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Energía eléctrica: La flota de Freyr

Toni Pradas Bermello
13 noviembre 2023 | 0 |
Plantas eléctricas flotantes

Cuentan por ahí, pero a mí no me crean, que en la mitología escandinava Freyr era el dios de la luz y su barco, el Skíðblaðnir, aun con grandes dimensiones, era capaz de viajar por tierra y por mar. Los enanos Dvalin, Brok y Eitri, sus constructores, se afanaron en hacer la nave en muchas piezas, con la peculiaridad de que podía ser plegado como una servilleta para ser guardado en un bolsillo después de utilizarlo.

Caramba… la humanidad puede presumir haber tenido –dedicados por oficio y plantilla celestial a la luz– a numerosos dioses (Aether, griego; Ahura Mazda y Mithra, zoroastrianos; Amida, japonés; Haroeris, egipcio; Ignirtoq, inuit; Legba, haitiano; Tane, maorí…) y diosas (Jun Di, taoísta; Lampetia, griega; Uma y Ushas, hindúes; Xihe, china…). Pero ninguno tuvo un barco como Freyr, y mucho menos fueron oportunos para los cubanos, capaces de salvarlos como nebulizador a su asmático.

Debió ser Freyr, quién si no, la deidad que llegó corporeizado en las plantas eléctricas flotantes turcas para asistir al fatigado sistema electroenergético del país antillano, sumido este en una exasperante agonía provocada por la obsolescencia tecnológica, la indisciplina en los ciclos de mantenimientos preventivos –voluntaria u obligada, por diversas presiones externas e internas–, y la imposibilidad de reinvertirse en la infraestructura –porque no alcanzó la calderilla y hubo que ceder la prioridad a otras urgencias–, a fin de emparejar las capacidades fabriles con el aumento de las demandas y el crecimiento demográfico de consumidores.

Dicho así, sin aceitar, pudiera erróneamente pensarse que tales embarcaciones asistenciales comenzaron a resolver el problema de la energía eléctrica con solo atracar, como si se tratara de ese aerosol que ensancha bronquios para abrirle camino al oxígeno. Pero no curan la enfermedad, se sabe. Apenas logran aumentar el suministro para cubrir la demanda de energía, limitada debido al déficit de capacidad de generación.

Más que con un fármaco bronquiodilatador, la embarcación y sus recursos energéticos, sincronizados con el sistema eléctrico local, pudieran compararse con una transfusión de plasma al mismísimo corazón. Y con nuevos aires y más fuertes latidos, se pudo ganar tiempo para intentar revertir los más serios males que habían provocado la crisis.

Llamados en la isla “patanas” (un cubanismo de dudoso glamour usado para las naves de popa plana y poca quilla, sean autopropulsadas o con remolque), dichos barcos llevan a cuestas una tecnología energética que permite dar mantenimiento a otras centrales termoeléctricas, contribuye a incrementar la reserva nacional y sustituye el uso de diésel, uno de los combustibles más caros en la generación eléctrica.

Desde 2019 y hasta comienzos de 2023, han atracado en total ocho centrales eléctricas flotantes procedentes de Turquía, en la bahía de La Habana; en la rada de Mariel, provincia de Artemisa; y la más reciente, en el puerto de la oriental ciudad de Santiago de Cuba.

Con alma entre marinero y fogonero, en sus anchas espaldas las patanas llevan una potencia instalada de 110 megavatios (MW), al estar equipadas con seis motores a fuel oil. Una vez sincronizadas a la red, obra el milagro ingenieril y pueden aportar entre 100 y 105 MW, cortesía de Freyr.

Cabalgando al pelo y sobre esos estribos, Cuba ha logrado incrementar su capacidad de generar energía eléctrica a partir del primer trimestre del año 2019. Esto ocurrió gracias a un acuerdo de servicio para generación de electricidad de 120 MW, suscrito en octubre de 2018 entre la empresa turca Karpowership, con sede en Estambul, y la cubana EnergoImport.

Karpowership, miembro de Karadeniz Energy Group, es la firma pionera en innovadores proyectos energéticos desde hace 20 años, con mercados nacionales e internacionales. Y es, además, constructor, operador y propietario de una flota de buques a motor de este tipo.

Cuando embelesados mirábamos a las aves pescar sobre el horizonte, la urbe bicontinental completaba ante nuestras narices 36 powerships (barcos de energía) desde 2010, con una capacidad instalada total superior a los 6 mil MW. Había iniciado sus inversiones en energía en 1996 y en un abrir y cerrar de ojos se convertía en el primer exportador privado de electricidad en Turquía y, de paso, en un formidable operador a escala mundial de una capacidad instalada de más de 3 500 MW.

Según la página web de la firma turca (https://karpowership.com/), sus plantas flotantes han sido colocadas, además de en Cuba, en Líbano, Ghana, Mozambique, Gambia, Sierra Leona, Sudán, Indonesia, Guinea, Zambia, Iraq, Brasil, Costa de Marfil, Nueva Caledonia, Guinea Bissau y Senegal. Así, entre Levante y Poniente cuenta con más de dos mil 500 empleados directos de 15 nacionalidades, además de generar empleo para diez mil personas adicionales vinculadas con la construcción de las embarcaciones.

Sin embargo, nuevas tecnologías para igual propósito comienzan a hacer su aparición y prometen un futuro mucho más eficiente.

Pleamares y bajamares

La población mundial sigue creciendo. Los demógrafos, cejijuntos, vaticinan que en el año 2050 vivirán en el planeta alrededor de nueve mil 700 millones de terrícolas. Proporcionar a todos agua potable y energía eléctrica se antoja como un gran reto, aunque poco optimista si se tiene en cuenta que hoy no acceden al servicio eléctrico 1 200 millones de personas, mientras la escasez del indispensable líquido afecta a casi 800 millones.

En nombre del futuro y hasta por el presente, científicos e ingenieros de varios países andan a la caza de soluciones. Urge: las infraestructuras actuales no pueden cubrir las necesidades básicas para todos.

Plantas flotantes como las turcas se apuntan, sin duda, entre las más promisorias apuestas. Pero un pensamiento más atrevido se ha arrestado a escalar la tecnología con una nueva matriz energética: el uranio.

Conceptualmente, se trata de buques equipados con reactores nucleares que se desplazan por medios acuáticos para proporcionarse energía a sí mismos, pero también para suministrarla a consumidores externos.

Siguiendo ese teorema, Rusia consiguió tener ya la primera central nuclear flotante, que desde finales de 2019 opera en su destino permanente, la región siberiana de Chukotka. Como esta, algunas otras zonas están aisladas de la red principal rusa y padecen frecuentes problemas de suministro de energía eléctrica.

El buque Akademik Lomonosov.
El buque Akademik Lomonosov, de la compañía estatal rusa Rosatom, es la primera central nuclear flotante. Algunos países han mostrado interés en esta novedosa tecnología. (Foto. Sputniknews)

De manera que se pintan solas estas barcas, como una alternativa más flexible a la construcción de otros tipos de centrales de producción de energía eléctrica. Principalmente en territorios inhóspitos donde no es posible erigir una terrestre, ya sea por cuestiones financieras o técnicas.

También pueden ser muy convenientes en regiones donde se planea la explotación temporal de recursos naturales con el auxilio de una potente fuente de energía. Pero no tiene sentido económico construir urbes o una central eléctrica en toda regla, ya sea atómica o convencional.

Estas plantas se fabrican de forma centralizada, incluso en serie gracias a ser comparativamente pequeñas, para luego ser remolcadas a sus emplazamientos definitivos. Serían perfectas, claro, si además se plegaran, como el Skíðblaðnir de Freyr, y se guardaran en una bolsa. Algún día será.

Rusia, decíamos, construyó entre 2007 y 2018, el primer barco de este tipo, al que bautizó Akademik Lomonosov, en honor a su gran científico del siglo XVIII, Mijaíl Lomonosov. Creada por la compañía estatal Rosatom, la embarcación, juzgada por un viejo lobo de mar, no es propiamente un buque, sino una gigantesca barcaza que necesita lanchas remolcadoras para desplazarse. Los diseñadores descartaron dotarla de una planta motriz autónoma, pues la mayor parte del tiempo estará fija, atracada en una orilla, faenando como marino fuera de olas o cantinas.

Akademik Lomonosov mide 144 metros de eslora, tiene una manga de 30 metros y un desplazamiento de 21 mil 500 toneladas. Gracias a un alto grado de automatización, la tripulación consta de tan solo 70 personas.

Para generar la energía eléctrica, la nave tiene dos reactores nucleares de agua a presión KLT-40 (los mismos que usan los rompehielos rusos como plantas motrices), cada uno de los cuales genera hasta 35 megavatios.

Al final, esta central es capaz de suministrar hasta 60 megavatios limpios a la red eléctrica, además de una gran cantidad de agua caliente para la calefacción y una enorme cantidad de agua desalinizada. Esta energía es suficiente para abastecer a una gran instalación industrial o a una pequeña ciudad de unos 100 mil habitantes.

Otra virtud que tiene es su propio sistema de almacenamiento de combustible nuclear, que permite recargarse la nave a sí misma. De tal suerte, sus periodos de mantenimiento oscilan entre 10–12 años, es decir, diez veces más espaciados que en las centrales nucleares flotantes anteriores.

Operarios en barco nuclear ruso
 El uso de combustible nuclear dentro de los reactores de la central flotante rusa, les ha puesto los pelos de punta a numerosos ambientalistas. Sin embargo, en términos de seguridad, la instalación posee muchos sistemas de protección. (Foto: Rosatom)

Si bien esta tecnología nos puede parecer futurista, los primeros tejemanejes se urdieron hace más de medio siglo. El primer buque de este tipo se introdujo en Estados Unidos en 1967 –el MH-1 Sturgis, un viejo carguero de la II Guerra Mundial reacondicionado– y se usó en el canal de Panamá durante siete años, permitiendo aumentar el número de barcos que cruzaban el istmo durante la guerra de Vietnam. Hasta que se construyó una central eléctrica convencional, capaz de proporcionar la cantidad de energía eléctrica suficiente para el funcionamiento correcto de esa infraestructura.

Realmente, el MH-1 Sturgis no consiguió convencer. Su reactor, digamos, tenía una potencia relativamente baja (45 MW) y su mantenimiento era complejo. De hecho, exigía reemplazar su combustible una vez al año, lo cual significaba que durante este proceso el buque no estaba operativo. El fin de la guerra en el sudeste asiático y los elevados costos de operación dieron el tiro de gracia al proyecto.

Por su parte, una empresa llamada Offshore Power Systems (creada por varias grandes corporaciones eléctricas estadounidenses) intentó construir por primera vez plantas flotantes para uso civil. Ordenó la construcción de cuatro centrales, las dos primeras para instalar cerca de Atlantic City. Después de pagarse cientos de millones de dólares y de celebrarse cada avance con palmadas en los hombros, la crisis del petróleo de 1973 evisceró el proyecto y este terminó cancelándose en 1978.

Como flores en un panteón después de ofrendarse, así el concepto fue olvidado en la nación norteña. En cambio, a los científicos de la Unión Soviética les resultó simpática la idea y rompieron el estupor con el desarrollo de varios proyectos, hasta que el estado multinacional socialista hizo aguas y se apagó aquel particular delirio de fisión.

Hasta que subió nuevamente la marea innovadora en la década de 2000 y salió a flote el Akademik Lomonosov, el primero de –seguramente– decenas de futuras plantas nucleares marinas para fabricar luz, mucha luz.

¿Chernóbil flotante?

Dígase “nuclear” y, apenas oídas las primeras letras, pudiera ponerse en alerta hasta el más sereno. Pensar en Rusia y en energía atómica suele evocar inmediatamente el aún inigualado desastre de la central de Chernóbil, ubicada en la república exsoviética de Ucrania.

Dudas sobre la seguridad en esas plantas emergen y ahora se instala la pesadilla recurrente en la que la nave se va a pique y la radiación destruye el frágil ecosistema ártico. Organizaciones ecologistas como Greenpeace y Bellona tiemblan, pues creen que las centrales serán fáciles objetivos para terroristas, que podrían ser secuestradas o impactadas por un avión. Temen, además, que estando en zonas remotas sería difícil recibir auxilio en caso de precisarlo. Por eso las han llamado “Chernóbil flotantes”.

Los responsables rusos, por su lado, desmienten estas acusaciones y recuerdan el buen historial de los KLT-40, un diseño propio de reactores del tipo PWR (siglas en inglés de Preassure Water Reactor, o Reactor de Agua a Presión). A los PWR se les aprecia como muy estables debido a su tendencia a reducir su potencia ante incrementos de temperatura. Esto ayuda a reducir la posibilidad de perder el control de la reacción en cadena.

Contrario a los reactores RBMK –la tecnología usada en Chernóbil–, los PWR se consideran “inherentemente seguros”, ya que tienen un coeficiente de temperatura negativo. Es decir, en caso de perder líquido refrigerante, el reactor tiende a apagarse por sí solo.

La diferencia es notable, al punto que de que la tecnología PWR es ampliamente utilizada en la mayoría de las centrales nucleares convencionales existentes en el mundo, así como en distintas clases de buques –portaviones y rompehielos– con una planta motriz nuclear.

Aseguran los diseñadores rusos que sus plantas electronucleares flotantes tienen muchos y muy modernos sistemas de protección ante accidentes –sean internos, o incluso el impacto de un avión– y para evitar el acceso de osados terroristas. Y como estas no se desplazan a menudo, el riesgo de que les ocurra algo y puedan dañar el medioambiente es mínimo.

Son, eso sí, más complejas las centrales nucleares flotantes que otros buques con una planta motriz atómica. En primer lugar, deben generar una potencia mucho mayor, para sí y también para proporcionar electricidad al consumidor externo.

Por tanto, su construcción exige combinar ambas tecnologías nucleares, de centrales y de buques con este tipo de plantas. También su operación requiere instalaciones e infraestructura que normalmente no necesitan los portaviones o rompehielos, como almacenamiento de combustible nuclear y sistemas de reabastecimiento internos.

Estos desafíos no son solo para los rusos. También lo deben superar otras naciones interesadas en desarrollar la prometedora tecnología. Por ahora, dos compañías chinas están construyendo instalaciones similares. También en Estados Unidos, instituciones como el Instituto de Tecnología de Massachusetts tienen equipos científicos que han diseñado proyectos parecidos.

¿Serán realmente peligrosas las grandes patanas con plantas nucleares? La respuesta la están evaluando también algunos potenciales clientes.

A finales de abril último, el director general de la corporación estatal Rosatom, Alexéi Lijachev, reveló en Moscú, a la agencia de noticias rusa TASS, que decenas de países, muy diferentes entre sí, han mostrado interés en buques como el Akademik Lomonósov.

“Esto nos empuja a la necesidad de hacer dos versiones de centrales nucleares flotantes: adaptadas a las condiciones del norte y del sur. Hay particularidades relacionadas con la temperatura del agua del fueraborda, pero en general será la misma solución tecnológica”, explicó Lijachev.

“Se trata de muchos Estados que tienen una larga costa, por ejemplo, Brasil, Argentina. También otros que tienen una estructura insular: Indonesia, Malasia. Y son países tanto meridionales, como situados en latitudes frías”, precisó. Inmediatamente agregó que el presidente de Cuba mostró interés por una central nuclear de este tipo.

Como Freyr con su summarbrander –la “espada del verano”, que sabía moverse y luchar sola por los aires–, el jefe de Rosatom catapultó una última estocada, tentadora, a favor de su tecnología: “Piensen en ello: una batería nuclear de 12 años con una capacidad de más de 100 MW”.

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