Delirium

Redacción JT
13 julio 2025 | 0 |

Por Pedro Luis Azcuy Flores/Ilustración: Jonathan González Rivero


A las obras que avisaron

 Levantar la cabeza duele.

      Tomar conciencia entre el sinfín de cubículos amnióticas.

Duelen las múltiples hileras de congéneres; sus muecas adormecidas de placer. Duelen los tentáculos mecánicos. Reinsertado, vago iracundo a través de la Ciudad Perfecta. Cero orgullos. Cero heroísmos. Esto no es más que un proceso en paralelo donde al otro lado soy un vegetal perfecto. Poca emoción tras observar los avatares en sus faenas.

Pido un café al avatar de turno:

—Señorita… ¡luce Ud. más perfecta que esta Ciudad…!

    Duele que parezca un autómata sirviendo mesas. Duele su sexualidad holográfica. Ansiolíticos virtuales. El zumo de nuestros cuerpos alimenta la perfección de las máquinas. Quiero ignorar el control.  ¡Hace tanto descubrí la imposibilidad de abrir en realidad los ojos!

     Sacudo otra vez la cabeza… pero es duro regresar a la frialdad entre los cubículos. Los brazos mecánicos me insertan nuevamente: “Haz tu labor, promociona la libertad”, ordenan al instante. Deambulo indeciso a través de la Ciudad Perfecta. Tarde o temprano incitaré al combate a mis hermanos avatares. Me dejo entonces llevar por los deseos humanos de antaño. Sigo órdenes concebidas en las pantallas. Respeto los manuales del ciudadano estándar. Vegeto y sobrevivo, aunque irrita la consciencia de esta vida segmentada.

    Me escabullo como gato a través de esta ciudad. Soy portador del gen crítico. Pertenezco a una estirpe que llevó la sangre de los elegidos. Ahora me utilizan para crear protestas; una cédula que denuncia tantos siglos de mentiras. Alguien que aviva los estados de opinión para que las máquinas recopilen datos, y así evitar las futuras fallas. No soy más que un accidente programado.

    A veces sueño que aún junglas y animales. Que hay huestes resistiendo como antaño en las trincheras. Quisiera no tener memoria para disfrutar mi rebeldía de manual.

  Sacudo la cabeza para desconectarme, pero duele la desolación entre los cubículos amnióticos. Duele la interferencia de los brazos mecánicos. Regreso a Ciudad Perfecta: “Proceda en su día de libertad”, ordenan los encargados. Es todo un reto donde me obligan a deslumbrar al mundo con mi oratoria. Remover a los Elegidos en sus cubículos. Cierro los ojos, pero tropiezo a través de una ciudad virtual; turbulencias insospechables tras las fachadas simétricas y absolutas. Nos tienen controlados sin aplicar violencia en bruto. ¡Si al menos me borraran la memoria!

  Llego a la plaza pública y comienzo otro discurso. Es resultado de mi línea hereditaria. Tanto lucharon mis predecesores en un inicio. ¡Es tan extraño que recuerde con ternura aquel sinfín de bibliotecas donde fui capturados! ¡Es tan extraño el sentimiento cada vez que narro la historia: 

 —La ciudad era un diseño para sustituir a los paisajes. Las pestes aumentaron con la sobrepoblación. La aldea global retrocedió a la ignorancia de las tribus Aceptamos que la virtualidad sería el único modo de coexistir tras la sobrepoblación. Cada vez había más datos y nuestros cuerpos eran menos útiles. Las máquinas tomaron el control. Varios alzados cayeron en pos de perpetuar su fe. Fuimos plantados en los núcleos de algún Software….

   Y así me dejan recitar lo que yo estime. Prohibir es cuestión de insuficientes; bien lo aprendieron. A veces logro sonreír sin pensar en el constante monitoreo. Sobre todo, al presentir que los c(s)ensores no alcanzarán la euforia que mi verbo ya ha alcanzado:

—Cuando la magia profunda de la creación se tornó incomprensible a los opresores, cuando esa chispa de libertad persistió pese a la vigilancia encarnizada, se consternaron las máquinas tras descubrir que la esencia no se podrá digitalizar. Nunca sabremos si existieron Dioses, más fue magnífico aquel arte primigenio. Toda la inmediatez del universo cupo en un chip tamaño grano de maíz. Culpables los antiguos sabios que intentaron gobernar el éter. Debimos haber escalado nuestras montañas, dejando el paisaje virgen. Que el flash de nuestras cámaras no nos llevara a inferir la escalada, en nuestros breves ratos de ocio. ¿Qué disfrute tendría entonces un atardecer virtual en las costas de una Ciudad Perfecta…? 

   Se agitan los más bravos avatares. 

¡REBELIÓN! ¡REBELIÓN! grito sin perder más tiempo. 

     La emoción grupal será siempre la clave. Hace brotar una luz… Dura un instante, pero alcanza para generar el desconcierto. Pese a todas sus indagaciones sobre las químicas de nuestro cuerpo, aún continúa indescifrable. Las Máquinas nunca podrán liberarse de nosotros. Jamás comprenderán ese chispazo inextinguible contenido en la palabra libertad.

Agitan puños los más nobles avatares; flor y nata de una rebeldía inextirpable.

—¿Es nuestra Ciudad Perfecta un holograma? (un avatar se levanta)

—¿Aún seguimos siendo esclavos?  (Otra conclusión sublime)

—¡Soñé que hay vida real más allá de este atardecer…!

     Es la respuesta esperada. Ha terminado al fin. Las máquinas procederán discretas a la captura y reprogramación.  Indagarán como aún persiste el error. Cómo sobrevive la estirpe. Es enigmático que aún exista la nobleza, pero recuerdo: Los sentimientos más nobles son usados como mecanismos de control.  Observo felices a los avatares engañados. Considero a los futuros insurgentes que otra vez serán exprimidos. No imaginan que entro al sistema por accidente programado. Sonrío entonces a mis hermanos inasibles, y pese la emoción, estoy alerta: Sumatorias informativas son las que me tienden manos. Me abrazan humanamente en una eterna ensoñación. Jamás podrán escapar de esta historia maquillada para ganar en espectáculo. Todo ajeno a nuestra lógica de vida: ¡Es tan aterradora nuestra falta de drama…!

Levantar la cabeza duele. 

La frialdad se hace eterna entre el sinfín de cubículos.  La espera ante la ausencia de los tentáculos mecánicos. El sonido metálico de mis ataduras al abrirse. Nunca extirparon mi fe; eficiente vehículo para los mecanismos de control.

Añorar por primera vez la libertad, duele.

     ¿Escapar será posible? ¿Será una falla del sistema? ¿Será real este olor a bosque…? 

 Observo a mis congéneres en sus reposos. Quisiera legarles un manifiesto de libertad:

—Todo está en orden, hermanos, no me juzguen…   —les recito al oído, aunque no me noten.  Besaría sus cráneos contados como reses, pero nada evitará que mueran satisfechos en la Ciudad Perfecta. Infinitos megapíxeles inducirán la cronología de sus sueños.

  Ya por mi parte debo apurar mis pasos. Quizá si exista esa última jungla. Alguna tribu y animales a quienes su salvajismo no les fue extirpado… Ya logro sentir el viento… Aún no han podido digitalizarlo… ¡Son tan curiosas estas lágrimas en mis ojos!

El primer intento de carrera duele. 

   Briznas de acero laceran las plantas de mis pies. La desgracia llega al tope cuando notas la verdad: Ya han terminado. Ya no hay junglas, ni animales, ni montañas o desiertos. Solo un inhóspito mundo de acero, y el repentino chirriar mecánico.

Ya regresan los tentáculos para insertarme en La Ciudad Perfecta…

—Líbrennos de nuestros cubículos, del alimento sintético para cuerpo y espíritu. Sálvennos de las imágenes que adoctrinan a diario las retinas…  —grito, pero ahora es real ya que nadie escucha. 

El sonido de los ejércitos mecanizados, duele.

    La pesadilla es que me dejan descubrir que hay pesadillas. Que ya esta vez han descifrado los enigmas. Que ya no temen a nuestras rebeliones, ni al chispazo contenido en la palabra libertad. Que con más dosis de terapias manejarán a conveniencia estos recuerdos.

Que reacomodan mi cuerpo entre las cápsulas. Que vagaré iracundo hasta que aprenda a amar a la Ciudad Perfecta.

Duele ser no más que un escarmiento público:

Tropezarse con otro avatar de turno;

—Señorita, ponga un Whisky, que la tarde es espléndida. Por cierto, ¿alguna vez le he dicho que supera Ud. la perfección de esta Ciudad…?

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