cuatro caminos que allí confluyen, les tocó el turno a las fotos. Una bandera cubana, llevada por Diana, comenzó a posar ante los lentes de las cámaras y celulares.

Las fotos les dieron paso a las canciones. Primeramente, cantamos “Cuba, qué linda es Cuba”. Cuando la terminamos, cantamos “La Lupe”, en homenaje a nuestra guerrillera mexicana. Ella no conocía la canción ni su bella historia, y se la contaron allí mismo. Terminada “La Lupe”, entonamos “La Internacional”, a modo de homenaje a nuestros amigos del Proyecto Tamara Bunke.

A las 10:53 partió el grueso de la tropa de la cima del Joaquín. Rebasamos el Pico Regino, descendimos con cuidado el Paso de Los Monos y comenzamos a faldear por la derecha del firme, en busca del Mirador de Loma Redonda. Al Mirador la pandilla llegó bastante fragmentada. A esa altura de la caminata la sed comenzó a golpear a la gente, de modo que había que racionar los buches de agua para no quedarnos sin el líquido preciado.

A las 11:53 dejé atrás el Mirador. Luego de subir y bajar en dos ocasiones para rebasar dos alturas, iniciamos la marcha por la larga pendiente que culmina en la cima del Turquino. Yo le había anunciado a la gente dos grandes piedras en el camino, antes de llegar a la cima. Pero realmente eran tres y la gente me lo sacó en cara, porque creyeron que, tras la segunda, llegarían pronto al Turquino. La tercera era la más grande y se prestaba como mirador hacia el oeste. Buena parte de la tropa se subió al peñasco para disfrutar de la vista, y de paso, coger un diez final.

A las 12:48 llegué frente al monumento a Martí. El arribo a ese emblemático lugar de Cuba siempre tiene una mezcla de cansancio y alegría. Así de contradictorias son las expresiones en los rostros en el momento de la conquista.

En la cima del Turquino
En la cima del Turquino

Poco a poco la cima se fue poblando. Los Jandros se enfrascaron preparando una merienda a base de trozos de turrones de maní y galletas con dulce de guayaba. Después del bocado empezaron las fotos. Las hubo de todo tipo junto al monumento: individuales, a dúo, por grupos y de la tropa entera.

Con la tropa agrupada, felicité a la gente por lo logrado, específicamente a los primerizos en el Turquino, y especialmente a Lorenzo y a Alejandro Martín por haberse convertido en Cinco Picos. Al final le dije a la gente que tuvieran las linternas a mano para la bajada, porque no era descartable una llegada de noche al campamento de La Majagua. Mientras esto sucedía, la cima se fue llenando de nubes, aunque hacía menos frío que otras veces.

A las 2:30 comenzó a salir la gente. Tras el largo descanso, la tropa descendió ligera hasta el Paso de las Angustias que, minado de nubes, no ofrecía una buena visión, a pesar de sus despoblados barrancos a ambos lados. El ascenso al Pico Cuba le sacó el sudor a la caravana de caminantes. La bajada al campamento del Cuba se hizo en una larga cola, con algunas intermitencias. Aquello estaba destruido. Solo quedaba una caseta en el lugar. Los tanques para acumular el agua de lluvia estaban vacíos. Algunos desolados bancos fueron aprovechados por los guerrilleros para descansar; otros se tiraron en el suelo.

A partir de allí, la bajada se hizo fragmentada en varios grupos, que se fueron distanciando unos de otros cada vez más. Yo iba con la familia de Ichi, a la que se sumaba Lizet, quien iba descendiendo con el alma. Pasamos un tramo de helechos, luego el Paso del Cadete y después nos sumergimos en el monte. En el tramo que le siguió, el cansancio y la sed empezaron a torturar a la gente. Yo llegué al Alto del Caldero a las 5:20 con mi ocasional piquete, cuando la mayoría ya había pasado por allí. Ese lugar ofreció sus bancos de madera para el descanso de la tropa fragmentada.

Descanso en el Alto del Caldero al bajar del Turquino
Descanso en el Alto del Caldero

En la continuación de la caminata la tarde empezó a morirse y la espesura del bosque a confabularse con la noche. Poco a poco el monte se fue llenando de penumbras, hasta llegar al “Saca Lenguas” a oscuras. El descenso por este súper inclinado tramo fue casi por instinto. Luego de que cediera la pendiente, vimos unas luces que supusimos eran del campamento. Más adelante escuchamos voces desde adelante, hasta que llegamos a un entronque riesgoso, cuando eran alrededor de las siete de la noche.

Justo donde debíamos doblar a la izquierda, vi una luz unas decenas de metros al frente. ¿De quién podría ser si no de un miembro de la tropa? Con mi mochila en la espalda, me adelanté un tramo con Alexander el Mecánico y grité hacia adelante, pero nadie respondió. Volví a ver la luz más alejada y regresé al entronque. A la vuelta nos topamos con un grupito que venía del campamento buscando agua. Les dije que lo urgente era buscar al que se había ido por el camino equivocado. Yordanis se fue en su búsqueda, pero tras recorrer alrededor de medio kilómetro, no dio con nadie.

Mientras Yordanis iba a su misión, yo entré en el campamento. La casa delantera había sido cubierta con techo de zinc, a diferencia del guano maltrecho que sufrimos en el 2014 por un aguacero. El gran césped de la derecha estaba minado de tiendas de campaña. En la cocina ubicada tras una placa de suelo, estaban trabajando los jóvenes del CIGB con Ignacio al mando y Alejandro Martín aportando bastante. Pero no había nadie de Flora y Fauna en el lugar.

Mi mayor preocupación era el agua, y Yaser, al verme, me puso al tanto de tan delicado tema. La manguerita del lugar, que se alimentaba de un arroyo, estaba seca. En el campamento había una cisterna con unos escasos milímetros de nivel de agua en el fondo, según pude comprobar con mis propios ojos. De allí sacaron el agua para cocinar los espaguetis. Eduardo el malnombrista se encargaba de sacar de la cisterna toda el agua posible, aunque esta cada vez se veía más turbia. Ya Janett, la de Mal Nombre, antes del viaje me había alertado de que a La Majagua no llegaba agua, pues recién había subido al Turquino, y también la Jane me dijo que a un kilómetro del campamento había una aguada. Pero al no haber nadie en La Majagua, no teníamos quién nos orientara para ir hasta el lugar.

El estado de ánimo de los que cocinaban era muy bueno, a pesar de las difíciles circunstancias. A mi llegada a la cocina, ya estaban haciendo un segundo gran caldero de espaguetis.

Como tan vital como la comida era el agua de tomar, llamé a Melyssa y a Juan Carlo y les dije que se cercioraran de que se sacara toda el agua posible de la cisterna, le echaran hipoclorito de sodio y la tuvieran en la cocina. Ellos dejaron lo que estaban haciendo y se pusieron en función de la importante misión.

Otra preocupación del momento era aquella luz que vimos alejarse por el camino que bajaba directo a Las Cuevas. Algunos se me acercaron alarmados sobre el tema, pero les hice dos razonamientos que los tranquilizó. Primeramente, lo más probable era que quien portaba aquella luz fuese alguien de la zona, porque sus oídos tuvieron que haber escuchado mis cercanos gritos; si fuera alguien de nosotros, hubiera regresado. En el caso remoto de que sí fuera un miembro de la tropa, iba a dormir mejor que nosotros, porque el camino hacia abajo es bastante ancho, y ya en Las Cuevas, podría conseguir agua fácilmente en la casa de Flora y Fauna que hay al final del camino, o en alguna vivienda cercana.

Pero quedaba otro tema por resolver: la llegada al campamento de los que faltaban, que no eran pocos. Por eso partí con Yaser de regreso. Al llegar al entronque de la duda, vi a Amanda, la bioquímica-malnombrista, sola y con una linterna. En una loable actitud, la muchacha se había quedado allí para evitar que alguien se fuera por el camino recto sin entrar al campamento. Su novio Gabriel y también Yordanis siguieron en retroceso para ayudar a los últimos. Yaser y yo continuamos la marcha hacia atrás.

Por fin vimos unas luces. Era Ichi con su familia. El veterano malnombrista me mostró cierta inquietud por la sed que traía su grupito. Lo calmé haciéndole ver que era importante que él se mostrara sereno. Ichi es un tipo con liderazgo, alguien que puede contribuir al buen ánimo de una tropa en momentos difíciles.

Después de un breve encuentro, Yaser y yo seguimos hasta dar con la retaguardia. Ale y Ernestico iban cumpliendo muy bien su misión, pero estaban preocupados porque andaban con gente muy cansada, como Lizet, Magela del CIGB y dos muchachas de San Miguel del Padrón. Pero ya les quedaba poco.

A las 8:30 entramos los últimos a La Majagua. Se había cumplido así una extensa caminata, más dura que la anterior por el esfuerzo acumulado, la llegada nocturna de gran parte de la tropa y, sobre todo, la respetable sed que teníamos todos. A ello se le agregaba que para la mayoría aquella sería la tercera jornada sin bañarnos.

Cuando llegué de vuelta a La Majagua, fui a la cocina y vi allí cinco litros de agua sacados por Eduardo y saneados con hipoclorito por Melyssa y Juan Carlo. Después salí y le hablé en voz alta al campamento. Usé un tono calmado, para facilitar el buen estado de ánimo. Dije que ya se estaba terminando de cocinar el segundo y último caldero de espaguetis, que debíamos compartir la poca agua que teníamos y que habíamos logrado acumular un poco con el fin de preparar refresco para la comida. Terminé diciendo que al día siguiente partiríamos sin desayunar, porque no teníamos agua para preparar una leche con chocolate que nos quedaba. Nos restaban 3.5 kilómetros de camino, y al llegar a Las Cuevas, haríamos el desayuno.

Lo de partir sin desayunar pudo haber sido “la tapa al pomo” para una tropa angustiada y desmoralizada por las duras condiciones del momento. Pero nuestra gigantesca tropa tenía suficiente moral como para tomar aquello con calma. Era una moral tejida de acampada en acampada por los veteranos del Movimiento Cubano de Excursionismo, y también desde nuestra partida en tren desde La Habana a aquella locura que significaba conquistar el Turquino con 131 excursionistas, mediante una larga caminata por la Sierra Maestra. El mismo “casete” lo repetí en una esquina del campamento y finalmente en la cocina. La serenidad ante mi explicación se mantuvo en cada escenario.

Tiroteo en el campamento La Majagua

Por fin estuvo listo el tiroteo y lo repartimos. Lo más codiciado en aquel momento era el refresco, por la sed que había, y solo tocaba a medio vaso por persona. La carne en salsa dio para un doble y de espaguetis sobró bastante.

Al terminar de comer, me senté por separado con los dos entronqueros de la jornada y les analicé el fallo de no haberse quedado en el entronque de la entrada de La Majagua.

Después hice un recorrido por el campamento para pulsar el estado de ánimo de la tropa. Pero había tranquilidad: una conversación por aquí, una tienda en silencio por allá, nada anormal, como si no fueran anormales las condiciones en las que acampábamos. A algunos malnombristas nos alcanzó el ánimo para amenazar a Ichi con hacerle alguna maldad a las 12 de la noche, pues estábamos en vísperas de su cumpleaños.

La noche no se presagiaba fría, con respecto a las dos anteriores, gracias a que habíamos bajado hasta los 500 metros de altura sobre el nivel del mar. Pasadas las 11 el campamento de La Majagua quedó en silencio con sus 131 guerrilleros.

Varios despertadores sonaron a las seis de la mañana, malogrando así algunos minutos de sueño de buena parte de la tropa. El de pie oficial lo di a las 6:20. Algunos felicitamos a Ichi por su cumple y este se regocijó por no haber agua en el lugar, evitando una “gracia” bien temprana.

Amanecer en La Majagua

Poco después de las siete les dije a los que estaban listos, que partieran. Aunque la tropa se dispersó un poco en la bajada, no hubo contratiempos. Primero recorrimos el camino que corta por el monte y después continuamos por el ancho terraplén, teniendo la visión del mar en buena parte del recorrido.

Yo llegué a Las Cuevas a las 8:18, y a esa hora ya había un camión a la espera de la tropa; al poco rato llegó el segundo. El lugar donde se estaba concentrando la tropa era un sitio a ubicado a unos 10 o 15 metros de altura sobre el nivel de la carretera. Allí había una casa y un caney de Flora y Fauna. De una llave que había en la parte de atrás de la casa, nos matamos la gigantesca sed que traíamos. Algunos compraron refresco gaseado que vendían en el lugar. Antes de las nueve de la mañana llegó la retaguardia.

Asalto al río Palma Mocha

Para no perder tiempo, nos montamos en los camiones y nos fuimos para el río Palma Mocha a quitarnos el churre de tres días en la Sierra. Lo que ocurrió bajo el puente fue un verdadero asalto. La churrosa masa humana cayó delirante sobre las aguas del hermoso río. Aquello era una fiesta. Aunque se habló de enjabonarse junto al tibaracón para no contaminar el río más arriba, varios lo hicieron donde mejor les pareció, y no faltó el champú a la fiesta de saneamiento. Bajo unas uvas caletas, los del Tamara Bunke prepararon el desayuno. Terminada la fiesta y el desayuno, nos montamos en los camiones y partimos.

Los viajes en ambos camiones hasta la ciudad Héroe se fueron tranquilos, con el disfrute de los espectaculares paisajes que ofrece ese trayecto entre montañas y mar. Llegamos al cementerio de Santa Ifigenia a las dos de la tarde bajo un típico sol santiaguero. Allí nos esperaban Alejo y Patricia, quienes dieron un gran rodeo para reencontrarse con nosotros. Al conocer que hasta la roca que guarda las cenizas de Fidel no se podía acceder en un grupo grande, nos organizamos por grupitos de unas diez personas cada uno. En lo que unos pasaban frente a Fidel, otros aprovechaban para visitar otros lugares del cementerio. Del homenaje a Fidel pasamos al mausoleo a Martí para presenciar por último el cambio de la guardia de honor. El resto de la tarde se la pasó la enorme pandilla recorriendo lugares de la ciudad santiaguera.

En el cementerio de Santa Ifigenia

Ya de noche, estando sentado en el malecón junto a la Alameda con un grupito del CIGB y con Lupe, Miladys nos dijo que había buena parte de la tropa en la cervecería que nos quedaba al frente. Cruzamos la Alameda y grande fue nuestra sorpresa al ver a casi 100 excursionistas con una alegría inmensa, coreando a unos mariachis y tomando cerveza. Aquello era el colofón del éxito de una excursión muy especial.

Alegría desbordada en la cervecería de la Alameda

A partir de ahí no importó más nada, ni la madrugada tirados en la terminal esperando la atrasada salida del tren, ni las incomodidades de aquellos coches rodantes en un viaje de 24 horas con una parada de tres horas cerca de Jatibonico por una rotura de la locomotora, ni el cansancio acumulado, ni el hambre, ni el churre del viaje.

La consolidación de los veteranos, el entusiasmo de los novatos, la unidad en torno al Movimiento y el fortalecimiento de los grupos, fueron saldos indiscutibles de la guerrilla más arrestada del Movimiento hasta la fecha. Acercarnos a la vida en campaña de los guerrilleros de la Sierra Maestra fue el mejor homenaje rendido a Fidel, a solo tres meses de su desaparición física. Nuestra presencia ante su memorial y el de Martí, en el cementerio de Santa Ifigenia, fue el colofón de todo lo alcanzado en las montañas.

Con la conquista del Turquino, el Movimiento Cubano de Excursionismo lograba también uno de los reconocimientos que él otorga, el de haber alcanzado las elevaciones más altas de las “Tres Regiones” del país.

Deja un comentario