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Batabanó: la calma tardará en llegar

Yans Roberto Pérez Domínguez
08 noviembre 2024 | 1 |

Cuando llego de La Habana, Batabanó tiene una agitación poco habitual. El número de personas desplazándose por sus arterias, esas que no conocen de sangre, pero sí de agua, resulta abrumador.

Una decena de ómnibus desfila por los tres kilómetros que enlazan al poblado costero de Surgidero de Batabanó con el centro del pueblo.

– Están sacando a todo el mundo-, me dice una señora que intenta llegar a Surgidero para convencer a su familia de ser evacuada.

La gente que va en las guaguas trae en su regazo almohadas, sábanas, lámparas y algo de comida. Sigo de camino a mi casa y me encuentro con una unidad de tropas especiales frente a la policía municipal. Hay tráfico, cosa rara en el pueblo, murmullo, bulla, caos.

Es noviembre de 2024 y se conoce la amenaza de un peligroso huracán que afectará la costa oeste de Cuba. Y que, además, impactará por algún punto del sur. 26 mil almas tienen la memoria clavada en las dos últimas ocasiones en las que el mar llegó hasta muchos hogares. Por tercera ocasión en poco más de 50 días, volverá a suceder.

Primero fue la tormenta tropical Helene, luego Milton y ahora, Rafael, con categoría 3. Tito y Reina, pobladores de la comunidad costera de Surgidero de Batabanó, harán una nueva marca en la pared de su casa, sin saber si el agua superará el registro anterior.

Cerca de las 7 de la noche del 4 de noviembre, la Universidad de La Habana informa la suspensión de las actividades docentes. El día 5 bien temprano, comienzo el viaje a mi casa, en Batabanó. En La Habana se respiraba una extraña normalidad. La rutina parece ser la misma, pero la inminencia del fenómeno climatológico no escapa a ninguna conversación de parada, cafetería o cualquier lugar público.

Viajo con otros cinco estudiantes universitarios, todos de regreso al pueblo, para pasar el desastre en una de las zonas de mayor impacto, pero al lado de nuestras familias. Una leve llovizna acompaña la evacuación que fluye durante todo el día, aunque en ocasiones el paso de los rayos de sol a través de las nubes y el cese del movimiento dotan el ambiente de una tranquilidad muy parecida a la del ojo del huracán, esa calma momentánea tras la que viene la tormenta.

El Consejo de Defensa municipal ha evacuado a más de tres mil personas hacia zonas altas del lugar y a edificios docentes de las afueras de Batabanó. El resto se está protegiendo en barbacoas o construcciones lejos del alcance del mar y potencialmente resistentes al viento.

Al día siguiente, miércoles 6 de noviembre, la oscuridad del cielo envuelve todo y da certeza del paso del huracán. La lluvia comienza temprano y ya no cesa. Pasado el mediodía, la fuerza de los vientos aparta a la gente de las calles y destruye techos y cercados; arroja árboles al suelo, hace volar objetos y deja con una herida grave a uno de los vecinos, después de que un árbol cayera encima de su tejado y este sobre su cabeza.

Los reportes de la estación meteorológica dicen en números lo que la tormenta ruge: vientos sostenidos entre 130 y 140 km/h y una racha máxima de 165 km/h. Entre las 4 de la tarde y las 7 de la noche, las lluvias vomitan 128,8 milímetros de agua y en 24 horas se registra un acumulado de 183.7. Luego Rafael se va.

En la mañana del 7 de noviembre, cientos de cadáveres verdes se amontonan en las calles del pueblo; la vegetación siempre es la víctima más visible. El cine está descubierto, el estadio deportivo ya no tiene paredes, el techo de la farmacia interrumpe una de las vías principales, el cableado eléctrico y telefónico forman una telaraña que cuelga de postes inclinados y llega hasta el piso. La gente desborda la panadería.

De Surgidero tenemos pocas noticias. Pocas, que no son buenas. Compro el pan, lo dejo en casa, donde el techo, con nosotros, se aferró al suelo, cojo mi bicicleta y pedaleo hasta el sur con dos amigos. Llegamos al poblado costero y luego de caminar unos 700 metros ya el agua está en nuestras botas. El panorama no es diferente al de Batabanó, aunque aquí la inundación sí volvió a tocar la puerta de muchas familias. En las zonas más bajas nos traga hasta las rodillas. Hay movimiento, no parece nada nuevo para la gente que el agua les inunde, mas, sí lo es la destrucción por los vientos.

Una familia intenta reponer una cerca que cayó noqueada en su patio, varios hombres despojan las ramas de los árboles caídos del centro de las calles, muchas personas regresan de los centros de evacuación a ver cuánto daño hay en sus hogares.

Hace casi dos años que Yelenis Díaz y Marcos Iván Cintras, matrimonio holguinero, viven con sus dos niños, uno de ellos recién nacido, en Surgidero de Batabanó. Su casa es una de las más cercanas a la costa. No es pequeña, paredes de madera y cubierta de zinc y teja. La pared delantera se inclinó, el techo voló 90 grados al este, la misma dirección de los vientos de Rafael, el interior se convirtió en un pantano, repleto de agua y fango. No es un lugar seguro para la familia. Pero no tienen a dónde ir. Como ellos, mucha gente.

De acuerdo con Nedelys Delgado Felipe, presidenta de la Asamblea municipal del Poder Popular, los datos preliminares reflejan la existencia de más de 30 derrumbes parciales y cinco totales en todo el municipio. Yelenis, Marcos y los dos niños pasarán las próximas 72 horas en uno de los centros de evacuación habilitados junto a otras personas en situación similar. Una vez vencido ese tiempo, la familia deberá regresar a la casa, con la esperanza de que el propio Marcos pueda remendar los estragos del fenómeno meteorológico y hacer del lugar un espacio habitable.

Al llegar la noche, la oscuridad invade todas las casas del pueblo. Todo apunta a que el restablecimiento del servicio eléctrico llevará tiempo; los daños son enormes. Al parecer la esperanza se marchó junto con Rafael. La calma tardará en llegar.

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Comentarios

    Nereyda 09/11/2024

    La lectura te transporta al pueblito costero, pero las francas y limpias palabras del autor te entristecen con la realidad y t devuelven la esperanza aunque la calma tarde en llegar.