“Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad,” articuló con voz radiofónica y excitada Neil Armstrong, mientras su bota izquierda hollaba la superficie del Mar de la Tranquilidad. La frase no fue dictada desde la NASA. En un rapto de inspiración sublime, el comandante del Apolo 11 la fue mascando de camino al espacio; pero estiró el chicle para laurear la hazaña. Aquel verano de 1969 todos miraban a la Luna. Desde ese momento, en que dejaba su mítica huella en una arenilla tan fina como carbón en polvo, podría decirse que la humanidad jamás volvió a ser la misma: cambió nuestra cultura universal.
Cuando regresó, nueve días después, aquel pionero de su especie fue vitoreado por reyes, presidentes y naciones enteras. Era un superhéroe, una aleación de Capitán América con James Kirk –el personaje de Star Trek–, y un toque de John F. Kennedy. Tenía el mundo a sus pies. No solo había abierto la avenida hacia el satélite terrestre para una docena de exploradores, sino un vasto campo de teorías de la conspiración, dudas y misterios que quizá nunca se disipen.
¿Pero, qué relación tiene ese episodio con el tema de marras? Aunque parezca un ejemplo lunático, de la citada empresa captamos la moraleja: lo más importante de un hecho será siempre su impacto, las derivaciones. Esa misma tesis, en esencia, define la misión del Programa Mundial de Alimentos (PMA, o WFP, por sus siglas en inglés).
Perteneciente a las Naciones Unidas, hace 60 años el PMA constituye la mayor agencia humanitaria dedicada a la asistencia alimentaria en escenarios complejos y situaciones de emergencia; además, proporciona apoyo logístico para cimentar resiliencia y prosperidad en comunidades vulnerables a la inseguridad alimentaria y al cambio climático. En Cuba, aunque en el imaginario social resulte poco conocida, es bastante tangible su estela.
De cómo monitorear un Manatí
Al cielo se puede viajar con el cuerpo o con la mente… o a través de imágenes satelitales que han significado una transición conceptual en el monitoreo de cultivos que, por estímulo del proyecto integral ¡Actúa Diferente! –financiado por la Agencia de Cooperación Internacional de Corea (KOICA)– aterrizó hace alrededor de un año en el sediento municipio de Manatí, costa norte de Las Tunas.
Cuarenta kilómetros al sur, en una estrecha oficina del Centro Provincial de Meteorología, sentado frente a un par de pantalla-planas siameses y una computadora fenomenal y lumínica que parecen traídos desde la mismísima NASA, el físico Norlan Peña Ojeda se conecta de un clic al Sentinel-2 –uno de la constelación de seis satélites del programa Copérnico, impulsado por la Agencia Espacial Europea para realizar observaciones del planeta Tierra–, y cae en modo ojo de halcón sobre 15 fincas georreferenciadas en la rural geografía.
Una imagen de satélite tiene 13 bandas espectrales y gamas de máxima resolución de 10×10 metros. Con ellas trabajan combinando filtros a color natural, falso color; o pueden componer índices mediante softwares y fórmulas matemáticas para dar seguimiento temporal al estado de los cultivos: dígase verdor, clorofila, estrés hídrico, floración, fructificación y vigorosidad de las plantas; horas–luz, humedad relativa, calidad de los suelos, contaminación ambiental, plagas o anomalías; entre otros factores determinantes para la cosecha. Vaya, que, según la refractancia, y si no está nublada la atmósfera, el diestro especialista en teleselección es capaz de retratar, cantando plácidamente, hasta una hormiguita retozona ayudando a su mamá.
Ya empaquetado el mapeo en una carpeta digital, entra en relevo su coequipero Yusniel Núñez Acosta. Avezado en agrometeorología, es el responsable de “leer” los fotogramas capturados del artefacto orbital y “traducirlos” para emitir avisos pertinentes a los campesinos y funcionarios interconectados en un grupo de WhatsApp, tan de moda.
“Trabajamos a nivel de hectárea, podemos ver cuántos píxeles equivalen a ese espacio y estudiar cada parcela de los campesinos. Les compartimos mensajes diarios, un boletín más técnico cada diez días y otras informaciones en dependencia de la eventualidad, a manera de alerta temprana. Así ellos conocen las variables climatológicas, si vienen días de lluvia o sequía, el índice NDVI (salud de la vegetación) o si faltan nutrientes en el suelo. Eso les facilita tomar medidas oportunas y fundamentadas sobre cómo manejar sus cultivos, cuándo regar o aplicar fertilizantes”, ilustra Yusniel.
El objetivo final es que esta práctica se extienda a la mayor cantidad de productores posible, no solo en la provincia balcón. A futuro, ese tipo de análisis facilitará crear bases de datos para pronosticar rendimientos o catástrofes, lo que puede ayudar a una mejor planificación y a perfeccionar los seguros agropecuarios, sueña el experto; quien no deja de lamentar que la retroalimentación sigue siendo aún magra, en tanto la mayoría de los campesinos no contesta ni comenta sus experiencias en el grupo de mensajería.
¡Perdónnn!, exclamaría el pintoresco Isidoro Lamorú, inspector ministerial vividor del cuento, si se entera que casi sin querer, imperdonablemente, he pecado de absoluto. En el saco anterior no cabe Dixan Pérez Santos, productor líder en Manatí.
Parado en un surco de frijolitos que no le sobrepasan las botas de agua parece Gulliver, pero es más bien tipo bajetón, de 40 años; fornido como un cedro, saluda con manos plomizas; trae el sol alojado en sus pómulos. Cuando en 2015 el Programa Mundial de Alimentos llegó a la talanquera de su granja urbana La Fe, le dio hospitalaria acogida y apostó por asumir la propuesta de desafío. Un salto de fe.
“Empecé en este mundo viendo el parte meteorológico del Noticiero, pero ahí no te especifican cómo estará el tiempo en Manatí. Hasta que se dio esta conexión con el Centro Provincial de Meteorología, donde los especialistas me proveen un pronóstico fiel y cercano que me permite desarrollar una agricultura de precisión. Además, se me ha favorecido con instrumentos, un semiprotegido, un motocultor para trabajar ahí dentro, la casa de posturas que estamos montando, y esperamos un sistema de riego. Ahora tengo mayor rendimiento y menos pérdidas que al inicio”, valora.
“El problema de muchos productores –reflexiona– es que queremos tener tecnología de primer mundo, en cambio somos ariscos para la capacitación; entonces luego no sabemos qué hacer cuando nos ponen el recurso en la mano. La sabiduría tradicional es válida, pero hay que saber apropiarse de la ciencia. Más allá de que ya tenía formación profesional de técnico veterinario, este proyecto me abrió la mente en ese sentido, pues, además de los insumos, he tenido asesoramiento para diagnosticar y minimizar riesgos en la finca”.
La capacidad innovadora de Dixan salta a la vista particularmente en un rústico “acueducto” que levantaría ronchas a los propios romanos; o añoranza a algunos compadres, quién sabe, los que en un terruño tan árido como es Manatí –entre los municipios más secos de Cuba–, y carentes de regadíos, deben obrar milagros o implorar al cielo un chubasquito para rociar sus campos en sepia. A fuerza de previsión y osadía, pico y pala, el muchacho diseñó un kilométrico entramado de zanjas y canales que escurren el agua de lluvia hacia un embalse igualmente artificial, el cual ha aprovechado para la piscicultura. De paso sirve para entretener al hijo que lanza una varita de pescar, y matizar la dieta del bohío suyo.
Cada semana el animoso agricultor carga su carretón de caballo, puede ser con calabaza, ají, maíz, yuca, habichuela, plátano burro, frijol biofortificado Cubana 23… en fin, lo que haya podido cosechar, y después de recorrer tres kilómetros cruza la valla donde el rostro de la voz del danzón, Barbarito Diez, da la bienvenida a la comunidad. Dixan cumple su compromiso de entregar productos frescos, variados y nutritivos a la red de protección social; abastece el hogar materno, dos escuelas y el Sistema de Atención a la Familia (los populares SAF).
Gibara verde x ciento
Promover la gestión y autonomía municipal a partir de soluciones locales en el autoabastecimiento alimentario suena bastante parecido a un slogan, se dice fácil pero bien podría ser la decimotercera tarea de Hércules. Esa misión pesa sobre los hombros Robert Manuel Leyva Martínez, coordinador del proyecto Gibara verde x ciento; una intervención conjunta del Programa Mundial de Alimentos, mediante el mecanismo de cooperación Sur-Sur, y triangular con China y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA).
“Este es un proyecto de muchas primeras veces. Nos ha traído novedosas herramientas y ha cambiado nuestra actuación como investigadores. Mediante unas plantillas cedidas por el PMA pudimos determinar las situaciones reales de las formas productivas y las necesidades de las redes de protección social, haciéndoles una encuesta de gustos y preferencias. De ahí establecimos orden de prioridades y planes de negocio.
“No olvidemos que la agricultura es un negocio, hay que vender para que sea sustentable y el productor nunca debe perder”, enfatiza el ingeniero agrónomo en la Unidad de Extensión e Investigación y Capacitación Agropecuaria (UEICA). Única de su tipo en el país, la institución de 130 trabajadores es epicentro de estudios avanzados en tomate, berenjena, quimbombó, 92 variedades de frijoles, maní, maíz, yuca, ñame-papa… hasta pasto. De ahí brotan las semillas mejoradas, posturas, tecnología e instrucciones para los campesinos asociados que anhelan cultivos más adaptables y resistentes a los (mal)humores del clima.
“Pero el gran reto es sembrar un modelo de producción–distribución que vincula directamente a la cooperativa con los beneficiarios. Hasta ahora vamos demostrando que funciona y es replicable. Más que hectáreas, para ello se requiere comprensión e intención política. Si nos apropiamos de ese modelo podríamos conseguir resultados inimaginados, y sobre todo pensar estratégicamente que una vez concluido el financiamiento debe perdurar la práctica; de lo contrario, pasó la inversión del Programa Mundial de Alimentos por aquí y se evaporó todo el esfuerzo. Hay que notar la repercusión, debemos hacerlo sostenible”, convencido, lo dice y lo repite –y es matraca suya– sin pelos en la lengua, incluso ante los funcionarios de la intendencia local.
En la CCS Radiel Velázquez, una de las cuatro cooperativas gibareñas apadrinadas por el proyecto, hablan de antes y después. A nombre de 160 asociados y 60 mujeres empoderadas, con ambos puños afincados sobre la mesa, rostro adusto bajo negro sombrero alón y nariz de estatua griega, Luis Manuel Velázquez Fernández, su presidente, discursa sin rodeos sobre avances, cumplimientos productivos y reajustes de precios para hacerlos asequibles.
“La agricultura es un poco puñetera”, expele en idioma guajiro, aludiendo a los sofocos que les da esa especie de carnaval de sequía; y advierte que al cultivar con ciencia tienen más chance de domar ese potro salvaje que es el cambio climático. Hoy se vanagloria, pues gracias al proyecto disponen de 32 sistemas de riego que, si bien no resuelve todas las carencias, resulta bastante tranquilizador y alivia el frescor de las viandas, frutas y hortalizas que lleva semanalmente en transporte autogestionado hasta la escuela primaria Leonel Hernández, en Velasco, localidad célebre en un tiempo extraviado por ser el Granero de Cuba.
El convenio con la cooperativa ha restado desvelos a la directora Kenia Velázquez Peña. Para nadie es un secreto que alimentar cada día a una matrícula de 182 niños, más profesores, buscando el balance justo entre gramajes, apetencias nutritivas y lo que haya en almacén, plantea un teorema que cuadricula la cabeza. Han ganado en estabilidad y variedad, asiente la entrevistada, mientras se alcanza a ver bandejas servidas de sopa, arroz “con suerte” y un tamal en cazuela elaborado con mil mazorcas recién entregadas por Luis Manuel; aunque en la pieza de aluminio fulgura, limpia y honda, la división reservada al “plato fuerte”. Eso, cubanamente llamado “el refuerzo”, viene casi siempre de casa.
Una dinámica similar tiene el seminternado Eddy Suñol, de la cabecera municipal. De pañoleta roja: Daniela, Kellen, Khaterine, Alexandra, Beatriz, Diego, Luis y Yudel, en representación de otros 184 compañeros, disertan sobre la importancia de comer saludable, de cuáles alimentos les dan y cuáles prefieren, agradecen a los productores que los nutren y al Programa Mundial de Alimentos por ser sombrilla. Como detalle, los alumnos evocan que en 2020 la organización mereció el Premio Nobel de la Paz por su liderazgo al encarar la bestial inseguridad alimentaria y prevenir guerras, socorriendo a más de cien millones de personas en 88 países.
Junto al performance infantil, murales y pancartas alegóricas denotan una labor pedagógica consecuente. “Para que haya aprendizaje debe haber buena alimentación”, verdad con el peso de un mazo que deja caer la directora Miriam Gutiérrez Garrido. A sus 77 años, guarda una inaudita lozanía y bríos de juventud, cuando fue alfabetizadora “Conrado Benítez”.
“A los niños les hablamos constantemente del proyecto, de las calorías y vitaminas que aportan los alimentos, de que hay que aprender a incorporar comidas diferentes; inclusive participan con nosotros en la elaboración del menú semanal. Hoy están almorzando congrí, yuca, sopa de maíz, aporreado de ovejo y ensalada de pepino. Por ejemplo, han aprendido tanto que exigen picar bien la mazorca de modo que alcance para todos, y si no ven su ruedita en la bandeja hasta la reclaman. No crea que todo es oro, a veces no llega un producto u otro, pero estamos muy satisfechos con el abastecimiento de la cooperativa Félix Rojas. ¡Que ni nos la quiten!”, exclama con las manos por encima de la cabeza, empujando el ruego a las alturas.
A menores comensales, mayores son los requerimientos nutritivos y exclusivos los gustos. Hay que extremarse en la elaboración y la dieta. Regla consabida en el Círculo Infantil Los Graneritos, donde la directora Madelaine Batista, la dietista, las cocineras y las educadoras se afanan ante nuestros ojos para que los pequeñines ingieran todo el congrí, carne en salsa, “fongo” (plátano burro) hervido y compota de postre. Abastecidos por la CCS Manuel Angulo –más donaciones de otras fincas y padres–, 101 meñiques gorjean, lloran, ríen, juegan, se hunden en sus catres a soñar.
Una imagen de ensueño, a juzgar por la celosa limpieza y decoración, ofrece el SAF La Cariñosa, a un costado de la modesta plaza de Uñas. No, no se trata de la capital de la manicura, sino de un consejo popular eminentemente agrícola. Basta con verle las uñas a la gente. Un par de comensales de paso refiere el esmero del colectivo que hace 12 años administra Amarilis Pupo Muñoz. La doña resalta que la integración con el proyecto les ha garantizado productos frescos, alternativas económicas, y esperan recibir equipos de cocción y refrigeración dirigidos a mejorar el servicio que prestan actualmente a 32 asistenciados.
La cara opuesta de la moneda sería el SAF El Deleite. Más nos “deleitamos” con la regia estampa del administrador, en oronda contradicción con el local estrecho y penumbroso donde “se atiende” como al desgaire a 71 seres humanos en situación delicada. “Esto está malo”, coinciden varios a mi alrededor. Y me cuentan y preguntan y reclaman toda clase de temas que se arraciman; ni Siri podría procesar tanto.
Fueron obreros, maestros, pescadores, gente que rio y amó… A uno le falta un ojo; al otro viejo, dos dedos; a este mediotiempo, nervios en las manos; al jovencito, la razón; a un padre, desesperado, medios para la pequeña hija postrada… Solo veo cuerpos enjutos en ropas raídas y almas contritas en manifiesto estado de depauperación. Comprendo que ningún esfuerzo es suficiente si no late en las cosas el corazón. Gibara, la bautizada Villa Blanca de primorosos encantos y sede de un rico festival de cine pobre, se me desnuda con todos sus contrastes.
Empeño y decisión sí ponen en la CCS Manuel Angulo, para abonar de manera estable y a precios diferenciados las raciones a sus entidades dependientes. Con la locuacidad del docente que antaño fue, Arnel Serrano, al frente, apunta entusiasmado que han recibido del Programa Mundial de Alimentos algunos de los recursos solicitados, entre ellos útiles, insumos y una casa de posturas que a sus espaldas va trepando hacia las nubes, en manos de Carlos Pupo Santiesteban, agudo y largo como los mismos tubos que ensambla bizarramente.
En cenital perspectiva el chico confiesa que hace esto, en primer lugar, para ganar dinero y mantener a su familia, pues a su edad –27 años– es muy raro no emigrar del campo, donde las condiciones de vida y trabajo son demasiado duras. Aplaudo su sinceridad. El humano criterio no resta valor a su consagración y voluntad de ponerle “coco” al asunto, optimista de generar allí las 200 mil posturas comprometidas con la UEICA para beneficiar a otros productores en la comarca. No por gusto fue elegido en la asamblea de asociados. Carlos, aprecia Arnel, “es de los que no te juegan manganilla”.
El cuarto as de esta baraja es la CCS Félix Rojas, intrincada en el caserío de Cazallas. Su presidente, Jorge Luis Verdecia, lo mismo gana un “extraoficial torneo” de quién saca más cangres de yuca en un minuto sin quebrarse la cintura, que es enviado especial del proyecto a China, para recibir capacitación e importar lecciones. Hoy, mejor preparado, sigue ganándole terreno al marabú y fortaleciendo las capacidades de sus tierras para aumentar rendimientos, diversificar plantaciones y aportar más, en cantidad y calidad, a los cuatro SAF y un seminternado bajo su manga.
Calcula el ingeniero Robert que pasan de 12 mil las toneladas de alimentos entregadas por las cooperativas vinculadas al proyecto en el noroccidental territorio holguinero. Más de cuatro mil personas se benefician directamente –¿y cuántas miles más lo serán por vía colateral?– con Gibara verde x ciento.
Jiguaní: con chispas para crecer
Vestida de cumpleaños, con abundantes vuelos y lazos rosados, asiste Galilea en brazos de su mamá al consultorio número 10. La doctora Elennis del Toro y la enfermera Jasmín Ponce las esperan para entregarle, por primera vez en sus rozagantes siete meses, las correspondientes “chispitas” que la protegerán al crecer; como parte del proyecto ¡Actúa Diferente! en Jiguaní.
A su lado, aguarda también pepillo Dilan, de un añito. Pareciera que trae “la chispa en vena”, pues su revoloteo es tal que mamá le insta a la calma consecutivas veces. Jeidy Ginarte confirma nuestras sospechas: “La recibimos por segunda vez. El niño la aceptó bien; noté cambios: subió de peso, mejoró su apetito, está más activo y se enferma menos”. Con sus sendas cajitas de 60 sobres en las manos, los peques quedan pintados para la foto.
Otra que rengancha es Danay Ramos, del consultorio 14, contenta por los efectos en su bebé de un año. “A decir verdad, me costó asumir la idea de echarle un producto raro a la comida, pero confié en los médicos y cumplí las indicaciones. Se vierte el sobrecito en una esquina de la comida al tiempo y se le va dando; no cambia sabor, color ni olor”, admite. Allí la doctora Dayamí Serrano certifica que en “la clínica” afloran mejorías en la salud de los infantes y que algunas madres lo demandan, aunque los hijos estén fuera del rango de edad.
Le llaman “polvos mágicos”. Sencillamente se trata de micronutrientes en polvo, una de las líneas principales del plan de integral de prevención y control de la anemia por deficiencia de hierro, que desde hace 14 años ha promovido el PMA a través del Ministerio de Salud Pública. La buena noticia en el horizonte es que se prevé ampliar la entrega al resto del país. Jiguaní, en la provincia de Granma, fue señalado para recibir el complejo vitamínico por ser uno de los territorios con mayor incidencia de dicho flagelo.
Para este y otros procesos en implementación, el Programa Mundial de Alimentos apeló al Sisvan (Sistema de Vigilancia Alimentaria y Nutricional), una herramienta de análisis basada en estadística paramétrica que allana la evaluación periódica de grupos vulnerables como niños, embarazadas y ancianos. Por ejemplo, 66 de estos últimos son atendidos en el SAF El Sabor.
Otras que conllevan cuidados proteicos de rigor son las 20 inquilinas del Hogar Materno Esperanza Acosta. El centro ha sido beneficiado con refrigerador, nevera, cereales, leche en polvo y el convenio que les asegura la entrada estable de productos agrícolas. Yasmina Rodríguez, quien ingresó a los cinco meses de un embarazo gemelar, reconoce que ha ganado peso y que le dan “una dieta balanceada en la medida de lo posible”.
Si de cultura alimenticia hablamos es inevitable citar el centro escolar Conrado Benítez, donde varios círculos de interés de diferentes grados, incluidos de educación con necesidades especiales, bajo la guía de profesores y chef profesionales preparan curiosas recetas culinarias mientras exponen maravillosamente las propiedades de frutas, verduras y granos. La joven directora Yadira Castelnaux tiene claro que la divulgación científica y la sanidad nutricional deben empezar en niveles primarios. Lo mismo que para alimentar a 1 044 comensales que a diario cruzan el portón del plantel es menester la articulación con las bases productivas.
Son siete las entidades de producción en Jiguaní involucradas en el proyecto, el cual ha asignado instrumentos de trabajo, mochilas de fumigación, casas de posturas, de tapado y motocultores. Uno de estos flamantes vehículos fue a parar a la finca suburbana en la carretera de entrada al poblado, donde casi es recibido con voladores.
“Esto va a humanizar mucho el trabajo”, remacha el operario, y acto seguido celebra que por si fuera poco se ahorra dar voces al buey. A ciencia cierta pudiera jurar que la asocio a una clásica Harley Davidson de estrambótico timón, pero los largos brazos mecánicos –denominados manceras– siguen recreando el susodicho par de cuernos. Como maquinita nueva ara mejor, al manso bovino le fueron otorgadas otras funciones.
El motocultor es como un tractor pigmeo con ronquido grande, de un solo eje, que funciona de manera autopropulsada; o sea, precisa de una persona que lo sostenga y empuje. Lo componen: chasis, motor, embrague, caja de velocidades y conexiones donde se acoplan discos y cuchillas para las diversas labores de tierra. Algo así como un tres en uno.
“Este tipo de tecnología se suele emplear en casas de cultivos semiprotegidos, aquí no puedes meter un tractor porque te va a apelmazar el suelo. El pequeño motocultor pasa sin dañar los canteros, acorta los tiempos y deja una mejor textura en el terreno. Además de que usa diesel, no gasta casi nada, y si le pones la carretilla sirve para transportar las mercancías a los centros priorizados”, pondera Edelvio Hidalgo, el diligente monitor del Programa Mundial de Alimentos en la provincia granmense, donde Jiguaní –con ocho mil 500 beneficiados directos– intenta demostrar que no solo tiene chispa para crecer, sino que vale la pena actuar diferente.
Lo mismo que la humanidad y sus extraordinarios ascensos estaban enmarcados en aquella huella de un astronauta en suelo lunar, cada pequeño paso del Programa Mundial de Alimentos en esta isla puede significar un gran salto para la cubanidad.