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COP30: Viaje al centro de la selva

Toni Pradas Bermello
25 noviembre 2025 | 0 |

Foto: Alex Ferro/COP30


Más de tres décadas después de que al medio ambiente le fueran reconocidas por la élite política global acciones urgentes, el mundo regresó a Brasil para debatir sobre la lucha contra el cambio climático. Desde entonces, el clamor ha sido el mismo, los discursos más severos y las propuestas, más científicas y financieramente complejas, a fin de conseguir poner trabas que desaceleren el galopante calentamiento global.

Pero si en la Cumbre de 1992, en Río de Janeiro, el espíritu era de consenso, si todas las partes avizoraban que la vida planetaria podría hacer aguas con la elevación de las temperaturas promedio y con todos los desastres que esto acarrearía, en 2025 las cosas parecen ir cuesta arriba: no solo hay que evaluar y aprobar proyectos para evitar que las líneas rojas del termómetro se superen, sino ahora se tiene que luchar por convencer que el calentamiento global no es una falacia, como si de pronto se nos hubiera desenhebrado el estambre de un gorro que tejemos.

Parecía que elegir a Belém do Pará –la más grande urbe de la línea ecuatorial planetaria, un exótico enclave de rascacielos entre la amazónica selva– ayudaría a sensibilizar, a todas las civilizaciones modernas, sobre la urgencia de actuar. Mírese la elección, se antoja, como un intento del presidente Luiz Inácio Lula da Silva de anotar un gol de media cancha, justo en el lugar que vio nacer al espigado Sócrates –El Doctor, quien nombró Fidel a uno de sus hijos por Castro–, hoy admirado no solo como un excepcional futbolista; también por sus contribuciones humanitarias.

Por demás, los organizadores propusieron sesionar sin corbatas debido al alto calor de la región. Y dónde mejor prescindir de ese atuendo, si justo allí nació la lambada, un género musical que no presume mucho vestuario. Andar sin nudos en el cuello pudiera aclarar las voces y reducir el excesivo protocolo que ha oxidado a no pocas reuniones multilaterales.

Lula quiso hacer como Fitzcarraldo, ese personaje del cine alemán con raigal inspiración latinoamericana decimonónica. Obsesionado con la ópera, el del celuloide quiso construir un teatro en la selva amazónica. Para conseguirlo, antes debió transportar su barco fluvial entre dos ríos: desde uno, por el que navegaba, hacia el otro, muy cercano, pero separado por un escarpado monte. Con la ayuda de un gran número de nativos, el protagonista emprendió la obra titánica de subir y bajar la embarcación en una sola pieza, para luego ponerla a navegar en el amplio torrente.

Sin embargo, de las más de 140 delegaciones de diferentes países, tan solo 57 jefes de Estado y de Gobierno pudieron ajustar sus agendas con vistas a participar en esa reunión de costosos hoteles y cruceros dormitorio.

Y a pesar del entusiasmo previo de la humanidad, de las expectativas y el tesón, difícilmente alguien haya quedado convencido de que la 30ª Conferencia de las Partes (COP30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio Climático lograra sortear la montaña que separa a quienes viven del carbono y a quienes sufren en su conciencia los impactos. El calentamiento y sus consecuencias geodinámicas, eso sí, se reparten democráticamente entre todos.

Negociando con la física

Que la elevación de las temperaturas planetarias generaba un interés marcado por el sentido común, que ninguna especie se mostraba invulnerable ante las consecuentes catástrofes, que los científicos no estaban perdido el tiempo con un termómetro en la mano para generar predicciones apocalípticas y alertas innecesarias… eso pensábamos hasta ahora. ¿Acaso ya no es así?

En todo caso, la realidad climática no ha dejado de mostrarse crítica, por mucho que algunos viren sus rostros y se desentiendan. Pero es un hecho este retroceso y por ello, decíamos, cuesta arriba resultó el encuentro, toda vez que con lo primero que ha tenido que lidiar es con la necesidad de reafirmar que la ciencia existe y tiene evidencias.

Quién sabe si en las próximas reuniones ambientalistas habrá que empezar por definir si la Tierra es definitivamente plana y sobre esa base generar nuevas políticas y proyectos globales que se adecuen a la venia adoptada. Suena como loca idea, pero iniciado apenas el primer segmento –la Cumbre de Líderes– en la norteña Belém, muchos participantes de la Reunión Plenaria General se vieron forzados a sufrir la angustia de atacar la deliberada ignorancia respecto al calentamiento global.

“Debemos ser capaces de reivindicar el valor de la ciencia y de los hechos” frente al cambio climático, instó a corbata quitada el presidente chileno Gabriel Boric. “Podremos tener discusiones legítimas sobre cómo enfrentar los hechos, pero no podemos negarlos, y en eso se requiere el liderazgo de la comunidad internacional”, expresó.

Otros dignatarios, más o menos malhumorados, también discursaron en esa misma cuerda. Años atrás, el reconocimiento del desorden térmico estaba sustentado no solo por un axioma empírico y metódico, sólido como una catedral, sino también ideológico. ¿En qué punto de la película nos quedamos dormidos y perdimos el hilo?

Es que cada vez más personas, incluso jefes de Estado y líderes de opinión, minimizan o niegan la existencia de riesgos. ¿Están seriamente convencidos, o convenientemente les interesa defender a contrapelo tal razonamiento? Curiosamente, suelen ellos hacer de las suyas en aquellas naciones, o sectores productivos, que son responsables de la mayor emisión de sustancias que provocan el efecto invernadero. Y no hablamos de seres que defienden una creencia sin “consecuencias”, como los terraplanistas, sino de tipos, dicho sea de paso, muy, pero muy poderosos.

Preocupa, pues, que entre quienes enarbolan esa tendencia se encuentra el mandatario de precisamente la nación más contaminadora y, a la vez, con las mejores fuerzas financieras y tecnológicas para poder frenar, y hasta revertir, la alteración climática que sentimos pendular sobre nuestras barbillas. Cuesta seguirle, en verdad. Resulta incluso difícil entender cómo podría hacer a Estados Unidos grande otra vez, tal como se ha jurado, si en primer lugar intenta hacer invisible el deterioro del medio ambiente.

Semanas antes, ese señor, el presidente Donald Trump, al intervenir en la 80° Asamblea General de Naciones Unidas, había planteado que el cambio climático era “la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo”. Por el escenario utilizado, sus palabras significaban más que una opinión personal vertida en un teleshow de participación: era una política de Estado y, dado el peso de su país en el mundo, emanaba una directriz global para las naciones más dependientes de su Casa Blanca.

No es nada que no supiéramos, por supuesto. Desde mucho antes ya se había erigido como rey del negacionismo, lo mismo en peleas tontas o en apoyo a desafiantes proyectos contaminadores. Consecuente consigo mismo y sin pudor antidiplomático, estrujó la invitación a esta cumbre que, recordemos, nació precisamente por el clamor y alarma de la ciencia.

En Belém, a donde llegaron aquellos menos cercanos a la corriente del republicano golfista, todas las voces, aunque convergentes, no fueron igual de duras contra la negación. No fue la del primer ministro británico Keir Starmer y la del presidente de Francia, Emmanuel Macron, digamos. En cambio; el secretario general de la ONU, António Guterres, dentelleó: “Nadie puede negociar con la física”, y tronó que todavía hay “demasiados líderes” políticos “rehenes” de la industria de los combustibles fósiles.

Pudiera decirse que, al parecer, hasta el liderazgo regional a favor del medio ambiente se ha desplazado. Si años atrás Europa en su conjunto fustigaba por más salvaguardias al clima –en ocasiones de forma petulante y poco comprensiva con las desigualdades del mundo subdesarrollado–, esta vez se mostró más tibia en sus críticas y hasta veladamente permisiva respecto a algunas prácticas dudosamente ambientalistas.

En contraposición, a pesar de la escasa presencia de mandatarios latinoamericanos, algunos representantes de la región denunciaron airadamente el visible retroceso intelectual negacionista. El colombiano Gustavo Petro, con guantes en este nuevo ring, calificó de “displicente” a Trump por dar la espalda al encuentro. Hasta Boric, habitualmente prudente y desempercudido, acusó sin ambigüedades a su par de Estados Unidos, de mentir sobre el calentamiento global y el cambio climático.

Foto: tomada de https://www.rtvcnoticias.co

Por su parte, Lula no cejó en el empeño de sortear el monte para llevar la ópera a la selva. “Si no actuamos de manera efectiva, más allá de los discursos –dijo–, nuestras sociedades dejarán de creer en las COP, en el multilateralismo y en la política internacional en general”.

“Por eso –acotó el curtido dirigente– he convocado a los líderes globales en la Amazonia y cuento con el compromiso de todos ellos para que esta sea la COP de la verdad, el momento en el que demostraremos la seriedad de nuestro compromiso con todo el planeta”.

Completando el rodaje

Contó el alemán Werner Herzog, director de la peli Fitzcarraldo, que el protagonista Klaus Kinski fue una importante fuente de conflictos durante la filmación: contra él, contra todo y contra todos. Nadie lo pasaba. Tan poco potable se comportó, que hasta uno de los jefes de los nativos colaboradores, enojado, ofreció con total seriedad matar al actor, lo cual declinó el realizador porque necesitaba a Kinski para completar el rodaje.

El planeta no puede darse el lujo de prescindir de los líderes, si de evitar el colapso climático se trata. Y los que se molestaron en ir obviamente fueron admirados como sinceros legionarios. Qué chasco resultó entonces conocer que otro alemán, el mismísimo canciller Friedrich Merz, confesó sentir un gran alivio –así también su comitiva– al dejar la ciudad de Belém.

Tales palabras fueron consideradas como ofensivas y despectivas contra los suramericanos. El gobernador de Pará, Helder Barbalho, expresó en X su indignación sobre las palabras de Merz y dijo: “Es curioso ver cómo quien contribuyó al calentamiento global encuentra extraño el calor de la Amazonia”.  Hasta Lula generó un rifirrafe que no repetiremos aquí, pues los medios se encargaron de darle suficiente publicidad.

En cambio, no recibieron igual seguimiento mediático a escala mundial las medulares deliberaciones y contradicciones de la COP30, sobre todo las desarrolladas en otros segmentos de la cumbre, después de culminar el de los jefes de patrias y comenzar formalmente la cumbre el 10 de noviembre con los ministros y técnicos. Ni siquiera dejó mucha huella, puertas afuera, el llamado al mutirão impulsado por la presidencia del cónclave, ese espíritu ancestral brasileño de unir manos para el bien común, algo así como una minga, un convite… un “entre todos podemos”.

 Trascendió, eso sí, que el mundo aún está lejos de cumplir los objetivos trazados en el Acuerdo de París hace diez años, basado en el entendimiento de que cada país hará todo lo posible por evitar un calentamiento superior a un grado y medio. (Para encajar otro clavo en el ataúd, Estados Unidos saldrá oficialmente de este pacto pasado mañana, en enero de 2026).

Hubo avances, claro, al adoptarse acuerdos como los de la eliminación gradual de los combustibles fósiles y la protección de bosques (sorprendió el consenso en la posibilidad de crear un mecanismo para implementar una transición más inclusiva en lo social y ambiental). También se firmó por un puñado de naciones una declaración contra la desinformación climática.

Pero temas más peliagudos, como el de la responsabilidad de los países desarrollados de movilizar dinero a los países en desarrollo a fin de emprender proyectos que reviertan el calentamiento o las acciones para ambiciosamente alcanzar las urgentes metas de París, fueron esquinándose hacia una zona menos soleada. Y a Arabia Saudita… que no le hablen de nuevas metas para abandonar los hidrocarburos tradicionales.

“No existe solución para el planeta fuera del multilateralismo. La Tierra es una. La humanidad es una. La respuesta debe venir de todos, para todos”, exclamó el jefe de Estado anfitrión, al tiempo que defendió las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) como el camino para alcanzar el ideal del desarrollo sostenible. Suena bien, pero apenas cien países, que representan casi 73 por ciento de las emisiones mundiales, presentaron sus NDC.

Asimismo, solicitó a las naciones desarrolladas mayores compromisos con los pueblos más afectados por la degradación ambiental generada por 200 años de industrialización con energías fósiles. “Es factible trabajar por una transición justa, en la que el Sur Global tenga las oportunidades que le fueron negadas en el pasado”, puntualizó.

Paralelamente, la Cumbre de los Pueblos, que sesionó en la Universidad Federal del estado de Pará, logró reunir a cerca de 20 mil participantes, con fuertes críticas al modelo económico global y a las propuestas que consideran falsas soluciones para enfrentar la crisis climática.

Foto: Hermes Caruzo/COP30

La misma incluyó una marcha de 70 mil personas, que recorrió las principales avenidas de Belém. Esta ciudad solo ve manifestaciones más numerosas los segundos domingos de cada octubre, cuando se realiza la peregrinación católica del Círio de Nazaré, capaz de congregar a dos millones de fieles, la mayor procesión del mundo.

Suerte de Cumbre de los Pueblos global resultó la sincronización de cientos de marchas, manifestaciones y eventos de movimientos sociales y ambientalistas en 27 países, para exigir el fin de la destrucción climática desde la Amazonía hasta el resto del mundo.

Por fortuna, Herzog no se vio ante una demanda similar por parte de los indígenas. De haber sido así, Kinski probablemente habría sido cedido en su tinta y desplumado, y Fitzcarraldo jamás hubiera llegado a los cines.

 La conquista

Nunca sabremos bien si la selva, en Belém, estaba fuera o en los refrigerados recintos de convenciones, o dónde eran más feroces las fieras.

Foto: tomada de Diario Público

Tras dos semanas de tiranteces y rejuegos diplomáticos, de amenazar los europeos con sabotear un acuerdo y de objeciones de latinoamericanos por procedimientos que los ningunearon en varias ocasiones, de sorpresas panafricanas y manos duras de los jeques, de sospechosas  maniobras ejercidas por lobbys agrícolas, de hasta un accidental incendio que rompió todo orden protocolar y trascendió a la mística del evento como preludio… luego de, mire usted, aparecer Trump en la entrada de la COP30 (en realidad, la única manera de obligarle a ir fue evocándolo mediante una grotesca estatua suya nombrada La plaga naranja, con una balanza de justicia en una mano y un palo de golf en la otra, vehemente protesta contra quien fue calificado por la obra como Dios de la Injusticia)…

…Después de intentar unir dos ríos cruzando un escabroso istmo montañoso, las naciones congregadas lograron pactar un acuerdo que muchos saborearon descafeinado: El documento final, aprobado por consenso un día después de la fecha límite, deliberadamente no menciona en ningún momento los combustibles fósiles, pese a las demandas de más de 80 estados por incluir una hoja de ruta para abandonarlos.

Encono especial provocó que se presentara sin tiempo suficiente para su estudio, 59 indicadores nuevos de adaptación contra el cambio climático, sin metadatos o metodologías que permitan avances en la medición del cumplimiento de las medidas. Súmese a lo anterior la inclusión en el acuerdo de un párrafo que exime a los indicadores de crear obligaciones en relación con la financiación a los países emergentes.

“Sin indicadores no hay financiación, sin financiación no hay implementación”, sentenció la jefa de delegación de Panamá, Ana Aguilar.

Dicho telegráficamente: el documento final no deja mandatos claros, sino aúpa iniciativas voluntarias para acelerar planes nacionales. Y acuerda un vago diálogo anual para monitorear el objetivo de los 1,5 °C.

Pero este umbral, suerte de alambrada invisible que la ciencia ha recomendado no saltar, al paso que va la fragmentación geopolítica y sin importar cuán optimista seamos, seguramente estamos a punto de cruzar.

Quizás el diario de la COP30 se parezca mucho al que escribió Werner Herzog durante el accidentado rodaje de Fitzcarraldo. Sin musas para encontrarle un título más justo, este le nombró Conquista de lo inútil.

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