Como está el planeta: guerras, crisis económicas y de valores, hambrunas, cambios climáticos…, por eso los extraterrestres no quieren venir a la Tierra. La afirmación, burlesca y penosa a la vez, lleva rato repitiéndose por todas partes, al parecer expandida desde sectores muy decepcionados con la sociedad estadounidense.
Sin embargo, tres exmiembros del Ejército de Estados Unidos sí creen que han venido y hasta denunciaron ante el Congreso de ese país, durante el pasado mes de julio, que su gobierno oculta evidencia sobre el hallazgo y posesión de naves y restos biológicos “no humanos”.
Como era de esperar, tales exposiciones generaron grandes especulaciones en las redes sociales sobre la existencia de vida inteligente extraterrestre.
Para ser precisos, no parece ser este el mayor ruido mundial (si acaso, el más maduro y respetado) que haya sido provocado por supuestos avistamientos de Objetos Volantes No Identificados (OVNI), si se compara con aquel generado por los primeros reportes masivos después de la Segunda Guerra Mundial, esos que dieron origen a una nueva “ciencia”, la ovnilogía (nombre devenido de las siglas mencionadas, aunque mejor conocida como ufología, por la derivación de las correspondientes iniciales en inglés).
A partir de ese entonces, presuntos testimonios de acercamientos y hasta aterrizajes de ovnis, de contactos e incluso abducciones, fueron amplificados con mayores espectacularidad y frecuencia.
Y no solo atestiguados por personas crédulas e ignorantes, sino por especialistas como pilotos y astronautas, meteorólogos y militares, gente capaz de diferenciar una luz de un reflejo, una trayectoria de una elipse o un asombro de una amenaza.
Engordaron, gracias a todo lo anterior, el sensacionalismo mediático y la consecuente paranoia por inevitables invasiones alienígenas; la taquilla en los cines y hasta la aparición de algunas obras realmente artísticas o entretenidas; y –era de esperar– las teorías conspiratorias sobre la ocultación de la verdad por gobiernos y estados mayores.
Coincidentemente, el atiborramiento de información de ambas épocas –la de los años 1940-1950 y la actual– tuvieron su clímax en sendos momentos de extrema confrontación global.
La primera, durante el nacimiento de la llamada Guerra Fría y el auge del sistema socialista; la más reciente, en medio de un reacomodo geoestratégico que promete darle fin al mundo unipolar para establecer otro, probablemente multipolar.
Es significativo que las declaraciones de 2023 fueron dadas en medio de una audiencia del Subcomité de Seguridad Nacional en la Frontera y Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, en Washington, y su título no podría ser más elocuente: “Fenómenos anómalos no identificados (FANI, por sus siglas en castellano): implicaciones para la seguridad nacional, la seguridad pública y la transparencia gubernamental”.
Digamos, de paso, que el término FANI (en inglés UAP, de unidentified anomalous phenomena) pretende quitar el estorbo que provoca la etiqueta OVNI con fuerte saborcillo comercial y su estigma de poca seriedad.
(El nuevo es –vaya vaivenes que tiene la vida– una catalogación que en algún momento utilizaron los incrédulos científicos soviéticos, desconfiados de Occidente, para nombrar a semejantes asuntos espaciales inexplicables).
“No vamos a traer hombrecillos verdes ni platillos volantes a la audiencia”, advirtió el congresista Tim Burchett, “siento decepcionar a la mitad de ustedes”.
Él y otros colegas suyos no buscaron enmarcar la audiencia como una exposición de probables visitas extraterrestres a la Tierra, sino como una investigación sobre un posible encubrimiento.
Y lo lograron, sí. La Cámara, tras escuchar a los testigos, concluyó que el Gobierno debía poner en escrutinio público los datos que pudieran estar ocultando y demandaron que estableciera un sistema “transparente y seguro” para que estos incidentes se reporten ante las autoridades sin dañar la reputación de los testigos.
Algunos analistas, por su parte, sospechan febrilmente que el siguiente paso podría ser la solicitud de enjundiosos presupuestos para investigar y desarrollar nuevas generaciones tecnológicas de armamentos, capaces de enfrentar a civilizaciones estratosféricas que, se presume, son mucho más desarrolladas y destructivas que la humana.
Llegar hoy a un acuerdo entre los legisladores demócratas y republicanos para financiar militarmente a Ucrania en su guerra contra Rusia, es algo verdaderamente tortuoso.
En cambio, como dijo el representante Jared Moskowitz en su discurso de apertura ante miembros de ambos partidos en el Subcomité de Seguridad Nacional, “no debería hacer falta la posibilidad de un origen no humano para unirnos”.
Por su lado, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, más conocida por las siglas NASA, tras casi un año desde la formación de un equipo especializado en el estudio de los FANI, ofreció algunos avances de la investigación de avistamientos de objetos extraños en el cielo y bajo el agua, durante una reunión pública y en directo que arrojó una primera conclusión: hace falta más información.
Sin pedir ayuda a los ufólogos, en las últimas tres décadas alrededor de 800 fanis estuvieron bajo análisis y la mayoría de ellos identificados fácilmente. Sin embargo, entre dos y tres por ciento de los casos son de origen desconocido y clasificados como “anómalos”.
Según los implicados en el proyecto, lo que obstaculiza la obtención de respuestas es la falta de datos de calidad que permitan estudiar los fanis con rigor.
Es por ello que el equipo ha recibido el encargo de preparar un documento, el cual la NASA espera publicar en los próximos meses, en el que se determine una hoja de ruta sobre cómo usar las herramientas de la ciencia para analizar y categorizar el carácter de esos fenómenos.
Es decir, la ciencia, que ha investigado y buscado la casi segura existencia de vida en algún astro, sea cual fuera su nivel de desarrollo, solo necesita, para testimoniar, evidencias.
Tal vez lo dijo más claro un estudioso cubano, quien pidió que le dieran un tornillo de un ovni, cuando se encuentre, y nos describiría toda una civilización. ¿Acaso no será eso mismo lo que buscan los exploradores extraterrestres, si es que nos están visitando?