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Alejandro Barro: “La zoología es mi país”

Ana Lauren Miranda
15 octubre 2025 | 1 |

Foto: Sheryl Márquez Vega


A los nueve años, Alejandro Barro Cañamero sabía más de naturaleza y biología animal que cualquier otro niño de su edad. Su papá era auxiliar técnico-docente de la Facultad de Biología y en casa se hablaba todo el tiempo sobre los animales.

Su pasión siempre fue ser naturalista, como vio en una serie emitida en los veranos, llamada El viaje del Beagle, el barco en el que Darwin le dio la vuelta al mundo.

Un poco más tarde descubrió que “naturalista” no era una profesión oficial. Podía ser geólogo, geógrafo o biólogo, pero no naturalista. No supo decidirse. Así que se dedicó a coleccionarlo todo.

Tuvo una colección de rocas; iba al río que había por su casa y las recogía. Cuando dio botánica, en la primaria, se entusiasmó con las plantas. Le fascinaban los helechos, comenzó a colectarlos y sembrarlos en su casa.

 Acopió fósiles, insectos que se le morían. Criaba mariposas y le fascinaba la zoología de invertebrados. Entonces, se dedicó a hacer peceritas con caracoles para observar las babosas.

Pero lo que Alejandro recuerda con mayor claridad son los experimentos científicos que hacía su papá, los cuales básicamente consistían en mantener en pomos grandes de cristal de laboratorio con mariposas dentro para estudiar la reproducción.

Su padre recibía clases en la Facultad en el curso nocturno y muchas veces llegaba tarde a la casa. Alejandro le vigilaba esos experimentos, observaba su comportamiento y lo anotaba detalladamente justo como veía hacer a su padre: “Aquellos frascos con mariposas en mi cuarto y una lámpara roja –pues los insectos no ven el rojo–, me permitía hacer las anotaciones en la libreta importantísima que él tenía.

 “Yo creo que por ahí se fue sembrando un bichito. Cuando lo miro en retrospectiva, estoy seguro que de ahí viene mi amor por los lepidópteros. Lo hice muchas veces y con placer, lo disfrutaba, me sentía importante”.

Pero él no podía desprenderse tan fácil de su pasión de niño, del amor por los paisajes de los ríos, las montañas: “Entré al Instituto Preuniversitario Vocacional Vladimir Ilich Lenin en la especialidad de biología, pero queriendo ser geógrafo o geólogo. Al final decidí que, si quería ser naturalista, la biología me aportaba igual.

“Después de tres años en el IPVCE, llegué a la carrera de Biología, no porque era lo que más me apasionaba, pero no hay un solo día en que no sienta que escogí el camino correcto. No me arrepiento ni un solo segundo de mi vida; de haber sido geógrafo, no hubiera sido un tipo feliz”.

Recuerda en esos primeros años cursando Biología en la Universidad de La Habana, un fórum estudiantil que significó una inflexión marcadísima en él: “Fueron unos muchachos a exponer un trabajo sobre los animales del río Toa, en Oriente. Explicaron lo que hicieron y yo salí enamorado; me acerqué a uno de ellos, me invitaron a formar parte de ese grupo científico estudiantil.

 “No había un profesor que nos guiara, era autoaprendizaje. Empecé a ir al campo con ellos para hacer recoletas, estudios sencillos, a aprender. Me pasé la carrera enamorado y en quinto año me preguntaron si me quería quedar impartiendo esa asignatura e investigando con lepidópteros; sin pensarlo dije que sí.

“Creo que esa combinación, esa mezcla de azares fueron las que me condujeron a no coger el camino de la ciencia de las rocas y sí la de los animales: el IPVCE, los frascos repletos de mariposas, las anotaciones, la experiencia de ayudar a mi papá, llevaron a que sea hoy un zoólogo.

Alejandro Barro es el actual decano de la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana e imparte Zoología de invertebrados en ella. Su amor por la naturaleza no ha cambiado, pero ahora su camino está claro: prefiere la ciencia de mariposas y polillas.

— ¿Recuerda su primera investigación?

— Cuando yo era estudiante, nos ubicaban en la práctica laboral y la doctora María Elena Ibarra, profesora emérita de la Universidad La Habana, me propuso un tema de trabajo en el año 1990: estudiar manatíes.

“Los manatíes son animales en peligro de extinción, muy cazados, porque la gente se come la carne. Se consideran muy difíciles de estudiar porque son escurridizos y viven en lugares a los que no es fácil acceder. La mejor manera para investigarlos es en barcos, en avión, pero en ese momento era una utopía.

“Estuve un año trabajando con ella y decidí cambiar porque no le vi futuro a mi tesis. Me disculpé con la doctora y di vueltas por La Habana buscando un trabajo que fuera con insectos, preferentemente con mariposas.

“Un día comencé a hablar con un estudiante ecuatoriano y me recomendó hacer una tesis que tributara a su maestría sobre lepidópteros. Se lo propuso a su tutor y aceptó. Fui su alumno de diploma, de maestría y doctorado.

“Antes de tener hecha mi tesis de diploma trabajé en cuatro proyectos. Cuando estaba a mediado de los experimentos del tercero, el 8 de marzo de 1996, fui a la Facultad y le dije a mi tutor que no podía más. Ninguno de los experimentos me salía.

“Me propuso hacer un estudio comparativo de la audición de mariposas y polillas. Esos animales oyen en la gama del ultrasonido y usan ese sonido para detectar a los murciélagos que se las comen y para comunicarse macho con hembra para el apareamiento. Logré reunir animales de ocho especies y me pasé un mes entero sin dormir. Hacíamos los experimentos de madrugada.

“A veces nos quedábamos desde las 5 de la tarde hasta las 9 de la noche; hice 120 experimentos con aproximadamente 120 polillas y esa fue mi primera investigación. La publiqué al año siguiente, en mi primer artículo.

“Fue muy bonito porque regresé a las mariposas de la manera menos pensada posible. Ese trabajo propició que me quedara en la Facultad dando zoología”.

—¿Cómo fue el proceso de descripción de especies?

— Yo fui tutor, mi primer estudiante de diploma era un hombre que ha resultado ser, como siempre pasa, mucho mejor que el maestro. Rayner Núñez es una persona muy talentosa para la taxonomía. Hoy en día no vive en Cuba y es un científico con reconocimiento.

“Hizo también su maestría conmigo. Este muchacho obtuvo una beca y comenzó a trabajar biología molecular. Su doctorado fue en un género de mariposas diurnas de las cuáles hay muchas especies en Cuba, la mayoría de ellas las ha descrito él.

“A mí se me da la oportunidad de ir a trabajar a la Isla de la Juventud entre 2006 y 2017. Y en uno de esos veranos me encuentro dos ejemplares de mariposas del género que Rayner trabajaba, diferentes a las que conocíamos. Usualmente se coge como muestra una patica del animal y se las di para que las describiera; yo creía que eran nuevas especies, pero como yo no hago biología molecular, él era el indicado para eso.

“Entonces me invitó a colaborar en la publicación. Se las llevó para Alemania e hizo la mayor parte del trabajo: la descripción, todo el análisis molecular, y la escritura fue entre los dos. En ese artículo se incluyeron otras especies y otros autores. Al final  fue hecho entre seis personas. Fue de mis primeras especies descritas.

— ¿Cuál fue la primera?

— Un polióptero. Lo hice con un colega cubano y otro español. Después de inspeccionar una de las poblaciones de insectos más importantes de Cuba que es la Say, encontramos material aparentemente diferente. Con un microscopio de Sergio, el español, logramos unas imágenes espectaculares y los tres hicimos la descripción.

De su niñez lo que Alejandro recuerda con mayor claridad son los experimentos científicos que hacía su papá, los cuales básicamente consistían en mantener en pomos grandes de cristal de laboratorio con mariposas dentro para estudiar la reproducción.. Desde entoncers es un apasionado de la zoología (Foto: cortesía del entrevistado)
De su niñez lo que Alejandro recuerda con mayor claridad son los experimentos científicos que hacía su papá, los cuales básicamente consistían en mantener en pomos grandes de cristal de laboratorio con mariposas dentro para estudiar la reproducción. (Foto: cortesía del entrevistado)

“Actualmente estoy describiendo por primera vez una especie de mariposa. Ahora soy la punta cuando siempre fui la cola. La taxonomía no es para mí, dentro de la zoología, lo más importante. Para mí hay que dedicarle más tiempo a la biodiversidad.

¿Cómo puede llevar paralelamente las clases y las investigaciones?

— Las clases son el espacio más feliz del mundo después de mi familia y mis amigos, el que más disfruto. El día que yo descubrí que era un buen profesor, —y ahí no tengo ninguna modestia, yo soy buen profesor—, no vino ningún alumno a decirme nada; sencillamente, al salir de una conferencia me di cuenta que había impartido una tremenda clase. Fui feliz.

 “El aula no me genera un estrés, es un espacio donde, cuando estoy obstinado del decanato, llego y me divierto.

“Este año me pasó algo muy bonito. En una clase que llegué molesto, los muchachos comenzaron a aplaudir. La jefa del grupo me dijo que lo hicieron para que sonriera, estaba muy serio. En el aula hago bromas, anécdotas de la profesión, trabajo educativo.

“No son momentos que considere que me roben tiempo en la investigación, porque la hago con ellos mismos. Mi trabajo en el campo siempre es con alumnos. Yo enamoro a los estudiantes para que trabajen conmigo en las investigaciones. Por tanto, no puedo separar investigación y docencia.

“Las optativas que genero son asignaturas que implican formar entomólogos. Dan herramientas para cuando se gradúen hayan adelantado pasos que a mí me tomaron años. Enganchar a los muchachos durante la docencia para la investigación es una herramienta que yo aprendí rapidísimo. He tenido 40 estudiantes en mis 30 años de trabajo: alumnos de diploma, algunos de trabajo de curso, otros de maestría y doctorado, y lo más importante ha sido la pasión, siempre capto gente apasionada por lo que hacemos.

“Un día un alumno me dijo: ‘profe, usted es un influencer’ y cuando tú lo miras en frío, es verdad que mis muchachos me ven como alguien que puede influir en ellos, en la formación de sus valores y es importante hacerlo, es una herramienta de poder que te hace justamente eso, influencer”.

Sus alumnos lo catalogan como un influencer. Y es que las clases, su vida académica, dice, “son el espacio más feliz del mundo después de mi familia y mis amigos”. Allí deposita toda la pasión y el entusiasmo./Foto: Sheryl Márquez Vega
Sus alumnos lo catalogan como un influencer. Y es que las clases, su vida académica, dice, “son el espacio más feliz del mundo después de mi familia y mis amigos”. Allí deposita toda la pasión y el entusiasmo./Foto: Sheryl Márquez Vega

Taxonomía en su vida y en Cuba

Cuando Alejandro se graduó aún no había maestrías. Tuvo que esperar mucho tiempo para poder superarse profesionalmente. Cuando al fin comenzaron a aparecer cursos, uno de ellos fue Principio de Taxonomía Zoológica: “Ese curso lo doy yo ahora, con otros matices, con otra visión.

“Fue muy importante desde el punto de vista de la formación. La zoología, la botánica, tienen un lenguaje que se comunica mediante la taxonomía zoológica, la cual tiene reglas que son propias. El lenguaje tiene puntos de contacto, lo cual permite a los zoólogos entender la terminología con que se nombran las plantas o las bacterias. Así, cuando imparto Zoología de invertebrados, doy elementos muy básicos de taxonomía”.

— ¿Cree que Cuba necesita más taxónomos?

— La taxonomía en el mundo entero necesita más taxónomos. Los estimados de cuánta diversidad nos queda por describir son muy variables, depende de quién lo dé. Hay científicos que te dicen que puede haber un millón de especies por describir, lo cual es bastante coherente. Hay otros que te dicen que puede haber entre dos, cinco y diez millones de especies no descritas.

“Uno de los principales problemas que tiene la biología como ciencia es que no hay una definición concreta de especie. Por ejemplo, en la historia evolutiva del ser humano hay muchas especies de hombres. Entonces cuál sería el límite para decir que dos cosas son diferentes, eso es muy subjetivo.

“Como la biología es tan diversa no hay un solo concepto que aplica a todos los seres vivos. Hay más de treinta definiciones de especie; por tanto, describir nuevas va a ser una tarea para muchísimos siglos probablemente.

“Por otra parte, la velocidad a la que se describen las especies en el mundo es escasa, porque hay muy pocas personas haciéndolo. No hay recursos para ello, nadie da dinero para la diversidad, para estudiar taxonomía o sistemática. El número no lo puedo precisar, pero son menos de diez mil especies en el mundo descritas.

“Considero que hay mucho ego detrás. Yo he hecho muy poca taxonomía, soy zoólogo, que es algo más amplio. Pero, generalmente quieren describir para tener curriculum. Lamentablemente los jóvenes que despuntan ahora tienen eso más enraizado que los viejos, esa necesidad de ser importante desde el punto de vista de dejar un legado.

“Esta realidad presupone un problema más grave que la falta de taxónomos. Tenemos muchos taxónomos que consideran que lo más importante es poner su nombre al lado de la especie, porque lo bonito que tiene la taxonomía para el ser humano es que tu apellido va estar al lado de ese nombre científico por los siglos de los siglos.

 “Las especies que tengo descritas, tres mariposas y como ocho escarabajos, tienen al lado mi apellido hasta que se acabe la humanidad; quedará en los anales de la historia. Hay personas que utilizan eso para mal. Entonces hacen falta muchos taxónomos, pero también que esos sean éticamente mejores”.

Trabajo de campo e investigaciones: la vida de un zoólogo

El principal reto de cualquier investigador cubano, para Alejandro Barro, es lograr tener relevo.

“Yo llevo en la facultad 30 años de trabajo y cinco como estudiante. He visto pasar mucha gente por estos locales. Esto era un lugar donde un viernes a las seis de la tarde había 20 personas consultando conocimiento unas con otras. Sin embargo, he visto cerrarse grupos de investigación de 40 y 60 años aportando a la ciencia, y se mantienen algunos con profesores de 70 y pico de años que tienen un pequeño grupo de jóvenes apadrinados, pero dudo que finalmente se queden trabajando de lleno en eso.

“Otro desafío es acceder a dinero internacional. Para nosotros es difícil, porque de verdad nos maltratan todas las leyes que sobre Cuba hay impuestas.  No son un mero discurso, son reales.

“Hasta publicar en una buena revista puede ser un problema, obtener fondos es difícil. Ahora mismo nos acaban de decir que no a un fondo en Canadá. En la Facultad queríamos un par de equipos para climatizar una colección zoológica y un buen microscopio con una cámara. Nos dijeron que no, porque supuestamente tenían muy pocas aplicaciones a esos fondos este año. Eso es muy frecuente”.

— ¿Cuál considera que es su mayor descubrimiento o aporte a la ciencia cubana?

—Un libro que publicamos en el año 2011, Lepidópteros de Cuba. Es un texto que hace un resumen de la diversidad de lepidópteros de Cuba: mariposas y polillas, con un enfoque biológico más que taxonómico.

El libro Lepidópteros de Cuba hace un resumen de la mariposas y polillas que existen en el país, desde un enfoque divulgativo, pero con mucha ciencia detrás, con un enfoque biológico más que taxonómico./Foto: cortesía del entrevistado

“Tiene un capítulo dedicado a los ciclos de vida y otros dedicados a la reproducción de las mariposas con otros organismos; a la comunicación química y acústica; a los endemismos; a la historia de los estudios de la zoología cubana en mariposas.

“Se trata de un libro científico popular; no es una obra científica. Creo que uno de los méritos fundamentales es la fotografía que acompaña el libro: tiene cerca de 500 fotos en 230 páginas. Por primera vez se ilustran a color la mayoría de las especies que aparece en el libro.

“El libro, que fue financiado por una organización del Partido Comunista de Finlandia, tiene una autoría colectiva, aunque soy el autor principal junto con Rayner Núñez. Un dato importante es que en él apareció la primera lista de lepidópteros de Cuba, desde la que publicó Juan Gundlach en 1881. Nosotros la actualizamos de 1981 a 2011: 130 años de esas especies. Aunque tengo otros cuatro libros publicados, en este fue donde más aporté.

“En 2012 salió un artículo que yo considero uno de los más importantes de mi carrera, por su alcance. “La checklist de los Lepidópteros de Cuba”. Esa lista la mejoramos y le incluimos mucha información. Se publicó en Todo taxa, una revista de taxonomía zoológica extranjera bastante importante”.

— ¿Cuántos desafíos se presentan en el trabajo de campo?

— Pasamos mucho trabajo para transportarnos, desde el campo, dentro del campo y hacia él. Cuando tienes 20 años es una aventura, cuando tienes 30 más o menos, cuando llegas a 40 te preguntas qué haces ahí, y a los 50 ni te digo. A veces para ir a Lomas de Galindo, camino 14 km y 14 para salir con la mochila encima. Ya no tengo la misma fortaleza que hace una década.

“Otro de los desafíos es la obtención de permisos para acceder a los lugares, todo muy burocrático. Muchas veces demoran, otras llegan tarde. Entonces tienes una época del año en que necesitas ir y si el permiso llega después, se torna complejo”.

Alejandro asegura que la parte emocionante del trabajo de campo son las aventuras: “Cuando estaba en cuarto año de la carrera, los muchachos del grupo científico estudiantil y yo organizamos una expedición al pico La Bayamesa, la cuarta montaña más alta de Cuba. Nadie la había estudiado desde la fauna hasta ese momento. Queríamos ir por (la provincia de) Granma, pero no nos permitieron entrar.

 “Decidimos entonces subir por el camino difícil, por Santiago de Cuba. Teníamos mapas, conocimientos y brújulas. Al sexto día nos perdimos. No teníamos seguridad de dónde estábamos durante cuatro días. Fue la aventura más emocionante de mi vida: estar aislado del resto de la civilización desde el 20 al 24 de julio de 1995.

“El 20 habíamos salido por la mañana de la casa del Gallego, un guajiro. Nos aseguró que si cogíamos un trillo en específico llegaríamos al destino. Nos tomó cuatro días más.

 “Pero esa sensación juvenil de la combinación de los bichos, las nubes, el bosque, las estrellas y diez amigos (nueve hombres y una mujer) es increíble. Llegamos a Dos brazos de Peladero; no pudimos llegar a la montaña, pero hicimos cosas espectaculares. Describimos algunas especies para la ciencia. Roberto Alonso Bosh descubrió su primera: una rana semi venenosa lindísima.

“Al retornar, un campesino nos guió. Cuando caminábamos hacia El Uvero, en la bajada, tropecé. Tenía una mochila delante, otra detrás y el jamo de mariposas en las manos. Me caí, comencé a dar vueltas por toda aquella bajada; el que iba delante, Abel Pérez, me agarró por la mochila y quedé sentado en el piso con un precipicio de 300 metros delante donde podía haberme muerto.

“Lo recuerdo con miedo, pero con una sensación de satisfacción. Eso hace que, a nosotros, los zoólogos, se nos olviden los desafíos”.

“El trocito de Cuba que tengo que cuidar, mi pedazo a defender, es la zoología”.
“El trocito de Cuba que tengo que cuidar, mi pedazo a defender, es la zoología”.

Zoología y Conservación: un principio de vida

—¿Cuál cree que es el mayor reto para la protección de la biodiversidad en Cuba?

—Hacer entender a la población que no tenemos derecho a pensar en la diversidad como un recurso propio, a ser antropocéntricos; ese pensamiento de que el ser humano es el centro del planeta y el planeta hace lo que el ser humano quiere. Se necesita educar a las personas. Los animales y las plantas tienen los mismos derechos que nosotros como seres vivos.

“Se trata de una cuestión de mayor educación. Nos debemos servir de la naturaleza porque no sobreviviríamos. Todos los organismos usan a otros para alimentarse, pero tiene que haber un poquito de mesura, límites y respeto a la vida.

“Yo creo que mi pedacito de patria, el que me toca, es el de la biodiversidad. Si no somos capaces de aportar conocimiento sobre la biología y la historia natural de las especies cubanas, no tendremos herramientas para protegerlas. Mi misión como biólogo es contribuir a incrementar el conocimiento de las especies de Cuba; trabajo para poderlas resguardar.

“No se protegen especies cercando un lugar ni haciéndoles un área protegida, porque a lo mejor el recurso más importante para esa especie se quedó fuera del área. Entonces cuidas un pedazo de bosque y destruyes otro porque hay que usar la naturaleza, y usarla casi siempre supone destruirla de su concepto original.

“Se trata de estudiar la biodiversidad para conservarla, no solo para nosotros, sino para los animales, para que las futuras generaciones de insectos puedan estar, porque son seres vivos que tienen un rol clave en los ecosistemas. Proteger la biodiversidad, porque existe, es la primera razón.

“Más que describir especies –que es importante–, hay que salvar las que ya conocemos. Si me dan a elegir entre dos mochilas, la de la taxonomía o la conservación, elijo entender mejor la biología de las especies para así poder conservarlas. Hay muchas especies que se perdieron sin nosotros saber que existían”.

— ¿Cómo considera que sea el estado actual de la Zoología en Cuba?

— Creo que estamos en una posición más floja que hace quizás 20 o 25 años. Cuando yo me gradué, ese profesor que fue mi tutor nos decía a mí y a mis amigos que éramos el futuro de esa ciencia en Cuba. Aquello nos llenaba de orgullo. De todos esos muchachos solo quedo yo en Cuba. Y ya no soy un joven.

“Los jóvenes en muchos centros de investigación están muy desorientados. No hay liderazgo profesional de experiencia que los guíe. No solo por el ABC, sino también con un componente ético hacia el trabajo.

“Por eso creo que hoy no estamos bien. Estoy trabajando en un artículo que quería que saliera el año pasado y no pudo ser. No sé si lo conseguiré en este.  Es una actualización del estado de conocimiento de los insectos cubanos; cuánto hemos avanzado desde 1998 hasta la actualidad.

 “En 1999 se publicó un trabajo, por Genaro Tejuca, que se llama Datos cuantitativos en el mismo y algo más, sobre los insectos cubanos. Solo eso sabíamos de los insectos cubanos, pero han pasado 25 años. En 1998, era un recién graduado, ahora soy un hombre de experiencia en zoología y tengo mucha información. Aunque al artículo le queda mucho por escribirse, no hemos avanzado mucho en un cuarto de siglo en términos de describir especies; está muy sesgado hacia las mariposas, las abejas, los escarabajos.

“En la mayoría de los grupos de la zoología de insectos no se ha publicado prácticamente nada en ese periodo de tiempo. En 28 grupos de insectos, hay información para diez y mucha información para cinco. Los mayores grupos no tienen un solo artículo publicado y el número de especialistas en el país ha disminuido en casi todos los grupos.

“Hoy en día, doctores en Ciencia, que trabajen insectos en Cuba, no llegamos a cinco; muy pocos para un país que tiene casi nueve mil especies de insectos, lo cual es mucha diversidad para muy poca gente. Por tanto, creo que el estado (de la zoología) no ha mejorado, sino empeorado. En primer lugar, como consecuencia de la situación económica y el éxodo de la gente, hay menos personas que no apuestan a soñar aquí”.

— ¿Para usted, ¿qué es ser zoólogo?

—Es una responsabilidad grande, es pasión, me enamora todos los días. Creo que los animales son increíbles en todas sus conductas, sus acciones de vida; nada es más diverso que los animales en el planeta Tierra.

“Mi pedazo a defender, el trocito de Cuba que tengo que cuidar, es la zoología. Si no hacemos una buena zoología en Cuba, los animales pueden sufrirlo. Para mí, la Zoología es mi país, sabrá Dios qué fuerza me empujó a elegir ese camino, pero fue el que escogí”.

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Comentarios

    Carlos Alvarez 15/10/2025

    El profesor Alejandro Barro Cañamero no es solo un excelente profesor e investigador sino un Decano de excelencia altamente sensible a las situaciones de estudiantes y trabajadores de su Facultad. Es una excelente persona. Merecida entrevista a un hombre que merece todo nuestro respeto, admiración y agradecimiento.