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Jóvenes científicos: En la nebulosa de Andrómeda

Igor Guilarte Fong
27 noviembre 2023 | 1 |
Estrella blanca con forma de graduado en fondo rojo

Cuando Ariadna era una niña, su padre –esmerado ingeniero automático, sin más posesión que el saber y oficio que su termoeléctrica– le regaló un microscopio descontinuado para que jugara. Con toda su infinita magnificencia aquel mundo celular cautivó sus inocentes pupilas y plantó colonia en el cielo de su cabeza. Ariadna se hizo microbióloga. A sus 23 era, lo que se dice: una promesa. Así lo avalaron su luminoso expediente y sus profes de la Facultad de Biología y del IPK, donde cursó y aprendió cuanto pudo hasta el verano de 2017.

Sin embargo, apenas culminó el adiestramiento. A pesar de su afán para aclimatarse a la función de laboratorista que, junto a la clásica estampilla: “Eres bienvenida”, le endosaron en el desaliñado policlínico del pueblo natal –ubicación “por regla”–; y por más que intentó conciliar aspiraciones con prosperidad real, sintió que estaba en un cuello de botella. Su idilio de cultivar líneas de investigación en laboratorios cómodos y descubrimientos relevantes pronto le supo a naufragio en tubo de ensayo y, cual levadura en placa de Petri, las dudas empezaron a fermentar la razón.

Convencida –¿o conducida por el ADN de su generación, que parece nacer con alas?–, invirtió buena parte de su tiempo y su cuenta Nauta en pescar una beca por Internet. Mucho más considerable fue la suma de dinero trocada en papeles timbrados. Sus conocimientos técnicos, dominio del inglés y rozagante currículo, fueron credencial suficiente para que Long Island University, universidad del mismísimo New York, le extendiera la alfombra roja de una maestría con concentración en Microbiología Clínica. Sin más norte que sus anhelos, bríos, nostalgias y familiares al sur, Ariadna hizo su maleta y aterrizó en la distancia. Allá ejerce hoy la profesión de su vida, la misma que le entró por los ojos cuando era niña, como una canción de cuna.

Registros del Citma y la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) revelan que por lo menos un millar de cubanos vinculados al ámbito científico-tecnológico siguió el hilo de Ariadna, en 2022. Esa deshojación multidimensional, en los últimos años sostenida y galopante, se ha vuelto un desafío mayúsculo, dada la determinante influencia del sector en el impulso y la sostenibilidad del modelo socio-económico esbozado.

“En Cuba, la función de la ciencia en el proyecto de desarrollo social es una de las originalidades de la Revolución: nunca antes en un país subdesarrollado el pensamiento científico y la práctica de la investigación científica habían tenido una función tan protagónica en un proceso de transformación social”, articuló el eminente doctor Agustín Lage, en La ciencia y sus nuevas responsabilidades.

Matar al gordo

Responsabilidad superlativa la del profesor emérito y titular de la Universidad de La Habana (UH), el doctor en Ciencias Físicas, Carlos Rodríguez Castellanos, quien no se cansa de formar generaciones. Eso sí, en tiempos que dicha rama cobra otros visos –pues la inflación exhibe un movimiento rectilíneo uniformemente acelerado, la “mecánica cuántica” se trastoca vulgarmente en ¿cuánto cuesta llegar del punto C(asa) al punto UH? O: “¿cuánto te va a dar hacerte físico, mijo? Mejor estudia informática o ponte a trabajar”–, solo la vasta experiencia y aptitud dialógica del maestro lo salvan de la lluvia de meteoritos que figuran las preguntas y confidencias de sus aulas de 4to y 5to años.

Con la rica vivencia de la facultad y la cosmovisión de vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC) durante 12 años, es una voz más que autorizada: “Mejorar las condiciones de estudio, trabajo y vida de nuestros científicos ha devenido tema crítico que debe resolverse con premura. Por supuesto que es costoso. Los países avanzados invierten más de dos por ciento del PIB en investigación y desarrollo. Cuba está por 0,4 por ciento, por lo que necesitaríamos un vigorosa inyección de financiamiento destinado a la ciencia.

“Los jóvenes necesitan casa, tienen aspiraciones, no quieren ser ricos sino al menos tener una vida confortable para dedicarse a pensar ciencia. Es real que el país está en una situación crítica. Pero también es certeza que urge dar el primer paso: si no se puede empezar con mil becas, vamos a empezar con cien. Si no hallas soluciones a mayor velocidad que la de los problemas, estos acabarán sobrepasándote en la carrera hacia el mañana”, alerta.

Da otra estocada: “La ciencia tiene un punto de no retorno; de hecho, palpable ya en algunas especialidades. Ese punto de no retorno está dado por la pérdida de la capacidad de formar gente nueva, cuando pierdes la posibilidad de reproducir el sistema científico. ¿Entonces tendremos que mandar a estudiar carreras de pregrado en otros países, igual que a inicios de la Revolución?”, razona el académico.

Dr. Carlos Rodríguez, vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba habla sobre los jóvenes científicos.
El doctor Carlos Rodríguez, vicetitular de la Academia de Ciencias, tiene claro que se requiere una gran inversión en la ciencia. Pero también reordenar esquemas internos y racionalizar los recursos. (Foto: Igor Guilarte Fong)

El éxodo juvenil responde a dos factores cardinales, estima el doctor en ciencias Daniel García Rivera, director del Laboratorio de Síntesis Química y Biomolecular de la Facultad de Química de la UH, centro de investigación e innovación que junto con BioCubaFarma proporcionó la Soberana-02 en los días tétricos de la COVID-19.

Como muchos, el experto advierte que en materia de inversión la ciencia cubana lleva 30 años de retroceso continuo. Lo que fija en el imaginario juvenil la percepción de que eso no va a cambiar en los próximos diez o 20, y por tanto, si ansía realizarse, concluye que le sería quimérico tener una fructífera carrera de científico en Cuba. La excepción es la biotecnología y la biomedicina, donde los estándares llegan a rango mundial. Pero ningún otro sector de ciencia ofrece el mínimo de satisfacciones y competencias similares al mundo. Queda claro, admite García, que las inversiones penden por las carencias económicas.

“Lo segundo –y en su opinión más decisivo que la complacencia profesional– es la dificultad para tener una vida normal, dígase un salario digno, una casa que no sea por herencia, satisfacer necesidades básicas de tu familia con lo que ganas, llevar a tus hijos de vacaciones. Eso, con lo que recibimos hoy por dedicarnos a la ciencia, es casi imposible. No obstante, si algo distingue aún al científico cubano es su competitividad internacional, de ahí que consiguen de modo relativamente expedito becas y contratos en sociedades donde sí reciben el estatus correspondiente.

“El gran dilema no es que los jóvenes se vayan, porque eso es recurrente en muchos países, sino que los nuestros, en su mayoría, no regresan pues acá no les ofrecemos superiores atractivos. Un éxodo irreversible de jóvenes profesionales compromete el futuro de Cuba, porque nos estará condenando a una economía de servicios y de producción de materias primas que apenas tenemos”, apostilla.

Tal vez suene a consuelo enunciar que la formación, preservación y el desarrollo del potencial humano tiene prioridad y urgencia en la estrategia nacional que pertinazmente busca resolver la ecuación CTI = Potencial Humano + Recursos Materiales + Institucionalidad. En papeles se plantea fácil, pero de resolución tan enredada como la paradoja del gato muertovivo de Schrödinger o el dilema del prisionero; del tipo de experimentos mentales que desconciertan y transgreden las fronteras filosóficas y áreas del saber.

Consciente del reto, el doctor en ciencias Armando Rodríguez Batista, viceministro de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), sienta pauta: “La atención de todos los actores de la comunidad del sistema de ciencia, tecnología e innovación (CTI) es el nudo gordiano del desarrollo de Cuba. En concepto fidelista, el potencial humano es el pilar de la ciencia cubana. Si no sabemos expresar esa educación elevada y capacidad transformadora en el tejido socioeconómico de la nación, entonces juega en contra, pues se subestima ese recurso humano. De ahí que debamos asumir el fenómeno no solo con voluntad política, sino esencialmente con políticas públicas concretas y urgentes. Cortar el nudo gordiano significa desasir radicalmente y sin contemplaciones una traba por más difícil que sea. Y no es mito ni leyenda: o se resuelve o… se resuelve”.

Como en una evaluación de caso de un paciente delicado, interviene la directora de Potencial Científico y Tecnológico en dicho organismo. La joven máster María Luisa Zamora pone en foco su radiografía: “El potencial humano dedicado a la actividad de ciencia, tecnología e innovación en Cuba presenta una dinámica decreciente en los últimos diez años y una débil interconexión con la economía, debido esencialmente a la disminución del personal que se categoriza anualmente por sectores y territorios, insuficiente relevo de líderes y expertos jóvenes, creciente éxodo de fuerza de trabajo calificada, no se intenciona efectivamente en las instituciones el seguimiento a los procesos de categorización y superación constante de trabajadores, a partir de planes de formación que cierren ciclos con altos estándares de calidad”.

¿Cuáles son las causas y consecuencias? ¿Cuáles medidas ayudarían a revertir o mitigar los alarmantes indicadores? ¿Qué beneficia más a la sociedad? ¿Hoy se justifican los sacrificios individuales y las inversiones estatales con la calidad de vida personal y general? ¿A quiénes debe darse qué, cuándo y cómo? ¿Qué está en mesa? ¿Debilidades u oportunidades? ¿Estamos asegurando o hipotecando el futuro? Las interrogantes son tantas que se agolpan.

Cuando de futuro se habla, se habla de juventud. Implementar un plan de acción efectivo para atender a los jóvenes talentos y garantizar la reserva científica destaca entre los puntos clave de la macro-política oficial; pues son los jóvenes, justamente, el grupo etario que más ha venido haciendo la cruz en las cabinas aduaneras, los que en mayor medida desploman las curvas en gráficos estadísticos y los que dejan al relevo en orfandad cuando se marchan sin mirar atrás. Si no se tratara de un serio problema, y fuera no más que un juego sobre mondoflex, valdría aquel hinchado slogan de comentarista deportivo: ¡De Cuba y para el mundo!

La diáspora del conocimiento

El mundo tampoco deja de mascullar sobre emigración. Por supuesto que el dilema no es exclusivo del panorama insular. Se trata de un tema fijo en debates políticos y titulares sensacionalistas, genera conflictos y oportunidades, éxitos y fracasos; afecta a todos por igual. Un promedio de la ONU asegura que 28 mil 300 personas abandonan sus hogares cada día. Entre ellos, miles de científicos, por diversos motivos, deciden dejar sus puestos de trabajo y terruños cada año, dando lustre a la fuga de cerebros, término acuñado por la prensa británica en los años 60, aunque desde la caída de Constantinopla frente a los otomanos, buena cantidad de sabios del malogrado imperio bizantino puso pies en polvorosa.

La historia de la humanidad ha estado signada por las contribuciones de emigrantes. Muchos de los triunfos señeros en materia científica y avances tecnológicos no habrían sucedido si no fuera por ellos: Einstein, Oppenheimer, Von Neumann, Pulitzer, Levi Strauss, Jan Koum, Sergey Brin… para bien o para mal, son apenas algunos de los rostros más famosos de esa memorabilia insondable.

Si bien el mapeo del nuevo nomadismo científico indica varias rutas, está claro que la corriente mana hacia el norte, y que las potencias tradicionales tienen favoritismo en detrimento del hemisferio sur. Dentro de Europa Occidental, España, Italia y Grecia están entre las naciones con mayor flujo hacia Inglaterra, Alemania y Francia. India, en Asia, y un buen puñado de territorios africanos ceban mercados académicos foráneos. Mientras en América Latina el drenaje de talento ha resecado los sistemas nacionales desde hace décadas. Cuatro países de la región –Jamaica, El Salvador, Haití y Guyana– aparecen en el top ten del ranking global de fuga de cerebros 2022 (publicado por The Global Economy.com).

En ese listado de 177 países –que encabeza la aislada Samoa y cierra Australia– Cuba ocupa el puesto 86: para algunos, éxito rotundo; para otros, en la conchinchina. China, por cierto, logró revertir la alta tasa de emigración intelectual que padeció en la última década y ha marcado una diferencia en el diseño de becas doctorales y proyectos, garantizando el retorno de más del 80 por ciento del medio millón de universitarios que estudia fuera; cucharada de patriotismo aparte.

“China ha conseguido regresar a sus cabezas científicas a golpe de cartera y acondicionamiento de infraestructura. Cuba, por su contexto de austeridad y de bloqueo no podría quizás replicar ese modo, pero sí hacer una eficiente adaptación de la obra. Lo otro significativo es que los chinos han dado preeminencia al liderazgo de los jóvenes en procesos vanguardistas”, traduce el viceministro Armando, quien ha repasado con cuidado el paradigma del gigante asiático.

Los que se quedaron

No siempre la flecha apunta al infinito y más allá. Tras una década siendo especialista en tecnología del CIGB, en 2015 la máster Eneida Roca abandonó desalentada ese centro proa por múltiples trabas que un cambio de dirección departamental le puso para hacer su doctorado. Saltó al Instituto de Investigaciones de la Industria Alimenticia, donde ocupó una plaza de biotecnología de alimentos. Seguía su línea. Sin embargo, la mejor experiencia que de allí recuerda fue un curso de 56 días en China, pues en un lugar orientado a índices productivos dejando la investigación deprimida, sus trabajos solo servían de pasto para las polillas.

Al no sentirse a gusto, Eneida se fue al Centro de Estudios Avanzados de Cuba, plataforma nacional tecnológica de carácter abierto y multidisciplinario que despliega estudios en nanociencia. Por equipamiento y condiciones laborales el CEA llenaba sus ojos y perfil. Ahí lleva desde 2019 hasta la fecha.

“Los programas sectoriales o nacionales –opina– elevan en efecto la identificación del investigador con la ciencia, pero cuando usted como investigador se compara en cuanto a desgaste con quien trabaja en una empresa, incluso gente cuya acción, sin menospreciar, es tocar un botón, entonces usted, que genera esa tecnología o ese conocimiento, se cuestiona: ¿me voy a quedar trabajando de investigadora? La realidad es que la vida está muy cara, y si tienes hijas pequeñas, imagínese.

“Una quiere mantenerse en la ciencia porque le place, pero el bolsillo presiona”, arguye. Lo otro es que, por ejemplo, si ingresa 15 mil pesos de pago trimestral por resultados, conlleva impuestos nada despreciables. Ahora está inmersa en una decena de proyectos que representan ganancias sí, pero también demasiado estudio, concentración, tiempo, entregas de informes, trabajo con personal de nuevo ingreso que debe adiestrar –pues ya emigraron los que preparó antes–. “En fin, un sacrificio increíble. Así cuesta generar”, se lamenta. “Cuando llegas a la casa solo quieres quitarte los zapatos y no levantarte más hasta el otro día. Si no me he ido para una Mipyme es porque el amor por mi profesión es más fuerte. Todavía”.

Por suerte, lo reafirma Daniel: “A pesar de los pesares muchísimos jóvenes científicos nos quedamos y optamos por hacer una vida profesional aquí, aunque el número que elige la salida aumenta exponencialmente. Esa evidencia no podemos obviarla. Hay que enfrentarla con sinceridad e intentar revertirla.

“Cuba tiene que lograr que los jóvenes profesionales de la ciencia y la tecnología vean aquí su futuro, o muchos seguirán usando nuestra formación profesional gratuita para ir a ejercerla a otros lares. El estado debe centrar mayor atención en este sector, porque las consecuencias podrían ser irreversibles. Nuestra apuesta va de construir una sociedad basada en el conocimiento y no en la importación y la reventa”, remacha en modo dejavú.

Jóvenes científicos del Centro Nacional de Biopreparados
Como advirtió Einstein, serán más exitosos los pueblos que protejan a sus jóvenes calificados y garanticen la permanencia de ese conocimiento en el país. (Foto: Heydi Montes de Oca/Archivo JT)

En espera de que se enfilen los astros, con una fluctuación del 1,8 por ciento del personal científico y una tremenda estabilidad en su núcleo de 263 doctores y 1 254 másteres, el grupo empresarial BioCubaFarma es lo más cercano al paraíso en la tierra.

Sus 19 mil 128 trabajadores, de los cuales 6 048 están directamente asociados a la actividad de investigación, desarrollo e innovación, han conseguido el llamado ciclo cerrado –santo grial–, que va desde la idea hasta el producto. Al ser una entidad de alta innovación (ostenta en su cartera 368 proyectos orientados a productos, el 75 por ciento de esos proyectos son innovadores, y el 26 de estos son primeros en su clase), allí se procura una atención exquisita al potencial humano.

Presentado en la sesión de la Asamblea Nacional en junio pasado, el Proyecto de Vida de los trabajadores de BioCubaFarma busca la captación, permanencia y el estímulo a la creatividad y entrega del colectivo. Así, las medidas van desde la capacitación y superación continuas; mejoras salariales según (sobre)cumplimiento de planes productivos y sistemas de pagos que abonan más a quien aporta más; estimulación moral; aseguramiento de alimentación y transporte; confortables condiciones y ambientes de trabajo; chequeo sistemático a la salud; programa de construcción de viviendas; hasta el tratamiento a fundadores y jubilados.

¿La verdad está allá afuera?

Nunca antes había sucedido. La noticia estremeció en febrero de 2023: por primera vez astrónomos hallaron evidencia que indica un movimiento masivo de estrellas. El fenómeno fue captado a través del llamado Instrumento Espectroscópico de la Materia Oscura, capaz de rastrear el espectro óptico de millones de galaxias y luego representar los resultados en un mapa tridimensional. Gracias al DESI (por sus siglas en inglés) se descubrió que hace dos mil millones de años 7 mil 500 estrellas “migraron” hacia la nebulosa de Andrómeda, desde otra galaxia.

Aun siendo una predisposición natural, no pocas veces las interpretaciones sobre la emigración profesional suelen ser incongruentes, y derivan en generalizaciones y estereotipos que muchos prefieren manejar con la monomanía o el misterio de X-Files; pero a la larga afloran las consecuencias, y la verdad. Cuba posee magníficos investigadores en universidades de alto nivel mundial que no quieren desligarse de sus raíces. Es hora de ser realistas. Una sociedad del conocimiento depende inexcusablemente de reconceptualizar procesos, establecer interacciones con científicos de la diáspora y recontextualizar dinámicas a lo interno; lo mismo que un sistema cardiovascular agonizante demanda un transplante de corazón.

Sin acudir a la Inteligencia Artificial, sino haciendo gala de su artificiosa inteligencia para deshacer entuertos, ante el conflicto el avezado Daniel propone una salida viable: “Otro freno es limitar los sectores tecnológicos privados o semiprivados. Me refiero a la creación de Mipymes dedicadas a la actividad científico-tecnológica. Fomentar el emprendimiento de nuestros jóvenes y potenciar la creación de ‘Tecnopymes’ podría ser una solución para evitar el éxodo de personal cualificado. Constituyen una oportunidad, no un riesgo.

“Creo que el Estado podría –y debería– ser accionista de muchas Tecnopymes, aportando desde locales especializados hasta profesionales del sector estatal, a los que se les permita ser parte de ese emprendimiento. Debemos estimular que jóvenes con ideas empresariales basadas en su conocimiento científico y tecnológico, sepan que tienen opciones de desarrollarlas en el país. No podemos temer a la inversión privada en el sector empresarial de la ciencia y la tecnología. Hay que regularlo, pero permitirlo. Puede que el Estado no apruebe una Tecnopyme para producir medicamentos, pero sí puede permitirlas en decenas de sectores que no compiten con las industrias biomédica y energética, de seguridad nacional”.

Dialéctica de lo abstracto y lo concreto

Explica el viceministro del Citma que ya está en curso un grupo de políticas dirigidas a transformar el sistema de CTI, detener el deterioro y desarrollar el potencial científico-tecnológico, incrementar la planificación, fomentar alianzas y redes de colaboración entre sus actores.

Viceministro del Citma, Armando Rodríguez habla de las nuevas políticas del ministerio relacionada con los jóvenes que llegan al sector científico.
Hoy la política está orientada a introducir incentivos económicos para los resultados de investigación y la innovación, declara el viceministro del Citma, Armando Rodríguez. (Foto: Igor Guilarte Fong)

Para ilustrar, refiere que en 2022 se destinó el diez por ciento de todo el financiamiento de la ciencia a remunerar a estudiantes y trabajadores. Incluso desde hace tres o cuatro años se puede pagar a estudiantes y los investigadores obtener regalías. No obstante, sigue siendo una oportunidad que no es aprovechada al máximo: de los 89 mil 359 trabajadores activos del sector (entiéndase personal de las universidades, del Citma, Minsap, BioCubaFarma, centros de investigación), solo diez mil estarían recibiendo esa remuneración.

“La posibilidad existe para quien sea exitoso, sostenible; o sea, quien haga ciencia basada en la capacidad puede conseguir determinados incentivos económicos. Hemos abierto una puerta, ahora la gente debe desear cruzar el umbral. No es solo que dictemos normas (en este caso el Decreto-Ley 7/2020), es que la gente se apropie y aplique con coherencia”, convoca.

A veces, señala, no se aprovecha porque se desconoce lo legislado. Por eso, insiste en llamar la atención de cuadros y directivos científicos. Hoy, valora el funcionario, quien no tiene competencias o no aplica gestión de proyectos ni está a tono con la sociedad moderna del saber, en la práctica se está autoexcluyendo.

“No podemos arrastrar el esquema estrecho del científico sentado en un laboratorio… Tenemos que abrir el espectro, formar profesionales integrales con competencias globales. Hay que avanzar en la internacionalización de la ciencia cubana. Esa es una idea conectada con la juventud que aporta claridad, creatividad y entusiasmo. Por ejemplo, un proyecto de vida que puede atraer a los jóvenes es trabajar en sociedades de interfaces; hacer gestión de proyectos en universidades o centros de investigación. Cada vez más tenemos espacios que se van dedicando a la comercialización y promoción de servicios y proyectos. Lo principal es que el joven científico halle alternativas de crecimiento aportando a su país”, alega.

Casi con la misma emoción que provoca una recarga de celular a fin de mes, se recibe la Propuesta de Acelerador científico del talento joven en Cuba, en la que ha venido trabajando meticulosamente María Luisa. Los ejes de acción de este plan, pretenden oxigenar la actual reserva científica de 526 jóvenes.

Ingeniero nuclear, o como se conoce en Cuba: radioquímico, el viceministro Armando Rodríguez establece en su radio de acción una química impresionante: hay que ponerle asunto a lo que dice. ¡Y cómo lo dice!… mientras un insólito Martí de Massaguer emerge a sus espaldas. Juventud, con talento, amaga.

En un abanico de ideas frescas sugiere vencer tabúes, abrir oportunidades, insertarse en dinámicas foráneas. “Podemos perfeccionar planes de becas de doctorado concertando convenios, redes de colaboración, proyectos de vida consistentes en dar clases en el extrerior y regresar, compartir ganancias, retroalimentarnos de conocimientos, y de paso la imagen Cuba avanza en el mundo; serían una suerte de embajadores. Los versados en demografía le denominan ´migración circular´. Sería similar a como ocurre en el Deporte y la Cultura. Sin dudas, conseguir tales propósitos repercutiría directa y favorablemente en el país”.

Por su parte, enfatiza el vicepresidente de la ACC: “La esencia es ver cómo se le pone dinero a la ciencia a corto plazo. Eso no es gasto: es inversión. Si no hubiéramos hecho la alfabetización y luego toda la revolución en el polo científico no hubiéramos tenido vacunas propias para encarar la pandemia. El problema es grande y difícil de manejar en las condiciones actuales, pero como dice el Presidente: cada día debemos pellizcarle un pedacito. Hay que aprender a hacer propuestas más concretas, como un plan de negocios. Hay que saber cerrar el ciclo. Bien propulsada, la ciencia cubana podría alcanzar resultados económicos y resolver grandes problemas sociales”.

Expuesto todo lo anterior, resulta imperioso ganar esa carrera contra el tiempo, y evitar que la historia acabe como la del sujeto colonizado que describe Frantz Fanon: “Llega usted demasiado tarde, tardísimo. Entre ustedes y nosotros habrá siempre un mundo”. La que viene como anillo al dedo es la frase célebre de Albert Einstein: “Los imperios del futuro serán imperios del conocimiento. Solamente serán exitosos los pueblos que generen conocimiento y protejan jóvenes que tengan la capacidad de hacerlo y permanezcan en el país”. Genial.

Si eso se aplica, entonces podrá afirmarse con la mano a la izquierda del pecho que se ha cumplido, de manera tangible y con absoluta fidelidad, aquel alegórico anhelo del Comandante en Jefe, que aún se visualiza en el horizonte: “Cuba es y será un país de hombres [y mujeres] de ciencia.

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Comentarios

    Orlando Lázaro Rodríguez González 17/12/2023

    Interesante la temática. A pesar de que se mencionan crudamente los problemas, al enunciar la posible solución me parece que no son realistas. Es cierto que se han abierto posibilidades de financiamiento que no son del todo explotadas; pero hay que tener en cuenta el punto de vista de los jóvenes. El sistema de proyectos del CITMA tiene un gran lastre burocrático. Resulta muy engorroso aumentar los ingreso por esa vía, en el propio artículo una persona lo explica: te desgastas para obtener un poco más. Y no se trata solo de eso, es que con el grado de inflación que hay no hay modo, ni con las posibilidades de financiamiento que se han abierto, de llegar al salario que necesitas para vivir. Por otra parte, mientras haya muchas personas que viven mucho mejor que un científico revendiendo cosas en sus casas, prácticamente sin esfuerzo, sin aportar al fisco, sin preocupaciones de horarios….¿cómo puede creer alguien que un joven científico se va a desgastar haciendo proyectos para obtener un poco más que tampoco le satisface. Hay un problema mayor. Los jóvenes científicos se casan, necesitan televisor, refrigerador, casa, medio de transporte ¿cómo lo consigue? Se habla de la migración circular. Bien, los viejos la practicamos; pero un joven científico es raro que sea invitado a impartir clases o hacer un trabajo. La vía expedita es conseguir una beca, y una vez terminada la beca ve que nada ha cambiado, que si regresa estará en el mismo punto, entonces decide seguir estudiando o conseguir un trabajo fuera…y no regresa, al contrario, trata de afianzarse y sacar a sus seres queridos. Para que regresara tendría que tener los problemas básicos resueltos en Cuba, y sigue sin tenerlos después de la beca. Leo con agrado el entusiasmo de los dirigentes del CITMA que fueron entrevistados; pero no lo veo realista. Los jóvenes científicos, al igual que los jóvenes profesionales y hasta no profesionales se van en busca de soluciones a sus problemas vitales. Me parece una forma eufemística de hablar al decir que hay «fluctuación» del personal. Fluctuación es cuando la gente va y viene. Hablen correctamente en español, lo que hay es una emigración, un éxodo creciente y no se va a detener porque usemos expresiones «suaves». La realidad hay que enfrentarla. Si no se logra una mejoría de las condiciones de vida de toda la sociedad, no lograremos retener a los jóvenes. La economía debe avanzar, mientras que la gente gane mucho dinero revendiendo cosas en la puerta de su casa no saldrá a trabajar y no mejorará la economía.