Diseño: Amanda Baró
Cuando me dispuse a escribir esto, no sé, ya no quería escribir esto, sino irme a la cama, terminar una serie, saber el rumbo de la vida de Ariel después de su infarto genial, apagar la luz, cerrar los ojos, soñar o simplemente dormir. No sé, esa noche, al menos esa, yo quería esfumarme de la responsabilidad de escribir este texto. Incluso después de querer escribirlo tanto, de verlo en la gente que acompaño, yo había creído en la posibilidad de este texto como un remanso para ciertos días, y no precisamente para hoy.
Es febrero de 2025, y Plumi ya no está. En esta casa nunca estuvo físicamente, pero estuvo siempre cuando levanté el teléfono para saber de mi madre. Claro, con el tiempo, una entiende que ser hija no es fácil, pero que ser madre lo es menos y que la distancia nos vuelve doblemente perceptivos. Las cosas que no vemos las construimos en nuestra imaginación.
Para él yo era una especie de madre. Cuando llamaba siempre había espacio para saber del bigotudo, de su humor, de las manías, y si era posible, hasta para esperar por uno de sus maullidos leves, refinados, e incluso tiernos, como esa sensación de quien guiña un ojo y al mismo tiempo busca sonreír. Sí, los maullidos de Plumi se parecían a él, a su esencia. Yo hasta pudiese comprobarlo a no ser por esta cobardía que me impide desplazarme tranquila hacia el pasado.
Para finales de diciembre de 2023, un año devastador en cálculo de felicidad, escribí en una “lista de cosas por cumplir” para el próximo año “adoptar un gato”. Fue el último punto de más de 20 y su posición podía explicarse, y también entenderse: el peso en la mochila de una persona (mujer) migrante tiene que obligatoriamente ser ligero para que entonces no parezca migrante, si no una más. Una persona que poco controla sus tiempos como para controlar los de un animal.
Al próximo año, por primera vez, dormí durante meses en la misma cama de un canino que esperaba mi sueño para después acomodar el suyo. Mientras, superado casi el primer semestre, me convertí en la tía responsable de una gata loca y negra que Gabe, el más simpático de los amigos, decidió adoptar. Quizá por eso ahora me encuentro reflexionando sobre la efectividad de las listas y ese punto cumplido en cierta medida.
No he dicho que en casa, la casa de mis padres aunque también es mía, éramos nosotros y seis gatos. Entre los seis, estaba Plumi. Mi madre quedó a cargo de ellos cuando vine a La Habana. Así fue como todos, poco a poco, nos aconstrumbamos a la distancia.
Sin embargo, ni ellos ni yo, ni una buena parte de la gente que me rodea, ha sabido sostenerse sola. Tal vez sí, aunque sin sus mascotas no hubiese sido lo mismo. Me preguntaba, hace unos días, en uno de mis textos: “¿Qué hay de aquellos internados en la soledad de su último piso? ¿Cómo aprenden a cuidarse sin haber cuidado antes? ¿Cómo sobreviven con tanto lugar muerto? “
Bolito, Emma, Lela, Chantal, Jagger, Yoruichi, Sofi, Yoko, Roma, Fátima, Musa, Alex, Rocky, Karen, Chuqui, Negro, Ore, Vinita, Nini son compañía. Ellos, en esta lista desordenada, llegaron de alguna forma a mí. No tan intencional como esa convocatoria inventada para rescatar del anonimato a algunos de sus nombres. Resulta que ellos han sido la respuesta a un mensaje de texto, su situación actual, su foto de perfil, la portada de una campaña social o publicitaria, la sororidad que comparto con muchos por el hecho de lo incondicional.
El espacio que los salva de alguna forma, al igual que a mí, está en la responsabilidad de cuidarlos, aun cuando ello sea nombrado como un deber. A cambio, hay un animal que siente la alegría como suya, como mismo siente la tristeza, la distancia, la ausencia, los cambios…
Moverme entre mascotas va también para cada lugar que habito, para la familia propia y la que he creado, para los amigos que piden por ellos con urgencia un medicamento hasta sacarlo de abajo de la tierra, para las videollamadas a base de onomatopeyas, para los callejeros que tienen horarios de visitas, para las caricias prestadas…en resumen, para todos los hijos de cuatro patas que ha adoptado la gente que conozco, o conocí.
Es 20 de febrero de 2025 y me hubiese gustado saber qué haría Plumi después de leerle este texto. Creo que es la misma nostalgia de saber qué haría yo si tuviese todas las fotos de las mascotas que he conocido.