Por Lizabet García Romero
“…El mayor cambio que necesitamos hacer, es del consumo a la producción, aunque a pequeña escala y en nuestros propios jardines. Si tan solo el 10% de nosotros hiciese esto, habría suficiente para todos.” Esta expresión del biólogo y activista Bill Mollison, conocido como el padre de la permacultura, evidencia las bases de un concepto que, a pesar de ser aplicado, no es popularmente conocido.
Esta alternativa, que ofrece un modelo altamente favorable de interacción con el medio, es aplicada ya en los hogares y entornos de varias familias cubanas.
Un cambio en el vivir
María Caridad Cruz, Coordinadora del Programa de Desarrollo Local Sustentable de la Fundación Antonio Núñez Jiménez con más de 20 años de experiencia en la permacultura, explica que la esencia de la permacultura está en la unión de los dos vocablos que conforman la palabra: permanente y cultura.
“Es un cambio en la forma de vivir, una nueva filosofía que se corresponde con las necesidades del planeta. Sus referentes son los patrones de la naturaleza, los bosques. Toma de muchas disciplinas, no solo de la parte agrícola, pues si tuviera que definir la permacultura, diría que es la creación de asentamientos humanos sostenibles”.
Con esa expresión, no solamente hace alusión a las ciudades, también a las fincas y a cualquier espacio donde haya personas que interactúen directamente con la naturaleza, pues somos elementos del sistema y recursos del medio ambiente.
En el libro Permacultura: Familia y Sustentabilidad, que escribió de conjunto con su colega Carmen Cabrera, Cary precisa que la permacultura proporciona herramientas para aprovechar mejor lo que nos rodea, haciendo hincapié en las interrelaciones benéficas entre las personas y entre estas y el mundo natural, y de esa manera prepara a la humanidad para vivir en armonía con la naturaleza.
Desde la visión de la permacultura, los sistemas creados deben sustentar a las generaciones presentes y futuras, una filosofía de cooperación y cuidado de la naturaleza y de las personas mediante la diversidad, estabilidad y resiliencia o capacidad de recuperación de los ecosistemas.
Para ello tiene basamentos como la observación e interacción con los sistemas naturales, así como la sabiduría contenida en las sociedades preindustriales sostenibles. También se nutre del conocimiento científico moderno y necesita de las tecnologías apropiadas.
Principios: la ética y el diseño
“Hay una ética que une a todas las permaculturas del planeta, que dice que donde quiera que esté, tengo que pensar que lo que estoy haciendo es para cuidar la Tierra y luego para cuidar a las personas. El tercer principio ético es repartir los excedentes”, menciona María Caridad Cruz.
Luego de satisfacer las necesidades básicas, no las súper extraordinarias, sino las fundamentales para vivir (de tipo físico, espiritual, social y ambiental), siempre hay excedentes, ya sea de tiempo, conocimiento, dinero, productos, energía…Si no se destinan al cuidado del planeta y las personas, se dedican al sobreconsumo.
La base para elaborar un buen diseño en permacultura es comprender que el ambiente es un sistema: un conjunto de elementos relacionados entre sí, que realizan una o varias funciones. De ese enfoque puede nacer un sistema permanente funcional y dinámico.
Entre los principios de la permacultura están ver oportunidades, no problemas; la cooperación en contraposición con la tradicional competencia, el uso eficiente de la energía, la no generación de desechos y garantizar la diversidad. Igualmente, valora la utilización de los recursos naturales sin agotarlos, la valoración de lo marginal y el respeto a la sucesión y los ciclos naturales.
Para el diseño de sistemas urbanos compactos, lo primero es tener en cuenta que se debe garantizar un acceso y cercados seguros. También, utilizar y evacuar adecuadamente el agua y los residuos, así como prevenir las afectaciones a la edificación, las humedades y las filtraciones.
Por supuesto que es esencial asegurar la aceptación de los habitantes del espacio y evitar los daños al inmueble, olores, ruidos, residuos y otros fenómenos que pueden ser fuente de conflicto. Además, reducir al máximo el impacto de eventos climáticos extremos como los huracanes, sobre todo a partir de ser consciente de que cada lugar tiene características y soluciones propias.
“Se tiene que diseñar para aprovechar al máximo la energía natural: la ventilación, la iluminación. De esa forma se consume menos energía de fuentes no renovables. Por ejemplo, se pueden poner enredaderas de uvas separadas de los techos de las casas, lo cual baja los grados de temperatura de la vivienda. Si no está ventilada o no tiene iluminación, se recomienda abrir nuevas ventanas. En esas acciones hay indicadores de cambio. Los permacultores han disminuido hasta un 25 por ciento el consumo de electricidad.
“Mi sistema debe alcanzar la mayor autosuficiencia posible. Si vivo en un apartamento, no puedo tener una vaca o una chiva, pero puedo sembrar condimentos y algunos vegetales de hojas. Además, debo no generar desechos; si algo de lo que está se puede convertir en uno, porque no voy a volverlo a utilizar, no lo puedo introducir en el sistema”, aclara Cruz.
Cuba permacultora
“Cuando llegó el Periodo Especial de los años 90, producto al derrumbe del Campo Socialista, Cuba atravesó una crisis económica muy fuerte porque todo lo que llegaba desde fuera dejó de hacerlo. El tema de la alimentación estuvo muy impactado debido a la gran dependencia de las importaciones, que a día de hoy seguimos teniendo. Venían también combustible, piezas de repuesto para los tractores y todo lo que funcionaba en el campo.
“En ese tiempo, llegó al país una brigada de solidaridad proveniente de Australia y Nueva Zelanda, llamada Cruz del Sur y algunos de sus miembros conocían la permacultura. Ellos se dieron cuenta de que podía ser útil para producir alimentos en pequeños espacios familiares, en una escuela, en una fábrica…de la manera más ecológica posible. La crisis de los 90 dio la oportunidad de que llegara a Cuba y se desarrollaran la permacultura, la agroecología y la agricultura urbana.
“La gente necesitaba comer, y espontáneamente comenzaron a sembrar en los lugares donde tenían espacio. Luego los gobiernos locales dieron tierras, regaderas, semillas hasta la institucionalización, asumida por el Ministerio de Agricultura”.
María Caridad cuenta esa historia en el artículo “La comunidad y su derecho a una producción, comercialización y alimentación de calidad, presentado en un panel de LASA 2023. Allí relata la creación del sistema de la agricultura urbana que ha seguido trabajando hasta hoy.
Una de las ventajas de cultivar en los espacios urbanos ha sido la reducción de las distancias para comercializar y distribuir los alimentos, con el consiguiente ahorro de combustible. Y aunque no se ha potenciado, una riqueza latente es la generación de materia en los hogares con el propósito de hacer abonos destinados a los espacios productivos.
La aparición de los organopónicos en 1994 y del Movimiento Agroecológico de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) en 1996 dieron un impulso a esa visión novedosa que hoy se extiende a fincas, ya no solo en la ciudad, sino también en la periferia, que pueden llegar hasta ser que tengan 30 hectáreas.
Muchas personas, de la agroecología, pasan a la permacultura porque es un modelo más abarcador. “Representa un cambio de vida absoluto, una filosofía diferente. Cuando te adentras en la permacultura aprendes a observar de una manera diferente”, asegura la experta.
En la permacultura las viviendas y otras estructuras se conciben como partes integrantes del ciclo ecológico del sistema para alcanzar el mayor grado de autosuficiencia posible. Allí se emmplean técnicas y tecnologías apropiadas y accesibles económicas y culturalmente a cualquier persona, como: los calentadores solares, los molinos de viento y la potabilización del agua con el sol. Además, comprenden los espacios con valor estético y utilitario, integrados ecológicamente al paisaje y utilizan al máximo los recursos y “desechos” locales, evitando la dependencia.
“La agricultura urbana, el Movimiento Agroecológico de la ANAP y el movimiento de permacultura, que es acompañado por la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, para mí, son los pilares de la agricultura sostenible de este país, porque son los que están en un proceso de cambio de verdad, producen de la manera más sana posible y tienen una participación amplia de la gente”, enfatizó Cruz.
…El trabajo en la Fundación
María Caridad Cruz recuerda cómo la vocación ambientalista de Antonio Núñez Jiménez contribuyó a la entrada de ese modelo de producción en Cuba. “Él, que siempre tenía una visión a largo plazo, no tenía idea de lo que era la permacultura, pero al conocer que era producir de la manera más ecológica posible, en pequeños espacios, se sintió interesado. Entonces, la gente de la Brigada Cruz del Sur, empezaba en Australia un proyecto para apoyar financieramente a Cuba e iniciar las capacitaciones”.
Ese trabajo se extendió hasta el 2000, y a partir de los conocimientos adquiridos comenzaron a capacitar personas.
Ya para el 2012 se formó una estructura más organizada por localidades. Los miembros empezaron a promover esta filosofía de vida en otras personas que formaban parte de sus entornos. Hoy existen 28 grupos de permacultores, distribuidos en diez de las 15 provincias que tiene Cuba. Sancti Spíritus, Pinar del Río y La Habana son de los territorios que tienen más personas involucradas. Sin embargo, aún no se consigue crear grupos en Artemisa, Mayabeque, Villa Clara, Las Tunas y Holguín.
Según el libro Permacultura: Familia y Sustentabilidad describe que en Cuba el movimiento de permacultura en el país cuenta con más de mil trescientas personas que aplican esa filosofía en sus sistemas familiares y comunitarios, urbanos y rurales.
Iniciar a una persona en la permacultura implica aprender y es por ello que desde la Fundación se imparten cursos de diseño, de manera que cada persona cree su propio sistema, el cual, en la medida en que se lleva a la práctica se va transformando en una especie de secuencia de aprendizaje activo.
Un aspecto concreto que se considera es el agua, que se puede utilizar, pero no agotar, y esto tiene que ver no solo con el uso, sino con no contaminarla. Para ello se puede incorporar un sistema de depuración de las aguas grises, esas que se generan cuando nos lavamos los dientes, fregamos… El recurso resultante no se puede ingerir, obviamente, pero sí sirve para regar las plantas.
Otro aspecto distintivo de la permacultura es que en las siembras se debe seguir el patrón del bosque, que tiene como esencia la variedad, a partir de una organización por Zonas y sectores, relacionados con el mayor o menor uso de energía, para ubicar los elementos según la frecuencia de ese uso o la necesidad de trabajar con ellos.
Nuevos miembros para la familia
Para María Caridad Cruz, la mayor meta que tiene el movimiento de permacultura es que las personas se apropien de esa filosofía.
“La gente que practica la permacultura, lo hace porque quiere, no es una labor impuesta. Es el motivo que más afianza el quehacer de los interesados.
“Es un compromiso personal, no una tarea. Se hace a conciencia, por lo que si de verdad las personas desean cambiar su forma de vivir, tienen que interiorizar una serie de pautas que muchas veces representan ir en contra de la corriente. Las personas dicen que todo está muy caro y no hay comida, pero tienen tierra y no siembran”.
Retomando el ejemplo de la enredadera de uvas, esta es una alternativa también para hacer vinos y vinagres. La venta de esos productos puede representar una fuente de ingresos conveniente para cubrir otras necesidades.
La cooperación, como concepto, apunta además al machismo cultural histórico, pues evita la sobrecarga de las mujeres. “Estamos hablando de una interrelación entre plantas, plantas y animales, miembros de la familia, del vecindario. Estamos hablando de ir contra la competencia como modelo.
“Por eso también se está haciendo mucho énfasis en la juventud. A los jóvenes no les gusta la agricultura, y el motivo principal es que no hay creatividad, pero la permacultura es todo lo contrario”.
Sin lugar a dudas el primer derecho que le corresponde a una persona es tener alimentos; luego, es importante que estos sean de calidad. Esos derechos les corresponden a todos los habitantes del planeta, no solo a aquellos que por coyuntura tienen recursos financieros para asegurárselos.
Como enfatiza el texto “La comunidad y su derecho a una producción, comercialización y alimentación de calidad”, ese cambio tan radical, por supuesto requiere de políticas públicas y de una responsabilidad estatal no transferible.
La ley que amparaba la entrega de tierras en usufructo a toda persona interesada, aprobada desde hace unos años, así como la de Soberanía Alimentaria y Seguridad Alimentaria y Nutricional, son ejemplos de esas políticas.
No obstante, también la ciudadanía debe asumir su responsabilidad, no limitarse a reclamos y convertirse en un ente activo por el derecho a su alimentación. Los movimientos antes señalados, muestran el camino y no son solo manifestaciones de resistencia a las deformaciones de la modernidad, menciona Cruz.
Los recientes pasados años nos dejaron lecciones que no debemos descuidar. En solo días puede cambiar, y de manera drástica, el contexto de un país y del planeta, y de ahí se deriva el mayor desafío.
Hay que prepararse mucho más y rápidamente, para enfrentar los nuevos escenarios de situaciones extremas que se avecinan, sobre todo para disminuir en lo posible, las crecientes cifras de personas vulnerables. No se pueden perder oportunidades de tiempo y espacio. La permacultura es una propuesta viable en esa dirección.