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La estación final

Redacción JT
08 septiembre 2023 | 0 |

Aquella estación no era un sitio cualquiera: no se impacientaba ante la maquinaria de un tren ni se deshojaba con la caída del invierno. Para sus habitantes era una estación perdida…

—Si hubiese crecido en la tierra de mi abuela Paca —decía Nicolás—, nadie me habría llamado Carbón con malas intenciones, porque es precisamente la intención la que hiere. Allá todos eran negros como el centro de alguna protea, y entre canto y risas, compartían con cualquier recién llegado su pedazo de naturaleza.

 Dentro del año 1945, era una estación casi definitiva…

—Todo fue de un momento a otro —proseguía Sonia—, una noche mi madre me abofeteó como nunca antes: «¡Mi hija no puede ser lesbiana… carajo!», y descargó enfurecida toda su indignación. Al estallar el día, luego de haber sufrido más por el rechazo que por el golpe, ya me encontraba aquí, sin saber cómo había llegado.

La brisa esa mañana era llevadera en el lugar del encuentro, y como de costumbre, el eterno domingo se hacía inquebrantable y majestuoso.

—Es que ya miramos a la gente y no vemos a los seres humanos —reflexionaba Hiro mientras se apresuraba por llegar hasta la sombra del árbol—, papá me apoyó hasta el día que decidí ser percusionista: «¡Tienes que ser médico, abogado o científico… yo no trabajé pa’ criar a un toca latas!». Nos empecinamos tanto en lo material que terminamos olvidando lo que nos mueve al mundo.

Aquella era una estación olvidada…

—Si yo no fuese temeroso del Señor mis amigos no me habrían excluido y enjuiciado, me duele recordarlo —y realmente le dolía a Juan—, pero no me arrepiento, en Cristo encontré mi razón de ser y mi sentido de la vida.

—Es así, mi amigo —habló Andrés tomando a Juan de la mano izquierda, siempre la izquierda—, yo sufrí cuando en la capital de mi propia tierra me llamaron Provinciano por venir del campo y hablar con diferente acento. En realidad el hombre ha olvidado de dónde viene y hacia dónde va, pero solo aquel que se levanta… continúa. Yo también desperté en este sitio sin saber cómo, y aún así no me arrepiento, aquí por vez primera soy para luego estar.

Era una estación estática…

Y fue entonces que Sonia, entre un gesto y un suspiro miró hacia la niña: tendida allá donde los pájaros, cabizbaja, jugando a contar las piedrecillas del húmedo suelo del umbráculo dominical.

—¿Y la pequeña…, no tiene a nadie?

—No pelirroja —dijo Hiro extendiendo la mirada hacia el lugar—, cuenta Nicolás que la nena debe haber llegado incluso primero que él, pero que nadie ha sabido nunca ni su nombre ni su descendencia; solo sabemos que la pobrecilla aparentemente no puede pronunciar ni una palabra, ni la más sencilla siquiera. Siempre anda igual, con el velo blanco sobre el rostro. La hemos llamado Gema.

Así transcurría el domingo, constante domingo. Era una estación inducida:

—Doctor, ya todos los elementos notaron la presencia de R-1… la han nombrado Gema.

Debajo de la clínica quirúrgica de la ciudad, en el laboratorio nuclear clandestino, el equipo científico de avanzada se mantenía trabajando en las investigaciones con el Rutonio (Rt), novedosa sustancia que al activarse con la fisión podía alterar los lóbulos del cerebro humano. Luego de la exhaustiva recolección de los elementos R (E-R) entre las naciones en conflicto, los resultados sanadores en estos estremecerían al mundo.

—Correcto, doctora Shima, concentrémonos en el área temporal, específicamente en el hipocampo y el tálamo. Prosigan con el estímulo de la memoria.

—Pero… Doctor, la inducción con Rt podría ralentizar la ilusión cognitiva.

—No, doctora, el circuito aún no se ha cerrado. Al menos uno debe recordar.

Y la mujer, adiestrada y cautelosa, prosiguió con el experimento ESTACIÓN.

Tras el monitor de la Máquina el domingo de la otra dimensión transcurría apacible…

A Nicolás lo habían nombrado R-2 por haber sido el segundo en entrar en aquel estado involuntario. El joven agonizaba desmembrado tras la explosión de una granada StiGr-24 cuando el equipo científico lo halló.

Días posteriores encontraron a Hiro. Una bala de calibre 9 mm le había perforado el pulmón derecho y convulsionaba al límite de la muerte. R-3 fue su sobrenombre.

Y así llegaron Juan y el flacucho Andrés: R-4 y R-5, ambos sin conocimiento y desangrados, víctimas de la caída de una aeronave que portaba alguna materia deflagrante sobre una iglesia.

 Era maravilloso como todos compartían la misma dimensión: la pradera, sentimientos y un idioma; materializada en sus cerebros a través de interconexiones entre los lóbulos y un avanzado software, porque solamente eran eso: cerebros. Yacían conectados a la Máquina Fisionadora del Rutonio (MFRt-06), únicamente vivos por la energía nuclear que emanaba de esta y les era administrada a través de las médulas sintéticas adheridas a los tallos cerebrales.

Ilustración: Arístides Torres

—¡Ahora recuerdo! —gritó Sonia con el rojizo pelo encendido mientras el Rt nutría sus circunvoluciones—, esa noche no dormí como de costumbre en mi cuarto, tras los golpes de mi madre lo único que quería ver eran las luces de la ciudad. Fue entonces que corrí lejos, muy lejos y… —las facciones de Sonia colapsaron en temblores ante sus compañeros bajo el árbol, parecía que un frío intenso se había inyectado muy brusco en sus fibras nerviosas…

Aquella estación era transitoria…

—¡Doctor, el elemento R-6 entró en shock encefálico con el estímulo!

Los jóvenes se aglomeraron para socorrer a Sonia, Andrés pensó en sacudirla y Juan rezó tres palabras… Al reponerse, luego de volver a estudiar el entorno con una mirada, la de rojos mechones continuó con su empresa:

—Recuerdo vagamente el arrollador impacto, las luces y el chirrido de los neumáticos del vehículo semioruga alejándose. Me arrastré por la calzada y todo se hizo aún más oscuro…

—Doctor, los otros elementos no respondieron al estímulo, solo R-6 presenta alteraciones en el lóbulo temporal y ha recordado el accidente que le destrozó la región lumbar.

—Entonces es ella, Doctora… quien cerrará el circuito.

De vez en vez miraba hacia el enorme monitor de la MFRt-06 que operaba Shima. El paisaje de la estación continuaba apacible y R-1 se veía estable; pero desde allá, donde el umbráculo se extendía sobre la maleza, nuevamente lo cautivaba el mismo pensamiento: «Mi niña prodigio».

La pequeña del velo pálido jugaba bajo la espesa sombra. Sus ojillos color pasto resplandecían a través del encaje y las piedras en sus manos se apresuraban a caer. Una suave voz se deslizó por entre su silencio:

—Preciosa, ¿puedo jugar contigo? —Sonia acababa de escurrirse con sigilo hasta la soledad de R-1, y a lo lejos, los jóvenes miraban atentos hacia el enverdecido umbráculo.

—Así me llamaba mamá antes de irse… —la mirada de la pequeña ardía con el nuevo recuerdo…

Fue entonces que los átomos del Rt se fusionaron finalmente por sexta vez con la materia gris y en breves segundos el primer elemento comenzó a contar su historia:

—Mi padre era un científico famoso, tan famoso que no me vio crecer. Mamá me llamaba de esa forma: Preciosa… —y lentamente se quitó el velo de la cara—. Así deforme como me ves, me vieron todos; y más deformes ellos por dentro, que yo por fuera, me rechazaron. Solo mamá hasta el día de su muerte me encontró bella. Desde esa fecha perdí mis ganas de vivir y por esa razón estoy aquí. Aquel domingo al salir a la calle una bomba detonó muy cerca de mi llanto, tan cerca que me destrozó el cuerpo… Entonces papá quiso salvarme y todo se volvió nublado.

—¡Doctor, el circuito se está cerrando, R-6 logró la empatía con R-1. Se aprecia una intensa actividad en los lóbulos frontales!

—¡Están listos para volver! Inserten los cuerpos de materia programable.

Las extremidades asidas a los troncos encefálicos de los cerebros comenzaban a responder a los impulsos nerviosos y la estación lentamente parecía desvanecerse. La energía nuclear y el Rutonio acababan de posibilitar un milagro.

—¿Papá…?

Eran las ocho y un tanto de la mañana y el ruido del motor de un avión Boeing B-29 estremecía el horizonte de aquel seis de agosto.

—Mi pequeña, estoy aquí…

—¡Papá, eres tú… te veo! —la niña percibía la realidad, temblaba, movía los labios…

 Pero en ese preciso instante el hongo violáceo protagonizó la explosión y se atronó el tiempo… Segundos después de la onda de choque y el núcleo rojizo, como fénix de un holocausto, el bombardero Enola Gay abandonaba los cielos de Hiroshima.

Los demás elementos no pudieron recordar…

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