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Evidio Quintana: “Saber matemáticas es como tener un sexto sentido”

Dariel Pradas
15 enero 2024 | 0 |

Colarse en una Olimpiada Internacional de Matemáticas es, en cualquier latitud, un harakiri a la adolescencia. Al menos, a una adolescencia despreocupada y ociosa. Hacerlo desde Cuba no es la excepción.

En la enseñanza media superior, uno debe destacarse en el examen dentro de la escuela. En el concurso provincial, quedar entre los diez primeros lugares del grado escolar y, tras otro certamen, también en el top 10 del país. Entonces integrará la llamada Preselección Nacional, una moledora de cerebros que pondrá a competir entre sí a cada uno de sus miembros por un boleto a torneos internacionales.

Una rivalidad sana, aclara Evidio Quintana Fernández, uno de los entrenadores del equipo y de los responsables de aquellas “juventudes perdidas”.

Algunos estudiantes conocen antes a este hombre, pues el “alto rendimiento” para el preuniversitario puede empezar desde noveno grado. Incluso, como si fueran prospectos de béisbol, impúberes de quinto y sexto grado son pescados y entrenados en Ciudad Libertad: “A esos los identificamos, en La Habana, mediante los metodólogos municipales. Ya a los de tercero o cuarto los atiende cada profesor por su cuenta.

“La red de captación pudiera funcionar mejor –admite– pero no nos quejamos, porque llega buen ‘material’. Y la experiencia está surtiendo efecto: aquellos que tenemos desde edades tempranas, entran al preuniversitario con mejor preparación.

“Debemos hacer cambios en nuestros protocolos como entrenadores y atender a ese tipo de muchachitos”, añade con una imagen peculiar en la memoria: equipos extranjeros conformados enteramente por niños.

En un rato, cuando acabe esta entrevista con Evidio, él repasará a un talento de tercero que, con sus matemáticas, sonroja a más de un adulto.

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Su atracción hacia los números, cuenta el propio Evidio, floreció mientras era estudiante de la carrera de Ingeniería Mecánica en el antiguo Instituto Superior de Ciencias Agrícolas de La Habana (ISCAH). Se volvió alumno ayudante de Mecánica Teórica para palear algunos de sus problemas económicos y, de paso, creció su amor por el Cálculo.

“A finales de la carrera, por 1985 necesitaba trabajar porque recién me acababa de casar. Entonces empecé mi vida laboral como profesor en una secundaria de Diez de Octubre”.

Se especializó en entrenar a estudiantes de alto rendimiento para su ingreso al mundillo de las competiciones de Matemática. Llegó a convertirse en el profesor fundamental del municipio y sus estudiantes, cuando ascendían al preuniversitario, “barrían con los resultados a nivel nacional”.

En 1997 más o menos –no recuerda el año exacto–, fue captado por el   Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, una escuela élite. “Me hice entrenador principal de la Preselección de Matemática. Hasta hoy”.

–¿Cuánto tiempo le absorbe esa labor? –pregunto.

“La mayor parte del día. Ahora mismo, mira –toca unos papeles a su lado–: son materiales de estudio. Pero, más que un trabajo, es un placer. La familia lo recibe bien y espera que uno salga en el noticiero. El barrio también está pendiente de ello. Es un reconocimiento que me genera mucha autocomplacencia”.

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Cuando el aspirante a matemático entra voluntariamente a la molienda de cerebros, se somete a constantes exámenes preparatorios. Los contenidos que le imparten difieren completamente de los del curso regular.

Una evidencia de ello es un libro de Evidio que circula en redes sociales. Se llama 50 lecciones de matemáticas, cuyo texto resulta, ante la mente de un estudiante promedio, mucho más sádico que el de su pariente 50 Sombras de Gray: “Lo publiqué entre comillas, porque fue a través de Facebook. Ojalá tuviera el apoyo para publicarlo de verdad”.

Portada del libro 50 Lecciones de Matemática
El texto 50 lecciones de matemáticas circula en redes sociales. Los ejercicios que el entrenador incluyó sirven para pulir las destrezas de un preseleccionado.

Los ejercicios del libro sirven para pulir las destrezas de un preseleccionado. El autor se apoyó tanto en problemas matemáticos formulados por profesores cubanos, como en otros presentados en eventos prestigiosos: concursos de Asia-Pacífico, Eurasia, México, España y más. “Nuestra bibliografía ha mejorado cantidad. Antiguamente no teníamos hacia donde virarnos, pero ahora poseemos bastante, mucho en inglés y portugués, pero eso no dificulta el aprendizaje”.

El entrenamiento está repartido en cuatro asignaturas: Álgebra, Teoría de Números, Geometría y Matemática Discreta.

“En otros países, cada una es atendida por un colectivo de profesores en específico. Aquí uno no puede especializarse y tiene que impartir de todo. Al final, es un engaño, porque no podemos rendir igual en un tema que en otro”, y advierte que su especialidad es Geometría, si bien puede dedicarse al resto de las disciplinas, aunque Matemática Discreta suele delegarla.

Para parchear los huecos que pudieran surgir, el colectivo de entrenadores se apoya asiduamente en la Facultad de Matemáticas y Computación de la Universidad de La Habana (UH). Y en antiguos estudiantes exolímpicos, algunos de ellos, emigrados.

“Quien sale de nuestros entrenamientos, se pasea la UH. Su capacidad es tal que, cuando llegan a universidad, están habituados al rigor. También se imparten asignaturas que tienen relación con la de los concursos”.

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De repente, como si se tratara de un juego de ping-pong, caemos durante la entrevista en un torrente de preguntas y respuestas:

–¿Los muchachos se derrumban ante la presión de las matemáticas?

Es difícil que haya abandono –dice Evidio–; puede ocurrir a escalas inferiores. En el Alto Rendimiento de la Lenin (la propia selección del centro escolar), empiezo con 40 estudiantes y termino con menos de 20. Pero en la Preselección Nacional, ya no sucede. En ese nivel, cuando un muchacho se ve por debajo, trata de superarse.

“Ellos tienen hambre, quieren saber. Saber las causas detrás de una fórmula, que no sea porque Pitágoras diga que es así y ya. Cuando llegan al equipo, aprenden el porqué de las cosas y descubren lo linda que son las matemáticas. Saber matemática es como tener un sexto sentido”.

–¿Hay estudiantes de los institutos preuniversitarios urbanos en la Preselección Nacional?

Siempre me ha gustado tener en mi equipo a estudiantes del ‘pre en la calle’. Están en desventaja, porque no tienen el entrenamiento (previo), pero son brillantes y los perdemos. En La Habana, siempre hay dos o tres optando por, o llegando a integrar, la preselección de Matemática. E incluso, a las puertas de conformar un equipo internacional.

“Quizás un alumno más aventajado vence el ejercicio en 20 minutos, y ellos necesitan 40. ¡Pero hay que atenderlos, compadre!

“Tenemos casos que se ponen al nivel esperado. ¿Y cuántos (más) no habrá (en los preuniversitarios urbanos)? Y se pierden porque no hay el personal suficiente para atenderlos.

“El entrenamiento también sirve para formar a personas que después estarán en función de la sociedad”.

¿Qué apoyo reciben de la Lenin y del Ministerio de Educación?

Siempre ha habido, pero ahora, más. Por otra parte, nunca hemos tenido grandes recursos, pero antes hacíamos equipos completos e íbamos a las competencias con cuatro o cinco estudiantes (ahora, si acaso, van con dos, según reveló el propio entrevistado).

“Tampoco podemos estar al margen de los problemas del país y pretender que nuestra esfera esté en lo alto y, las demás, abajo.

“En el centro, hemos ganado un poco más de libertad. Y es difícil: cada profesor quiere que el estudiante permanezca en el aula (y siga al pie de la letra el cronograma de clases). Pero debe salir para ser entrenado, porque con una sola sesión de entrenamiento a la semana no da la cuenta.

“Siempre ha sido un reclamo el que los muchachos participen en los entrenamientos la mayor cantidad posible de veces. El patio de mi casa se utiliza para eso y el fin de semana vienen a entrenar aquí. Los días festivos, cuando todo el mundo descansa, aprovechamos y entrenamos con fuerza.

“Esto debe ser a tiempo completo y, para que los profesores lo entendieran, costó trabajo. Teníamos que enamorarlos, prácticamente. Y aún hay algunos que siguen sin permitir que los muchachos sean sacados del aula.

“Pero se ha avanzado bastante y existe más comprensión. En la Lenin tenemos un director y una subdirectora que nos apoyan”.

–Sus estudiantes pasan más tiempo con usted que con sus padres…

Uno los ve como hijos. Les coge un cariño… Y son muy respetuosos. A veces, ellos tienen mejores soluciones (para un ejercicio) que uno mismo. No lo hacen público. Nos llaman aparte y lo dicen. Se ve que la enseñanza familiar ha sido buena”.

–¿Cómo suelen ser los padres de ellos?

Excelentes. Cómo ayudan con hojas, bolígrafos y otros materiales. Y andan pendientes de los muchachos…

–¿Ha tenido estudiantes que procedan de una situación de vulnerabilidad económica?

 Generalmente, ellos tienen sus computadoras, recursos y ventajas sociales. Pero no siempre. Los hay que no.

“Nosotros tenemos a un exolímpico, y esta historia no puedo dejar de decirla, que, con unos 35 años, es uno de los más eminentes matemáticos del mundo. Aclamado por muchos lugares, se pasa el tiempo dando conferencias en Kuwait, Taipei, China… Nos ayuda mucho y atiende a estudiantes de la UH, sin cobrarles un centavo. Les enseña sobre temas para que publiquen (en revistas académicas).  Cuando estuve en Inglaterra, él estaba en Dublín y se enteró. Aterrizó en Londres para verme y estuvo conmigo como tres días. Su nombre es Félix Gotti.

“Lo conocí cuando estaba en séptimo grado. No obtuvo los puntos necesarios (para pasar a la siguiente categoría) en el concurso provincial. Igualmente lo invité a mi entrenamiento porque me llamó la atención su solución a un problema.

“Ese muchachito destacaba en el entrenamiento. Llevaba meses entrenándolo y ya estaba desesperado por saber de su familia. ‘Deben ser unos académicos’, pensaba. Y cuando llegué al seno de esa familia, el padre era artesano ‘por su cuenta’ y, la madre, ‘ama de casa (trabajadora del hogar)’. Eran maravillosos. No tenían nada que ver con la ciencia, pero vivían para el niño”.

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Existen tres competencias fundamentales a las que atletas de las ecuaciones pueden aspirar: la Olimpiada de Matemática de Centroamérica y el Caribe, Olimpiada Iberoamericana de Matemática, y la Olimpiada Internacional de Matemática (IMO, por sus siglas en inglés). En la primera, el límite de edad es hasta 16 años. En las otras, hasta 18.

El nivel en el escenario internacional ha mejorado mucho, asegura Evidio, y agrega que, con respecto a otros países del área, Cuba se encuentra en desventaja. “Una delegación completa en la IMO consta de seis estudiantes y dos o tres profesores. Nosotros, a lo sumo, llevamos dos estudiantes y un profesor, por problemas económicos. Al país le es difícil costearlo”.

“Con un equipo completo, los miembros se relacionan entre ellos. Eso es muy lindo. En cambio, a veces llevamos hasta uno solo y se enferma a veces. Y a pesar de todo, siempre venimos aquí con algún premio.

“Por otra parte, cuando va un único entrenador, este tiene que fungir la doble labor de tutor y líder de la delegación. Entonces no puede presenciar todas las reuniones (de la competencia).

“El entrenador en esos eventos es un concursante más, porque somos quienes defendemos el trabajo del estudiante. Debemos estar bien plantados: el concursante participa, el profesor propone una nota y el tribunal la acepta o no”.

“Mientras los estudiantes compiten, estamos discutiendo claves, reuniéndonos con otros profesores, y más nerviosos aún por los resultados.

“Este año, Karla Yisel Ramírez fue a la OMI y a la Ibero. Porque era un premio al seguro. Queremos que participen más de los nuestros, pero en las competencias no se puede pensar tan así. Como el país está invirtiendo, hay que llevar a quien, verdaderamente, hará un buen papel; aunque ese equipo que llega arriba es genial de forma general”.

Acompañando a Aser Acosta y Karla Ramírez rumbo a la 64 Olimpiada Mundial de Matemática en Japón (Foto: tomada del perfil de Facebook del entrevistado)
Acompañando a Aser Acosta y Karla Ramírez rumbo a la 64 Olimpiada Mundial de Matemática en Japón (Foto: tomada del perfil de Facebook del entrevistado)

Los equipos líderes en el mundo son China y Estados Unidos, afirma Evidio. Y en la región, Perú, México y Brasil, los principales rivales.

“El nivel ha subido estrepitosamente”, reitera. “Antes era más fácil para Cuba ganar. Ahora es dificilísimo ganar una medalla en cualquier evento del área”.

“Como quiera que sea –cambia de tema–, los diez días que dura una competencia son maravillosos, inolvidables. Dos días de exámenes y el resto de preparación y actividades. E imagínate, estamos codeándonos con lo mejor del mundo, estudiantes y entrenadores. Una vez abrazamos al entrenador de China y le dijimos: ‘ustedes son unos salvajes’”.

–¿Cuba crece al ritmo del mundo, o se ha ido quedando atrás?

Estamos luchando para lograrlo (mantener el ritmo). El nivel se ha elevado entre los entrenadores, donde hemos tenido que superarnos agigantadamente, pero el nivel de los exámenes ha subido mucho también. Una Olimpiada de hace 20 años no tiene nada que ver con las de ahora.

“Aun así, seguimos siendo un país a considerar. Cuando vamos a un evento, nos siguen mucho, por lo que representa Cuba.

“En la IMO, lograr un oro es un sueño. Y lo hemos logrado, pero sigue siendo un sueño. Ahora estamos al nivel de coger una medalla de bronce, una mención de honor”.

Evidio contextualiza y ejemplifica con que, de unos 300 participantes, se planifica para que, aproximadamente, la mitad se lleve medallas: entonces, en este plano hipotético, la distribución sucede así: 13 o 14 oros, entre 33 y 40 platas, y como 100 bronces.

“Si tuviéramos equipos completos, estaríamos a mitad de tabla. Al no tenerlo, puntean dos alumnos nada más. Incluso, hay países que, con sus seis participantes, obtienen menos puntos que nosotros, con dos. Y también hay equipos que nos sacan 10 o 12 puntos que, si solo hubiéramos llevado un estudiante más, les hubiéramos superado.

En el podio, Cuba suele situarse alrededor del lugar 97, dice el profesor. “Pero es muy frío decirlo así no más. Tienes que valorar esas otras cosas”.

–¿Qué siente cuando gana un estudiante suyo?

Me pongo muy contento. Me encanta la competitividad, aun en el deporte. A los estudiantes que entreno para las competencias provinciales y nacionales, prácticamente les exijo que sean ganadores. Ya al estudiante que se sienta a mi lado en el avión rumbo a un certamen internacional, le pido que tenga una gran experiencia, la pase muy bien, se esfuerce, pero no se presione”.  

–¿Y cuando pierde uno en el que tenía mayores expectativas?

Quien se siente mal es el muchacho. Entonces mi trabajo es tratar de que no sienta así y hacerle ver que, por representar al país, ya es un ganador”.

–Y en su interior, ¿cómo se siente?

No totalmente complacido, no te engañaré. Además, uno crea su pronóstico y sabe si va con un equipo más o menos competitivo. Cuando no se cumplen esas expectativas, uno se deprime un poco. Lo que debo esconderlo, por supuesto.

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Evidio Quintana siempre ha sido de las personas dispuesta a colaborar con JT. En la imagen, en la redacción de nuestra revista, junto a Sofía Albizu-Campos, después de una entrevista. (Foto: Claudia Alemañy/Archivo JT)

La vida y las relaciones humanas no son como las matemáticas. Y así, en medio de la entrevista, una pregunta trivial puede desencadenar una respuesta inesperada.

–¿Ha realizado cursos de superación académica? ¿Maestrías, doctorados?

Donde quiera que vaya y pregunten, digo que soy licenciado y estudié ingeniería mecánica en el ISCAH. Sin embargo, nunca llegué a terminarlo.

“Todo lo que sé, lo aprendí de forma autodidacta. No tenía dinero para mantenerme en la universidad. Tenía que trabajar. Iba a la Biblioteca José Martí a estudiar por mis propios medios. No tenía derecho a examen por ausencias, pero después revalorizaba y cogía cinco puntos.

“Pasé muchas necesitades, yendo en manguitas al aula en tiempo de frío. Y sí, es gratuita la universidad, pero si no tienes quién te compre la ropa, ¿qué vas a hacer? Mi familia era muy humilde.

“No llegué a terminar –Evidio se veía afligido–: con mis problemas económicos, me acababa de casar con una muchacha. Ella falleció poco después. Fue un golpetazo para mí. Entonces me hice maestro”.

El entrenador tiene cursado hasta tercer año de Ingeniería Mecánica, un cuarto año de una licenciatura por la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona (en la década de 1990 y hace unos cinco años lo intentó en esa alma mater, en la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas); sin embargo, no ha podido completar ningún plan de estudios universitario. En algunas ocasiones, por dejadez suya. En otras, por inflexibilidades burocráticas de los centros de altos estudios. Y en el último intento, por pena; sobre todo, a que un exalumno suyo le diera clases.

En la Lenin, incluso, cobra como un técnico, a pesar de que prepara y aconseja a otros profesores de matemática.

“Fue lo que me tocó: por regado, por no poner la cabeza donde tenía que ponerla. Pero pienso que debieron haberme dado un poquito más de posibilidades. Te repito, mi autocomplacencia es tan grande, y la autoestima la tengo tan alta, que ya no me importa nada de eso. Y, además, esto no lo sabe nadie. ¿Quién dice que no soy licenciado?”, bromea al final.

En lo adelante, Evidio piensa dedicar el resto de su vida a su labor como entrenador. Al menos, hasta que pueda mentalmente, dice.

“Dudo que algo supere la felicidad que uno siente cuando un muchacho llega lejos (en la vida, se refiere). Hay veces que sucede y uno dice: ‘llegó lejos porque es muy bueno’. Pero jamás sabrás si llegó allí porque uno influyó en ello. Eso (aquella mínima posibilidad) a uno lo rejuvenece”.

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