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Investigador ¿Cómo Sherlock Holmes?

Redacción JT
26 marzo 2024 | 0 |

Imagen tomada de Internet. Edición JT (con la herramienta Canva) 

A raíz de la publicación del reportaje “Jóvenes científicos. En la nebulosa de Andrómeda”, uno de nuestros seguidores, el ingeniero e investigador camagüeyano Orlando Lázaro Rodríguez nos compartió este texto, en el que opina sobre el tema abordado en nuestra revista.

Por Ing. Orlando Lázaro Rodríguez

A mí me inspiró, como ingeniero, Marcel Bruckmann, el héroe de la novela de aventuras Los 500 millones de la Begún, de Julio Verne. Muy notable fue la influencia en mí del ingeniero Cyrus Smith, protagonista de La Isla Misteriosa, del mismo autor. En este caso, por su curiosa capacidad aplicar de manera concreta la ciencia a la solución de problemas concretos, para lo cual unía gran ingenio mental con una asombrosa habilidad práctica. Yo diría que esta obra es precursora de los criterios actuales de sostenibilidad.

Me motivó también la obra La perrita, el chico y el cohete, por el tema de la cosmonáutica y la mención a Tsiolkovski y Koroliov, los gurúes de la cosmonáutica soviética y todos los cálculos matemáticos relacionados con la cohetería. Bueno, claro, y Sherlock Holmes también me fascinó con su poder de deducción y su muy desarrollado sentido de la observación. De todo ese “batido” salió mi deseo de ser ingeniero-investigador.

Ya narré en otra parte (lea “De cómo Simbad…”) cómo llegué al Centro Meteorológico de Camagüey, donde, de inmediato, expresé mi deseo de ser investigador. El director, Braulio Lapinel, no quería; él me quería para reparar radares. Yo insistí, él aceptó, supongo que por miedo a perderme, como a todos los otros ingenieros que habían llegado allí. En 1981 no existían las comisiones de categorías. Nominalmente, existían las 4 conocidas: Aspirante a Investigador, Investigador Agregado, Investigador Auxiliar e Investigador Titular, pero no una metodología para asignarlas.

En mi caso fue simple, se elevó mi solicitud a la dirección nacional de la Academia de Ciencias y la respuesta llegó rápido, según me comunicó la Jefa de Cuadros de la delegación de la ACC en Camagüey: aceptado para la plaza de aspirante a investigador (claro, yo traía 5 puntos de promedio, dos publicaciones y una patente en la URSS, tenía certificado de idioma ruso y de idioma inglés… ¿qué más se podía pedir? Solo restaba esperar que cumpliera mis dos años de servicio social. Traté de que me hicieran evaluación de excepcionalmente positivo al año, porque creía merecerla, pero Braulio se excusó diciendo que él no tenía conocimientos para evaluarme y durmió el asunto (que hubiese bastado habérsela pedido a mi asesor soviético, quien no se cansaba de alabarme por mis innovaciones en el radar MRL-5, avaladas por certificados de autor de la ANIR y las BTJ).

Así pues, al cumplirse mis dos años de trabajo, en noviembre de 1983, me pusieron en mi ansiada plaza de investigador (con mi promesa a Braulio de que no abandonaría el servicio técnico a los radares, promesa que mantuve por 41 años …hasta que no me quisieron más).

No había pasado ni tres meses en mi plaza de aspirante a investigador, cuando del Instituto de Meteorología me dijeron que no, que yo no podía estar en esa plaza porque no tenía nada que me avalara. Yo aduje que a mí me lo había dicho la Jefa de Cuadros, María Antonieta y el Jefe de Personal (Recursos Humanos le dicen ahora), Jorge Pérez, que yo estaba aprobado por la comisión nacional de cuadros (que era el órgano que autorizaba antes de la creación de las Comisiones de Categorías). Pero ni María Antonieta ni Jorge Pérez trabajaban ya allí y  Braulio sabía que era cierto, pero no tenía ninguna constancia. Entonces…abruptamente para abajo, de 280 pesos a 211 pesos en una plaza de Especialista B en radiolocalización.

Tragué en seco y pregunté –OK ¿qué debo hacer para ser aspirante a investigador? Me dijeron ESPERAR, se acaba de crear la Comisión Nacional de Categorías, pero ahora van a analizar a todos los investigadores que llevan años en la ACC para ver en qué plaza se colocan, DESPUÉS (vean cuanta precisión en la fecha) se verán los nuevos casos. El “después” fue en el año 1985, cuando gentilmente me pidieron que llenara el flamante Expediente Científico para la categoría de aspirante a investigador, ya con cuatro años de trabajo.

No comencé a ejercer la plaza hasta enero de 1986. Ironías del destino, en esa misma fecha me llamó la jefa de Personal (Recursos Humanos) de la delegación para enseñarme la carta que se había encontrado en los archivos, en la cual hacía constar que a principios de 1982 yo había sido aprobado por la comisión de cuadros de la ACC para ocupar la plaza de aspirante a investigador. A esas alturas, un documento inútil.

Transité mis tres años como aspirante a investigador. Cuando me tocaba hacer el proceso para Investigador Agregado me dijeron que las plazas de agregado estaban “congeladas” porque la ACC estaba en un proceso de análisis y restructuración y no podían crecer en plantillas de investigadores. Nuevamente a esperar. Cuando se “descongeló” lo de las plazas de agregado, me dieron dos años para prepararme y los usé hasta el final. Hice mi proceso de categoría, y obtuve la plaza de agregado. Me juré que nunca más llenaría el engorroso expediente y me quedaría de por vida en la plaza de agregado.

Nada de eso me detuvo, obtuve unos cuantos certificados de autor de la ANIR, obtuve 5 Sellos Forjador del Futuro, me inscribieron en el Libro de Honor de la UJC, dirigí numerosos proyectos de innovación tecnológica, defendí tesis de doctorado, lideré la modernización, automatización e informatización de la red de radares, obtuve la Orden Finlay individual y colectiva, dos premios máximos del Fórum de Ciencia y Técnica, un Premio Nacional de Innovación del CITMA, la categoría docente de Profesor Titular…todo eso como Investigador Agregado.

Pasaron los años y en 2003 me pusieron en una plaza de jefe de departamento. El salario del jefe de departamento era inferior al de investigador agregado. Sin embargo, si obtenía la categoría de Investigador Auxiliar, podía ganar como auxiliar y un plus como jefe. Muy a disgusto, volví a llenar el expediente de categorías y en el año 2004 obtuve la categoría, la mejora salarial correspondiente y punto final. Volví a prometerme no hacer nunca más el expediente de categoría…y esta vez lo cumplí. Me jubilé siendo Investigador Auxiliar.

Podría pensarse que lo que yo sufrí fueron irregularidades, pero no. Mis colegas Ramoncito, Waldo, Marco, Roberto, Albio, Wilfredito, Darío (hijo de Waldo), pasaron por similares vicisitudes: expedientes perdidos, demoras, problemas con las plazas; en fin, desistimos de tener plazas de investigadores. Todos los que mencioné fueron talentos excepcionales que nunca pudieron obtener mejoras salariales siguiendo el esquema de los investigadores normado por el CITMA.

Un matrimonio joven necesita solventar el problema de la vivienda y la estabilidad económica. No se vale poner el ejemplo de los jóvenes investigadores asociados a BioCubaFarma, donde tal vez tengan algunos resultados favorables en la retención, porque el problema es de la ciencia y la tecnología en todo el país.

Mientras no existan mecanismos expeditos (y la intención de los jefes a todos los niveles de usarlos) para mejorar a los jóvenes investigadores de gran talento, no habrá retención. No es un secreto que la Ciencia se descapitaliza, y desdichadamente, no solo la Ciencia: los jóvenes de todas las especialidades marchan en busca de maestrías o trabajos más simples en el extranjero y como norma no regresan. Podemos culpar al bloqueo, pero también ha sido nuestra falta de previsión y nuestra indolencia la que nos ha conducido a la situación actual.

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