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Pioneros del urbanismo en Cuba: Pedro Martínez Inclán

Redacción JT
02 mayo 2024 | 0 |

Por Lic. Catherine Roque González/Tutora: Msc. Camila López Rodríguez

Al revisar la historia de la arquitectura cubana se ha mostrado cierta urgencia por examinar aquellos capítulos referentes a los pioneros del urbanismo en la Isla e iniciadores del debate teórico y de la formulación de propuestas urbanas renovadoras en La Habana a inicios del siglo XX. Así, llegamos hasta Pedro Martínez Inclán (Cienfuegos, 1883- La Habana, 1957) el primer urbanista cubano[1], quien ha sido considerado una figura trascendental y protagonista de algunos de los pasajes más significativos en la evolución de la arquitectura y el urbanismo cubanos.

En lo que refiere a la práctica del ejercicio de la arquitectura, la enseñanza y el urbanismo, Pedro Martínez Inclán desplegó una profusa labor. Fue Profesor Emérito de La Universidad de La Habana, Miembro de Honor del Colegio Nacional de Arquitectos y Miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras. 

Como profesional comenzó su carrera una vez graduado de la Escuela de Ingenieros y Arquitectos (La Habana, 1910–1911). A partir de entonces se centró en llevar a la práctica un conjunto de investigaciones sobre la ciudad y su región. Sus estudios intervinieron con mayor fuerza en aspectos relacionados con la planificación, la creación de una ley de urbanización nacional, la pedagogía, el deber cívico, la conservación del patrimonio artístico y la conformación de una imagen de la ciudad que nos queda como legado. De esta manera, puso de relieve las principales dificultades que enfrentaba la Isla en materia de urbanismo, a las cuales respondió con soluciones prácticas y efectivas.

Las conexiones sostenidas por Martínez Inclán con el escenario académico de la Escuela de Altos Estudios Urbanos de la Universidad de París y con el contexto europeo, le ofrecieron una visión actualizada de los postulados arquitectónicos y urbanísticos que dominaban la escena internacional. En consecuencia, se insertó en el proceso de renovación que se produjo en ambas disciplinas en los predios nacionales durante los años cuarenta. De a poco la modernidad se impuso en sus concepciones tradicionales y en las normas de la academia.

Como pedagogo removió los caducos postulados coloniales, historicistas y neoclásicos que aún se impartían en la Facultad de Arquitectura. Ello supuso la renovación de las metodologías de enseñanza y del estudio de las ciudades contemporáneas[2], mostrándose una evolución en el aparato conceptual de Martínez Inclán y en consecuencia, de la Facultad. Sus investigaciones, recogidas en un conjunto amplio y genérico de obras y documentos, conforman una fortuna crítica imprescindible para el estudio y la comprensión del urbanismo en Cuba. De esta manera, se convirtió en mentor de generaciones de arquitectos.

Sin embargo, existen zonas de silencio en los estudios referentes al “primer urbanista cubano”, quien no ha gozado del mismo privilegio que otros, como Jean Claude Nicolás Forestier o José Luis Sert, al no contar con un capítulo aparte en la historiografía de la arquitectura cubana que valore su obra. 

Si bien en el recorrido bibliográfico se han encontrado fuentes dispersas que refieren su quehacer de manera genérica, no se constata un estudio que evalúe las distintas aristas de su deber, ni de su corpus teórico. Por lo que, sin pretender ser un monográfico, la presente indagación procura poner en superficie una arista, poco visible, de la creación de Pedro Martínez Inclán que recorre el horizonte temporal de 1913, fecha temprana en la que se revelaron sus primeros estudios sobre la urbe, hasta 1953, momento que culmina su extensa carrera con su participación en el III Congreso Internacional de Arquitectura, momento que funciona como colofón de su extensa carrera dedicada a los estudios sobre la planificación de ciudades.

Etapa clásica.

Pedro Martínez Inclán se introdujo en el universo de la arquitectura una vez que ingresa a la Escuela de Ingenieros y Arquitectos de la Universidad de La Habana, con la cual mantuvo vínculos durante toda su trayectoria profesional. Debe subrayarse que allí recibió una estricta formación académica apoyada en la metodología Beaux Arts bajo la tutela de la primera generación de profesores que habían fundado la escuela: Eugenio Rayneri Sorrentino, Aurelio Sandoval, Antonio Espinal y Andrés Castellá Abreu.

Una vez concluido sus estudios estuvo asociado con un equipo de arquitectos, donde se inició con la construcción de residencias y apartamentos identificados con un estilo clásico. Ejemplo de ello son las viviendas lujosas o las casas de alquileres proyectadas en la zona de residencias urbanas -que iniciaba en Monserrate y terminaba en Infanta. 

En ellas se puede apreciar la reinterpretación de elementos funcionales y decorativos de orden clásico, entre ellos: el arco de medio punto, los frontones, las cornisas y las columnas, dispuestos a lograr simetría, proporción y armonía en sus facturas compositivas. 

También dentro del conjunto de residencias construidas se encuentra el antiguo palacete del Dr. Clemente Inclán, ubicado en calle 8 entre 3ra y 5ta, Miramar.

Este último fue proyectado en 1931, momento en el que los ideales arquitectónicos de Martínez Inclán se encaminaban hacia el plano de lo moderno.

En su quehacer como arquitecto se manifestó una etapa clásica, a la cual puso fin con la configuración de la plaza central y los tres edificios más significativos de la Colina Universitaria -a excepción de la Biblioteca Central proyectada por Joaquín Weiss. Esta etapa transicional ocurrió durante el plan de construcciones impulsado por los rectores José Cadenas y Clemente Inclán para la Universidad de La Habana -para intentar convertirla en la primera Universidad de América Latina. 

Los edificios proyectados por Pedro Martínez Inclán fueron Las Escuelas de Ciencias (1939) (anexo 4), Ciencias Comerciales (anexo 5) y Farmacia (1940) (anexo 6), los cuales muestran una belleza arquitectónica sin igual, no tanto por los elementos decorativos de orden grecorromano empleados como por la majestuosidad de las proporciones y la importancia asignada al vínculo entre la arquitectura y el espacio natural y urbano que les circunda. Tanto el edificio de Ciencias Comerciales como el de Farmacia constituyen la fachada principal del conjunto universitario.

Etapa moderna

La necesidad de actualización por parte de Pedro Martínez Inclán, lo llevan a una impostergable necesidad de perfeccionamiento, más bien mutación de su pensamiento. Los contactos con figuras como Jean Claude Nicolás Forestier, José Luis Sert, un segundo viaje que realiza a Francia, los vínculos con la Escuela de Altos Estudios Urbanos de la Universidad de París, le imprimen a su producción y pensamiento una innegable renovación volcada en las vías de la arquitectura y el urbanismo, tomando como foco las líneas de producción moderna.

Desde el momento en el que este arquitecto proyectó los edificios de la Universidad se empiezan a ver determinados rasgos que podríamos definir que asientan o dan los primeros pasos en el ejercicio de lo moderno. Por lo que una zona transicional que puede delimitarse en su quehacer fue precisamente la década de 1930, cuando abandonó su etapa clásica para asumir los preceptos del racionalismo y con ellos la modernidad, siendo “uno de los primeros arquitectos en Cuba en abrazar las modernas tendencias arquitectónicas”[3].

En este periodo proyectó uno de los primeros edificios de apartamento unifamiliares de racionalismo canónico en Cuba, ubicado en 23 y 21, en el Vedado.

Con esta obra Martínez Inclán pasa de buscar la belleza plástica en la decoración del exterior a indagar en su funcionalidad y pragmatismo. El concepto comienza a moverse en un plano de solución práctica sin abandonar su cualificación artística, no solo en la esfera de la esteticidad, sino basado también en la función constructiva como principio fundamental, en donde la forma sigue la función como un paradigma de cambios y contemporaneidad. Se presenta este nuevo modo que se distancia de la ornamentación, proyectando una arquitectura austera y sencilla en donde la industrialización resulta una pieza clave.

Arquitecto y formador.

La enseñanza de la arquitectura y el urbanismo fue una zona trabajada con mayor profusión en el quehacer de Pedro Martínez Inclán, un ejercicio llevado a cabo en paralelo al resto de sus labores. La pedagogía, las conferencias y las publicaciones en fuentes dispersas han sido modalidades delimitadas a través de las cuales ejecutó dicha práctica con regularidad.

Uno de los avatares de mayor importancia que enfrentó la Escuela de Ingeniería y Arquitectura fue la década de 1920 con la reforma de los planes de estudios. En ese momento destacó Martínez Inclán como pedagogo con la creación de la Cátedra de Arquitectura de Ciudades, en 1924. Desde entonces se ha podido apreciar una evolución en la enseñanza durante los años sucesivos a tono con las tendencias más avanzadas en materia arquitectónica y urbanística.

Arquitectura de Ciudades era un programa orientado a proporcionar las herramientas necesarias, a los futuros arquitectos, para proyectar obras urbanas que elevaron el standard de vida de los ciudadanos en Cuba, desde un enfoque humanista y cultural. Con este, Martínez Inclán colocaba en superficie una franja aún novedosa en la arquitectura cubana. Se trataba de la planificación y la práctica del urbanismo en su verdadera esencia. “Fue el primero en plantear la necesidad de una educación profesional especializada para la planificación”[4]. Desde su trayectoria docente se observa como este arquitecto se convierte en un agente generador de nuevos criterios en torno a la transformación del ideal urbanístico.

Una singular repercusión tuvo la labor de Martínez Inclán durante sus años de carrera pedagógica, incluyendo su apoyo a los estudiantes de arquitectura en la huelga estudiantil de 1949 conocida como la quema de los tratados de Vignola, para instaurar de una vez la modernidad como eje fundamental en la enseñanza de la institución.

Sus investigaciones, concretadas en libros, artículos y ponencias, han constituido una lectura obligatoria para apreciar la evolución de la enseñanza y de las concepciones teóricas del urbanismo. La publicación de libros como La Habana Actual y Código de Urbanismo lo han hecho alcanzar un mérito indiscutible dentro de la esfera científica. Otros de sus manuscritos como Apreciación Arquitectónica y los dos volúmenes de Arquitectura de Ciudades, no han contado con la suerte de ser publicados, pero forman parte de una bibliografía selecta para entender el pensamiento de este profesional. 

Martínez Inclán creó una verdadera escuela versada en sus credos y en su propia concepción sobre la enseñanza y la labor del arquitecto. Por su deber como catedrático, publicista y profesional se le otorgó la medalla de la Facultad de Arquitectura.

Durante el desarrollo de su profesión, la práctica se convirtió en ese elemento tangible que acompañó a la teoría. En sus estudios comenzó a definir y a tejer las estrategias para estructurar una ciudad vital y coherente a partir de la planificación urbanística –punto neurálgico de sus investigaciones. 

Sus ideas quedaron concretadas en 1918, con el pronunciamiento de una conferencia en la Sociedad Cubana de Ingenieros titulada: “El único parque posible en La Habana”, donde Martínez Inclán tomaba como punto de partida un plano de la capital proyectado desde la ciudad antigua -desde el mar- hasta Infanta para analizar los terrenos sin urbanizar con el objetivo de llevar a la práctica una propuesta de parque en La Habana. 

A raíz de esta, en 1919 ejecutó el Plano de Red Primaria de Avenidas y Parques en La Habana: una estrategia al estudio de la anatomía de la ciudad, como respuesta a la inexistencia de un plano reglador que disciplinara el desarrollo de la urbe. Fue uno de los iniciadores en el debate teórico sobre la importancia de la planificación y la proyección urbana en una nación.

En un principio, una de las causas que originó el acercamiento de Martínez Inclán a las problemáticas urbanísticas fue durante la ocupación del cargo de Arquitecto Municipal en el Ayuntamiento de La Habana (1913), donde tuvo que afrontar el crecimiento desordenado de la ciudad, producido desde la proclamación de la República de 1902.

Como resultado de las transformaciones económicas, políticas y sociales desarrolladas en el contexto habanero a inicios del siglo XX, se produjo un aumento migratorio hacia la capital de poblaciones rurales. Fueron estas circunstancias las que originaron la vertiginosa expansión de los barrios periféricos y los repartos residenciales, producto a la sobresaturación demográfica y el impulso de la iniciativa privada.

La solución inmediata que encontró Pedro Martínez Inclán a dicha situación fue la de proyectar una continuidad de anchas y prolongadas avenidas para articular una red que enlazara las barriadas existentes a las zonas vedadas de posible objetivo de transformaciones. Consideraba que las calles eran el sistema arterial de la ciudad. Tal organización se lograría con el establecimiento de trazados en retículas y vías radiales conectadas por una Gran Plaza. Ello facilitaría la comunicación entre los distintos puntos de las ciudades.

En sus planos urbanísticos, la Gran Plaza dotaría a la urbe de un nuevo centro y adquiriría los símbolos de la joven y dinámica República de Cuba. Sin embargo, la propuesta realizada por Pedro Martínez Inclán no contaba con que la plaza fuera un Centro Cívico sino un Gran Parque instalado en la zona donde confluía la Loma de la Universidad, la Quinta de los Molinos, la Loma del Príncipe y los terrenos ocupados por la Loma de los Catalanes.

¿Por qué plantearse un parque como Gran Plaza y a su vez como punto de partida de la ciudad?

Según las consideraciones de Martínez Inclán, en primer lugar, un Gran Parque en La Habana proporcionaría a los ciudadanos bienestar e higiene, además de responder a razones de embellecimiento. Estimaba necesaria la disposición de espacios libres dentro de la urbe para el suministro de aire puro. De esta manera el aire circularía uniformemente a través de las avenidas trazadas. Por razones estratégicas, los terrenos ocupados por el parque generaban una amplia zona libre «capaz de convertirse en los pulmones de la ciudad»[5].

En segundo lugar, respondía a una concepción de modernizar la ciudad.

A finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, tanto el escenario arquitectónico como el urbanístico de la capital experimentaron transformaciones acompañadas de las líneas de pensamiento moderno que dominaban el panorama internacional. Terminologías como ensanche y embellecimiento fueron desplazadas por nuevas definiciones como la de planificación o arquitectura de ciudades, la de urbanización o la de arte cívico, puesto que la necesidad de decorar estuvo ligada al espacio público, entendido este último como un soporte identitario para la comunidad.

En Europa estuvo vinculado a la Escuela de Beaux Arts, las transformaciones urbanas del Barón Haussman y su colaborador en la materia de jardinería Adolphe Alphand; mientras que en Estados Unidos se vio plasmado en las reflexiones de William H. Wilson y su definición de arte urbano como City Beautiful Movement, y con Charles Mulford Robinson y su concepto de Modern Civic Art. También se vio reflejado en las propuestas de Daniel Burnham en Chicago y Frederick Law Olmsted en New York, quienes construyeron a partir de la interrelación entre naturaleza y artificio una visión de ciudad modera.

En sincronía con estas ideas, Martínez Inclán tenía la concepción de estructurar su Gran Plaza a modo paisaje ideal adaptado a la topografía y a las circunstancias de Cuba. En sus debates sobre el tema tomaba como punto de referencia el Central Park de New York, el Hide Park de Londres y el parque del Retiro de Madrid.

Si estos planteamientos apuntaban a que el centro de La Habana lo ocupara un Gran Parque, entonces, ¿dónde emplazar el Centro Cívico?

El lugar idóneo para su ubicación era en la corona urbana donde se gestaba el proceso de consolidación de los nuevos símbolos de poder de la sociedad republicana, justo entre La Habana Vieja y Centro Habana. Señalaba la zona del Parque Central como el terreno indicado para erigirse el nuevo Palacio Presidencial y el Capitolio, así como teatros, hoteles, comercio y cines.

Con el pronunciamiento de su conferencia en la Sociedad Cubana de Ingenieros, Martínez Inclán daba sus pasos iniciales en el terreno de la planificación urbanística. En 1919 encontró las herramientas necesarias para esbozar el Plan de Avenidas y Parques, para luego darlo a conocer en 1925 en su libro La Habana Actual (anexo 8), donde alcanza una mayor organización y se perfecciona. Dicho libro constituyó una obra capital para el análisis y el entendimiento de los principios urbanísticos de La Habana de inicios del siglo XX, ya que en sus páginas se recoge un análisis completo y actualizado sobre el desarrollo de la urbe capitalina.

La evolución final del Plano de Red Primaria de Avenidas y Parques de La Habana fue con una propuesta de Plan Director realizado durante el gobierno de Ramón Grau San Martín (1944–1948) como parte del proyecto de obras públicas; momento en el que también Martínez Inclán llevó en paralelo la proyección de los planos urbanísticos de: Pinar del Río, Matanzas, Cienfuegos y Santiago de Cuba, la Barriada de Luyanó y el plan de construcción de 1500 escuelas por toda la Isla.

Propuesta de Plan Director

Otra de las conquistas de Pedro Martínez Inclán fue el Barrio Residencial Obrero de Luyanó (anexo 12): una iniciativa para intentar aliviar el problema de la vivienda económica en Cuba. 

Tras realizar un diagnóstico sobre la situación real del asunto, el arquitecto se percató que la vivienda se había convertido una de las más serias dificultades enfrentadas al finalizar la Segunda Guerra Mundial y que sus efectos habían llegado a la nación cubana. De modo que consideraba que uno de los atrasos más grandes para la ciudad era la situación de las casas baratas. 

Así, se dedicó a estudiar las leyes y los métodos aplicados en Europa para luego poner en práctica en Cuba una serie de acciones efectivas para solventar dichos contratiempos: la concreción de sus estudios fue el Barrio Residencial Obrero de Luyanó, un proyecto conformado por 1500 viviendas unifamiliares de ocho bloques de apartamentos de cuatro plantas junto con parques, mercado, centro escolar, campo deportivo y asilo de ancianos. Además de ser una de las mayores contribuciones al significativo déficit de viviendas baratas en La Habana, el proyecto apostó por un modelo ideal de vivienda unifamiliar considerado un paradigma en la arquitectura Europea.

Barrio Residencial Obrero de Luyanó

Barrio Residencial Obrero de Luyanó

Cuando se habla de uno de los legados más valiosos al estudio teórico del urbanismo en Cuba uno de los textos que sale a relucir es el Código de Urbanismo, Carta de La Habana, redactado por Martínez Inclán, que a juzgar por su subtítulo era “una contribución a la promulgación de la Carta de América, tomando como base la de Atenas del grupo del CIAM francés”[6]

Con ella Martínez Inclán nos introduce en las latitudes no solo situacionales y problemáticas del urbanismo moderno, sino que permite apreciar la consolidación de sus investigaciones desde la teoría, mostrando la evolución final de sus planteamientos en torno a la planificación de ciudades. Fue considerado como “el más completo Código de Urbanismo dictado hasta el momento”[7].

Se percibe cómo el autor vuelve sobre ideas abordadas a lo largo de su trayectoria urbanística en torno a los aspectos que configuran la ciudad y su región. El Código comprende secciones dedicadas a cada uno de estos componentes con el objetivo de sostener un discurso donde se valoren las principales problemáticas y los deberes a cumplir para el mantenimiento del entorno citadino. Constituyen la “columna vertebral” del cuerpo del documento las reflexiones esbozadas sobre la habitación, los espacios y el tiempo libre, el trabajo, la circulación, el patrimonio, la estética urbana y la legislación.

Este primer acercamiento a la trayectoria de Pedro Martínez Inclán desde la práctica y la teoría permitió constatar la evolución de los aciertos y desaciertos en el pensamiento de uno de los iniciadores de los estudios y concreción de la planificación de ciudades.

Durante estas cuatro décadas (entre 1913 y 1953), Martínez Inclán asiste a un proceso de exploraciones y comprobaciones que convierten sus estudios en una de las expresiones cimeras de las búsquedas en torno al urbanismo y la arquitectura en Cuba. De esta manera sus influencias transitan por la historia de la arquitectura cubana.

La arquitectura y el urbanismo fueron los vértices principales de los que se deslindan otras ramas como la ingeniería, la pedagogía, la oratoria, la escritura y el asesoramiento en cargos públicos. Cada una de ellas se convierten en muestras de la dimensión del pensamiento de la responsabilidad y del deber ser como profesional que encarnó Pedro Martínez Inclán.


[1]Joaquín Weiss Sánchez, <<Homenaje al Profesor Emeritus Pedro Martínez Inclán en la Universidad Nacional>>, Arquitectura, (La Habana: no 197, diciembre 1949), 352.

[2] El término de lo contemporáneo responde al momento histórico en el que se desarrolla el arquitecto.

[3] Joaquín Weiss Sánchez. Ob. cit.

[4] Roberto Segre, <<Pedro Martínez Inclán, primer urbanista cubano>>, Arquitectura Cuba, (La Habana, febrero 2018). Acceso el 15 de octubre de 2023. https://www.arquitecturacuba.com/2010/02/pedro-martinez-inclan-primer-urbanista_26.html.        

[5] Francisco Gómez Díaz, De Forestier a Sert. Ciudad y Arquitectura en La Habana de 1925 a 1960 (Sevilla: Universidad de Sevilla, 2007), 39.

[6] Pedro Martínez Inclán, Código de Urbanismo. Carta de La Habana (La Habana: Imp. P. Fernández y Cia, 1950), portada.    

[7] Pedro Martínez Inclán, <<Urbanismo>>, Arquitectura, (La Habana: no. 190, mayo 1949), 134.

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