Prototipo de vivero agrofotovoltaico desarrollado por el Laboratorio de Fotovoltaica del IMRE y la Facultad de Física de la Universidad de La Habana. (Foto: Cortesía de la Fundación UH)
El acceso a alimentos de calidad se dificulta cada vez más. Disímiles son los problemas que aquejan a la agricultura, el principal sector encargado de producir lo que consumimos: falta de trabajadores, combustibles y fertilizantes, más la variabilidad climática, son algunos de ellos.
Para paliar, en alguna medida, estas dificultades y lograr la producción sostenible de alimentos, han surgido los Aceleradores agrícolas (AA). Estas herramientas organizativas impulsan la interacción entre la ciencia, los agricultores y las empresas. El objetivo es promover tecnologías y prácticas que aumenten el rendimiento por cosecha, tratando de ocasionar el menor daño posible al medio ambiente.
La Dra. Vilma Hidalgo de los Santos, directora general de la Fundación de Innovación y Desarrollo de la Universidad de La Habana (UH), entidad de interface que está implementando la iniciativa en Cuba, asegura que esta interacción no significa recibir pasivamente la tecnología propuesta por los investigadores, por la academia.
“Hay que dialogar con el campesino para adaptarla y mejorarla, de manera que llegue, realmente, al sector productivo.
“El Acelerador agrícola es un agente del ecosistema local de innovación y tiene el objetivo de movilizar y articular capacidades multiactorales para impulsar proyectos y emprendimientos de base tecnológica en la cadena agroalimentaria, con un impacto económico, social y ambiental en los sistemas alimentarios territoriales”.
Sin embargo, aclara la directiva, “no puede ser cualquier emprendimiento. En la Fundación UH tenemos el concepto de que estos deben surgir de las necesidades concretas de ese ecosistema; y una vez identificados los problemas y las estrategias, impulsar aquellos que den respuesta a esas cuestiones”.
La experiencia cubana, llevada a cabo en tierras del Instituto de Farmacia y Alimentos (IFAL) de la UH, ubicado en el municipio de La Lisa, cuenta con la participación de las Facultades de Física, Biología, Geografía, Economía y Química con su Centro de Productos Naturales, así como del Instituto de Ciencia y Tecnología de Materiales (IMRE) y el propio IFAL.
La iniciativa consta de tres grandes áreas: un programa de validación de tecnología, uno de capacitación y la incubación de proyectos a través de Savia (Incubadora especializada en Seguridad alimentaria).
Para la validación de la tecnología existen dos hectáreas dentro del IFAL, en tanto la capacitación va respondiendo a las necesidades que surjan en el propio acelerador.
“Podemos instruir y entrenar a los productores en relación con las tecnologías, pero también al gobierno local”, subraya la Dra. Hidalgo.
“En cuanto al tercer aspecto, debo decir que ya llevamos nueve años con Incuba, una iniciativa de incubación de negocios dentro de la Universidad de La Habana. Su propósito inicial fue elevar la cultura de la innovación y emprendimiento dentro de la comunidad científica, de profesores y estudiantes; responder con ciencia a los problemas de la economía y la sociedad. Y esta experiencia se está llevando al municipio de La Lisa con un perfil de cadena agroalimentaria”.
La Dra. Vilma Hidalgo destaca el trabajo de Savia y acentúa que en ella confluyen especialistas de diferentes áreas: economistas, físicos, químicos, biólogos, ingenieros, comunicadores, entre otros.
“Tiene un denominador común con Incuba, pero se dan evaluaciones de sostenibilidad de proyectos de innovación, responsabilidad económica, social y medioambiental; soberanía tecnológica, economía circular, agricultura sostenible. Seminarios y talleres específicos aplicados a la cadena agroalimentaria”.
Nerea: el momento de la zeolita
La producción de alimentos es una prioridad para el país, pero la directora general de la Fundación UH asegura que es importante impulsar las tecnologías limpias, aspecto recogido en los objetivos del Acelerador agrícola.
Esto, precisa, “no significa que sea la totalidad, el ciento por ciento de ellas, pero es nuestra intención mitigar los impactos nocivos sobre el medio ambiente”.
De ahí que se estén validando el Biobras, un bioestimulador de crecimiento vegetal desarrollado por el Centro de Productos Naturales y Nerea, paquete tecnológico diseñado para mejorar el suelo, fertilizar y controlar las plagas, basado en zeolita natural (grupo mineral con amplio potencial de uso en la alimentación animal, en la purificación de agua, absorbentes de gases, soportes de fertilizantes, la medicina…).
Según refiere la Dra. Vilma Hidalgo, “Nerea es nuestra tecnología estrella. Es una invención del IMRE y, aunque en ocasiones fue comercializada fuera de Cuba, se hizo a una escala limitada”.
“Ahora estamos validándola en el acelerador y en Pinar del Río, junto al Grupo Empresarial de Tabaco (Tabacuba), del Ministerio de la Agricultura, con el que establecimos una alianza. También en Canadá mediante un contrato de transferencia tecnológica, con la empresa International Zeolite Corporation (IZC).
“Hemos avanzado mucho tratando de que Nerea llegue al campo cubano, pues a pesar de que en Cuba existía la intención de hacerlo, prácticamente no se estaba produciendo”.
− ¿Por qué piensa que, pese a los años transcurridos desde la creación de Nerea, no estaba empleándose sistemáticamente?
− Creo que hay tres razones fundamentales para que eso pasara: la mentalidad importadora que tenía el país; que no había suficientes validaciones ni estaban tan estructuradas para que los agricultores confiaran en el producto, y que no existían instrumentos jurídicos ni incentivos adecuados, desde la universidad, para que llegara a la industria.
“En estos momentos tenemos cuatro contratos de transferencia tecnológica para producirla y ya se está aplicando a las siembras”.
Al preguntarle el porqué es necesario validar esa y otras tecnologías en el Acelerador agrícola, la Dra. en Ciencias explica que desde que se hace la invención hasta que se convierte en un artículo terminado y entra al mercado, “hay un largo camino por recorrer”.
Hay que demostrar y certificar, a través de instituciones competentes, que las bondades conferidas al producto son reales y pueden ser medibles. De ahí la importancia de contar con un área de experimentación.
Al respecto, el Dr. Gerardo Rodríguez Fuentes, investigador del IMRE y uno de los autores principales de Nerea, señala que la ventaja de participar en el Acelerador agrícola de la Fundación UH es que proporciona visibilidad al producto.
“Que la gente lo vea. Acercarnos más al agricultor o a otras entidades productivas. En el caso de Tabacuba, esta empresa se interesó a raíz de la labor que hicimos en el acelerador e hicieron una prueba donde se demostraron las potencialidades de la tecnología”.
Con respecto a Nerea, esta reportera inquirió sobre si el país cuenta con el material suficiente para continuar la producción de este producto, y qué beneficios le aporta este resultado científico a la agricultura.
“En Cuba hay detectadas más de cien manifestaciones de zeolitas, de ellas, alrededor de 30, fueron estudiadas en detalle. Y aunque no todas están en explotación hay suficiente para producir Nerea”, apunta el Dr. Rodríguez.
En cuanto a la tecnología Nerea (N. Fertilizante edáfico, N. Sustrato y N. Plus fertilizante foliar), refiere que “esta incorpora al mineral zeolítico nutrientes que no contiene y que las plantas requieren en cantidades y proporciones óptimas.
“Estos productos permiten un ahorro significativo de esas sustancias nutritivas en comparación con las cantidades empleadas en la fertilización química convencional. Y muestran un gran potencial en términos de rendimiento e impacto ambiental”.
Compartir, no competir
Para la Dra. en Ciencias Físicas Lídice Vaillant Roca, jefa del Laboratorio de Fotovoltaica, perteneciente al Instituto de Ciencia y Tecnología de Materiales (IMRE), de la Universidad de La Habana, “el Acelerador agrícola es un proyecto que nos permitió entender la importancia que tienen los espacios de validación en los procesos de innovación.
“En el caso nuestro, aunque este laboratorio posee mucho conocimiento acumulado, tanto en los fundamentos como en la ingeniería de la tecnología solar fotovoltaica. En lo que a agrofotovoltaica se refiere, ni teníamos ningún ejemplo concreto práctico previo al acelerador ni creo que lo habríamos tenido sin su existencia”.
La Dra. Vaillant comenta que la Universidad de La Habana “está muy lejos de ese tipo de escenarios y nosotros, como laboratorio también. Por tanto, que podamos exhibir resultados tan interesantes en un proyecto como el de agrofotovoltaica para el acelerador, y en un tema de impacto, es resultado de esta iniciativa de la Fundación”.
La agrofotovoltaica es una tecnología que combina paneles solares con agricultura. Presenta disímiles ventajas, entre ellas un menor empleo del agua, pues debido a la sombra que ofrecen los paneles, la humedad del suelo se mantiene por más tiempo. Además, posibilita cultivar alimentos y generar energía a la misma vez, sin competir por el espacio físico.
Teniendo en cuenta esta premisa, el Laboratorio de Fotovoltaica diseñó un prototipo que, según la Dra. Lídice Vaillant, fue una decisión técnica que salió del intercambio con los investigadores de las otras especialidades y con los productores.
“Valoramos todas las ideas presentadas y analizamos cuál era la que nos resultaba más interesante y novedosa, así como con cuál podíamos tener un mayor impacto desde el punto de vista de la innovación.
“Poner los paneles encima de los cultivos fue una decisión que tomamos de conjunto, y nos permite valorar no solo la producción energética, sino el impacto de conectar ambas cosas.
“Igualmente hicimos una caracterización de la tecnología, para entender dónde estaban las variables fundamentales que representaban una barrera o un punto de atención para el contexto cubano”.
La especialista relata, en cuanto al costo total del producto, que la diferencia entre los sistemas creados por ellos y los tradicionales está en la estructura que eleva los módulos, “debíamos desarrollar una solución que no fueran las grandes armazones metálicas.
“Ahí surgió la idea de hacer una variante a dos aguas, que la hace resistente al efecto de los vientos y permite voltearla en cualquier ángulo, sin cambiar la generación de energía.
“De igual manera, decidimos junto a los ingenieros agrónomos, cuáles eran los cultivos que podrían beneficiarse por estar a la sombra (principalmente hortalizas) en las condiciones cubanas”.
Para hacer un diseño más sostenible y resiliente se tuvo en cuenta la interacción que se establece entre la agrofotovoltaica y las plantas comestibles con las condiciones climáticas reales: altos niveles de radiación, humedad relativa, temperatura y los eventos meteorológicos extremos.
Otra de las ventajas de la tecnología solar fotovoltaica es que permite adicionar paneles a la estructura original, de forma tal que pueden unirse varios módulos y abarcar una mayor extensión.
Es por eso que una de las variantes propuestas por el Laboratorio de Fotovoltaica al Acelerador agrícola es crecer hasta media parcela de tierra, aun cuando el prototipo que existe ahora solo consta de tres postes y ocho módulos, y todavía no está conectado a la red.
— Una de las características de la tecnología es el aporte de sombra a las plantas. Entonces, ¿qué la diferencia de una casa de cultivo tradicional?
— Aunque ambas aportan sombra a los sembrados, la agrofotovoltaica genera energía. Desde el punto de vista de otros parámetros como temperatura o humedad, todavía no sabemos qué otros aspectos las diferencian. Tendríamos que hacer mediciones de radiación, temperatura, humedad relativa del suelo, entre otros para poder contrastar.
“Sin embargo, pensamos que debajo de los módulos habrá una menor temperatura por el tipo de material y porque va a haber espacio para que el aire se mueva. Asimismo, los costos para adquirirlas son diferentes”.
Al hablar de las expectativas, la Dra. Vaillant Roca dijo que lo principal es cubrir con la tecnología diseñada “esa media parcela en el Acelerador agrícola, e insertar en ese contexto los sensores que permitan recoger datos para cuantificar las variables que influyen en los cultivos y en la generación de energía”.
Tras la ruta tecnológica
Con más de un año de experiencia y un largo camino todavía por recorrer, la Dra. Vilma Hidalgo, subraya que el acelerador lo que hace es “trazar una ruta tecnológica que permita a los proyectos llegar al mercado e introducirse con mayor rapidez.
“Hay un área de lombricultura relacionada con el programa de Economía circular. La idea es recoger todos los desechos que se generen en el municipio de La Lisa, en particular los de la comunidad Granma (con la que se trabaja), y comenzar a procesarlos y convertirlos en biofertilizantes, en unas naves que construirá el Centro de Productos Naturales”.
Una parte de ese biofertilizante se empleará en el acelerador y la otra será comercializada por una Mipyme, con la cual la Fundación UH establecerá una alianza para que colecte los residuos.
“Ya logramos implementar los proyectos de inversión”, explica la Dra. Annia Hernández Rodríguez, directora de Desarrollo de la Fundación. “Vimos la preparación de la nave de lombricultura y la central, la casa de cultivo, el sistema de riego y habilitamos el pozo (reperforación, limpieza y capacidad), entre otros. Todo eso lleva gran cantidad de documentos que quedarán después para una posterior transferencia”.
El Acelerador agrícola es un espacio abierto no solo a la validación de los proyectos que lleva la Fundación UH y las instituciones que participan, sino que son probadas tecnologías de empresas estatales y privadas.
“Nosotros queremos tener un impacto en la modernización de los sistemas productivos locales, poner en valor todas las tecnologías disponibles en el país, de manera que la agricultura dé un salto tecnológico que implique un incremento en la productividad, y que, además, sea amigable con el medio ambiente”, dice la Dra. Hidalgo.
“Los proyectos que generen productos, servicios o emprendimientos para la cadena agroalimentaria van a estar en el acelerador porque esta es una plataforma articuladora y ese es nuestro objetivo: vincular a muchas disciplinas para impulsar”, asegura.
Experimentar, validar, aplicar
Justamente, los espacios de validación en los ecosistemas de innovación, como los que origina el Acelerador agrícola, son los que permiten a un proyecto saltar del laboratorio a ser demostrado en condiciones relevantes o reales.
“Desde el punto de vista científico, tecnológico y económico eso tiene un valor incalculable”, recalca la Dra. Lídice Vaillant. “Entonces son muchos los aportes, incluso formativos, para los investigadores, porque cuando estamos en ese proceso de conceptualización e investigación no necesariamente pensamos en la etapa final. Y este programa permite entender eso, incorpora competencias que ayudan a que seamos más eficientes en lo que vamos a hacer, y que desde el inicio pueda pensarse en un mayor alcance o impacto”.
La Dra. Annia Hernández Rodríguez plantea que ya están trabajando con la cartera de proyectos tecnológicos, para precisar cuáles serán desarrollados en el acelerador a corto, mediano y largo plazo.
“Por supuesto, para esto tenemos en cuenta el diagnóstico previo que se hizo en el territorio sobre cuáles eran las principales problemáticas, y cómo nosotros podemos movilizar las capacidades necesarias para resolverlas.
“Tal es el caso de Nerea, donde no solo certificamos su uso en diferentes cultivos, sino las combinaciones que surgieron de los tres artículos, para lograr que las plantas tuvieran los nutrientes que necesitan y un control en las plagas que las afectan.
“Ahora trabajamos, además, en una mezcla de Biobras, el bioestimulador de crecimiento vegetal desarrollado por el Centro de Productos Naturales y Nerea. Y hemos obtenido buenos resultados”.
Otro de los proyectos es la prueba de un prototipo de casa de cultivo inteligente. La Dra. Hernández dijo que, a diferencia de las tradicionales, en esta la idea es controlar de manera automática parámetros como el sistema de riego, las condiciones ambientales, las características del suelo…
“Así como monitorear qué pasa con el cultivo, con las condiciones ambientales, para que al final podamos tener un paquete tecnológico que sea transferible”.
La especialista manifiesta que en estas casas de cultivo inteligentes podrán hacerse simulaciones, para conocer cuáles serían los rendimientos en col o tomate, por ejemplo, en dependencia de la temperatura o las condiciones del suelo, por solo citar algunos aspectos.
Varios son los retos a los que se ha enfrentado este proyecto que pretende lograr, con el uso sostenible de la ciencia y la tecnología, un aumento significativo en la producción alimentaria local.
“Todos estos proyectos requieren una infraestructura básica y nosotros hemos tenido que gestionarla, lo que ha representado un esfuerzo tremendo del equipo. Asimismo, nos ha faltado el componente en divisas, situación a la que estamos tratando de darle solución al aplicar a convocatorias internacionales para conseguirlo”, apunta la Dra. Vilma Hidalgo.
“Lo otro es que tenemos que seguir avanzando en alcanzar la multidisciplinariedad, pero es difícil porque no hay una cultura en innovación. Sin embargo, yo creo que lo estamos logrando”.
La participación de las personas en el Acelerador agrícola también fue un desafío, pues trabajar la tierra es agotador. No obstante, este es un modelo que, al decir de la Dra. Annia Hernández, “cuando madure un poco será perfectamente transferible a otro municipio del país que tenga las condiciones y el interés”.
Excelente artículo. Muy oportuno y necesario para dar a conocer un caso exitoso de CTI para la soberanía alimentaria y energética en el contexto de la economía 4.0, con potencialidades de inserción en la cadena global de valores como producto de alta tecnología.