La crisis de los opiáceos es uno de los más grandes retos de salud en los Estados Unidos. El potente y peligroso fentanilo es el más reciente sumado a la lista.
“En 2021 se registraron 106.699 muertes por sobredosis relacionadas con las drogas en los Estados Unidos; el 69% de los casos se produjeron entre varones. Los opioides sintéticos distintos de la metadona (principalmente el fentanilo) fueron los principales causantes de las muertes por sobredosis, con un aumento de casi 7,5 veces más entre 2015 y 2021”.
La crisis es real, grave y corruptora y ha llevado a extremos de paranoia el discurso de algunos políticos que, viendo la paja en ojo ajeno, claman por invadir a México para eliminar la droga desde su presunto origen.
Pero el fentanilo, y sus hermanos y hermanas, tienen su historia… como todo.
Del amor y otros demonios
De amor en los hierros de tu reja, de amor escucho la triste queja, de amor lejos de mi corazón, diciéndome así, con su dulce canción: Amapola, lindísima Amapola …
Así cantaba en 1925 un tenor español la letra de una canción dedicada a una lindísima Amapola, nombre de flor, nombre de mujer. Nunca sabremos quien era aquella amada, o si la Amapola añorada era la flor original, o uno de sus hijos.
Porque la amapola (Papaver somniferum) tiene hijos, metáfora para decir derivados. Y la amapola y sus hijos e hijas, han recorrido un largo camino, en el espacio y en el tiempo: Opio, Morfina, Papaverina, Codeína, Noscapina, Heroína y Fentanilo (el más joven), drogas de doble cara, ying y yan (Crocq, 2007). Su relación con el hombre data de más de 4 000 años y las evidencias apuntan a que su cultivo y consumo se originó en el ámbito mediterráneo durante la era minoica griega (Askitopoulou et al., 2002).
Las semillas de amapola son inofensivas y se usan ampliamente en pastelería; comí muchas veces el tradicional Mohnkuchen (tarta de amapola) en Alemania sin efectos adversos, ni siquiera un mareito. Pero los frutos y la savia contienen alcaloides sumamente tóxicos. En especial la savia contiene 10–20 por ciento de alcaloides, derivados de la tirosina (aminoácido del cual también se originan neurotransmisores y hormonas como las catecolaminas) se sintetizan alcaloides isoquinoleínicos que se almacenan en dos variedades según el núcleo químico presente; el núcleo bencilisoquinoleínico da origen a la papaverina (un relajante de músculo liso, no adictivo) o el núcleo morfinano de donde se origina….no hace falta decirlo, un potente analgésico muy adictivo (Guo et al., 2018).
Opio
El cultivo de amapola en el ámbito cultural griego incluyó su uso recreativo y medicinal. Teofrasto (s. III A.C.) alababa las virtudes del jugo (opion en griego) de amapola. Los médicos árabes lo prescribían en forma de comprimidos con la inscripción Mash Al Lah, Dios presente (Esteva de Sagrera, 2005). La farmacopea medieval euroasiática hizo amplio uso del jugo de adormidera como analgésico, elogiado por el famoso médico inglés Thomas Sydenham (1624–1689) quien escribió: «De entre todos los remedios a que Dios Todopoderoso le ha complacido dar al hombre para aliviar los sufrimientos, no hay ninguno que sea tan universal y tan eficaz como el opio» (Esteva de Sagrera, 2005).
Por la Ruta de la Seda, pero en reversa, el opio llega a China. Deshidratado en forma de piedra, se puede colocar en una pipa con algo de tabaco o marihuana y fumar. Esta forma de uso se hizo rápidamente muy extendida en los nefastos fumaderos de opio.
Julio Verne en su Vuelta al mundo en 80 días describe así:
“Fix y Passepartout se dieron cuenta de que habían entrado en un fumadero, frecuentado por esos miserables, embrutecidos y degenerados a los que la mercantil Inglaterra vende esa funesta droga del opio por un importe anual de doscientos sesenta millones de francos. Tristes millones esos obtenidos de la explotación de uno de los más terribles vicios de la naturaleza humana. El gobierno chino ha tratado inútilmente de oponerse a tal abuso por medio de leyes severas. Inicialmente reservado a la clase rica, el uso del opio ha descendido a las clases pobres y sus estragos se han hecho incontenibles. Se fuma opio en todas partes; en China, hombres y mujeres se dan por igual a tan deplorable pasión, y cuando ya se han acostumbrados a sus inhalaciones no pueden prescindir del opio sin sufrir horribles contracciones estomacales. Un gran fumador puede fumar hasta ocho pipas diarias, pero se muere en cinco años.”
Tan extendido estaba el triste consumo y tan graves eran sus consecuencias que el emperador Yong Chen en 1729 prohibió la importación del jugo, dando así origen al tráfico clandestino de drogas, que no fueron ni colombianos ni mexicanos sino portugueses, ingleses y norteamericanos los primeros narcos de la historia.
Ni la pena de muerte aplicada a contrabandistas y consumidores logró frenar el vil negocio y condujo a las llamadas Guerras del Opio en la que potencias occidentales lideradas por Gran Bretaña atacaron con saña para forzar la legalización del opio y permitirles saldar sus deudas comerciales con China con pagos en especie, es decir opio. En la primera (1839–1842) China perdió la guerra con Gran Bretaña, tuvo que pagar fuertes compensaciones en plata y perdió a Hong Kong en el infame Tratado de Nankín. En la segunda (1856–1860), y con la ayuda “desinteresada” de Francia, los británicos forzaron a la monarquía Qing a concesiones tan humillantes en los Tratados Desiguales (así, sin eufemismos) que sometieron al otrora poderoso imperio chino a la condición de estado lacayo de occidente, sentando las bases para la caída posterior de la monarquía (Melancon, 2017).
Morfeo desciende del Olimpo
Los aires se tornaban guerreros en el Oriente, pero en Occidente, en 1805, un farmacéutico alemán, Friedrich Sertürner, remitía una carta al editor del Journal der Pharmacie für Ärzte und Apotheker, anunciando el aislamiento y purificación del alcaloide más abundante y más potente del opio. Por sus efectos somníferos y analgésicos llamó su criatura morfina, en honor al dios griego del sueño: Morfeo (Sertürner, 1805). El propio Sertürner inició la comercialización de la droga que rápidamente sustituyó al opio y el láudano (extracto alcohólico de opio, Paracelso) como analgésico.
En 1895, la empresa Bayer sacaba al mercado un derivado de la morfina, nombre químico: diacetilmorfina, nombre comercial: heroína. El gancho comercial: es menos adictiva que la morfina.
En 1913, Bayer suspendió la comercialización de heroína ante la evidencia de su poder adictivo, aunque hasta 1971 la droga podía conseguir en las farmacias alemanas. Su poder analgésico es ligeramente superior a la morfina (Sawynok, 1986), y por eso su uso clínico no ha superado el de la droga original.
La morfina ha seguido siendo una droga controlada de uso hospitalario para el alivio del dolor en pacientes con enfermedades terminales que provocan dolores insufribles, excelente analgésico, pero su potencia adictiva ha sido la razón principal de las restricciones y control para su uso.
Purdue Pharmaceuticals
En 1833 Pelletier aisló otro de los alcaloides opiáceos y la llamó tebaína en honor a la ciudad de Tebas, famosa como comercializadora de opio desde la antigüedad (Weiß, 2022). De la tebaína se derivaron, por síntesis química, la oxicodona y la naloxona. La oxicodona es un analgésico menos potente que la morfina, pero útil para el alivio de dolores, especialmente dolores crónicos no neuropáticos. Pero comparte el pecado original de sus hermanas, es adictiva (Remillard et al., 2019).
En 1952 los hermanos Mortimer Y Raymond Sackler compraron la pequeña compañía Purdue and Frederick Co., productora de fármacos creada en 1892 por John Purdue Gray. La empresa fabricaba analgésicos, entre ellos oxicodona y en ese producto pusieron los Sackler sus esperanzas y codicia. Mediante una preparación farmacológica que ralentizaba la liberación del producto activo, lanzaron al mercado tabletas de OxyContin como analgésico de amplio uso, acción retardada hasta de 12 horas y no adictiva.
Con esa jugada y la aprobación de la FDA (hay sospechas de que hubo sobornos involucrados) los Sackler ampliaron de golpe el mercado de su opiode. Ya no eran solamente pacientes de cáncer terminal los “beneficiados”; todo dolor, cualquier dolor, podría ser aliviado de modo gentil y seguro con OxyContin. El producto fue lanzado junto con una intensa campaña promocional por medios tradicionales, televisión y prensa, y apoyada por un ejército de visitadores médicos encargados de convencer a los médicos, en especial médicos de atención primaria, de las bondades del maravilloso analgésico. Los médicos eran invitados a ciclos de conferencias en lujosos hoteles all inclusive, donde se les adoctrinaba sobre las enormes bondades del producto, “apto para tratar cualquier dolor sin consecuencias negativas”. Una verdadera panacea servida en bandeja de lujo.
En 1996, Purdue tenía 300 agentes de ventas, en 2000 eran 600 y en 2010, más mil visitadores. Los incentivos en dinero y vacaciones pagadas eran en promedio de 70 mil dólares anuales por agente, pero los más exitosos llegaban a recibir 250 mil anuales. Esta gestión de ventas se complementaba con una fuerte campaña publicitaria a la cual dedicaban 4,6 millones de dólares en 2001. En 1997 los médicos recetaron OxyContin a 650 pacientes para dolores no relacionados al cáncer y en 2002 ya eran 6,5 millones de prescripciones para todo tipo de dolor.
https://ethicsunwrapped.utexas.edu/video/oxycontin-y-la-epidemia-de-opioides?lang=es
Es paradigmático el caso de la Dra. Jacquelina Cleggert en Lousiana que prescribía más de cien recetas diarias en un consultorio nocturno. Los adictos hacían colas de dos y tres días para conseguirlas. Ella no preguntaba, ni examinaba, solo escribía receta tras receta. El negocio tuvo rápidamente ramificaciones. Coleros profesionales conseguían prescripciones, adquirían el producto en varias farmacias y vendían las tabletas a los desesperados adictos en las colas. La larga lista de prescripciones firmadas por la Dra. Cleggert llamó la atención del farmaceútico David Schneider quien inició una campaña de denuncias contra este mal proceder médico. Las denuncias fueron desestimadas. La droga se vendía legalmente en farmacias y era prescritas por médicos autorizados, pero las consecuencias pronto llamaron la atención del FBI y la DEA. El caso esta excelentemente documentado en una miniserie televisiva de la compañía Netflix titulado The Pharmacist.
Según datos del CDC, entre 1999 y 2016 un promedio 115 ciudadanos norteamericanos murieron en promedio ¡por día! por sobredosis de OxyContin. El poder adictivo de la droga era tan fuerte que muchos machaban la tableta, la disolvían y se la inyectaban, con lo cual el producto que debía ser liberado de forma gradual en su presentación original llegaba de forma masiva, causando paro cardiorespiratorio. Los cuerpos de guardia de los hospitales se veían desbordados cada noche con estos casos, algunos se salvaban con medidas de reanimación y respiración asistida, pero otros muchos no.
Rápidamente comenzaron a aparecer demandas legales y reclamaciones de indemnización por parte de ciudadanos e instituciones oficiales, ya que una buena parte de las recetas se pagaron con fondos del estado. En 2109 Purdue se declaró en bancarrota, los Sackler confesaron parte de sus mentiras y los médicos involucrados fueron privados de sus licencias (McGeal, 2019). Con ello el uso de OxyContin (que se sigue produciendo) fue severamente restringido a los casos realmente necesitados.
La batalla parecía ganada y entonces vino lo peor.
La heroína vuelve al combate con su hijo de probeta
La triste historia de fraude, engaños, sobornos y violaciones de la ética médica había concluido. El producto ya no se podía adquirir de forma fácil e incontrolada, pero detrás de esa historia quedaban millones de adictos padeciendo la terrible abstinencia y dispuestos a cualquier cosa para satisfacer el craving devorador que les consumía. La demanda crea la oferta y el comercio ilegal de heroína florecería hasta límites nunca vistos. El Cartel de Sinaloa, dirigido entonces por el nefasto Chapo, vio resurgir la demanda de heroína, que iba en picada desde los sesenta y dio la orden: a regar y cultivar nuestros campos de amapola, que se viene algo grande. Y se vino. Las ventas de heroína se elevaron a cifras nunca vistas (Smith, 2016).
El fentanilo es un opiáceo sintético derivado de la piperidina que fue sintetizado en 1960 por Paul Jansen en Bélgica. En 1968 fue aprobado su uso médico en EEUU para el alivio del dolor, porque (ojo al dato) es unas 50 veces más potente que la heroína y cien veces más potente que la morfina, por lo que su uso requiere una dosificación muy precisa y controlada (Stanley, 1992). Y, claro, es también enormemente adictivo y no requiere mucha química para su producción, cualquier aprendiz de brujo lo puede producir si cuenta con los ingredientes. La receta está disponible en Internet. El mercado zombi de heroinómanos, hijos abandonados de la madre Amapola acogió la nueva droga que los carteles del narcotráfico, sobre todo desde México comenzaban a enviar al inagotable mercado norteamericano.
Los efectos adversos son varios y letales, depresión respiratoria entre otras, el síndrome de abstinencia es terrible y dada su enorme potencia opioide, las dosis que se emplean son muy pequeñas, del orden de los microgramos, lo que hace muy común la intoxicación y muerte por sobredosis (Hedegard, 2018; NIDA 2018). En 2021 se produjeron en Estados Unidos más de 71 mil muertes por sobredosis de fentanilo.
La crisis se ha extendido a otros países y en EEUU el mercado de fentanilo crece sin control y se ha convertido en un tema candente del debate político. Belicosos congresistas acusan a Biden de flojo e inepto y piden la intervención directa del ejército norteamericano en México para eliminar la principal fuente del producto.
Ciertamente, México sufre también las consecuencias. Los dineros que los narcos obtienen del mercado norteamericano financia ejércitos particulares, las armas con que se matan en una interminable guerra y son fuente de sobornos y corrupción. Armas que, también sea dicho, provienen de Estados Unidos.
El factor común de los involucrados en esta triste historia, de ambas partes, es la codicia. La codicia de empresas que violando toda ética ponen las ganancias por encima del servicio público al que están obligadas. La codicia de los chapitos que encuentran en el infame crimen un modo de vida que les garantiza lujos y derroche y que sostienen a como de lugar. Para ellos la vida de otras personas carece de valor y con balas o con jeringas han conducido a una situación cada vez más dolorosa y para la cual, al parecer, no hay alivio.