Fotos: cortesía del entrevistado
José Manuel o Pepe, como le llaman quienes le conocen o trabajan con él, supo que quería ser biólogo desde pequeño. Y asegura que compartir con su mamá y sus colegas de trabajo, fue lo que lo llevó a descubrir su pasión por la naturaleza y la biodiversidad, con todas sus complejidades.
“Yo tenía dos patrones, mi padre que era militar, una carrera que me gustaba, y mi madre que era científica. Como no podía ir a la unidad de mi papá, a donde iba era al trabajo de ella: el Instituto de Botánica (posteriormente de Ecología y Sistemática).
“Allí conocí a un ejército de científicos que, en aquel entonces, comenzaba a escribir sobre la ecología en Cuba y el sistema de áreas protegidas, pues ese lugar fue el centro de los primeros estudios ecosistémicos de biodiversidad que se hicieron en el país”.
De sus visitas al instituto recuerda con respeto a Onaney Muñiz, su director, al Dr. René Capote, Daisy Vilamajó, Miguel Ángel Vales y Ricardo Herrera, considerado el padre de la micología en la Isla.
“Me reuní desde niño con esas personas con las que era admirable trabajar. Recuerdo que cuando decían Sellos Forjadores del Futuro, pensaba que eso debía ser algo muy grande, porque todos tenían tres, cuatro y hasta cinco”.
Aunque ya había escuchado hablar sobre las Brigadas Técnicas Juveniles (BTJ), su primer encuentro con ellas ocurrió cuando aún era estudiante de secundaria básica, en un evento BTJ-ANIR (Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores).
“En aquella época todavía los dos movimientos se unían para celebrar actividades. Ahí vi una vinculación a los trabajos de ciencia que para mí eran ejemplos, por lo que decidí entrar a los círculos de interés que impartían en el ya conformado Instituto de Ecología y Sistemática (IES), y ya no me fui más”.
Ciencia juvenil
Al principio, la carrera de Biología le fue esquiva. Culminado el preuniversitario se enteró de que no había alcanzado plaza y que iría para el pedagógico. No obstante, decidido a cumplir sus metas profesionales, de la manera en que lo había soñado, entró al Servicio Militar para que, por la Orden 18, se la otorgaran.
Y así, en 1992, un joven Pepe comenzaba en la Universidad de La Habana, y se involucraba también al Proyecto Sabana-Camagüey, junto a investigadores del IES.
Las BTJ reaparecieron después, esta vez con más fuerza y de manera definitiva. Cursaba su cuarto año cuando el Dr. Ángel Priego Santander, presidente del equipo de Ecología y Medio Ambiente, de los recién creados Grupo de Ecología y Medio Ambiente (asesor del movimiento), lo convenció de participar en el trabajo de las Brigadas.
Una vez graduado, José Manuel continuó su colaboración con las BTJ. En esta oportunidad como parte de los jurados que evaluaban los trabajos de los muchachos cuando se presentaban a los Ecojoven, aunque revela que “en dependencia de la magnitud del evento, a veces asistía como ponente.
“Pero fue a partir del Ecojoven de 1998, realizado en Viñales, Pinar del Río, cuando me vinculé directamente como asesor para las cuestiones medioambientales.
“Todo lo que tratara ese aspecto, ya fuera en las Exposiciones Forjadores del Futuro, eventos sobre plantas medicinales u otras actividades, pasaba por un grupo de colegas donde era yo quien coordinaba, guiaba o asesoraba el trabajo en ese sector”, apunta Pepe.
Por eso, cuando en 2007 fundan la Red Juvenil Ambiental de Cuba (ReJac), José Manuel es designado como su presidente.

“El proyecto Geo juvenil fue el punto de partida para la ReJac. El objetivo era vincular con los jóvenes la visión que se tenía del medio ambiente cubano. Y encauzar eso en proyectos que fueran viables y se hicieran realidad. Así como establecer un intercambio entre ellos, que se conocieran.
“La idea surgió a raíz de las necesidades que los jóvenes identificaron. La temática medioambiental ya era un asunto urgente en aquella época y ellos precisaban una guía, para acometer acciones concretas. De hecho, los Ecojoven posteriores tuvieron una impronta diferente, porque existía una organización mucho más perfilada”.
Para Pepe, la ReJac logró condensar las actividades que se desarrollaban de manera aislada en la Isla, en cuanto a esa materia. “Se consiguió unificar lo que se hacía desde las BTJ, con las iniciativas de los jóvenes para tener una articulación, lo más coherente y cercana posible, a la política ambiental del país.
“Porque, aunque las BTJ son el órgano asesor de ciencia y técnica y de superación de la Unión de Jóvenes Comunistas, deben estar en concordancia con los problemas ambientales identificados en Cuba y con las estrategias o los planes de acción nacionales”.
En 2009, José Manuel termina su periplo, como miembro activo, por las Brigadas. Habían pasado 17 años desde que se uniera de manera activa a ellas.
No obstante, afirma que los lazos persisten, y que desde su puesto de trabajo actual, en la Agencia de Medio Ambiente (AMA), asesora a los muchachos que pertenecen a ella.

Próximas a cumplir 60 años, las BTJ trabajan para renovar sus documentos rectores. Y pese a que algunos pudieran opinar que ya era necesario, Pepe aclara que “por su propia naturaleza joven, este es un movimiento que debe estar constantemente repensándose y dinamizándose.
“Los jóvenes vienen con ideas nuevas, por lo tanto, las Brigadas siempre van a estar en un proceso de revisión, de renovación para hacerlas más atractivas.
“Hay muchas temáticas y alternativas científicas que son parte de la cotidianidad, y que son aportes importantes al trabajo que deben estar haciendo las BTJ en su función de formadora”.
José Manuel apunta que, en sus comienzos, las Brigadas tenían el objetivo de preparar a los muchachos, pues el país necesitaba técnicos capacitados. “Ahora ya es mayor de edad y posee la madurez suficiente para emprender nuevas misiones.
“También creo que, en cuanto a la ciencia, la tecnología y la innovación hay aspectos, en los nuevos escenarios y actores económicos, que sí hay que vincular dentro del movimiento. Porque las soluciones tecnológicas deben ser válidas para cualquiera, y ser socializadas y premiadas cuando constituye un aporte importante.
“Hay que valorar esos contextos (socioeconómico y jurídico) del país, para lograr una visión de a dónde las BTJ deben seguir llegando”.
Yo soy de donde hay un río…
Pepe nació en La Habana, es hijo del asfalto y de un lugar que ya es sabido “tiene la llave”: el Cerro. Sin embargo, reconoce que es el monte su segundo hogar.
“Mi niñez fue muy feliz. No salía de Sierra del Rosario, Pinar del Río donde iba con mi mamá. Eran expediciones para arriba y abajo y eso me encantaba. De hecho, hay muchas personas allí, a las que tengo gran estima, que me vieron crecer.
“Pero no fui solo a ese lugar. Todos los viajes de mi madre a Majana, al Dique Sur (Artemisa), a los que fui de niño y adolescente, fueron parte de mi preparación y mis vivencias.
“Conocer otras experiencias, a la gente del campo y saber cómo viven. Estar en la zona costera y ver un atardecer ahí, esas son cosas que te moldean y, de alguna manera, te crean un sentido de pertenencia con los sitios donde trabajarás después”.
Pese a sus escapadas de fines de semana y vacaciones a esos lugares, hay algo que Pepe tenía muy claro: no podía descuidar sus deberes escolares.
“Para mi mamá la escuela era sagrada. Ella había sido maestra Makarenko antes de estudiar Biología, por lo que salir bien en las clases era un requisito. Mas los días de ocio, esos no eran en el Cerro”.
̶ Hablas de tu mamá y lo importante que fue en tu vida, pero ¿quién era Leda Menéndez?
̶ Además de ser mi madre, era el paradigma del científico, en cuanto a la entrega. Todo el tiempo era una máquina de pensamientos: generando ideas, proyectos, notas, publicaciones, capacitaciones.

“Mi mamá no comenzó trabajando en manglares, sino en los bosques, que fue lo que hice yo. Después, por ciertas necesidades que aparecieron en el país, de algunos lugares con mortalidad de manglar, se perfiló en ese tema y literalmente hizo cátedra en Cuba y en la región.
“Yo formé parte de sus alumnos, que fueron muchos. Y sí, fue complicado porque no había “paños tibios” ni preferencias. A mí era al que más recio llevaba y no podía ser de otra manera. Y si tenía que sancionarme, lo hacía.
“Pero ir a una expedición de campo con ella era un lujo. Se lo sabía todo, creo que hasta el nombre de las piedras. Estaba constantemente enseñándote y examinándote. Valoraba la entrega al trabajo, era sagrada.
Pepe asegura que para él dedicarse al estudio de los humedales costeros fue algo natural. “Yo me pasé la niñez de expedición con mi mamá, para mí esos entornos eran parte de la cotidianidad.
“De hecho, yo fui literalmente el apoyo completo de mi madre, y logré que me pasara, al menos, una parte de los conocimientos que tenía en esa materia”.
José Manuel Guzmán Menéndez es uno de los investigadores cubanos, que han tenido el privilegio de formar equipo con algunos de sus padres, y ser galardonado con la más alta distinción que se entrega a los científicos: el Premio Academia de Ciencias (ACC).
“Siento mucho orgullo de haber podido trabajar con ella, y presentarme a los Premios ACC. Cuando acompañas a una personalidad, a un sol como era ella, algún rayo tienes que emitir”.
Mejor entre manglares
A José Manuel ser licenciado en Biología, máster en Ciencias en Ecología aplicada y experto en ecología de humedales costeros, no lo ha cambiado. Sigue siendo el mismo niño que desandaba, junto a su madre, los bosques de Sierra del Rosario y los manglares del Dique Sur.
Y aunque confiesa que cada vez se hace más difícil ir, lo cierto es que este habanero prefiere caminar por el monte y con el agua hasta las rodillas, que estar sentado detrás de un buró.
Sin embargo, no siempre estuvo vinculado a los humedales. “Cuando comencé en el Centro Nacional de Biodiversidad del IES lo hice como reserva científica, y atendiendo todo lo relacionado con pérdida de diversidad biológica, análisis de fragmentación y diseño de corredores biológicos.

“Después, por diferentes necesidades que había en el Instituto y de proyectos que empezaron a surgir, abordé también la temática de humedales costeros, hasta trabajar adaptación al cambio climático a través de los ecosistemas. Y es en esa área donde me he especializado, y he desarrollado acciones específicas de restauración de esos lugares”.
La atención a estos hábitats constituye una prioridad para el país, sobre todo por ser elementos protectores de la zona costera, en un escenario donde el aumento del cambio climático es evidente.
No obstante, para José Manuel, director del Proyecto Mi costa, el cual persigue restaurar el nexo y las funcionalidades de los ecosistemas marinos y costeros, y fortalecer la capacidad de adaptación de las comunidades locales, hoy existen varios problemas asociados a este tema: una importante carencia de recursos humanos y poca experiencia para introducir los resultados científicos.
“Hay que estar formando a personas nuevas constantemente, pues hay mucha fluctuación. Y pese a que voy a seguir enseñando a la gente, para que sigan trabajando la disciplina que yo quiero, esta es una materia que no se aprende en un día, precisa de varios años”.
Una de las razones que expone este especialista para la ocurrencia de este fenómeno, es que “no todos los investigadores quieren trabajar manglares porque es un ecosistema un poco agreste.
“Los humedales son espectaculares, pero vivir dentro de ellos tiene sus riesgos. Son lugares donde vas a estar en contacto permanente con la humedad, y si no te cuidas bien puedes contraer enfermedades de la piel u otras”.
Pepe subraya que, pese a las condiciones inhóspitas a las que se enfrenta en su quehacer laboral, volvería a escoger la misma carrera.
“Lo haría mucho mejor si pudiera hacerlo de nuevo, pero no me arrepiento de lo que estudié y de lo que hago todavía. Y creo que no lo haré.
“Es cierto que es muy complejo, demorado y extremadamente costoso, sobre todo a nivel humano. Sin embargo, la naturaleza hay que observarla y entenderla. Y cuando te dedicas a restaurar un manglar y logras ver las primeras evidencias de que lo estás logrando, eso es muy gratificante”.