“La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original”. Una de las reflexiones más glamorosas y audaces del mismísimo Einstein alberga el espíritu de la innovación: el poder de las mentes abiertas.
La realidad es que sobre innovación se ha escrito y hablado tanto que a medida que más familiar debería resultar, más escurridiza parece. La gente suele usar “innovación” como tantas palabras de moda –igual que sostenibilidad, influencer, inteligencia artificial, empoderamiento, resiliencia–, pero sin comprender realmente la dimensión de su significado y aplicación.
Por supuesto que innovar no es la simpleza de tener chispa mental y animosas intenciones. Va de encauzar esa inspiración en estrategias afianzadas para obtener productos o servicios eficaces. Innovar debe ser una filosofía de la transformación –incluso de vida– a través del ingenio, la creatividad, la voluntad, el esfuerzo y la inversión robusta.
En el mundo actual, con sed insaciable de nuevas invenciones y una humanidad hiperconectada, es prácticamente imposible ignorar que la innovación y el desarrollo tecnológico amplían cada vez más su expresión desde las ciencias, los negocios, los servicios públicos hasta las interacciones sociales. Así, se han enarbolado como estándares de progreso y desafío en el funcionamiento de empresas, emprendedores y gobiernos. Pero debemos ir más allá: fundar una cultura de la innovación que sitúe a la persona común en su epicentro.
Clasificación 2023
Lo mismo que un neurólogo examina en consulta periódica a un paciente con tic nervioso, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) toma el pulso a la innovación en un entorno económico y geopolítico plagado de dilemas e inseguridades.
Como cada año, el organismo internacional publicó el Índice Global de Innovación 2023. En él se clasifica el desempeño de 132 economías y se analizan los vaivenes de la innovación a nivel global, mediante 80 indicadores. Entre ellos destacan: instituciones, capital humano, investigación, desarrollo empresarial y del mercado, producción de conocimientos, tecnología y productos creativos.
En su decimosexta edición el informe revela un contexto de marcadas incertidumbres por la diversidad de intereses, los conflictos geopolíticos y la lenta recuperación económica tras la pandemia de COVID-19.
En general, persisten ciertas tendencias pero hay novedades. Se constata que a lo largo del último decenio un grupo de economías de renta media ha logrado el ascenso más rápido visto en los puestos de clasificación. Entre las primicias, se incorpora un indicador relacionado con las empresas unicornio, o sea, aquellas entidades emergentes privadas que están valoradas en más de mil millones de dólares.
Si para elogiar la solidez o la aureola de algún sistema nacional en particular, se acuñara el título “la Suiza de la innovación”, en este caso cabría la redundancia. El ranking de innovación lo lidera, un año más –ya son tres consecutivos–, Suiza, con una puntuación de 67,6 sobre 100. Le sigue Suecia, que en esta oportunidad desbanca a Estados Unidos y lo empuja al piso de abajo. Reino Unido coquetea con el podio. Mientras, Singapur se cuela para aparecer en la foto de la manito, al saltar de a dos los escalones respecto al año anterior. Finlandia, Países Bajos, Alemania, Dinamarca y Corea del Sur redondean, en ese orden, el top ten mundialista.
China, única economía de renta media entre las 30 primeras del Índice, ocupa el 12.º puesto, antecedida por Francia y seguida por Japón. Al avanzar dos escaños, Israel (14.º) vuelve a situarse entre las quince primeras naciones. Finlandia mantiene una corriente alza junto con Dinamarca (9.º) y las economías bálticas: Estonia (16.º), Lituania (34.º) y Letonia (37.º). Mauricio (57.º), Indonesia (61.º), Arabia Saudita (62.º), Brasil y Pakistán (88.º) son los que más ascendieron en la clasificación. Burundi, Níger y Angola (132.º) cierran la extensa relación (donde no figura Cuba).
Al grupo de economías de renta media que más rápido han ganado posiciones en la última década se han unido al gigante asiático Turquía (39.º), India (40.º), Vietnam (46.º), Filipinas (56.º), Irán (62.º) e Indonesia. Suman 21 las economías que han obtenido mejores resultados de lo esperado en relación con su nivel de desarrollo. La mayoría está situada en África subsahariana, el sudeste asiático y Oceanía.
Conforme al expediente, Asia oriental fosforece en el mapamundi como el vivero de referencia en el apartado polos de ciencia y tecnología. Por países, China (con 24) alberga la mayor concentración de esos centros, escoltada por Estados Unidos (21) y Alemania (9). En tanto, el circuito Tokio-Yokohama (Japón) marcha a la cabeza como principal polo de ciencia y tecnología. Le siguen Shenzhen-Hong Kong-Guangzhou (China y Hong Kong), Seúl (República de Corea) y los también chinos Beijing y Shanghái-Suzhou. Es decir, los cinco primeros polos del orbe tienen ojos rasgados; el de San José-San Francisco (Estados Unidos), saca otra cara en sexto lugar. El sol sale para todos, pero a algunos le llega primero. ¿Moraleja?
Y ya que cruzamos de hemisferio, hay que bucear hasta el lugar 49 para descubrir la primera economía de América Latina y el Caribe patente en la lista, Brasil. Cerca se ubican Chile (52.º) y México (58.º). Más abajo quedan Uruguay (63.º), Colombia (66.º), Argentina (73.º) y Perú (76.º). Sobra potencial, pero hace falta más combustible para ese talento humano.
Tras bambalinas, no es secreto que en la región la mayoría de los indicadores evidencian todavía un importante rezago en relación con la ciencia, tecnología e innovación. Esto se debe, entre diversos factores, a que muchas empresas arrastran temores o no han enfocado a la tecnología y la innovación como punta de lanza en su estrategia competitiva. Tampoco los gobiernos consiguen traducir el rimbombante discurso en una asignación coherente y sostenida de recursos que fomenta esa mano de obra.
En África, Mauricio, ya la mencionamos, lidera la clasificación del área. Pero no aclaramos que esta pequeña isla perdida en medio del océano Índico fue líder mundial en la cantidad de inversión de capital riesgo. Luego están Sudáfrica (59.º), que se mandó un pertigazo para caer entre los sesenta primeros; Botsuana (85.º), Cabo Verde (91.º) y Senegal (93.º). Nueve economías del continente consiguieron avances loables en innovación.
“Un grupo de economías emergentes va ascendiendo progresivamente en la clasificación del Índice Mundial de Innovación, lo cual demuestra que poner el foco de atención en el ecosistema de innovación da sus frutos. A escala mundial, pese a la caída en la financiación de capital riesgo, el Índice Mundial de Innovación de 2023 nos garantiza que actualmente la actividad innovadora se mantiene con vigor, si bien esta debe seguir virando de la cantidad a la calidad. Con el Índice Mundial de Innovación, los encargados de formular políticas de todo el mundo siguen disponiendo de una fuente de datos e información profusa y confiable para elaborar políticas favorables a la innovación que liberen el potencial innovador de sus ciudadanos”, vitoreó el abogado singapurense Daren. Tang, director general de la OMPI desde 2020.
Algunas conclusiones específicas del Índice Mundial de Innovación
- Se han alcanzado cotas históricas en lo que respeta a la publicación científica, la investigación y el desarrollo (I+D), la cantidad de acuerdos de capital riesgo (si bien no su valor) y las patentes. No obstante, las tasas de crecimiento fueron inferiores a los notables incrementos observados en 2021.
- El gasto de las empresas con mayor inversión en I+D alcanzó en 2022 la cifra récord de 1,1 billones de dólares. Es decir, el pasado año las entidades aumentaron sus inversiones en I+D en torno al 7,4%.
- En consonancia con el actual aumento de la inteligencia artificial, se observará el aumento más notable de I+D en los sectores de hardware de TIC, liderado por los fabricantes de tarjetas gráficas y chips. Otras industrias que durante la pandemia redujeron la inversión en I+D, como la automotriz y la turística, volvieron a invertir con ímpetu en 2022.
- Se calcula que los presupuestos gubernamentales para I+D crecieron en términos reales. Se produjeron aumentos significativos en Japón y República de Corea, y otros menores en Alemania, los cuales sirvieron para compensar los recortes realizados por otras economías.
- Como reflejo de un clima de deterioro para la financiación de riesgo, el valor total de las inversiones de capital riesgo descendió bruscamente, casi un 40 %, si bien es cierto que hubo mejoría si se compara con 2021. África fue la única región donde no se verificó un descenso en 2022.
- Las perspectivas en materia de riesgo de capital para 2023 y 2024 son inciertas, pues seguramente los elevados tipos de interés palidecerán la innovación.
- Los indicadores en los campos de la tecnología de la información, la salud y la energía continúan creciendo: las oleadas de innovación de la era digital y la ciencia profunda, perfiladas en la edición de 2022 del Índice Mundial, siguen adelante.
- En general, la adopción de tecnologías evoluciona positivamente, aunque la difusión de algunos, como los vehículos eléctricos y las tecnologías para el tratamiento del cáncer, se mantiene baja.
No habría que apuntar mucho de cuánto se ganaría si se destina una mayor y mejor inversión en ciencia, tecnología e innovación, como motor impulsor del desarrollo económico y el bienestar social. Además, si se contempla desde la apropiación colectiva y la comunicación efectiva de sus resultados, podría elevar la validez práctica y la percepción pública, que al mismo tiempo contribuiría a una cultura de innovación y generaría adherencias en ese sentido.
Innovar no es una mera opción, es una necesidad. Esto debe ser hoja de ruta y oportunidad para el futuro, uno en el que la innovación y la ciencia pasen a una etapa de mayor sofisticación e impacto en beneficio del mundo en que vivimos. Así reza la proverbial sabiduría japonesa: “Sacrificar la innovación para ahorrar costes, es como parar el reloj para ahorrar tiempo”.