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Las dos culturas: ciencia y humanidades en diálogo

Giraldo Alayón García
18 septiembre 2025 | 0 |

Imagen: creada con Copilot


El físico y novelista británico C.P. Snow pronunció en 1959 una conferencia que sacudió los cimientos del pensamiento académico occidental. Titulada Las dos culturas, Snow denunció la creciente brecha entre los científicos y los intelectuales humanistas, dos grupos que, según él, vivían en mundos paralelos, incapaces de comunicarse entre sí.

Más de medio siglo después, su diagnóstico sigue siendo inquietantemente vigente. En este escrito, exploraremos el origen de esta división, sus consecuencias en la sociedad contemporánea y las posibilidades de reconciliación entre ambas culturas.

La separación entre ciencia y humanidades no es natural ni inevitable. Históricamente, figuras como Leonardo da Vinci, Galileo Galilei o Isaac Newton encarnaban una visión integrada del conocimiento. Sin embargo, con el auge de la especialización en el siglo XIX y el desarrollo acelerado de la ciencia en el siglo XX, los saberes comenzaron a fragmentarse.

C.P. Snow observó que los científicos y los humanistas no solo hablaban lenguajes distintos, sino que se miraban con recelo. Los humanistas, según Snow, consideraban a los científicos como tecnócratas sin sensibilidad estética ni ética, mientras que los científicos veían a los humanistas como anacrónicos, atrapados en debates filosóficos sin aplicación práctica.

Esta polarización se intensificó con el modelo educativo que separa las disciplinas desde la secundaria, obligando a los estudiantes a elegir entre “ciencias” o “letras”, como si fueran caminos excluyentes. Así, se perpetúa una visión dicotómica del conocimiento que limita la comprensión integral del mundo.

La división entre las dos culturas tiene implicaciones profundas en la toma de decisiones políticas, en la educación y en la forma en que enfrentamos los grandes desafíos del siglo XXI.

En un mundo dominado por la tecnología, los líderes políticos necesitan comprender los fundamentos científicos para legislar sobre temas como el cambio climático, la inteligencia artificial o la biotecnología. Sin embargo, muchos carecen de esa formación, lo que genera decisiones mal informadas o influenciadas por intereses económicos.

Por otro lado, los científicos, al centrarse en sus investigaciones, a menudo descuidan el impacto social y ético de sus descubrimientos. La falta de diálogo entre ambas culturas puede llevar a desarrollos tecnológicos que, aunque brillantes, ignoran sus consecuencias humanas.

La educación moderna tiende a formar especialistas, pero no pensadores integrales. Un ingeniero puede diseñar algoritmos sin entender su impacto en la privacidad; un filósofo puede reflexionar sobre la justicia sin conocer los datos que revelan desigualdades estructurales. Esta fragmentación empobrece el pensamiento crítico y la capacidad de abordar problemas complejos.

La pandemia de COVID-19 evidenció la necesidad de unir ciencia y comunicación humanista. Mientras los científicos desarrollaban vacunas, era crucial que comunicadores, sociólogos y filósofos ayudaran a generar confianza, combatir la desinformación y reflexionar sobre el acceso equitativo. Sin ese puente entre culturas, la ciencia sola no basta.

A pesar de las tensiones, existen múltiples ejemplos de colaboración fructífera entre ciencia y humanidades. La bioética, por ejemplo, es un campo interdisciplinario que une medicina, filosofía y derecho para abordar dilemas como la eutanasia o la edición genética. La neuroestética estudia cómo el cerebro responde al arte, combinando neurología y teoría estética.

Además, muchos científicos han sido grandes humanistas. Carl Sagan, por ejemplo, no solo fue un astrofísico brillante, sino también un divulgador apasionado que reflexionó sobre el lugar del ser humano en el cosmos. Del mismo modo, escritores como Jorge Luis Borges exploraron conceptos científicos en sus relatos, como la infinitud, los laberintos temporales o la identidad.

Algunos pensadores, como John Brockman, han propuesto la idea de una “tercera cultura”: una síntesis entre ciencia y humanidades que permita una comprensión más rica del mundo. Esta cultura no busca eliminar las diferencias, sino integrarlas en un diálogo respetuoso y creativo.

La tercera cultura se manifiesta en iniciativas como:

  • La divulgación científica: libros, documentales y podcasts que explican conceptos complejos con sensibilidad narrativa.
  • El arte tecnológico: instalaciones que combinan algoritmos, robótica y estética.
  • La filosofía de la tecnología: reflexiones sobre el impacto ético de la inteligencia artificial, el transhumanismo o la vigilancia digital.

Para superar la división entre las dos culturas, es necesario transformar la educación, la investigación y la comunicación pública.

Las escuelas y universidades deben fomentar programas que integren ciencia y humanidades. Asignaturas como “Ciencia y sociedad”, “Historia de la tecnología” o “Ética de la inteligencia artificial” pueden formar ciudadanos más críticos y empáticos.

Los proyectos científicos deben incluir expertos en ética, comunicación y filosofía. Por ejemplo, en el desarrollo de tecnologías médicas, es esencial considerar el consentimiento informado, la equidad en el acceso y el impacto psicológico.

Los científicos deben aprender a comunicar sus hallazgos de forma clara y accesible, mientras que los humanistas deben familiarizarse con los conceptos básicos de la ciencia. Los medios de comunicación desempeñan un rol clave en este puente.

Las dos culturas no son enemigas, sino complementarias. La ciencia nos da herramientas para entender el mundo físico; las humanidades nos ayudan a comprender el mundo humano. En un momento histórico marcado por desafíos globales —crisis climática, desigualdad, avances tecnológicos vertiginosos— necesitamos más que nunca una visión integrada del conocimiento.

C.P. Snow tenía razón al advertir sobre los peligros de la incomunicación. Pero también nos dejó una invitación: construir puentes, fomentar el diálogo y recuperar la idea de que el saber, en todas sus formas, es una expresión de la curiosidad humana. Solo así podremos enfrentar el futuro con sabiduría, sensibilidad y esperanza.

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